19 "Por si nos herimos de la peor forma"
El viernes desperté con el sonido de la lluvia golpeando mi ventana. Segundos después sonó la alarma. El frío me tenía congelados los pies, aunque tuviera calcetines puestos. Era el día veintiuno de junio. Mi cumpleaños número dieciocho.
Al desayuno, la primera persona en decirme «¡Feliz cumpleaños!» fue Joni, abrazándome cálidamente. Yo me dejé, dándole unas palmaditas en la espalda. Como siempre, estaba más emocionado que yo. Mis padres me saludaron antes de irnos al colegio solos junto a Joni. Anoche West se había quedado en la clínica, acompañando a su hermana.
Cuando llegué del colegio el miércoles por la tarde, me enteré que Romina había tenido una pérdida de sangre. Mamá estaba al teléfono hablando con West, deduje que hace mucho rato, porque algo se había quemado en la cocina. Algo era más importante que los bizcochos. Me contó que encontró a Romina en el baño pidiendo ayuda, con mucho dolor de abdomen. Ella la socorrió y West tuvo que salir del trabajo para llevarla a la clínica.
Me dio angustia la posibilidad de que haya podido perder al bebé. Pero no pasó, aunque sí quedó internada, con observaciones, ya que había sido un percance no menor. Lo más probable es que le den el alta el fin de semana, por lo que su habitación seguirá siendo ocupada por un nuevo huésped. Tuvo que cederla, porque se han llenado todas las reservaciones.
...
Durante la semana me junté mucho con Lissette. Todos los recreos, caminábamos sin rumbo por los pasillos hablando sin parar. Bueno, ella hablaba sin parar, pero no es como que yo me quedara callado. Me extrañaba al principio, puesto que siempre la veía acompañada de muchas amigas y amigos. Ella es muy popular. Pero ahora, yo parecía ser la única persona a la que se quería acercar.
Cuenta buenas historias y es graciosa. Tiene sueño la mayoría del día y un aire triste, cómo si todo el tiempo tuviera melancolía. Ella sonríe y suspira al mismo tiempo.
No terminó de entender qué es, pero siempre está riéndose de mí. No es como que me moleste o se burle, simplemente se ríe o me imita. Dice que hablo como un catedrático. O un político.
Dice muchas redundancias.
—¿Vamos a la cafetería? —dijo un día, llegando junto a mí, que estaba en mi casillero.
—Bueno —acepté. Comenzó a caminar, cerré mi casillero y la seguí.
—Bajemos para abajo —sonrió.
—¿Bajemos para abajo? No, no corresponde que lo digas así, es una redundancia.
—Ay Noni —chasqueó la lengua—, sí lo sé... No soy estúpida.
—Nunca dije que eres estúpida —balbuceé.
Lissette se detuvo, mirándome con extrañeza.
—Ya... Da lo mismo —suspiró desinteresada—. ¿Cómo te fue en el examen de historia?
—Bien, tuve un diez. ¿Y tú?
—Te odio —rodó los ojos. Iba a decir algo, pero ella volvió a hablar antes de que pudiera—. Me fue súper mal, no entendía nada... Es que me daba una flojera tremenda leer.
—Tienes que leer a conciencia... Cuando estudiemos para los exámenes, podría enseñarte un método.
—¿Cuándo estudiemos... para los exámenes? —preguntó con extrañeza, yo asentí.
—Quedamos en eso ayer... ¿O ya no quieres? No me importa si ya no quieres —comencé a ponerme nervioso.
—Ah... —asintió Lissette—. Sí, lo siento, lo siento. Hoy ando con muchas cosas en la cabeza. Qué bueno que me recordaste.
Con el paso del día estuvo menos irritable, ya que andaba bastante arisca. Cuando me di cuenta de ello me alegré, y se lo comuniqué, el que me sentía aliviado. Pero creo que se enojó...
A Lissette se le da muy bien lo manual y la confección, me explicó que la mayoría de los accesorios que tiene los ha hecho ella. Quiere estudiar diseño de modas o cosmetología, pero dijo que tener una tiendita donde vender sus cosas le seria suficiente.
...
Le pregunté si quería venir a mi casa, para que pasáramos mi cumpleaños. Y después de alegar sobre por qué no le había dicho con antelación, para tenerme un regalo, aceptó.
Llegue a casa junto a Lissette, quien no entendió por qué la había llevado a un hotel.
