Capítulo 36 «Verdaderas intenciones»
Clare
Mi cuello duele con el mínimo movimiento, y mi cabeza da muchas vueltas. La luz me molesta en los ojos y gruño, por el dolor palpitante en la sien. El sollozo que escucho es suficiente para que todos mis sentidos se despierten.
—Creí que te habían dado una dosis demasiado fuerte.
Sentada delante de mí está Stella.
—¿Dónde está AMBER? —logro decir, aún con la boca reseca.
—En esa habitación. —Señala la puerta contigua a la derecha—. No ha parado de llorar.
—Como le hagas algo o hayan lastimado a mi hija, juro que te mato —amenazo, intentando zafarme, removiendo las cuerdas.
—Así que es tu hija de verdad —comenta, como si le sorprendiera—. Tengo entendido que tú y tu hermana son casi idénticas. Si mi padre hubiera sabido esto, empezaba por la pequeña y sale de esto mucho más rápido, y con menos dolor.
—No te acerques a ella.
—Tranquila, Clare. La hija de Luke va estar bien. ¿Es de él, cierto? —Cruza las piernas con galantería, y recuesta su cuerpo al espaldar de la silla—. Ni siquiera te apresures en negarlo. Lo sé todo de ti, Clare Hanz. Con solo veintiocho años, eres toda una heroína. Muchos en la oscuridad te temen y te odian. Ya veo por qué nunca se olvidó de ti.
—¿Sabes algo de Luke? —pregunto, angustiada.
Su mirada se entristece por un instante. Al menos, en verdad le importa su condición.
—No sé nada. Pero ya estoy en ello —responde con voz tan angustiada como la mía.
Unos golpes en la puerta interrumpen nuestra conversación, y se levanta de su silla.
—Adelante.
La puerta a mi izquierda se abre, y mis ojos casi salen de mi rostro al ver la persona que se adentra en la estancia. Sonrío con sorna.
—Y yo que creí que eras estúpida —comento—. Veo que cada vez te juntas con gente peor.
Casi termino en la cárcel por pelear con una chica en un bar. También trabajaba en la empresa de John, y nunca más la vi por los alrededores. Tantos años, y la tengo frente a mí. Irina Emerson es todo lo que está mal en este mundo. Sabía que las personas pueden caer bajo. Al parecer ella no había tocado fondo. Hasta ahora.
—Hola, Clare. Veo que sigues siendo la misma igualada de siempre —dice con rabia, pero la burla en sus ojos me causa malestar.
—Llama a todos los que fueron contigo al aeropuerto —demanda Stella.
Irina se retira de la pequeña habitación, pero su mirada venenosa me atraviesa antes de perderla de vista.
—Por favor, Stella. Deja que la niña se vaya. Ella es inocente.
—Por un año tuve que aguantar las pesadillas de Luke, Clare. Sufría cada vez que lo veía en ese estado tan débil. En todas y cada una de ellas mencionaba tu nombre. Te odié antes de conocerte. Pero al mismo tiempo, te respeto por lo que has logrado sin él. Mi hermana tenía razón. Cuando llegamos a conocerlos, es imposible sacárselos de la cabeza.
—¿Estás hablando de Leslie? Ustedes no se parecen en nada.
—Ella le agarró cariño a Victoria, ¿sabes? Hasta que conoció a Bill, obviamente. Después de eso, se desquició por completo. Su obsesión con Victoria Wells no tuvo límites. Leslie siempre fue muy medida, pero como dicen por ahí: a los callados hay que tenerles miedo.
—Deja ir a mi hija, Stella. Me tienes a mí.
—No te preocupes. No la han tocado. No soy una persona de dañar niños. Incluso le traje Kit Kats para tranquilizarla, pero solo llora y pregunta por ti.
—Te lo agradezco mucho.
—Mi vida en Londres era magnífica, Clare, hasta que escuché que mi hermana estaba en la cárcel. —Hace su camino hasta una ventana cubierta por partes con madera—. Llegó un sobre a los pocos meses de lo ocurrido con Leslie. Fue enviado por mi padre. Las órdenes eran buscar a un tal Luke Smith y enamorarlo. Al final terminé enamorándome yo.
La puerta se abre y unos hombres se adentran en la estancia detrás de Irina.
—Ellos son los que me acompañaron al aeropuerto por la mocosa.
La londinense se gira con lentitud, y camina hasta el centro de la estancia.
—¿Cuál de ustedes fue el que le disparó a Luke Smith?
Uno de ellos da un paso adelante. Ella inclina su cabeza hacia un lado, y niega con la cabeza. El sonido del disparo imprevisto me hace dar un salto en mi lugar. Todos abren sus ojos cuando el cuerpo cae al suelo con una bala entre las cejas.
