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16 "Aunque me cause escalofríos"

La mañana siguiente fue un caos. Extrañamente, a todos nos carcomió un cansancio que nos hizo pasar de largo. Recuerdo apagar la alarma como siempre, pero batallar por levantarme, cosa que no conseguí después de un tiempo. Caí en el sueño de nuevo. Nos habíamos quedado hasta tarde con Romina conversando, luego de que la presenté ante los chicos y Don Aníbal. Cabe aclarar que ninguno de ellos sabía de la existencia de mi hermana, por lo que les fue bastante sorprendente.

Cuando por fin desperté sentía mucho movimiento en la pieza de Joni, que colinda con la mía. Escuchaba a una desesperada Karmel sacándolo de la cama. Ahí, salí hecho una bala al baño, luego hice rápidamente mi mochila, que no dejé lista en la noche anterior como habitualmente hago. Cuando ya estuve listo quise ir a ver a Romina al primer piso, quien estaba en la pequeña cocina hirviendo agua mientras acariciaba a Rey. Cuando ayer se lo presenté, al principio no creyó que era mi perro, luego quedó encantada y rápidamente se encariñaron mutuamente. A Romina siempre le gustaron los perros.

Sonará feo, exagerado..., pero sentí tanto alivio cuando la vi otra vez. Realmente no se había ido.

Volví arriba y me senté a la mesa para comer algo. Karmel estaba envolviendo en aluza unos bizcochos que le mandaron a hacer y que entregaría más tarde, por lo que más de la mitad del comedor estaba apelotonado de bizcochos de chocolate y en la otra mitad nosotros desayunando a toda prisa. Justo tocó que Joni despertó bastante chistosito, ya que al contar un chiste que al parecer le hizo mucha gracia, se le salió la leche por la nariz.

—Termínatela rápido, de un tirón —le ordenó Karmel, mientras yo sujetaba el teléfono con mi oreja y el hombro para limpiarle el jersey con una servilleta, Joni no podía dejar de reírse, cosa que irritaba a Karmel. Sonreí, negué con la cabeza y por fin contestaron desde la otra línea.

—El horario... Los horarios Raúl, sí, sí... No... Hombre, preocúpate de eso tú... —hablaba mientras intentaba revolver mi café. Entre esto, veía a Karmel cortando múltiples trozos de aluza desesperada, y a Joni (que al fin comenzaba a calmarse) escogiendo que fruta llevaría para merendar.

Y a Noni comiendo unos gajos de manzana, al mismo tiempo que ayudaba a Karmel a envolver los bizcochos.

—Cómete eso lento —le dije al ver cómo no masticaba, tragaba. Estaba demasiado apurado y parecía el más alterado de todos. Afligí las cejas y sonreí meneando la cabeza, mientras cambiaba el teléfono de oreja—. Sí, ya Raúl... Ya... Como te digo ahí ves tú...

Colgué con Raul, el movimiento en la mesa no paraba, pero yo ya estaba más calmado, de hecho, me había parado y avisado que me adelantaría al colegio.

Mientras de cuclillas le abrochaba los cordones a Joni, Raul me volvió a llamar.

—Dime... —contesté y paré al instante tapando el micrófono con un mano, para llamarle otra vez la atención al Pelirronanja—. ¡Noni! Come eso lento, ¿quieres? Te vas a atorar —espeté en un susurro y él asintió, pero realmente no me escuchó, porque toda su atención estaba en cortar las aluzas eufórico, mientras se echaba trozos grandes de manzana a la boca—... Ya, pero, mira... yo no tengo nada que ver en ese asunto... —volví a hablar al celular, tratando de decir aquello tranquilamente. Le di un golpecito en el tobillo a Joni indicándole que sus zapatillas ya estaban abrochadas, y al pararme me rasqué la nuca cerrando los ojos estresado. La voz de Raúl al teléfono iba haciéndoseme más y más exasperante.

De repente, vi a Joni afligir las cejas mirando en la dirección de Noni, y seguido erguirse en la silla. Me extrañé y miré a Noni, quien con una mano agarrándose el cuello y la otra en la silla del lado se había atorado tal y como le advertí.