—No creas que te daré ese tipo de regalo —dijo y yo me quedé absolutamente consternado. No podía creer que desconfiara de mí de esa manera hasta... que empezó a reír. Comprendí que solo bromeaba. Aunque siguió sin causarme gracia, cosa que incrementó su risa.
Con todos los cuartos ocupados, había bastante alboroto en la primera planta. Lo cual me hizo sentir culpable, ya que sabía que mi cumpleaños formaba parte de las preocupaciones de mi madre en su cabeza. Aun así, había bastante organización por parte de mi padre.
Subimos al segundo piso y me puse nervioso. Nunca había llevado a nadie a casa, no sabía qué hacer. Ordené mis ideas y supuse lo primero y lo más lógico, presentar a Lissette a mi madre.
Mamá se puso contenta al verla y después de las debidas presentaciones comenzaron a charlar de manera natural, las palabras fluían a borbotones de sus bocas. Como si Lissette fuese mi amiga desde siempre.
Luego llevé a Lissette a la huerta, tenía que preparar unas lechugas y unas plantas interiores que habían encargado. No sé con qué quedó más desconcertada Lissette: si cuando entró al jardín o presenció cómo ganaba dinero con el. Estaba igual que West aquella vez: maravillada y curiosa. Le pareció increíble y no creyó que yo cuidara cada una de las plantas allí.
Llegó la clienta y despaché sus plantas. Era una señora que antes también había comprado. Vive en un apartamento y tiene sus plantas en el balcón, pronto cercaría este hasta volverlo una especie de galería, para que sus plantas no se dañasen con el frio en el invierno. Me contó todo esto mientras subíamos las plantas a su camioneta. Al final suspiró y negó con la cabeza frustrada. Me dio la impresión de que pensó que no le había prestado atención o no me interesaba lo que me contaba, pero no era así.
De hecho, abrí la boca.
—¿Tiene plástico de burbujas?
—¿C-cómo...?
—¿Tiene? —reiteré. Ella negó, confundida.
—Yo tampoco —dije y ella se confundió aún más—. Pero le puedo compartir malla térmica, que es lo ideal para las plantas más frágiles, los brotes nuevos, las recientemente trasplantadas o las que necesitan sí o sí una temperatura alta, como sus palmeras enanas —expliqué enumerando cada punto con mis dedos. La guie nuevamente a la huerta, me acerqué a la parte que da al garaje y saqué de detrás de los bidones el rollo de manta térmica. Estiré este sobre la mesa y lo corté igual a como papá me enseñó a cortar tela—. Anotaré las indicaciones para que la use —dije y busqué algo para escribir, ella se adelantó y me devolvió la boleta, para que anotara en el reverso—. Sea consiente y quédese tranquila de que con esto sus plantas no perecerán. Aparte cumplirán su proceso de fotosíntesis porque como ve, la manta es casi transparente. Parece telaraña, ¿verdad? —ella asintió un poco mareada, por toda la información que le estaba dando, pero no me preocupé en volver a explicárselo, puesto que lo estaba anotando—. La manta conserva el calor porque genera un efecto invernadero. Le pregunté si tenía plástico de burbujas porque es otra opción, no muy recomendable si me pregunta, pero que, a fines de cuentas, cumple la misma función. El problema es que no es tan transpirable como esta malla...
Doble el pedazo que corté, de dos metros por dos metros y se la di.
—Oh, muchacho, que amable eres. ¿Cuánto cuesta? —dijo y yo fruncí el ceño.
—Nada... No se la estoy vendiendo. Le quiero dar... compartir este pedazo nada más, para que pruebe —me pareció ver, que aquella mujer mayor de vestido blanco y sombrero violeta tenía los ojos vidriosos—. Ya si le funciona, usted me dice y yo le doy el dato de donde la compro.
La señora asintió y noté como claramente se limpiaba una lágrima con un pañuelo que se había sacado de la manga derecha.
No entendía.
—Muchísimas gracias, por todo —dijo antes de subirse al auto—. No quise asustarte hijo... Esta vieja es sensible —dijo y yo sonreí con los labios apretados—. Siempre quise criar un buen muchacho, como tú... Tus padres deben tener mucha suerte.
Bajé la vista y sonreí un poco incomodo, pero sintiéndome halagado.
—Yo también le agradezco a usted, es una buena clienta señora Marcus... Una buena mujer que iba a construir una galería solo para que sus plantas no murieran. No cualquier persona se preocuparía tanto —dije y asentí ágilmente, con el ceño fruncido, de manera que pudiera demostrar mi respeto. Ella comenzó a reír.
