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10 "Más cerca de lo que deberíamos estar"

Salí del edificio y fui a tomar el autobús. Hoy tocó subirme a uno viejo de asientos desbaratados, y que incluso le faltaban algunos en la parte de atrás. Tenía unas tenues luces de neón azules, y los motores oxidados emitían un rechinido de metales que se expandía a todo el interior.

Tiré mi cuello para atrás y suspiré, sintiéndome nervioso de lo que vaya a pasar. Aníbal y Karmel accedieron a que lleve a Rey sin discutirlo mucho, y cuando Joni se enteró se emocionó bastante. Pero siempre está el temor de que haya complicaciones o malos ratos. El ambiente no será problema ya que hay patio, ya sé a qué hora lo llevaré a pasear y como la renta es considerablemente más baja, espero que comprarle su comida no se me dificulte. Costearé un veterinario y lo más importante: vamos a estar juntos. Y si no me da el dinero..., pues busco a alguien que lo quiera, pero no volverá a ese edificio. No... Demasiadas personas indiferentes, que no le tirarían un pedazo de pan ni aunque lo vieran agonizando.

Dejé mi mochila entre mis piernas, subí la caja transportadora al asiento del lado y miré a Rey adentro, quien muy tranquilo batallaba por no quedarse dormido. El espacio se le hacía estrecho, pues aunque esté muy delgado sigue siendo bastante grande. Pero aún así, no se le veía incómodo. Metí un dedo por una de las rendijas y le hice cariño en la frentecita. Cuanta resistencia y valentía tiene para no haber caído en los efectos del sedante. Y yo que estaba asustado de que no lo fuera a resistir.

«Cuando Anne lo conozca... y se enteré que lo cuidaré... ¡con mi economía!», pensé y sonreí meneando la cabeza. Suspiré y Rey cerró los ojos débilmente.

Llegamos y me llené de coraje. Mantuve mi semblante tranquilo y confiado habitual, mientras por dentro reprimía todos los nervios. Karmel salió a mi encuentro en la primera planta, que como siempre se encontraba completamente a oscuras.

—¿Le hizo bien el tranquilizante? —fue lo primero que dijo al verme, mientras se afirmaba su coleta. Yo asentí y ella se agachó a la altura de la caja transportadora para mirar a Rey—. Oh —murmuró enternecida—. Después lo llevas al patio —dijo y yo asentí. Subimos la escalera y dejé la caja a la entrada de donde comienza esta, la abrí y rápidamente saqué un pocillo de mi mochila. Abrí la bolsa de comida y vacié una porción. Karmel se acercó y flexionó un poco sus rodillas, yo de cuclillas miré para adentro de la caja, y me encontré con un asustado y angustiado Rey, acurrucado mirándome confundido.

—Ven Rey, sale —dije palmeando mi muslo. Le acaricié, agité el pocillo, intenté yo mismo sacar aunque sea su cabecita fuera de la caja, pero nada sirvió. Rey se resistía y no dejaba la manta—. Está asustado —hice una mueca.

—Sí..., pero ya va a salir y se dará solito —dijo Karmel poniendo su mano en mi hombro. La miré para arriba y asentí con una sonrisa. Dejé el pocillo a la entrada de la jaula, y ahí, Rey sacó su cabeza y comenzó a comerse la comida.

—Eso es —susurré y volví a sonreír mientras me paraba, Karmel volvió a la cocina y comenzó a revolver un jugo en la jarra —. ¿Y don Aníbal? —pregunté.

—Está durmiendo en la pieza con Joni.

—¿Y Noni?

—Está ordenando leña en el garaje. Si quieres después lo ayudas porque ese es lento, va tomando las astillas como de a dos —dijo Karmel, yo sonreí y asentí.

—¿Compraron astillas?

—Sí, ya empieza a hacer frío en esta época, y tienen que alcanzar a secarse —indicó la chimenea con su mentón y yo la miré, e imaginé iluminando el living acogedoramente.

Fui a buscar el bolso abajo, y cuando me lo eché al hombro escuché a Karmel llamarme desde arriba.

—¡West!

—¿Sí?

—¡Tráeme las cartas que están en una mesita azul por favor! —dijo más alto de lo necesario para que la escuche, cosa que me hizo sonreír.

—¡Okey! —. Me costó ubicar aquella mesa azul en la oscuridad. Prendí el flash de mi celular y fui a la parte contigua derecha de la puerta de entrada y la hallé. Tomé las cartas que Karmel me pidió: una cuenta de luz y una carta del banco a nombre de don Aníbal. Subí y se las pasé, al ver la cuenta abrió los ojos atónita.

—¿Mucho? —pregunté y sonreí haciendo una mueca. Ella asintió y yo mordí mi labio, sé cuánto duele ver las cuentas.

Fui a dejar el bolso a mi habitación y me despojé de mi chaqueta, pasé al baño a lavarme las manos y volví al living, encontrándome con un despeinado Joni acariciando a Rey en el lomo, que por fin había abandonado la caja.

