Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4 "La boleta de Richard"

Lunes. Fin de mes. Moriré.

Salí apresurado de mi casa, mi amigo el perro, me siguió hasta la estación y un guardia lo retuvo antes de que comenzara a bajar la escalera. Suspiré y tuve que hacerle mimos un tanto irritado.

—Si la suerte existe, deséamela, solo así podremos comer —le hablé firmemente agarrándolo con mis dos manos del hocico, él lamió mi palma. Me paré y lo miré una última vez mientras llegaba al andén—. ¡A la tarde revisaremos ese ojo!

El guardia miró al loco que habla con un perro despectivamente, mientras este alcanzaba a encaramarse en el vagón.

Suspiré y cerré la puerta con el botón.

Hoy fue el día menos productivo desde que trabajo en la enfermería, pero mis clases transcurrieron normales. Lo que más vemos últimamente no es materia, ya tuve primer año para esa tortura. Sí asisto a muchos seminarios, los eternos pero divertidos seminarios. Comenzar la práctica me tiene muy emocionado, aunque me genere un dolor de cabeza constante solo pensar que quizás deba llegar más tarde a casa, o verme en la obligación de dejar el empleo.

Adiós vida social (que nunca existió).

A pesar de todo no me siento mal, está semana me pagarán en la escuela, cosa que me mantiene tranquilo, los ahorros de mi Mariely no durarían para siempre.

Lo que me genera inquietud es la maldita renta. Aún no logro comprender como es que llegué a parar a ese sórdido edificio, me estafaron desde la primera vez y fui un imbécil en no darme cuenta que me estaba metiendo en un lío, un círculo vicioso estresante y que más de algún mal rato me haría pasar.

...

Me llevé las manos a mi nuca y sentí la textura del rapado, puse la cabeza entre las piernas y suspiré sintiendo mi corazón latir con fuerza. Puse dos dedos en mi cien y comencé a contar.

Casi 150 latidos por minuto no está nada bien, sobre todo si solo es por la ansiedad que estoy sintiendo.

—¿West estás bien? —sentí preguntar a Anne. Levanté la cabeza y la miré entrando, lleva su uniforme amarillo con estampado de ositos.

Sonreí enternecido y me paré rápidamente. Me detuve sintiendo un mareo que estuvo a punto de desestabilizarme.

—No desayunaste —me incriminó.

No le respondí, no tenía nada que responderle, no quería mentir y de alguna manera seguir picando el bichito de su consciencia. Tomé mi celular del escritorio y la saludé dándole un beso en la mejilla.

—Vamos afuera, está fresquito —dijo enredando su brazo con el mío.

Salimos y me estiré, llegando a tocar unas decoraciones de papel crepé azul en el techo, esas que los niños se esfuerzan para tocar saltando, corriendo de un extremo a otro por el pasillo.

—Llévame a conocer la cafetería, te compro lo que quieras —me dijo Anne, pero no le pude prestar mayor atención. Veo a Noni, está mirando el patio por una ventana al final del pasillo, no sé si está triste, cansado o simplemente esa es su expresión usual.

—Se me olvidó —pensé en voz alta llevándome una mano a la cabeza, y sentí la culpa pegándome una dura bofetada. Bajé mi mano tapando mi boca y sonreí sin más.

Anne miró a Noni confundida.

—Vamos —le indiqué en un susurro y ella rodó los ojos como una niña pequeña mientras la arrastraba de la muñeca. Anne odia presentarse ante nuevas personas.

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, Noni nos sintió y giró rápidamente, sobresaltándose ligeramente en el acto.

—Hola Noni —dije y sonreí dándole una palmadita en su espalda.

—Hola —nos saludó tímidamente.

—Ayer se me olvidó que almorzaríamos —me disculpé e hice una mueca, poniendo una mano en mi contracturado hombro.

—No se preocupe —murmuró y sonrió nervioso, cesando aquella sonrisa con torpeza e incomodidad. Le debe estar chochando la presencia desconocida de Anne.

—Entonces vamos —le propuse alegremente y Anne asintió amablemente, al notar igual que yo, lo enervado que está. Iba a hablar, pero cerró su boca rápidamente y sonrió asintiendo.