—Noni... —reaccioné en un segundo. Simplemente dejé caer el celular en la mesa. Noni se había corrido al borde de la silla y aleteaba una mano poniéndose completamente rojo. Intentaba respirar, pero cuando abría la boca solo conseguía emitir leves y cortos gorjeos. No podía toser.

—Ahhhg... Ghhh... Ahhhg...

—Tranquilo —dije rápidamente y lo saqué de la silla tomándolo desde las axilas. Posé una mano en su tórax, lo incliné levemente hacia adelante y con la otra mano di golpes fuertes en su espalda, pero no se des atragantó.

—Ay... Ay... —comenzó a lamentarse Karmel, quien lo miraba a punto de llorar, completamente en shock.

—Karmel, ve su boca —le indiqué fuerte y claro, pero se quedó parada temblando. Pestañeó repetidas veces... y se desmayó. Cayó cual saco de papas, por suerte, en el tapete de peluche de la cocina. Joni fue rápidamente a socorrerla, le levantó la cabeza y la zamarreó un poco.

—¡Mami! —la llamó, pero estaba inconsciente.

—Ahhhk... Ahhhggg —seguía gorjeando Noni, así que supe que tendría que dejar a Karmel para después.

Su garganta estaba completamente obstruida, porque Noni ya no estaba emitiendo ningún sonido, ni siquiera gorjeos, y se hallaba desesperadamente inquieto con las dos manos presionando su cuello como si se quisiera ahorcar. Procedí a realizar la maniobra Heimlich. Me puse detrás de él pasando mis manos por su cintura y lo acerqué a mí. Hice mi mano derecha puño y la ubiqué en la boca de su estómago. Envolví aquel puño con mi otra mano y apreté firme y hacia arriba, haciéndolo saltar por tanta fuerza que ejercí, y al ser considerablemente más pequeño que yo.

Pero lo que obstruía su garganta no salió. Noni seguía atorado.

—¡Joni, ve su boca! —le pedí empezando a desesperarme yo. Por lo que tomé un buen respiro y aclaré mi mente, recordando inevitablemente todo lo que aprendí y practiqué en primeros auxilios. Las bromas en la clase y la competencia de actuaciones habían sido divertidísimas, la clase me había encantado, pero era hora de ejecutar la práctica.

Joni se subió a una silla, tomó a Noni de las mejillas elevándole la cabeza y miró al interior de su boca.

—Es que... ¡no veo nada! —dijo nervioso el pobre. Noni se agarró de una silla y lo alcancé a sujetar para que no se callera. Me desesperaba saber que no pudiera respirar, sabía que en su perspectiva todo era rápido, violento y mareante por la falta de oxígeno.

Repetí la acción de hace poco, di otros cinco golpes en su espalda, pero nada. Sentí como ya perdía las fuerzas..., por lo que básicamente, en un arrebato de mi parte, lo empujé al suelo cayendo de rodillas los dos. Me puse detrás de él nuevamente, lo abracé con fuerza y volví a presionar su estómago con mi puño. Miré por sobre su hombro para ver que expulsara aquello que tenía atorado, y en un cuarto movimiento hacia arriba lo fue.

Era un maldito pedazo de manzana gigante apenas masticado.

Mientras Noni tosía como un diablo, compartía su alivio. Le sobé el pecho por inercia, mientras lo seguía agarrando con fuerza, sentía que en cualquier momento se desvanecería. Posó sus manos sobre las mías y las apretó agachando su cabeza mientras seguía tosiendo afligido.

Suspiró profunda y entrecortadamente, ya calmándose.

—¿Estás bien? —susurré cerca de su oído entre jadeos de parte de los dos. Noni se estremeció y sentí, por mi mano en su pecho lo acelerado que estaba su corazón.

—Sss... su... suéltame por favor —dijo en un hilillo de voz. Lo hice rápidamente y lo ayudé a ponerse de pie.


─∙🌵∙─


Llegué a casa a eso de las cuatro y media, arrastrando los pies. El día había sido cansador y caluroso. Me sentía cubierto por sudor y tenía las manos cochinas, se me había olvidado llevar mis guantes al taller. No comprendo cómo aún.