—Hola Joni —lo saludé y él me miró sonriente. Me chocó el puño y suavemente posé mi mano en su cabecita por un momento. Juntos, le dimos agua a Rey, que tal como dijo Karmel, comenzó a darse solito. Ya tenía la idea de que el meloso cuatro patas se sentiría muy cómodo aquí.

—¡Karmel! —sentí a Aníbal llamar a su esposa de repente.

—¡Dime!

—¿Llegó la luz?

—¡Sí!

—¡Tráemela!

—¡Va! Levántate.

Don Aníbal se quejó, y visualicé la imagen de él rodando en la cama.

—¡Noni...!

—¡Ni se te ocurra infeliz, ese es capaz de ir! —regañó Karmel a su esposo, y con Joni nos miramos rápidamente. Él sonrió, ante mi expresión de exagerada extrañez.

—¡Joni, hijo!

—¿Qué pasó?

—Tráeme las cuentas amor.

—Mmm..., estoy ocupado con West.

—¿West llegó?

—¡Síp!

—¡Weeest!

Reí y Karmel negó con la cabeza frunciendo los labios aguantando sonreír.

Don Aníbal se levantó, y al igual que Karmel no tuvo una reacción muy positiva al ver cuánto ha sido el gasto de electricidad mensual.

Bajamos junto a Joni y Rey al patio. Al igual que este último, era la primera vez que lo pisaba. Es muy grande, un muro gris de al menos dos metros separa el terreno con la casa del lado, el pasto es verde y tiene lo que cualquier patio tiene: cachivaches acumulados en una parte, algunos materiales de construcción y una parrilla. Pasamos por un pasillo techado que albergaba gruesos y largos conos de tela vacíos. Inmediatamente los asocié con el trabajo de Don Aníbal. Al lado de ese pasillo se encontraba una especie de cuarto abandonado con al menos dos ventanas rotas, repleta de más conos, y cajas.

Me detuve, y vi por debajo de una enredadera que se colaba en el techo, aquel otro cuarto que puedo ver desde mi habitación, "el segundo garaje". La puerta se encontraba semi junta, por lo que no pude descifrar que es lo que guardan allí. Estuve a punto de encontrar la respuesta con Joni, pero Rey me desconcentró cuando partió como un rayo hasta el final del pequeño pasillo. Apuré el paso y llegamos a una parte de más atrás (no mentí cuando dije que el patio era muy grande). Vi a Noni de cuclillas a la entrada de una pequeña bodeguita, donde efectivamente: está ordenando leña.

—Hola —susurré para llamar su atención, pero que no se asusté. Noni volteó y arqueó las cejas fugazmente al verme, se paró y caminó hasta la entrada de la bodeguita, quedando más alto que yo. Sacudió sus manos en su ancho pantalón azul, y por la espontaneidad del momento noté como ambos nos sorprendimos cuando en un acto afectuoso nos dimos la mano, y acercamos... No sé para qué... ¿Un abrazo? ¿Unas palmaditas en la espalda? ¿Un beso en la mejilla? Fue como si hubiera olvidado ser prudente y pensar antes de saludarlo. No tocarlo, porque después de muchas ocasiones me ha quedado claro que el contacto físico no es de su agrado. Y a la vez fue como si justamente Noni hubiera recordado que con un apretón de manos bastaba.

Fue extraño, pero divertido, aunque solo para mí, porque en lo que a Noni cabe dejó en evidencia un rubor que azoró sus pómulos. Retiró su mano y agachó la cabeza lentamente.

—¡Domi! —sentí a Joni llamar a la pequeña poodle. Giré y vi a Rey siguiéndolo. Sonreí de lado y volví a ver a Noni, quien otra vez estaba de cuclillas ordenando la leña. Entré de lleno en la pequeña bodeguita y me acerqué a él.

—¿Te ayudo?

—Estoy por terminar..., pero gracias —dijo, yo asentí y oculté un bostezo con mi mano.

—¿Oye Noni y esta? —escuché decir a Joni, y me volví para verlo. Tomó una astilla de la entrada que estaba pegada a la puerta.

—¡No, no! ¡Que se cierra la puerta! —por primera vez, escuché a Noni levantar la voz, desesperado.

Y pasó, la puerta se cerró de golpe y Joni reaccionó demasiado tarde, creo incluso haber escuchado como le dio en la frente. No hay ventana alguna, por lo que la bodeguita se inundó de oscuridad, todo lo que veía era negro, más negro del que veo cuando cierro los ojos a voluntad. Algo chocó contra mi espalda y di un paso hacia adelante.

—Ay, perdón —se disculpó Noni, y yo rápidamente lo busqué con mi mano en el aire. Tomé su brazo y sonreí.

—Okey, tú estás aquí —dije para primeramente hacerme una idea de dónde estaba parado.

Y seguido me tropecé con un desnivel del suelo.