—¿Estás loca, Stella? —chilla Irina.
—Mis órdenes fueron bien explícitas, Emerson. Nada de bajas o daño a los que estaban cerca. Secuestrar a una niña de casi diez años no pudo ser tan complicado. Luke está en el hospital luchando por su vida. Una aeromoza golpeada que apenas pude hablar estaba fuera de los planes. Si no saben hacer un trabajo limpio, avísenme quién es el siguiente con ganas de reunirse a este —replica, señalando con el mentón al cadáver—. Ahora, llévense eso. Quiero noticias del estado de Luke en tiempo real.
Nadie se mueve. Creo que hasta evitan respirar. Esta chica refleja miedo y respeto por los poros. Debo reconocerlo.
—Muévanse.
Todos salen con rapidez de la habitación, incluyendo Irina.
—¿Por qué? ¿Por qué matar a uno de tus hombres por un chico que posiblemente no sobreviva?
—No soy como mi padre y Leslie. Entiende eso, Clare. Cuando escuché lo ocurrido a Victoria, le aborrecí en silencio. Ella es de nuestra edad, por Dios. Luego me enteré de la locura de mi hermana cuando le disparó en el muslo, mientras intentaba escapar. Esos dos nunca conocieron lo que era el amor. Amor de verdad.
—No siempre tiene que ser así. Déjame libre y podemos arreglarlo, Stella. Estás a tiempo.
—Por un momento pensé en dejarlo todo atrás —añade, y se acerca una vez más a la ventana—. Estos días que pasé con ustedes me hizo cambiar la perspectiva. La familiaridad y el compañerismo que se tienen me hizo tirar todo por la borda. Me sentía cómoda y en familia. Victoria es fantástica, y tú... —deja las palabras en al aire, y sus hombros caen.
—¿Yo qué? —pregunto, y frunzo el ceño al notar que algo me falta—. ¿Por qué estoy descalza?
—Estuve con ustedes un tiempo. Sé que pueden esconder un rastreador en cualquier lado. Cuando estabas dormida hasta revisé tu ropa interior.
—Estás de broma, ¿cierto?
—Ya lo desearía, pero con ustedes debo tener mucho cuidado. No te preocupes que solo fui yo. No hubo manos masculinas en el trayecto. Estabas muy sedada. Pero para ser pequeña, pesas demasiado.
La puerta se abre una vez más.
—Smith salió de la operación hace más de veinticuatro horas. El disparo impactó en un pulmón, causándole un neumotórax. Aún no ha despertado.
Siento que el tiempo se paraliza al escuchar la delicadeza de su situación.
—Escúchame bien —Stella se acerca lentamente hacia Irina, en tono amenazante, y coloca su arma en el estómago de Emerson—. Si algo le pasa a Luke, vas a terminar como el chico que se llevaron a rastras. Con los pies por delante y en una fosa de barro. Ahora, desaparece.
Irina frunce los labios en una línea fina, y sale de la habitación con un sonoro portazo.
—Él no puede morir —digo, con voz quebrada.
—Por el bien de ella, Luke debe recuperarse —recalca—. Ya puedes soltarte, Clare. —El asombro en mi rostro le hace sonreír—. Has estado demasiado tiempo tranquila en esa silla. Tampoco es que te haya atado muy fuerte. En un instante va a llegar un helicóptero. Ya sabes dónde se encuentra Amber. Activé el rastreador que encontré en tu reloj. En el segundo cajón hay un calibre 17. Úsala si es necesario.
—¿Por qué haces esto? —pregunto, anonadada—. No entiendo.
—Mi intención nunca fue lastimar a nadie. Era de pantalla. Solo quiero que mi padre me deje en paz y seguir mi vida. Irina es otro problema. Es un poco molesta. Dile a John que la próxima vez tenga cuidado con las personas que contrata. Estamos a dos horas de la ciudad. Los chicos deben de estar a punto de llegar.
—Stella —irrumpe Irina en la habitación—. Nuestros informantes dicen que la policía está cerca. Tenemos irnos ya.
—Maldita sea, Irina. ¿No puedes hacer un trabajo bien? —espeta la aludida, cambiando su papel y facciones en cuestión de segundos. Es buena actriz—. Desata a Clare, y sube a la azotea con ella y la niña. Yo te espero arriba.
Sale de la habitación e Irina sonríe de soslayo.
—Si ella cree que vas a llegar viva a ese helicóptero, está muy equivocada. —Se acerca, y cierro los ojos cuando siento el cañón de una pistola en mi sien—. Hasta nunca, Clare Hanz.
Yo respiro hondo, suelto mis muñecas y la empujo por el costado.