Emprendimos camino a la cafetería, mientras Anne no dejaba de mirar al despeinado pelirronanja.

—Ella igual es enfermera, te la presento, Anne García —dije apuntando a Anne con mi pulgar.

—Mucho gusto —dijo Anne mirando al frente mientras se apoyaba en mí para acomodarse su zueco blanco.

—Igualmente —dijo él mirándola levemente, y sonrió suspirando como aliviado.

Comenzamos a bajar las escaleras y Anne empezó a cargarse en mi brazo más aún—. Me duelen demasiado los pies —dijo su habitual frase.

Llegamos al kiosco de la cafetería, que está a un lado de donde entregan almuerzos para los estudiantes. Hicimos la cola detrás de un chico con uniforme de rugby, que pidió un agua mineral, y que al parecer estaba muy apurado, porque giró a toda prisa, topando con Noni bruscamente.

—¡Cuidado! —reaccioné tardíamente.

—Lo siento, lo siento —dijo el chico apretándole el brazo al más bajo, mirándolo fijamente y muy de cerca, como para cerciorarse de que su expresión no muestra indicios de dolor.

El desconcentrado chico se fue trotando sin darle mucha importancia al pequeño reciente accidente.

—¡Tu vuelto! —le indicó Anne al rugbista levantando la voz por la dirección en que se fue.

—¡Oh! —exclamó él y se devolvió rápidamente, para con prisa tomar sus monedas del mesón, pasando a botar la boleta al piso, sin dar las gracias.

Nos miramos con Anne indignados, pero solo nos limitamos a negar con la cabeza sonriendo, pensando lo mismo.

—Espero que nunca aprenda a conducir —dijo la cajera entre dientes.

Noni se agachó para recoger la boleta que se le cayó al chico, y guardó aquel fino papel en su bolsillo trasero.

Anne compró dos ensaladas, dos cafés y una bebida energética. Cuando le preguntamos a Noni si quería algo lo dudó mucho, poniéndose inmensamente nervioso.

—¿Quieres un brownie? —le pregunté suavemente, y él asintió rápidamente.

Anne sonrió y lo pidió a la cajera, que claramente parece ser menos paciente que nosotros.

Volvimos a la enfermería, y me apoyé en el marco de la puerta para estar pendiente de si alguien necesita atención. En un momento, Anne se agarró la espalda para sentarse en la silla a un lado de la camilla.

—Oficialmente soy de la tercera edad —bromeó y sonreí.

Noni abrió su brownie, y cuando lo probó emitió un extraño murmuro de satisfacción, que solo mi buen oído pudo percibir. Anne comenzó como siempre a sacarme tema de conversación, el cual seguí gustoso.

De repente, por el pasillo vi a Joni, corriendo hacia nosotros.

—¡Traidores! —exclamó abrazándome de improviso, me reí y tuve que agarrarme a la camilla antes de caerme.

—¿Cómo estás? —le pregunté a Joni sonriente.

—Bien —dijo, recibiendo con una sonrisa de oreja a oreja, el resto del brownie que le ofrece su hermano mayor.

─∙🌵∙─

Tercera edad... porque como las personas mayores siempre tienen dolores...

Comprendí la broma que había hecho la amiga de West..., y reí. ¿Cómo no lo entendí?, ¿y por qué me hace tanta gracia?, ¿o es que me hace gracia el hecho de no haber comprendido algo tan fácil y aburrido en realidad? Digo, ¿si quiera debe dar risa?

Inmediatamente sentí y vi por el rabillo de mi ojo como todos volteaban a verme. La voz de la profesora cedió, y sentí un bochorno de vergüenza.

—Cuente el chiste, así nos reímos todos —me dijo la profesora. Levanté la vista y la miré, comprendí y me di cuenta de que quizás está hablando de algo muy importante, y la he desconcentrado.

Escuché un teléfono vibrando desde atrás. El conserje cerró la puerta desde afuera. Me pica la oreja derecha... La profesora me sigue mirando, y debo hacer algo.

