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6 "La siguiente jugada"

Las once con diecisiete definitivamente no es una hora prudente.

He caminado sin rumbo, firme y muy rápido, como si realmente supiera a donde voy. Las calles bien iluminadas de la ciudad me dan seguridad y ver luz de, aunque sea una ventana en las casas, me hace sentir que tan tarde no es.

Miro a los insectos que parecen ser luciérnagas revoloteando, se van disipando por la llovizna, diminutas lucecitas que aparecen y desaparecer una y otra vez, me dan ansiedad. Apuro el paso.

Al igual que los zancudos que buscan ese calor de la luz, pero que no saben que es artificial... ¿soy un miserable insecto ingenuo que pensaba hallar aquella luz? ¿pensaba que hallarla sería sencillo? ¿por qué parece tan sencillo? ¿o debo preguntarme por qué yo no pude? ¿por qué no puedo ser normal como cualquier joven de mi edad? Matarse estudiando, pero en un lugar cálido y con el estómago lleno. Invitar a salir a la chica que le gusta o ir a beber con sus amigos los fines de semana, para pasar el domingo con dolor de cabeza por la resaca jurando no volver a tomar, esperando con rechazo el lunes.

Llegué a un teléfono público, y por la costumbre adentré mi mano en la parte donde se da el vuelto, esperando encontrarme con monedas, monedas que no necesito. Si hubiera encontrado, entonces me hubiera puesto feliz por mi suerte. Pero lo único que conseguí fue sumarme más pensamientos negativos, ahora con mi apariencia, y es que cuando uno empieza a pensar así, no se puede parar, se empiezan a recordar desgracias o cosas estúpidas que se dijeron en el año del caldo. Me encontré con mi reflejo en la puerta de la pequeña caseta.

Mira ese rostro calavérico, mira esos ojos de sapo, mira esas uñas largas, mira a ese... muerto.

Llegué a la plaza, me senté en un asiento de concreto. Frente mío hay una mesita, impresa en ella hay un tablero de ajedrez, y del otro lado otra silla. Inmediatamente recordé las partidas que jugaba de ajedrez con mi abuela.

¿Cuál es la siguiente jugada Mariely?

—¿Muchacho te encuentras bien? —sentí una voz, y una presión en mi hombro. Giré mi cabeza y abrí los ojos—. ¿Estuvo bebiendo? —se pregunta a sí mismo un conserje. Tiene un lindo gorrito de soldador, que le tapa las orejas.

—Estoy bien —balbuceo. Deduzco que en algún momento me he de haber dormido, de bruces en la mesa—. Me da la hora por favor.

—Diez para las doce.

—No puede ser...

—Váyase a su casa, está muy mojado.

Cuando me paré, el señor subió su mirada en el acto, y su expresión amable decayó, le inspiré miedo. Volvió a agarrar el boté de basura y se lo llevó arrastrando, generando las ruedas de este, mucho ruido en la calle de adoquines.

Me fui, solo para buscar otra parte en donde sentarme, e intentar otra vez hallar una solución. Llegué a una banca, me saqué mis zapatillas, están empapadas al igual que mis calcetines y las vastas de mi jean. Fue el rocío, supongo, o quizás llovió y no me di cuenta.

Suspiré, he llegado a parar al vacío y helado baño público del supermercado, que ya cerrará. Me veo en el gran espejo que abarca casi toda la pared, y por fin aclaro mi mente. De nada me sirve volver al edificio, pensar quedarme en un hotel es sencillamente estúpido. Y si le pido a Anne quedarme con ella me sermoneará, y no me dejará en paz nunca más, me tendrá como a un pájaro enjaulado. Aparte mañana es día de semana y debe dormir bien. Todos los estudiantes deben dormir bien... Sí.

Solo me queda... no, sería embarazoso, una muestra de sinvergüenzura tremenda. Noni fue muy amable, pero eso de "no importa si no puedes pagar inmediatamente" no lo aceptaré, tengo límites. Me genera hasta un poco de rabia que lo haya dicho, cuan lastimoso me habré visto.

Por eso mismo me siento tan destrozado, pensé en eso todo el camino a la universidad, sentía que era simplemente perfecto, confiable y conveniente. ¿Pero con qué se supone que podría pagar un hostal?

Suspiré y sentí como comenzaba a desesperarme, entrelacé mis dedos detrás de mi nuca y tiré mi cabeza hacía atrás. Me senté con la espalda a la pared, saqué mi celular y busqué el número que me dio el pelirronanja. Lo vi, y me quedé minutos analizando la situación, sintiendo vergüenza desde ya. Pero ver como avanzaban los minutos y como sabiendo que mientras más tarde es peor, y que prácticamente me sacaran a patadas del supermercado si es que antes no llaman a la policía, me rendí.