Solo se hallaba la nueva huésped en la casa, y como no estaba ni mi madre ni mi padre tenía ordenes de no recibir a nadie. Ambos habían ido a la notaria, aún quedan tramites que hacer o cosas por comprar para el hostal. Joni se había quedado en su práctica, últimamente se queda al menos tres días a la semana. Fui al baño y me lavé las manos meticulosamente, dedo por dedo, con mucho jabón. Me saqué la camisa amarilla que tenía puesta y quedé con la polera blanca de manga corta que siempre traigo debajo. Me refresqué el cuello y los antebrazos. El calor me hace sentir muy incómodo..., pero algo más estaba mal. Aunque me encontrará completamente seco no podía dejar de sentirme muy sudado.

Eso me desesperó.

Intenté respirar lentamente pero no podía dejar de estar ansioso. Sentía tensárseme las extremidades, cosquillas en los oídos y mi palpitar acelerado. Percibí mi piel erizarse por una corriente tibia que entró por la ventana... Y el sudor inexistente intensificarse. Me sentía débil, como cuando despierto de una siesta demasiado larga... O como cuando siento mareos en el auto... Era una incomodidad que me generaba más y más ansiedad.

No podía dejar de sentir eso... De sentir todos los olores y colores, que de repente se volvieron súper brillantes... No podía dejar de sentir... De sentir... De sentirlo atrás mío...

—No, no... —me quejé sacudiendo mi cabeza y abriendo los ojos. Sé que tenerlos cerrados fomenta mi imaginación así que me obligué a volver a la realidad. Puse mis manos en mis mejillas, para enfriarlas y suspiré intentando controlarme—. Mhg... —me quejé restregando mis ojos.

Caminé hasta mi cama y me senté en ella. No me sentí mal de querer descansar un poco, pues realmente me sentía muy cansado. Me saqué los zapatos y los dejé bien juntitos al lado de mi cómoda. Me recosté de costado y junté mis manos a un lado de mi cabeza. Rápidamente me agarró la ansiedad de nuevo. Giré mi cabeza para que quedara mirando hacia arriba, ahora la posición no me era confortable. Había estado muy estresado por los exámenes, y porque últimamente todo alteraba mis rutinas, mis días... También tenía las mismas preocupaciones minúsculas de siempre, que fomentan ese estrés.

Seguí inquieto, pensando en todo lo que tenía planeado para la semana. Quería tener un día normal y monótono, no estar echado a las cuatro en la cama..., pero no tenía fuerzas para levantarme.

—Basta... Cálmate —susurré y me inmovilicé. Como si alguien me hubiera puesto una camisa de fuerza, me abracé a mí mismo. Comencé a acariciar mis brazos, y concentrarme en la textura porosa que justo tenían. Volví a recordar lo que pasó en la mañana, como casi me ahogo con ese trozo de manzana. Sentí que moriría. No podía respirar y mi mamá hasta se desmayó por el susto. Y entre el pánico de toda la situación, West me ayudó.

Abrí los ojos muy levemente, viendo a través de ellos los rayos borrosos del sol reflejándose en el visillo. Llevé mi mano a mi estómago y la bajé suavemente deslizándola adentro de mi buzo gris.

Sentir sus manos sobre mí fue lo que terminó de desesperarme. Al sentir mi espalda pegada a su pecho, percibí que la dureza de su torso ya no es meramente por sus grandes huesos. Lo había estado observando..., ha ganado masa corporal. Me empecé a remover por la desesperación, pero en el fondo sé que fue un reflejo instantáneo por como habíamos quedado. Aquella cercanía no surcaba el límite, era el límite. Recuerdo que dolía... Dolía su agarre y lo oprimida que estaba mi garganta. Y que cuando por fin me desatoré, quedamos los dos hechos... polvo. Respiraba tan cerca de mi oído, y no me soltaba... No me soltaba. Me sentí muy... inferior. No fue miedo..., bueno, quizás un poco... Fue la rapidez, la brusquedad. Nunca me había sentido tan desesperado en mi vida, por eso lo primero que hice fue pedirle que me soltara, instintivamente. Sé que esperaba un gracias.