Repasé el archivero en mi mente de posibles soluciones y seleccioné dos opciones con la misma lógica: Hacer lo que me pide y contarle el chiste a toda la clase. O disculparme.

Su tono de voz refleja molestia, ¿así que digo perdón, lo siento o mejor un "perdóneme"?

—Perdón —murmuré y bajé mi vista a la hoja en blanco de mi cuaderno.

Todo pasó. Tomé un hondo, pero silencioso respiro, y miré la proyección en la pizarra, puse atención a lo que la profesora está explicando y me di cuenta que ni siquiera he puesto la fecha.

Terminé de escribir todo, y cuando comencé a leer la pauta del trabajo que nos entregaron, entró Richard Santoro, bajando la intensidad de su trote, jadeando sudado, con el casco de rugby bajo el brazo.

—Se toca don Santoro —lo reprimió la profesora Irene.

—Lo siento, lo siento —se disculpó Richard hablando rápido, dirigiéndose a su puesto de atrás.

Siempre pasa lo mismo, cada martes a la misma hora. Llega atrasado, anda apurado y tiene algunos malos modales que molestan a los profesores.

—Ya... —suspiró la profesora sentándose en su escritorio—. Atención, voy a dar los grupos, recuerden que...

No pudo terminar, porque una precipitada y exaltada voz se sintió desde atrás—: ¡¿Usted va a dar los grupos?! —junto a una rápida agitación por parte de todo el curso. Yo también sentí esa agitación, pero simplemente apreté mis manos con mis muslos internos, y bajé la vista contiendo las ganas de quejarme o algo parecido.

—¿Me dejan terminar? —dijo la profesora notándose ya muy harta. Por lo usual el curso es tranquilamente normal, pero con la profe Irene se desquita—. En la pauta de evaluación está, lean muchachos —dijo, seguido rodó los ojos y dijo algo entre dientes enrabiada.

Comenzó a dar los grupos, y en cuanto estaban formados, los integrantes de cada uno se paraban y juntaban, lo que concluyó en provocar mucho alboroto en el aula.

—Santoro, usted va estar con... —dijo pensante la profesora Irene mirando la lista—, con Lissette y Tomás...

Sentí como Richard celebraba desde su puesto, lo miré para atrás, él y su mejor amigo se allegaban al puesto de Lissette, quién también sonreía. Volví a sentarme bien y di por hecho lo obvio.

—A ver quién queda... —balbuceó pensativa, mordiendo su lápiz.

Inconscientemente levanté mi dedo índice, pero no más allá de la altura de mi cabeza.

—Uhm... —dije queriendo llamar su atención.

Iba a tocarla, pero pensé que igualmente se daría cuenta mirando la lista, así que volví a mi posición de antes rápidamente.

—Noni —dijo con tono firme. Levanté mi vista, ella me miró y se encogió de hombros, apretando los labios, levantando las cejas dándome a entender que no puedo ni puede hacer nada para no dejarme en aquel grupo.

Para no dejarme en un grupo, en realidad.

Me paré tomando mi cuaderno, mi pluma azul y la pauta. Llegué donde mi grupo y Tomás fue el primero en verme, le codeó a Richard, quien levantó la vista de su celular, miró a Tomás extrañado y luego a mí, que me iba sentando lentamente al lado de mi compañera Lissette.

—No —pataleó Richard, de golpe.

—¿No? —lo encaró la profesora, desde su escritorio—. ¿Por qué tan mal humorado Santoro?

Richard se rascó la oreja y se rio mirando para el lado.

—Nada, nada —dijo fingiendo estar desinteresado.

—Pórtense bien, no son niños —dijo mi profesora antes de volver la vista a su laptop.

Tuve que mentalmente repetirme muchas veces que solo es un trabajo grupal, que mientras no haga ningún comentario nada malo ha de pasar, y que si Santoro u alguno me llegara a molestar solo lo debo ignorar. No importunar a nadie ni incomodarlos. Sí, ya lo hecho, total convivo con estos chicos cinco días a la semana.

—Podríamos dividirnos los trabajos —comenzó por hablar Lissette, con su voz suave.