—Qué bueno que no lo hice... Qué bueno.
La señora Marcus se fue y volví a la huerta, donde me esperaba Lissette, de brazos cruzados mirándome de una forma que no terminé de descifrar. Era como si estuviera pensando algo que quería decirme, pero no se atrevía.
—¿Qué? —pregunté. Ella negó y sonrió sin más.
—Te iría de maravilla como estafador, pero eres demasiado bueno.
—¿Qué...?
Cuando se hizo más tarde, tipo ocho, decimos ir adentro. Subimos y fuimos a mi habitación.
Estaba la lámpara de mi velador prendida y las cortinas abiertas. Afuera había empezado a chispear y podía escuchar la radio de mamá en la cocina. Comencé a extrañar a Joni, cosa que me extrañó, puesto que relativamente debería estar acostumbrado a que se quedé los viernes hasta tarde practicando. Pero aun así, sentía la necesidad de que estuviéramos los dos. En mis cumpleaños, él era con quién siempre la pasaba.
—¿Puedo ver tu ropa? —preguntó Lissette, deteniéndose en mi armario
—Uh... Bueno, pero no toques los cajones, ahí está mi ropa interior —balbuceé bajando la cabeza, ella soltó una risita.
Sus ojos marrones destellaban a la luz de la lámpara, y se movía con calma, cosa que me puso nervioso. No sabía qué hacer, ella tampoco comentaba nada, simplemente paseaba sus dedos por las prendas colgadas en mi armario. Algunas las sacaba para estudiarlas mejor y otras no le llamaban para nada la atención. Comencé a notar cierto patrón entre lo que le gustaba y lo que no. Las blusas no le llamaron mucho la atención, excepto las con cuadros, de colores no muy sobrios. También le gustaron mis polerones o jerséis, en su mayoría verdes (cualquier verde menos uno chillón) y grises. O ambos.
—Esa blusa estaba colgada adelante. No desordenes... Por favor —le pedí en voz baja, sin atreverme a mirarla.
—Ya entendí, ya entendí.
Lissette siguió examinando mi ropa. Nunca sentí que nadie penetrara tanto en mi espacio.
—Me encanta... —le oí decir. Levanté la vista y vi lo que había sacado, era mi jardinera.
—Oh... Esa siempre la usaba... Pero el peso de las herramientas hizo que se le empezaron a desgastar los bolsillos —le expliqué y llevó la jardinera a la cama, sentándose junto a mí. Tomé una pierna—. Tiene manchas de cloro y tierra... por aquí —dije en voz baja. Había pasado bastante tiempo guardada, pero aún así tenía olor a detergente.
—¿Puedo customizarla?
—¿Qué le quieres hacer?... —dije con un poco de miedo. Es una prenda muy preciada para mí, por lo que me preparé para lamentablemente negarme.
—Algo pequeño... Un bordado —sonrió emocionada, como alguien que tiene una idea. Después de pensarlo, acepté.
Lissette sacó de su mochila una caja mediana con muchos hilos de carrete, agujas de distintos tamaños, unas tijeras y una pinza. Enhebró una aguja con color verde y otra con un tono beige y comenzó a bordar el bolsillo de la pechera de mi jardinera, perforando la aguja y sacándola con agilidad y precisión. En menos de un minuto, comencé a ver la clara forma de una espiga.
Me gusta Lissette. Me gusta cuando me pregunta cosas de mi día, si había visto aquella noticia en la televisión, me pide consejos o mi opinión sobre algo. No me gusta cuando me pregunta si me había enterado de la pelea en la cafetería o visto a la profesora Irene subiéndose al auto del director. Se emociona mucho con ese tipo de cosas..., pero, aun así, me he divertido mucho con ella.
En cierto punto me recuerda a la actitud de Richard, un poco impulsiva y deslenguada.
—¿Por qué nunca habíamos conversado? ¿Por qué si querías conocerme no te acercaste? —me preguntó en un momento, mientras seguía bordando concentrada.
—No sabía cómo, y no me atrevía... Al parecer tú tampoco.