Sentí culpa al ver lo que estaba haciendo, al notar como me había puesto recordar cómo literalmente West impidió que muriera. Me hallaba en posición fetal, con el buzo a mitad de los muslos, retorciéndome mientras me acariciaba con ambas manos. Mantenía los ojos entrecerrados y algunas lágrimas habían empezado a colarse en ellos, haciendo que mi vista se volviese borrosa. Imaginé a West detrás mío, de costado, apoyando su cabeza con su mano, mirándome fijamente como siempre. Su cara denotaba que le entretenía, pero a la vez un poco de extrañes y preocupación.

—Mmh... —se me escapó un gemido, mientras me contraía. Apreté los labios y los ojos. Se me crispaba el cuerpo y hacia el esfuerzo de no imaginar a West sin ropa. De alguna manera me hacía sentir fatal, como si violara su privacidad otorgándole un cuerpo que no es el que tiene, si no el que a mí me gustaría que tuviera. La verdad es que nunca había fantaseado más que besos con alguien que me gustase..., y no supe si sentirme bien o mal. Reviví su respiración lenta en mi cuello, mientras posaba su mano en mi pecho no con fuerza, pero sí con firmeza. Otra vez no me dejaría escapar.

Aunque me encontrara solo intenté hacer el menor ruido posible, y lo único que oía eran los sonidos en la parte inferior de mi cuerpo. Estaba hecho pedazos, sentía el corazón como roto, y no lo comprendía.

Es tan amable y tierno conmigo, es una persona hermosa que me suma y... me hace bien..., pero a la vez tiene esa manera de mirarme como si quisiera escrutar mi alma, para vendérsela al diablo... Tiene esos escalofriantes pómulos marcados, esa mandíbula que parece capaz de masticar concreto, esas ojeras profundas y una palidez a veces preocupante... Sus manos son tan delgadas y grandes. Todo en él me parece grande y duro, desde sus huesos hasta algo tan delicado como sus labios. Me da la impresión de que es de mármol, un mármol puro, blanco y brillante. Y entre todo ese mármol, se encuentran incrustadas dos gemas de un calipso vibrante. Es lo que se ve más... amigable, de su físico. Pero admito que también me enervan un poco.

Pero aunque me ha asustado innumerables veces cuando sale de las sombras, aunque sienta pavor cuando a veces le oigo levantar su áspera voz al discutir con alguien o algo sencillo como tronarse los huesos... no me interesa. Nada de eso, de verdad. Lo que hizo que me gustase fue su gentilidad. Su genialidad.

Me calmé, pues me había relajado pensar lo bueno, de todo.

Pensé en cómo sería si me besara... No... No he besado en años.

¿Y si me vuelvo a atorar a propósito?... Sonreí levemente, sintiéndome molido.

Pensé en la remota posibilidad de que me tocase... y ladeé ligeramente mi cuello dejando expuesta la curvatura de mi hombro con el. Si volviera a respirar allí, si jadeara, o rosara sus labios... Yo no sería capaz de aguantar. Tendría que sostenerme de las muñecas, buscar la manera de que no patalee. Tendría que directamente no ser yo.

Por fin acabé, contrayéndome en un espasmo, afligiéndome.

—Ay perdón... perdón... —susurré. Pero es que me gusta mucho. Y aunque sienta que es bueno..., debo aceptar que no es o sería correspondido.

Pero debo valorar las cosas buenas. Quiero seguir ayudándolo y que charlemos, quiero ir de paseo como cuando me llevó al museo..., solo será mi pequeño secreto. Prefiero que siga siendo mi amigo, antes que nada. Y quiero que él también me considere el suyo.

Mi mentón tiritó e hice una mueca, un poco lloroso. Mientras aún quedaban rastros del orgasmo haciéndome cosquillitas por todas partes. Tenía pena, pero me sentí mejor. 


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Ay quedé muerta jsjjs ¿les gustó el cap? Gracias por leer y saludos a tod@s :)

—Dolly

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