Con un sabor amargo en la garganta presioné el icono de llamada con mi tembloroso pulgar. Los pitidos de espera fueron como puñaladas.

—¿Alo? —bostezó el señor Aníbal desde la línea.

—Buenas noches don Aníbal.

—¿Con quién hablo?

Alejé el teléfono tapando el micrófono, y mirando una bola de papel maché pegada en el techo, suspiré cambiando mi celular de oreja.

—Es West Grimaldi.

—¡Ah! Joven Grimaldi, ¿cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Lo molesto?

—No, no interrumpes, es un agrado conversar contigo muchacho. ¿Fue mi hijo quién te dio este número?

—Sí, hoy en la tarde.

—Que bien, aquel día se me olvidó pedirte el tuyo —dijo y yo sonreí de lado, la conversación sería muy grata, si el frío no me estuviera haciendo temblar tan violentamente.

—Igualmente señor —susurré sintiéndome cada vez más débil. Sostuve mi brazo con fuerza, cerré los ojos y apoyé la cabeza en la pared, intentando controlar los tiritones.

—Entonces, ¿quieres una habitación?

Y un chocolate caliente, y abrigo, y al perro, lo extraño, ¿por qué no le puse un nombre el primer momento en que lo vi? Quiero ya directamente una muerte digna, no quiero morir de hipotermia en un baño público, estaría genial ser uno de esos casos de combustión instantánea...

Me sobresalté, salí de mis fantasías, vencí el cansancio y procesé lo que acabo de escuchar. Pero, aunque me haya puesto firme, solo balbuceé un torpe—: ¿Eh?

—¿Quieres una habitación para pasar la noche?

Fruncí el ceño confundido..., finalmente me autoconvencí de que seguramente Noni le dijo.

—Sí señor.

—Te daré la dirección.

—Vale, gracias —digo avergonzado, pero aliviado, profundamente aliviado.

Pude pagar un colectivo, que apenas vi mientras esperaba ilusa pero esperanzadamente a que pasara locomoción a las doce de la noche, hice parar rápidamente. Me sentía desfallecer dentro de aquel auto con luces de neón y un pequeño peluche de koala que revotaba colgando del espejo.

Al principio noté aquella tensa sensación de miedo hacía mi persona por parte del chofer, tenía las manos rígidas en el volante y estaba notablemente nervioso. Por eso decidí pagarle inmediatamente, y después de este acto se relajó, y empezó a conversarme de cuanto había subido todo este año, pero que no le era problema ya que le estaba yendo de maravilla. Habló mucho de él.

Salimos del centro, y fue ahí que me di cuenta de lo mucho que había caminado. Entramos por un barrio que básicamente limita con la escuela y la clínica. Analicé, y solo me demoraría menos de diez minutos en bus a la universidad. Sonreí inevitablemente, sé que solo será esta noche y ya, pero no puedo dejar de pensar en lo maravilloso que sería vivir aquí.

El colectivo dobló por una avenida del centro, que dio a una extensa calle desolada. Todas las viviendas son casas, salvo un negocio de ferretería, una verdulería, y el típico negocio de abarrotes. Hay mucho silencio, que logré percibir aun con la radio del colectivo prendida, escuchando salsa por petición mía.

Avanzamos dos cuadras lentamente, viendo yo y el colectivero los números de las casas atentamente.

—Aquí es, 246 —escuché decir al chofer, lo miré y noté que era del otro lado.

—Gracias, buenas noches.

Me bajé del colectivo y este se fue apenas crucé la calle. Levanté mi vista y vi el hostal: una casa de dos pisos, que parecen ser tres por el gran entretecho triangular que tiene. Las ventanas del primer piso son más grandes que las del segundo. Un cartel mojado en una especie de atril está a punto de caerse, no se ve con claridad lo que dice, solo reconozco un dibujito de un pastel. El patio delantero está bien cuidado, el pasto se ve muy sano, hay un pequeño laurel, y logro divisar más atrás unos neumáticos, donde albergan unos dientes de león.

La reja estaba abierta, por lo que entré sin más, volví a cerrar esta y caminé por un pequeño camino de cemento. Toqué el timbre de la puerta, y en la espera se me terminaron de congelar las manos. Estaba frotando contra sí y echando aire caliente en mis palmas sin lograr con mucho éxito generar calor, cuando el señor Aníbal me abrió.

—Hola —me saludó sonriente. Igual que la otra vez tiene su ropa de trabajo, un suéter de lana oscuro y pantalones de tela rayados, y lentes que acentúan su cabeza cuadrada.

—Hola —dije estrechándole la mano. Se hizo a un lado para que pasara, y pisé el peldaño que separa el cemento de la casa, subí este y el señor Aníbal me dio una palmada en el brazo amablemente.