—Pero yo sí lo intenté —rio—. Es solo que esas veces en que me sacaste de quicio hicieron que se me fueran un poco las ganas —sonrió como en un suspiro y bajó la cabeza—. Pero quería hablarte porque... no soportó ver a las personas tan aisladas. Cuando llegué al colegio, al curso, sentía que debía hablar con todos al menos una vez... La vida es demasiado rápida y me arrepentiría sí solo por miedo no te hubiera hablado. Quiero conocer a cuantas personas me sean posibles... Muchas personas... —dijo y se detuvo, para suspirar. Luego siguió bordando, cambiando los hilos con una rapidez impresionante—. Te aíslas tanto que de verdad pareciera como si no quisieras hablar con nadie... ¿Es que no quieres hablar con nadie? —preguntó. Me encogí de hombros. La verdad, a este punto de mi vida me daba igual—. Y eres... Eres normal.
—¿Lo soy?
—Digo... Sí... Bueno... no... No lo sé —balbuceó e hizo una mueca. Luego sonrió y me miró—. ¿Eres normal?
—Creo que no.
—¿Por qué lo dices?
Dirigí mi vista al frente y analicé la situación. Quizá la palabra "normal" no tiene sentido en este contexto, pero hablé.
—Pues... básicamente, un papelito que le dio un pediatra a mis padres cuando yo tenía siete años, acredita que no soy una persona normal.
Lissette frunció ligeramente el entrecejo.
—Tengo condición de TEA... Trastorno del Espectro Autista... Se conoce como Asperger... Ummm... Básicamente tengo características autistas... ¿leves? No sé si comprendes... —dije—. Yo no manejo... muy bien las habilidades de comunicación. Y no creo estar interesado en las mismas cosas que las otras personas —dije y ella volvió a detenerse, para mirarme con atención—, perdón Lissette, pero lo que menos me interesaba hacer era ver como se estaban moliendo a golpes en la cafetería el martes. Por emocionante que lo hagas ver... no me produce nada... Ni porque sean nuestros compañeros. Perdón si no te defendí aquella vez que colgaron tu corsé en el escritorio del profesor y lloraste... Es que tampoco me interesabas... En ese entonces.
Lissette se removió en su lugar y tragó saliva.
—Siempre eres muy... honesto —susurró y sonrió con el ceño ligeramente fruncido. Pasó un mechón de pelo detrás de su oreja y volvió a tragar saliva. Las puntadas que daba con el hilo comenzaron a ser más lentas.
—Como dice mi mamá... Si he metido la pata, me disculpo —dije—. Al principio... pasado un rato, te podré parecer... bien... —no hallé como decirlo—. Pero eso solo dura hasta que digo algo que espanta a los demás. Ya estoy acostumbrado... Yo... Eso —terminé de decir. Si hubiera tenido miopía, ese hubiera sido el momento en que nervioso, me hubiera removido en mi lugar y acomodado los anteojos. Pero solo cumplí con lo primero.
Lissette se quedó callada, y se puso sería, cosa que me extrañó un poco. Me había acostumbrado a verla sonreír y no tomarse nada muy enserio.
—Noni... —hizo una mueca—. Yo no sé qué decir..., pero gracias por contarme, porque ya estaba empezando a sentir que te caía mal.
Abrí los ojos con impresión y ella sonrió.
—Pero... Pero yo ya pensaba lo mismo, que estabas enojada... —dije alterado y ella siguió sonriendo.
—Nada que ver... Lo creas o no, soy más respondona que tú —dijo—. TEA... Asperger... Aspi. ¿Así se hacen llamar, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Porque soy genial —dijo poniendo sus manos en su cintura, luego sonrió y negó—. No... Es que lo he escuchado... Pero ahora estoy un poco confundida, es que... en serio pareces dentro de todo... normal —dijo aquello último, con una entonación del tipo pregunta. No muy convencida.
Sonreí levemente.
—Me lo han dicho varías veces... hasta que, como te digo, hago algo o digo algo... —dije, pero me detuve—. Hasta que soy yo mismo, simplemente. —Lissette asintió—. Yo me guardo... todo. Me guardo todo... Cuando pequeño era demasiado hablador, ahora soy demasiado callado. Porque aprendí... Aprendí que lo mejor es no hacer enojar a las personas... Entonces en vez de fingir... tanto... me acostumbré a convivir con nadie más que mí mismo —miré en dirección a mi lampara, detrás suyo. Ya no podía seguir mirándola—. Estoy bien así..., pero también hay momentos en que de verdad me gustaría... conversar con alguien —dije, Lissette se mantuvo callada—. No seré un genio..., pero soy bueno con los números... —sonreí de lado—, nunca me ha costado leer, me va bien en el colegio, a menos que me descuide por esa falta de interés, que te expliqué... Ahora gano dinero con lo que me gusta hacer... Soy un aporte para costear los gastos del hostal. También soy... Uh...
—¿Cabezota? ¿Llevado a tu idea?... ¿Terco? —me ayudó Lissette, alzando las cejas, sonriendo mientras se iba alejando lentamente, como temiendo que me enoje.
—No creo que sea la manera correcta de decirlo...
—¡Ves!
—... ¡Pero sí! —terminé de decir, exaltándome, y ambos comenzamos a reír. Se me azoraron las mejillas y a ella le llegó a doler el estómago.
Cuando nos calmamos. Sentí vergüenza de sentir como mis ojos se llenaron de lágrimas. Para mí no son normales este tipo de emociones, no sé manejar muy bien tanta felicidad.
Aparté la vista y me puse serio.
Vi por el rabillo del ojo como Lissette seguía sonriendo, pero ahora me miraba haciendo un puchero.
Se acercó a mí. Sentí su cabeza recaer en mi brazo muy lentamente, como pidiéndome permiso. Accedí. Su contacto me agradaba, aunque se sintiera extraño. Me quedé quieto, sentí un déjà vu... y quise tomar su mano. Lo hice lentamente, también pidiendo su permiso. Ella accedió.
Era como una promesa. No sería impedimento de nuestra amistad si llegábamos a herirnos de la peor manera, si yo metía la pata como nunca... Porque ella lo sabría, ella me entendería... Lo esperaba.
—Eres genial... —susurró—. Te juro que nunca me había sentido tan estúpida ante nadie —dijo y su voz se cortó. Secó sus ojos antes de que derramará alguna lágrima.
Yo negué y me dieron más ganas de llorar, porque aquello que dijo me dio impotencia. No tenía por qué sentirse así. No lo entendía.
Quise explicarle aquello, pero creo que mi desesperación fue mucha, porque Lissette hizo ademán de que me callara y tranquilizara con suavidad.
—No... Si... todo está bien —dijo y noté lo mucho que había fruncido el entrecejo y cómo mi corazón latía con fuerza. Mi garganta ardía.
Ella sonrió cálidamente y volvimos a quedar en la posición anterior. Ella apoyando su cabeza en mi hombro.
—¿Soy válido?
—Lo eres... Claro que lo eres... ¿Y yo?
—Por supuesto Lissette. Por el tan solo hecho de existir.
La sentí reír bajito, y apoyé mi cabeza en la suya.
—Ahora... ¿Estás súper intrigado por saber qué fue lo que pasó entre Richard y yo? ¿Verdad?
—La verdad es que no..., pero ahora que lo mencionas, te puedo escuchar.
Me contó que habían estado "andado" desde hace mucho. Pronto me explicó que "andando" significaba el querer estar siempre juntos, a solas, charlar y darse besos inevitables que simplemente sucedían dejándolos muy confundidos a los dos. Y recalcó el que nunca se hayan confesado sus sentimientos. El problema fueron las cosas malas que se dicen de Lissette. Como que anda "andando" con muchos chicos a la vez. O que muchos chicos de su escuela antigua tienen fotos de ella explicitas. Las cosas habían estado tensas desde hace un tiempo, debido a todos estos rumores, y porque concordamos en que Richard es bastante vulnerable, (no se lo dije, claro). El día de la charla todo estalló, en un acto meramente malo, uno de los amigos de Richard le mostró ahí mismo una foto de Lissette en una pose supuestamente sugestiva y que ella le había enviado a todo el equipo de su antiguo colegio en una ocasión.
—Ese tipo es un incompetente.
—¿Sabes? Ni siquiera me importa ese tipo... ¡Y esa foto me gusta! No estoy desnuda, estoy con un traje de baño a crochet que yo misma hice. Lo malinterpretaron todo... Son unos imbéciles —dijo furiosa, abrí la boca, pero volvió a hablar—. Me enojé con Richard por quedarse callado, por creer absolutamente todo lo que le dijeron... Hasta inventaron que hay videos míos, y Noni, ¡yo soy virgen! —dijo muy alterada, aquello último lo susurró. Tragué saliva y noté lo gravedad del asunto, pero antes de poder hablar, ella se echó a reír—. ¿Tú también lo eres?
—Sí... —balbuceé—. ¿Tú... crees que alguien se acostaría conmigo?... Me pongo a sudar y temblar con facilidad —dije angustiado, hablando en voz muy baja. Lissette tuvo que taparse la boca para contener la risa y yo seguí mirándola afligido.
Me quedé con Lissette sentado en la cama otro rato. Comprendí que ambos teníamos algo pendiente, algo con nuestros sentimientos. Sabiendo lo despistado que puede ser Richard estoy seguro que probablemente no termine de concluir cual fue su error. Y ya noté que Lissette tiene albergado mucho rencor. Para que se dé una plática entre ellos necesitaran disponer de un tercero.
Salí de mis pensamientos, al escuchar el sonido de Lissette cortando el hilo con sus dientes, hizo una especie de nudo por el reverso de la tela y luego volvió a estirar la jardinera.
—Gracias... Me gusta mucho —dije mirando y pasando mis dedos por el bordado. Era una especie de ramillete de espigas rodeado por una enredadera con pequeñas hojas color verde oscuro.
—Quedó bonito —comentó, yo asentí.
—Quiero ponérmela... Me la voy a poner.
Pedí a Lissette que saliera de mi cuarto y esperara afuera. Luego procedí a sacarme los pantalones color petróleo que traía puestos y me puse la jardinera. Me di cuenta que mantenía la costumbre de no sacarme los zapatos al momento de pasar los pies, puesto que las piernas son anchas. Sigue siendo unas tres tallas más grande que la mía. Arremangué las vastas y acomodé hacía adentro mi blusa color damasco. Me miré al espejo y pude admitir que el bordado le daba un detalle muy bonito.
Pasado otro rato sentí como llegó Joni junto a papá, y fuimos junto a Lissette rápidamente al comedor. West también había llegado. Al saludarme, me miró de pies a cabeza y sonrió rápidamente, con los labios juntos. Cuando se saludaron con Lissette, ambos se miraron bastante extrañados.
—¿Me estás...? —susurró cuando esté se fue. Yo me encogí de hombros.
—Te lo dije —susurré. No me había creído del todo cuando le conté que el enfermero del colegio arrendaba en nuestra casa.
Me fue imposible no mirar en la dirección en que se fue West. Pasó directamente a su habitación y se encerró allí.
Saludé a Joni y nos quedamos los tres junto a Lissette en el living. Tal como supuse, ella y Joni congeniaron tan bien que muchas veces nuestros padres volteaban a vernos extrañados e intrigados para ver qué era lo que les causaba tanta gracia. Y me miraban a mí como desconcertados, supongo que porque sonreía. Luego llegó West al living, pero no se integró a nuestro juego de cartas. Me sentí nervioso, pero bien de que al menos estuviera allí, sentado en el sillón mirando a nadie más que a su celular, pero presente.
—No tiene sentido... Me dijiste que si juntaba tres ya podía tirarlas —se quejó Lissette por enésima vez.
—Pero solo si tienes turno para tirar el dado, ahora me toca a mí —le dije y ella negó con la cabeza.
—Pero... Ay, es que no entiendo. ¿Qué sentido tiene jugar un juego que solo tú entiendes?
—Hey, yo también lo entiendo. Me llevó años, pero aprendí —dijo Joni, protegiendo las cartas en su mano.
—Pero... vas perdiendo.
—Bueno... es que Noni es muy bueno.
—No te rindas querida, a mí también me costó al principio —la alentó mamá desde la cocina.
—Yo le he ganado tres veces a Noni, solo te falta práctica. Se consigue con los años —añadió mi padre.
—Yo me rendí al mes —confesó West desde el sillón, sin levantar la vista de su celular, alzando las cejas. Sonreí frunciendo los labios.
Accedí a que cambiáramos de juego, optamos por La Escoba, y Lissette quedó bastante contenta.
Estaba calentito, puesto que estaba de espaldas a la chimenea, que estaba prendida. El olor que salía del horno me hacía crujir el estómago. También estaba emocionado por ver como había quedado el pastel. Estaba muy contento y satisfecho con todo eso.
Nunca había disfrutado tanto de un cumpleaños. Nunca. Pero toda esa felicidad y tranquilidad que sentía, se esfumó rápidamente cuando mi madre recibió una llamada.
Era el tío Is, pidiéndole que le fuera a abrir abajo.
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Holaa, gracias por leer. ¿Les gusta Lissette? ¿Extrañan a West? Yo sí :')
Nos vemos la otra semana, o en un días, quién sabe... JSJJS saludoos ❤
—Dolly
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