Sentí un violento estallido, que me sobresaltó e hizo doler mis oídos agudamente. Seguido sentí la risa de Richard, ha reventado una bolsa de papas fritas, apretándola desde abajo. Tragué saliva saliendo del pequeño shock, y Tomás y él comenzaron a comer escondiendo la bolsa debajo de la mesa.

—Chicos, se les va a unir Alana cuando vuelva —nos informó la profe Irene, Lissette le levantó su dedo pulgar.

Tocaron el timbre y al instante, todos se pararon y esfumaron, al igual que la ilusión de que mi pequeño plan de devolverle la boleta que se le cayó a Richard funcionara.

Salí y me dirigí a mi casillero. Tomé mi botella de agua y regué mi cactus que está en la repisa de arriba. Por su forma y sus ramas, este cactus es un tanto peculiar, pareciera como si quisiera siempre abalanzarse sobre mí y abrazarme, como cierta personita llamada Joni. Su macetero está forrado con un lindo paño de crochet de muchos colores y sus espinas son doradas.

Puedo sentirlo presente otra vez, a Richard, nuestros casilleros no están tan lejos. Les platica a unas chicas, y se ríe divertidísimo mientras uno de sus amigos le rodea el cuello con su brazo.

No debería querer juntarme con él, ni ansiar ser su amigo otra vez..., pero no lo puedo evitar. El tiempo que pasamos juntos —cuando teníamos de once a doce—, son de mis recuerdos más importantes, y especiales, aunque me supongan dolor y pena.

Volvió este año a la escuela, y es muy popular, se metió al equipo de rugby y siempre está rodeado de personas, es querido, aunque no tanto por los profesores. Y es siempre jovial, siempre. Siento su risa incluso si está en la cancha, y yo al otro extremo en el invernadero, observándolo desde los ciruelos mientras el corre con el balón empujando de un solo manotazo a su contrincante.

Que ganas de ser una de esas personas, pero para él, ahora no soy más que un chico al cual evitar.

Cuando me miró penetrante y molesto, después de que la profe Irene le regañara, me sentí muy mal. No había abierto la boca, no había dicho nada raro, ¿qué hice mal entonces? ¿Mi sola presencia le molesta? Puede ser... Lo que no puede ser es que Richard y yo seamos amigos.

Suspiré, miré hacía mi lado izquierdo, y lo vi... Slender Man.

Mis piernas se tensaron y quise desaparecer, porque ya sabía que estaba todo rígido, y no quería que West me viera así.

Desde que me atendió en la enfermería siento miedo, mucho miedo de arruinar todo. Me puse tan nervioso, cada vez que estoy con él me hieren unos nervios voraces. Cuando me habla y me mira... Ay, amaría tener el valor de decirle—: Por favor deja de mirarme, no lo vas a conseguir, solo seguirás provocándome nervios.

O decirle—: Vas a provocar tanto el tic de mi cabeza que voy a morir auto decapitado.

No le puedo sostener la mirada a las personas, solo lo hago cuando me siento obligado, con mis profesores, por ejemplo. Sé con West será imposible. Cuando estamos juntos simplemente quisiera extinguirme, siendo que quisiera quedarme horas a su lado.

Es tan amable, por él vencí el miedo de comenzar una conversación, yo le propuse que almorzáramos juntos, ¡yo! Cuando llegué a mi casa no dejaba de pensar en eso.

Duele adentro, como cuando las personas dicen que les duele el corazón. Tal vez es eso lo que siento. Me deprime pensar que puedo perder la primera posibilidad de hacer un amigo, un conocido... Que sencillamente pueda congeniar con alguien sin que se aleje una semana después, porque me odia, ya que le dije algo que mi sensibilidad no percibe mal.

Pero también quizás solo es tan gentil porque soy un simple estudiante. Quizás es así con todos.

Bajé mi vista y miré mi muñeca, que comienza a tomar una coloración roja. Supe que debía calmarme, e intentar reprimir ese pensamiento que me llevó a rascarme la muñeca con tanta fuerza.

Pensé que podría ir allá con él, así que miré a mi alrededor, los pasillos ya están casi vacíos.


─∙🩺∙─


Estaba atentamente leyendo mis apuntes, viéndolos cada vez más y más borrosos, las letras danzaban en el papel..., pero sentí que tocaron la puerta.

