Capítulo 33 «Sangre y balas»
Luke
Cuando pongo los pies en la ciudad, siento que puedo respirar otra vez. Walter me espera como siempre. Los años pasan por él, pero siempre me recibe con una sonrisa y buen humor.
—¿Tuvo un buen viaje, señor Smith?
—Por favor, Walter, tutéame de una vez. Odio que me llames de esa forma —protesto, y niego con la cabeza.
—Muy bien, señor Luke —rectifica, y resoplo, logrando que mi chofer sonría de soslayo.
—Jackob, ¿quieres que te llevemos a algún lado?
—No, Luke, muchas gracias. Puedo manejarme desde aquí. —Nos damos un apretón de manos para despedirnos.
—Buen trabajo —recalco.
—Tú también lo hiciste bien allá. Un gusto haber trabajado contigo, Smith.
Entro al auto y Walter sale al tráfico.
—Dios, extrañaba la ciudad —digo, mirando por la ventanilla del auto.
—¿La ciudad o alguien en específico? —pregunta con sorna, y sonrío.
—Las dos cosas, Walter. Las dos cosas —aclaro.
—¿A dónde te llevo?
—¿Dónde están los chicos?
—Están en la caseta. Apenas los hemos visto salir de allí en estos días.
—Llévame hacia allá. ¿Se puede extrañar tanto a una persona, Walter?
Sus ojos chocan con los míos por un instante en el espejo retrovisor.
—Muchacho, cuando se ama a alguien, salir por la puerta y alejarte es doloroso. Es una adicción que no tiene cura.
Seguimos nuestra travesía con la radio bien bajita, y conversando temas banales.
—Hola, querido —saluda Clare una vez que me adentro en la caseta.
—Dios, como te extrañé.
Dejo el equipaje en el suelo y la beso con ganas. Llevo separado de ella casi cinco días y sentí que el tiempo pasaba demasiado lento en Londres.
—Puaj, búsquense una habitación —protesta Damon, y nos separamos entre sonrisas.
—Lautner, tú eres la persona menos indicada para decir eso —interviene la asiática, y pongo los ojos en blanco.
—A ti nadie te preguntó, Nikole —protesta el aludido, cruzándose de brazos.
—¿Me vas a decir que no tengo razón? El pobre Archie antes de salir de su habitación, en su propio departamento, debe revisar que no haya ropa interior esparcida por su sala de estar. Y todo gracias a ti.
«Aquí vamos otra vez», pienso, y niego con la cabeza.
—Lo dices como si te importara —alude Damon, con sorna.
—Ay, por favor. Tu vida personal es lo que menos me interesa.
—Dilo de una vez. Reconoce que te mosquea que esté con otras.
—Bájate de esa nube —rebate la asiática—. No tengo nada que reconocer, porque no es cierto.
—¿Podrían parar? —interviene Lissa.
—No —responden al unísono.
—Chicos, ya. En serio. Deben detenerse de una vez —tercia Clare—. Tenemos trabajo que hacer. Llevan diez minutos discutiendo.
—Esto no se queda así —sentencia Damon, y vuelve a su trabajo.
—Es un incordio —alude Nicky a mi lado.
—Pero no hay uno mejor que él —secunda la jefa, logrando que la asiática resople—. En eso no tengo dudas. ¿Cómo te fue en el viaje?
—Stuart y yo peleamos duro en esa reunión, pero todo salió de maravilla. Los inversores se quedaron encantados y están esperando a que comencemos el desplazamiento de la empresa hacia allá.
—¿Entonces debes irte?
—¿A descansar? Creo que lo necesito. ¿De tu lado ahora que acabo de recuperarte? Jamás. No pienso irme a ningún lado.
—Ve a descansar. Si hay algo nuevo, te aviso.
El brillo en sus ojos grises se acentúa, y una tímida sonrisa se posa en sus labios. Le doy un beso en la punta de la nariz, y le abrazo antes de retirarme. Cuando me levanto de la cama, ya son pasadas las cinco de la tarde. Dios, el jet lag me dejó noqueado.
Opto por unos vaqueros y un polo negro. Me dirijo a la caseta, y frunzo el ceño cuando veo a Lucio Cranfield, el jefe de policía, y Livingston, su mano derecha en la estación de policía, junto a los chicos.
—¿Todo está bien, Lucio? —pregunto, dándole un apretón de manos—. Un placer verte, Livingston. —Ambos asentimos con la cabeza.
—Todo bien, muchacho —responde el jefe de la policía—. Solo venía a decirles que tenemos la localización de Keith Prescott.
La noticia hace que abra mis ojos como plato, por el asombro.
—Desde ayer sabemos que está a punto de llegar a la ciudad. Hemos decidido dejarlo entrar —explica Clare—. Esperaremos que tenga una reunión con su cómplice y los atrapamos a ambos.
—Sigo pensando que es una locura. Ya lo tenemos acorralado, Clare. Puede ser peligroso —insiste Lucio, pero ella niega con la cabeza.
—Puede escaparse. Lo hizo una vez. Puede hacerlo de nuevo, y no quiero correr ese riesgo —insiste la jefa, con determinación—. Aquí tenemos ojos y oídos en todos lados, Lucio. Lo sabes.
—Si es lo que ustedes quieren, está bien. Solo les pido tener cuidado en la operación —recalca Lucio, en tono cansado.
—Tranquilo, papá —interviene Victoria, y este besa la sien de su hija con mimo—. Puedes estar seguro que de esta, Keith Prescott no se nos escapa. Te lo aseguro.
Se siente un poco raro escuchar a Victoria decirle a Lucio papá. Según Archie, todo esto comenzó porque Tom, el verdadero padrastro de Victoria, buscaba sigilosamente el padre biológico de nuestra pelirroja, que al final terminó siendo Lucio. En verdad el mundo es un pañuelo, como dicen por ahí.
—Lo sé, mi niña, pero sabes que por más que no quiera preocuparme, lo hago. —La atrae más a él por los hombros y esta sonríe.
—¿Ya saben por dónde va a entrar Prescott? ¿Cómo supieron que llegaba? — pregunta Livingston, poniendo las manos en sus caderas. Nadie responde, y eso solo intensifica su curiosidad—. Clare, dime que no lo hicieron de nuevo.
Miro entre ellos dos sin entender nada.
—¿Qué querías que hiciera? —protesta ella, y este golpea su frente—. Ya sabíamos quién era el cómplice e interceptamos su teléfono.
—¿Ya saben quién es el cómplice? —pregunto, asombrado.
—Larga historia. Luego te cuento —dice ella.
—Esta vez se pasaron, Clare —insiste Livingston—. Eso no es legal. Se hubieran buscado muchos problemas.
—Conoces nuestros métodos, Dave. Solo queríamos asegurarnos que era la persona correcta —interviene Nicky—. No debería asombrarte.
—Un día de estos voy a terminar con mis sesos esparcidos en la oficina por culpa de ustedes —finaliza Livingston, derrotado.
—A estas alturas, ya deberías estar acostumbrado —añade Lis, y este resopla.
—Voy a necesitar mucho Tylenol —añade el oficial—. Por lo menos hasta que esta locura acabe por completo.
—Clare, el cómplice se está moviendo —habla Archie, y todos nos acercamos a las pantallas.
—¿Quién es el sospechoso? —pregunto, con curiosidad.
—Míralo por ti mismo —responde Damon, ampliando una imagen en la pantalla central.
—Dime que estás de broma —musito, y caigo con peso en la silla más cercana—. No puede ser el cómplice.
—Tenemos varias fotos y una conversación telefónica que lo confirma. Lo siento mucho, Luke.
—Eso es imposible, Clare —insisto, sin creer lo que ellos me están diciendo— No puede ser el cómplice.
—Nosotros tampoco quisimos creerlo —insiste, presionando mi hombro—. Yo también desearía que eso no fuera así. En las calles también se le conoce como "Mouse".
—Hace dos días, Keith le llamó y ahí fue que supimos todos —explica Archie, y siento que mi mundo se desmorona.
«La llamada que recibió cuando estábamos conversando en Londres», pienso, y trago en seco.
Una vez que había salido del shock del momento, mi chica me explica el plan trazado.
—Yo pienso igual que Bill. Es demasiado peligroso —insisto, negando con la cabeza
—Tú eres peligroso, y mírame. Estoy contigo... por segunda vez —replica ella, y me guiña un ojo.
—Esto no es un juego, Clare. Prescott es muy peligroso. —Acuno su rostro entre mis manos.
—Se metió con uno de los nuestros, mató a otro y dividió una familia. No puedo dejar que siga en la calle haciendo tanto daño, Luke.
—Por favor, tengan cuidado —insiste Livingston.
—Uno de mis chicos confirmó una reunión en las afueras de Green Rose —explica Lis—. Creo que hacer una aparición en plena mañana está fuera de lugar con Keith siendo el centro de atención. No es su modus operandi, pero no tenemos nada que perder.
La melodía del móvil de Clare interrumpe la conversación.
—Hola, hermana mayor —saluda, emocionada—. No creo que sea pertinente, Hannah. No es seguro para ella. Estoy en medio de... Sí, ya sé que... Está bien. La espero mañana entonces.
—¿Todo bien con tu hermana? —pregunta Lucio.
—Dice que la enana llega temprano.
—Mañana es el operativo, Clare —le recuerda Rick, y ella asiente.
—Yo puedo ir a buscarla —me ofrezco—. No es necesario que vaya con ustedes, ¿verdad?
—¿Harías eso?
—Claro que sí, Clare. ¿A qué hora llega?
—A las 11 de la mañana. Gracias, Luke.
—Nada que agradecer, Pitufina.
A la mañana siguiente, ansioso espero a una pequeña de cabellos negros salir del aeropuerto. De la mano de una aeromoza viene la pequeña Amber. Hablando mucho al parecer. La pobre mujer solo sonríe y asiente con su cabeza. Grita mi nombre, contenta, y en mi camino hacia ella, se desata el terror.
Una camioneta oscura atraviesa varios autos, atropellándolos en el camino. Varios individuos salen de la parte trasera de la camioneta en dirección a las puertas. Disparos salen de todas partes, y la niña se agacha asustada, mientras la aeromoza la cubre con su cuerpo. Corro hacia ellas, desesperado por tenerla a mi lado, cuando siento que algo impacta en mi espalda. Caigo al suelo y escucho los gritos de Amber. Todo mi cuerpo se paraliza, y solo puedo levantar la cabeza.
Mis intentos de arrastrarme son disminuidos por el frío que recorre mi cuerpo en esos segundos que me parecen eternos. Pero debo llegar a ella sin importar lo que pase. La aeromoza está en el suelo, inconsciente, mientras unos hombres con pasamontañas se llevan a la pequeña hacia una camioneta. Sus ojos cargados de lágrimas y gritos desgarradores pidiendo auxilio o llamándome me desesperan.
Intento gritar, intento moverme, pero todo dentro de mí comienza a apagarse. La sensación de agua en mis oídos golpea sin piedad. Mi lengua se siente pesada, y no puedo mantener mis ojos abiertos.
«Lo siento, Clare», es mi último pensamiento antes de volverse todo negro.
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