—Igual de alto que tu abuelo.

—Y que usted —dije, y ambos sonreímos.

Al mirar hacia adentro me extrañé y sorprendí bastante—. Voy a poner llave —me avisó el señor Aníbal, y salió dejando la puerta abierta.

Miré con más atención el interior de la casa; es una planta completamente vacía, igualita al interior de una casa nueva, sin muebles ni nada. En una parte del piso las tablas no están puestas, es muy helado, hay algunas lonas que tapan el techo y está siendo iluminado levemente por la luz cálida de una habitación que tiene una pequeña ventana arriba, que probablemente debe ser un baño.

—Listo —dijo el señor Aníbal entrando a la casa. Cerró la puerta y le puso pestillo. Dio un aplauso y vi como unas pantuflas rosadas comenzaban a bajar la escalera—. Mi esposa Karmel.

—¡Uy!, que está helado —fue lo primero que dijo la mujer al llegar a nuestro lado, mientras se cerraba una bata color crema con detalles bordados muy hermosos. Tiene el pelo castaño amarrado en una trenza maría, y un rostro muy bonito.

Ya veo de donde Noni saca la ascendencia.

—Hola —me saludó poniéndose la mano en el pecho, sonreí y le di la mano.

—Hola, West —me presenté.

—Un placer conocerlo joven —dijo y sonreímos los tres, para luego sumergirnos en un silencio un tanto incómodo.

—Déjame que tenga tu chaqueta —dijo Karmel preocupada, tirándome mi chaqueta de una manga.

—Claro —dije sacándomela. Ella respingó como las madres lo hacen, alargando el suspiro de angustia.

—Pero si estás todo empapado.

—Llevemos tu ropa a la secadora —dijo el señor Aníbal tomando mi chaqueta y poniéndose los lentes arriba de la cabeza.

Me sentía rodar como un balón de baloncesto, siendo toqueado por dos personas muy amables, pero aun así desconocidas, por lo que sentí bastante vergüenza. Incómodo, mientras el matrimonio discutía que harían, sentí las pisadas de alguien en la escalera, miré hacía allí y me di cuenta de quien era.

Las cavidades de mis ojos se abrieron impulsiva y vehemente, ante eso que sí me genera confianza. Sonreí y me encontré con la mirada emocionada y nerviosa del pelirrojo.

—Noni, ve a buscar ropa de mi closet para West —le ordenó el señor Aníbal, él asintió y subió las escaleras rápidamente.

—¿Prefieres una ducha antes? —me preguntó Karmel con las manos en su cintura.

Antes de subir al segundo piso, me hicieron sacarme los zapatos, que ya habían dejado un rastro de barro en la entrada. La segunda planta es totalmente diferente a la primera, se puede decir que es la entrada legal de la casa. El living está al lado izquierdo después del final de la escalera, el comedor al lado derecho, y el final de la escalera se conecta a un pasillo que da a cinco habitaciones. Las cortinas son color terracota, el piso es alfombrado, el living tiene un sillón café muy simple pero muy grande.

Y también frente a una estufa de leña, hay un sillón reclinable de gamuza castaña, que se ve realmente cómodo.

Un plasma pequeño arriba de un mueble de caoba, tiene al lado un hermoso palo de agua. Olor a casa ajena, paredes blancas manchadas, cocina americana. Una casa muy hermosa en la que nada combina, simplemente una casa en la que se nota que vive una familia.

El señor Aníbal me preguntó si tenía toalla, a lo que yo negué. Y pensé en qué es lo que tengo en mi mochila.

Cepillo y pasta de dientes. Mi carpeta azul, un cuaderno, mi billetera, las llaves del apartamento... Boletos de metro acumulados y mi laptop.

—No te preocupes muchacho, por lo que veo no trajiste nada —rio y yo sonreí llevándome la mano a la frente haciendo una mueca.

Pensé si debía, y cómo explicarle mi aberrante situación. Las sonrisas cedieron.

—Una noche de prueba, te comprendo —dijo para tranquilizarme.

—Por el momento. Y le pagaré dentro de esta semana sin falta —dije y él sonrió dándome una palmada en el brazo.

—Después vemos eso, relájate hombre.

Tragué saliva y suspiré.

—Muchas gracias señor Aníbal.

—Ve a darte un baño, descansa y mañana conversamos.

Fue mientras veía el fino vello que cubre mi torso, y mis costillas hundiéndose con cada respiración que me relajé un poco. Me toqué el pecho y suspiré. Esto no está bien, debo alimentarme mejor, debo estar fuerte, sino mis músculos se desvanecerán más aún.

Me deslicé fuera de la ducha, me sequé con la toalla, y sentí mi lechosa piel helarse. Me puse unos pantalones de cuadros azules de Aníbal, una polera blanca de algodón, supongo que también de él, miré mi reflejo en el espejo y comencé a cepillar mis dientes. Mis ojos azules no se distinguen por el vapor del espejo, pero la gran silueta esquelética sí.

Salí del baño, Karmel se me acercó desde la cocina, lugar de donde emana olor a pan. Mi estómago rugió, pero solo lo ignoré.

—Te guío a la habitación —dijo Karmel, asentí y me llevó a la última habitación del pasillo.

Hay una cama de madera con un colchón desnudo, un escritorio de madera y un closet vacío con las puertas abiertas, tiene algunas cajas dentro.

—Es la habitación de invitados —me explicó Karmel. Tomó un colchón debajo de la cama y la ayudé a sacarlo.

La cama quedó con dos colchones, Karmel puso una frazada anaranjada como cortina y me trajo una estufa a gas. Le agradecí cada cosa que hacía, haciéndola sonreír. Luego volvió a la cocina, no sin antes prender la pequeña estufa.

Sentí una gota de agua deslizarse por mi nuca, toqué allí y noté lo húmeda que sigue mi cabeza. Sentándome en el colchón saqué la toalla de mi cuello y me la froté en la cabeza con fuerza. Sentí a alguien entrar y giré mi vista a la puerta rápidamente. Es Noni, que trae sabanas.

—Hola —lo saludé inevitablemente muy emocionado, y sonreí como suspirando.

—Traje ropa de cama —dijo él, acercándose rápidamente, mientras sus ojos revolotean por la cama.

—Gracias —le dije parándome. Lo vi, es otro que esta recién bañado. Tiene el cabello esponjado, parece la peluca de un payasito.

—¿Están bien esas dos colchas? —me preguntó indicándolas con su dedo índice.

Yo asentí sin realmente detenerme a pensar si esas dos colchas bastan para pasar el frío.

—¿Tienes hambre? —me preguntó desenvolviendo una de las mantas. Yo negué y sonreí ladinamente. 

Hicimos la cama en silencio, un silencio extraño, no incómodo, pero extraño. Comprendo que debe ser raro tener al enfermero de tu colegio instalado en tu casa.

—Falta una almohada —dijo Noni. Subí mi vista con la intención de decirle que no era necesario, pero ya había salido de la habitación rápidamente.

Apagué la estufa y suspiré, Noni volvió con una cabecera amarilla muy voluptuosa. La puso y al terminar levantó un poco su vista.

—Bueno... Que descanses —balbuceó, y dispuesto a irse giró.

—Hey no, espera —lo detuve rápidamente, pasando al otro lado de la cama de una sola zancada. Él volvió a girar y con las manos en los bolsillos traseras de su buzo asintió levantando las cejas.

En un acto que me parecía inteligente, pensé que si me inclinaba un poco para estar más a su nivel no se sentiría tan intimidado. Ya que no puedo evitar sentir que por eso siempre se pone tan nervioso.

Noni se sobresaltó ligeramente, y retrocedió ante el mínimo centímetro que estuvimos más cerca. Me reí y volví a mi postura normal, toqué mi nuca y pasé saliva por mis labios.

—Solo te quería agradecer encarecidamente... por todo —reí y él asintió con una media y pequeña sonrisa de lado.

—¿Te gusta? Bueno... sería más bien si te sirve.

—Me encantó. Todo me quedaría realmente cerca.

—Sí —sonrió, seguido cedió su sonrisa y tragó saliva. Nos despedimos, Noni se retiró de la habitación tan enervado y avergonzado que me desconcerté, y pensé si había dicho algo malo, pero al comprobar que no, simplemente sonreí.

Me acosté, apagué la lámpara en el suelo y acurruqué en posición fetal. Apenas cerré los ojos con la intención de dormir, me vi en la obligación de tapar mi boca con fuerza, para ocultar mis sollozos. No importó cuantas veces limpié mis ojos, las lágrimas no dejaron de brotar.

Mi departamento, la única cosa que me quedaba. La vida que había logrado reconstruir pieza por pieza, haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no se desestabilizara, arruinada en una noche. Todo, toda la vergüenza de sentirme como un intruso en esta casa. Hasta cuándo por la...

Suspiré entrecortadamente.

Desearía haberle agradecido un millón de veces por "su dato". Tirarme en el suelo y abrazar sus piernas. 

Imaginar la probablemente desesperada reacción del pelirronanja me hizo sonreír, mientras limpiaba mi nariz. El cansancio físico y emocional me hicieron hundirme en la oscuridad de la habitación, me quedé dormido llorando, envuelto en la comodidad del lecho, y en el dulce olor a anís que dejó Noni en la habitación. 

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Voten si les gustó, saludos a todoos

—Dolly

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