—¡Cuidado! —dijo Noni angustiado y sentí como posó una mano en mi pectoral derecho, seguido apretó la tela de mi polera e intentó tirarme hacia delante para no caerme. Pero por más flaco que esté, sigo siendo más pesado que él, por lo que ambos nos desbalanceamos en la misma dirección. Y si no fuera porque recordé —de lo poco que mi mente procesó del espacio— que había un grueso pilar de madera cerca, me hubiera lastimado la columna si caía sobre toda esa leña, así que con una mano me agarré con mucha fuerza de este. Herí la madera rasguñándola.

Después de contener el aliento abrí mis ojos que había apretado por ejercer tanta fuerza para sostenerme. Sentí a alguien jadear intentando contenerse, y sentí la mejilla ardiente de ese mismo alguien rozando mi helada oreja izquierda. Tenía a Noni agarrado de la espalda baja firmemente. Caí en cuenta que mi mano izquierda, inconscientemente había hecho el gesto de la derecha. Por lo que la madera no fue lo único que rasguñé. Noni ya no apretaba mi polera, pero su mano sí seguía por inercia sobre mi pectoral derecho. Su palma estaba demasiado caliente, todo su cuerpo tenía la temperatura elevada y era como si secretara nervios igual como se secreta sudor. Porque claro, me di cuenta que estábamos más cerca que de lo que un universitario y el hijo de los arrendatarios deberían de estar. Lo había resguardado pegándolo por completo a mí. Se sentía como apretar una almohada, y otra vez lo percibí húmedo, oliendo a talco... y leña y hierbas y anís. Sentí como si me infundiera el calor que sentía, y pensé en quizá cuánto estuvo trabajando ordenando las astillas bajo el poco oxígeno que se filtra en la bodeguita.

Ese aire tibio rozando en mi cuello me dio calosfríos, era su entrecortada respiración. Sentí como tener un polluelo entre mis manos anidado en mi pecho. Y lo peor es que lo quería soltar, pero no podía, mi cuerpo no obedecía a mi cerebro.

Sentí su palpitar acelerado y su cuerpo tensándose cada vez más, así que actúe rápido. Levanté y llevé un pie hacia adelante, que luego me sirvió de apoyo nuevamente.

—Casi —susurré y sonreí. Al instante nos separamos y alejamos.

—Sí... Está muy peligroso ahí —murmuró Noni y le sentí tragar saliva.

—¡Oigan! ¿Por qué no responden? ¿Se murieron? —escuchamos a un preocupado Joni desde afuera.

—Sí Joni —le respondió Noni—. Ve a buscar las llaves de la entrada —le pidió, y le oí yéndose a toda prisa—. Acá está la puerta...

—Espera... ¿dónde estás? —dije y al estirar mis brazos supe que estaba hablando en la dirección errónea. Así que giré y apegándome a la pared comencé a caminar lentamente, hasta que victoriosamente llegué a tocar una manija. Ahí, Noni me explicó que la puerta está mala.

—Por aquí debería estar la luz... —murmuró Noni, y sentí como apretó mi nariz.

—Oh, e-esa es tu nariz —se sobresaltó ligeramente. Yo sonreí y retrocedí un poco. Si tocó mi nariz quería decir que estábamos más cerca de lo que suponía, y de frente.

Por fin pudimos salir, y Noni apresuradamente volvió a pegar una astilla a la puerta. Suspiró cuando se paró, y yo me percaté de no divisar a Rey por ningún lado.

—¡Rey! —lo llamé y seguido emití dos cantarines silbidos. Al mismo tiempo, Karmel llamó a comer a sus hijos sacando su cabeza por la ventana del segundo piso.

Subimos junto a Noni, quien llevó consigo tres astillas sobre sus brazos que dejó ordenadamente paradas a un lado de la chimenea. Encontré a Rey, de amoroso con don Aníbal.

—¿Qué tiene en el ojo? —me preguntó cuando llegué a su lado.

—Una catarata, seguramente se golpeó —expliqué e hice una mueca.

En un momento, Rey miró a Noni y fue rápidamente donde él, olfateó sus zapatos y cuando su hocico se acercaba a su muslo derecho Noni se dio cuenta, giró y quedaron de frente.

—Ah... Este es tu perro... —me preguntó retrocediendo a la cocina.

—Sí —asentí y acaricié a Rey, que parecía estar muy alerta y quería acercarse a Noni a toda costa, cuando claramente este estaba un poco asustado.

—Es grande —dijo Noni viendo a Rey, y sonrió de lado nervioso.

Fui invitado a la cena, y no me pude negar. Aún siento extraño que Karmel y Aníbal me tengan tanta confianza como para contarme de gente que nunca he visto, pero todo es ameno y tranquilo. Aunque sentía una inevitable incomodidad entre Noni y yo. La sonrojes de su rostro no se iba, intentaba con todas sus fuerzas evitar mi mirada, y en parte yo también un poco. Pero que me haya sentado frente a él no ayudaba nada. No puedo negar la vergüenza que sentí con el pequeño incidente que nos llevó a quedar en esa indebida cercanía, pero lo importante es que nadie se fracturó nada.

Más encima tenía una pequeña astilla enredada en su enmarañado cabello naranjo que me desconcentraba. Parecía un espantapájaros... Siempre parece un espantapájaros. 

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