Rápidamente levanté la vista y me froté los ojos para espabilarme, practiqué una rápida sonrisa y me paré.

—¡Ya va! —avisé acercándome a la puerta. La abrí y me encontré con el director. Hombre robusto y bajito, de terno marrón y una pelada lustrosa en la que me reflejo. Pocas veces me ha visto, y debo decir que esas ocasiones no han sido especialmente agradables. Cuando me presenté el primer día me miró y su cara expresó algo como—: ¿Invertí en esta sala para que atienda un universitario? ¿Me están tomando el pelo que no tengo? ¿Me están jodiendo?

Los nervios me consumieron en un segundo, pero se evaporaron y me sentí firme, dispuesto a escuchar todo, lo bueno o malo. Aceptar mi paga o comenzar a pensar en mi renuncia.

Pero bueno, fue un día largo en el que mis huesos no han dejado de estar atrofiados. Se largó a llover y me empapé entero cuando salí de la universidad. Al entrar al edificio me encontré con la escena de dos vecinos del primero discutiendo a garabato limpio, mientras las goteras en el techo del último piso caían a chorros.

Es como si el edificio fuera una triste caja de cartón agujereada con un lápiz.

Se oyó un ladrido, el perro salió a mi encuentro y yo me hice el tonto.

Palmeé mi muslo y se acercó corriendo hacía mí. Tocándole el lomo comencé a subir, con él a mi lado, oyendo los gritos de un tercer vecino enojado. Como si el perro entendiera que lo mejor es pasar desapercibido, se mantuvo en silencio y seguimos subiendo, en puntillas.

Entramos a mi apartamento y me apresuré para servirle comida, en un sartén, que fue lo primero que encontré. Fui a sacarme la ropa mojada y tapé la única gotera que hay con un cuenco rosado.

Me puse ropa cómoda e hice mi comida, papás cocidas de las que me regaló Noni, unos tomates y cocí la última pechuga de pollo, que había reservado para este momento, si es que todo salía bien.

Suspiré y sostuve mi mentón con mi mano. Creo que no hay nada más triste que hacer una sobremesa solo.

—Parece que te gustó —le dije al perro, que yace al lado de la sartén ya vacía. Le silbé para que se acercara, llegó donde mí y lamió mi codo—. ¿No te gusta aquí verdad? A mí tampoco... Pero no publican nada nuevo en la página de arriendos, me sé de memoria todos los anuncios de esa página, ¿sabes?, es mi pasatiempo favorito después de bailar...

Sonreí y me froté los ojos, sé que no me responderá, eso es lo que me apena, aunque debo reconocer que me extraña que me esté mirando y escuchando tan atentamente.

Me estoy volviendo loco Mariely.

Contexto: me pagaron, seguiré trabajando. Compré algunos útiles que me faltaban y una bolsa de comida para perro adulto.

Me quedé mirando al goldador y suavemente le abrí su ojo malo. Examiné y con una servilleta le limpié las legañas. Por suerte se quedó muy quieto, pero era evidente que le incomodaba.

—No creo que pueda hacer más —murmuré pensando en voz alta. Sí o sí debe verlo un veterinario. Se fue a acostar al sillón de cuero y me quedó mirando, como si esperara que yo también fuera.

De repente, me sobrecargué de energía, que solo pudo generar la alegría de haber tenido un buen día. Me paré y flexioné las rodillas dando dos aplausos incitándolo a que se bajara del sillón.

Y el perro se volvió loco.

Se emocionó a tal grado que en un momento me asusté y llegué a creer que tenía convulsiones. Empezó a gruñirle con fuerza y acercarse con saltitos a una nueva gotera que salió cerca de la ampolleta, luego a saltar para alcanzar algo invisible en mi mano. Así fue como terminamos retozando en la desgastada alfombra plagada de moho, y a jugar con una pelotita de papel. Me reía de como se refregaba de espaldas buscando que le rascara su barriga rosada, y sí lo hice, con cuidado de no hacerlo fuerte, para no pasarle a lastimar las sobresalientes costillas. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro