Capítulo 27 «Tierra trágame»
Luke
Todos estábamos angustiados. Desde hace tres días Alexandra está en Londres. Estuvo en una redada, pero Keith logró escapar. La relación entre Jackob y Clare va en declive. Discuten constantemente, y por más que quiero alegrarme, no puedo. Verla sufrir me rompe el corazón.
La discusión del parque fue solo el inicio de la caída del castillo de naipes que han construido juntos durante estos años. Ella es fuerte, pero llega un momento donde las fuerzas van menguando en el ser humano hasta quedarse frito. Nosotros hicimos lo mejor que pudimos para sacarle una sonrisa.
—Clare, necesitas descansar. Llevas días conectada a esas pantallas. Todos están agotados —insisto, tocándole el hombro con suavidad, y ella suspira con pesar.
—Chicos, vamos a tomar un descanso —ordena, estirándose.
Unas bolsas oscuras sobresalen debajo de sus ojos grises.
—En casa tenemos hamburguesa y cerveza —añado para animarlos un poco, pero es casi imposible.
Desde que Lissa nos habló de "Mouse", el títere de Prescott en la ciudad, no han parado de buscarlo. Damon entró en la base de datos del FBI e incluso de la Interpol. No hay foto que pueda servirnos para reconocerlo. Este hombre es buscado en toda Europa y América por tráfico de armas. Pero solo se conoce de él el pseudónimo. Hasta yo había perdido diez años de vida en estos últimos días.
—Necesito encontrarlo —insiste la jefa, con voz cansada—. Es la única persona que nos puede llevar hasta Keith.
—Lo vamos a encontrar, pero debes estar en todas tus facultades. Mírate. ¿Has dormido en estos días?
—Un par de horas diarias. Archie y Damon están haciendo lo imposible. Necesito estar con ellos.
—Necesitan que su líder esté apoyándolos, pero también descansada. Tengo una idea. Ya es demasiado tarde para seguir buscando. Amber está esperando en casa con John. Un poco de pizza, Coca Cola y risa puede ayudarlos a levantar el ánimo.
—Gracias, Smith.
Me abraza con fuerza y el olor a melocotón inunda mi nariz, enviando electricidad por todo mi cuerpo.
«Contrólate, Luke. Ella necesita un amigo en estos momentos. Piensa con la cabeza sobre los hombros, no con la otra que tienes entre las piernas, joder», me digo a mí mismo.
—Vamos. Tú también necesitas fuerzas. —Se aparta, pero no alejo mis manos de su cintura—. Pero tú pagas las pizzas.
—Por mí no hay problema.
Sonrío y regresamos a casa con mi mano en su cintura. Estaba tan agotada física y mentalmente, que ni siquiera notó la cercanía en todo el camino.
Después de una alegre velada, los chicos ya tienen mejor ánimo. No soy yo, pero puedo ver lo preocupados que están. Conozco la historia de Victoria, pero ellos la vivieron. Hay gran diferencia en eso. Todos ríen en la cocina, pero Clare decidió tomar un poco de aire en el porche de atrás de la casa.
—¿En qué piensas? —pregunto, una vez que llego a su lado.
—En nada.
—El que no nada se ahoga —comento divertido, y ella sonríe por lo bajo—. ¿Cómo está todo entre tú y Jackob?
—¿Te soy sincera? —dice sin mirarme, y suspira—. No lo sé. Desde lo ocurrido en el parque, mucho ha cambiado. Es como si una brecha se hubiera abierto entre nosotros de repente.
Coloco mis brazos sobre la barandilla de madera, y me inclino levemente hacia adelante, pegándome un poco a ella, pero sin inundar su espacio.
—¿Cómo estás tú?
—Lo extraño, Smith.
Siento como una daga se entierra en mi pecho, y una mano invisible la gira hacia ambos lados para infringirme dolor.
—He pasado varios años de mi vida con JC. Eso no puedo cambiarlo, pero cuando estoy con ustedes, John, Mía, con mi familia, es como... como si no lo extrañara tanto. No sé si me entiendes.
—Sí te entiendo —añado, un poco más aliviado—. Yo pasé eso mismo con Stella.
—¿Y tú, Luke? ¿La extrañas?
—¿Hablas de Stella?
Ella asiente ante mi pregunta, por lo que me tomo unos segundos para pensar con delicadeza mi respuesta.
—A veces la extraño. Pasamos muy buenos momentos en la relación y antes de ella, pero ya pertenece a mi pasado. A pesar que lo nuestro no funcionó, aún seguimos en contacto.
—¿Cómo era? —pregunta, mirando hacia el horizonte.
—Divertida, alegre, ocurrente. Hizo mi vida en Londres un infierno hasta que empezamos a salir. E incluso, cuando estábamos juntos siempre hacía de las suyas. Ya te lo había dicho antes.
—¿Queda algo de ella en ti? —murmura.
«¿Qué estás tramando con esas preguntas, Clare? ¿Tendrán alguna doble intención?», intento analizar.
—Solo estoy siendo curiosa —objeta con rapidez, al ver mi indecisión.
—No lo creo —añado, con sinceridad—. Somos amigos y terminamos en buenos términos. Todo pasa por algo, Clare, aunque a veces deseamos en nuestro interior que las cosas hubieran sido diferentes.
—¿Desde cuándo te volviste psicólogo? —comenta divertida, y nuestras miradas chocan. Me quedo hipnotizado por esos ojos grises.
—La vida te enseña muchas cosas en tus peores momentos, Pitufina. —Paso mi brazo por encima de sus hombros y la atraigo hacia mí—. Y cuando no aprendes la lección, es tan buena maestra, que te la repite de nuevo.
—Londres te cambió.
—Dudo que el gran Smith cambie alguna vez en su vida.
—Modestia apártate que Luke está abriéndose paso —inquiere, más relajada.
—Hierva mala nunca muere.
Su carcajada instantánea nos envuelve. Dios, extrañaba a esta mujer.
—Ese ego tuyo está demasiado alimentado. No le eches demasiado aire a ese globo, Smith. Puede reventar en cualquier momento, y la caída te va a doler.
—Nada puede herir este pedazo de hombre, Pitufina.
Estamos como antes que toda la apuesta hubiera arruinado lo nuestro. Algo sincero entre los dos. Sin dobles caras o intenciones. Solo somos ella y yo. Dos adolescentes que maduraron de forma rápida, que por más que insisten hacer sus vidas por separado, no lo han logrado, ni siquiera con la lejanía.
—Me retracto. Londres no te cambió ni un poco. ¿En qué piensas?
—En que la vida da muchas vueltas, y siempre nos sorprende.
El timbre de la puerta principal nos saca del pequeño espacio íntimo que tenemos.
—Yo me encargo, John —demanda Clare, al entrar en la casa—. Amber, no comas mucha pizza que te enfermas.
—No te preocupes, querida. Es hecha en casa y no tiene gluten —comenta papá, y ella asiente.
La sonrisa en el rostro de la niña se amplía, así como la picardía en sus ojos azules. La opresión en mi pecho me carcome al ver que Clare se está demorando demasiado, por lo que decido ir con ella. Noto sus hombros tensos, y la mano que agarra el picaporte tiene los nudillos blancos.
—Clare, ¿todo está bien?
Ella se aparta, y trago en seco, rogándole al cielo que mis ojos me engañen al reconocer a la persona en la puerta.
—¿Stella?
—Hola, Luke —saluda, con una amplia sonrisa.
«Tierra trágame», pienso, preocupado.
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