—No lo creo, Irina. —Le doy una patada a la mano y el arma cae a unos metros de nosotras. La agarro por los pies lo más rápido que puedo—. ¡Amber, sal de la habitación! —grito, y la niña asoma su cabeza por la puerta a la derecha. Ruedo en el suelo con Irina, agarrando sus brazos, y entrelazando mis piernas con las suyas—. Corre, cariño. No podrá hacerte daño.
El miedo en sus ojos azules solo logrará disociarme. Debo sacarla de aquí. El codo de Emerson impacta varias veces en mi costado, y aflojo mi agarre.
—¡Corre, Amber!
Irina se levanta en dirección a mi hija, pero pateo sus piernas, logrando lanzarla al suelo una vez más.
—¡Corre, ahora!
Sale de la habitación lo más rápido que puede. Emerson logra patearme en la nariz, y mi vista se nubla por un instante. El aturdimiento es instantáneo, por lo que debo soltarla, y esta sale por la puerta. Sin importarme el mareo que me golpea, corro hacia el cajón y tomo el arma. Nadie se mete con los míos, y mucho menos con mi hija.
Al salir al pasillo, debo sacudir mi cabeza, y paso la mano por mi nariz. El sabor a metálico me asquea. Debo concentrarme. Pego mi cuerpo a la barandilla de madera, y noto que en la planta baja hay mucho movimiento. El grito de Amber me hace recapacitar. Debo sacarla de este infierno. Veo que mi hija forcejea y patalea con Emerson en lo alto de las escaleras.
—Suéltala, Irina —grito, y la aludida mira hacia mí.
—Atrápame si puedes, Hanz.
Carga a la pequeña y sigue subiendo los escalones. No puedo disparar, o podría dañar a Amber. El chillido de dolor de Emerson llega a mis oídos a medida que me acerco a ellas. Mi hija debe haberla mordido, o como mínimo arañado. El dolor en la planta de mis pies debería hacerme retroceder. Piezas pequeñas de piedras o madera me molestan al subir con rapidez, pero todo dolor debo dejarlo en segundo plano. Maldigo por lo bajo cuando llego al final de la escalera, y me encuentro con una puerta trancada al otro lado.
—Fantástico. ¿Cómo hago que esta cosa vieja se vaya abajo? —Miro las bisagras oxidadas—. Espero que no sean resistentes.
Casi vacío el cargador, pero logro echarla abajo. Atravieso la puerta metálica y rechino los dientes al encontrarme más escaleras.
—Maldita mocosa —escucho a lo lejos, y sonrío, antes de seguir mi camino.
El aire golpea mi rostro cuando llego a la azotea. Stella ya está arriba. Mis piernas duelen y queman, pero tengo una prioridad, y es sacarla viva de aquí. Cueste lo que cueste.
—Suéltala, Irina —amenazo, elevando el arma hacia ella—. Ya no tienes escapatoria.
—¿No escuchas eso, Hanz? —espeta la aludida, mientras agarra a mi hija con fuerza por su brazo delgado.
El sonido de unas hélices llega a mis oídos, así como el de las sirenas. Mis amigos, Lucio y el FBI ya están cerca. Solo debo hacer un poco de tiempo. Es el helicóptero del que habló la londinense. La historia de Victoria terminó así. Salvo que Vicky terminó con una bala en el muslo, y Leslie, su prima y hermana de Stella, derribada por Lindsey, la ex novia de Bill Jonas.
—Deja ir a la niña. Ella es inocente —insisto, y el helicóptero comienza a ser visible.
—Es cierto. Ella no tiene nada que ver, pero tú sí. —Me apunta con el arma—. Perdí mi trabajo por tu culpa.
—No sabía que John te había despedido. Lo juro —insisto, acercándome un poco más.
—Pero nunca te importó —chilla histérica, y su cabello se remueve con fuerza por la fuerza del viento provocados por el helicóptero que acaba de aterrizar. El sonido de las sirenas de los autos de la policía tan cerca, anuncian que ya están en la planta baja, así como el sonido de los disparos sin parar.
—Deja este drama y sube, Irina. La policía ya está aquí —insiste la londinense.
—No hasta que no termine con Clare.
—Deja ir a la niña, Emerson —insisto, quitando el seguro.
—Ya déjalo, Irina. No tenemos tiempo. ¡Salgamos de aquí! —exclama Stella.
Escucho el chasquido del seguro. Mi cuerpo se tensa. Debo prepararme para la peor situación. Irina suelta un grito de momento. Le pequeña le ha pisoteado el pie y ahora corre en mi dirección.
—Maldita niña.
Desciende su arma hasta la altura de mi hija. Mi grito de terror queda opacado por el sonido del disparo. La niña se detiene en seco, y sus rodillas tocan el suelo. Grito su nombre, aterrada, y corro hacia ella.
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