Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14 «Mía Hamilton»

Luke

Solo dos razones por las que apenas pude pegar un ojo. O mejor dicho, tres razones. La primera es que cuando salí de la fiesta de Victoria pasada las diez de la noche, recorrí cada bar de la ciudad en busca de Clare. La llamaba, le dejé mensajes y no me respondía. Con eso, aumentó mi preocupación mucho más que antes. Eran casi las dos de la madrugada y no tenía noticias de ella. Ya no estaba preocupado, ahora estaba aterrado.

El último as que tenía era su departamento. Sabía la dirección perfectamente. Ayer tuve que traer a Alexandra por mareo. Si tocaba la puerta es posible que me mandara a freír espárragos. Eso si se encontraba aquí. Así que opté por viejas prácticas de la secundaria. Tomé dos ganzúas de mi billetera y entro sigilosamente. O eso pensé, hasta que la luz del apartamento se encendió y escuché el chasquido de un arma.

Si era un ladrón y le había hecho daño, no iba a responder por mí. Todas mis dudas fueron esfumadas cuando ella fue la que habló y me giré para verla. Y ahí se encontraba la segunda razón de no dormir anoche y levantarme de mal humor al día siguiente: Clare con un arma en las manos.

Si me lo decían no me lo creería. Lo primero que me pasó por la mente fue lo sexy que se veía apuntando esa arma hacia mí. Definitivamente mi cabeza está mal, pero verla en ese corto camisón apuntándome y hablando con tanta seguridad casi me empalma, y he ahí la tercera razón de mi insomnio: su camisón carmesí de dormir. ¡Era corto! Extremadamente corto.

Desde hace años que no podía observarla en este estado tan provocativo, pero mis neuronas hicieron corte circuito al verla en esa posición defensiva y sexy. Algo tiene que estar mal conmigo. ¿Soy yo o alguien le subió la temperatura a la casa? Hay demasiado calor.

Observé su cuerpo semidesnudo muy lento en lo que ella hablaba y yo respondía por inercia. Por su actitud relajada, no creo que recuerde que ande con esa ropa porque ya me hubiera pegado un planazo, o una bala entre ceja y ceja, pero es imposible que mis ojos no se desvíen hacia su escote.

Se ve justo como el día que la vi por primera vez. Sus sinuosas curvas y su pecho levantado me hicieron recordar esos tiempos en los que fue solo mía. No, miento. Ella ha mejorado con los años. Clare Hanz es como el buen vino, mientras más tiempo tiene, mejor es su sabor.

Una vez bajada el arma, nos dirigimos hasta el balcón. Ella camina y su diminuta pieza de ropa se sube a veces, logrando que el calor llegara a mis mejillas. «Por Dios, Luke, que estuvo a punto de matarte hace cinco segundos. Deja de mirarle el trasero», me lo repetí varias veces, pero era casi imposible con ese camisón que dejaba poco a la imaginación. Definitivamente mi bragueta estaba a punto de reventar si no me concentraba en algo más que no fuera en su cuerpo.

Sacudí mi cabeza y me recosté a la baranda del balcón. Dejé que el frescor de la noche me templara un poco. Cuando estaba en Londres, muchas mujeres pasaron por mi cama, pero ninguna cumplía mi arduo deseo: olvidarla. Cada vez que estaba con una mujer, unos ojos grises aparecían en mi mente.

La frustración comenzaba a hacer mella en mí, hasta que me rendí y dejé de buscar el placer. Me concentré en el trabajo y la universidad. Las mujeres pasaron a un segundo plano y llevo varios años sin tocar a una fémina. Esta enana de cabellos negros, ojos grises y lengua más venenosa que la cobra real, me traumatizó de por vida.

Me concentré en la fría noche, y no en que tenía a la mujer que me quitó el sueño durante tanto tiempo en un camisón demasiado corto para cualquier hombre que se respete. Cuando toqué su mejilla, corriente atravesó mi cuerpo, y por su mirada sé que ella también lo sintió. En el momento que sus ojos grises conectaron con los míos, noté que ella lo deseaba tanto como yo, pero algo la reprimía y yo sabía lo que era. La conversación que escuchó entre Jackob y yo. Me despedí como lo hacía años atrás y conduje hasta mi casa. Con dolor entre mis piernas y frustrado. Me voy a volver loco.

Gruño por lo bajo por culpa del insomnio y salgo de la cama. Al bajar las escaleras, escucho el sonido de los pasos lentos de padre en la cocina. Y aquí me encuentro. Sentado en la isleta de la cocina pensando en Clare, mi horrible noche y con un humor de perro rabioso.

—¿Noche agitada? Es muy difícil verte levantado tan temprano.

—No estoy de humor —protesto por lo bajo, seguido de un gruñido.

—Se te nota a la vista. —Me acerca una taza humectante de café—. Toma, lo vas a necesitar.

—¿Qué hora es?

—Las 9 de la mañana —contesta, y gimo derrotado.

«Definitivamente ver a Clare con un arma en sus delicadas manos y en... eso, me trastocó el sueño», analizo, mientras resoplo.

—¿Qué te pasó anoche? —inquiere, sentándose frente a mí—. Después que te fuiste con Jackob, no te vi más en toda la fiesta.

—Estaba cansado y me fui.

—La mentira tiene patas cortas, hijo. —Apoya el codo en la isleta y la mejilla en su mano—. Anoche cuando llegué, entré en tu habitación y no estabas.

—Papá, estoy un poco grande como para necesitar niñera, ¿no lo crees? —Niega con la cabeza, y me golpeo mentalmente por hablarle en ese tono—. Discúlpame.

—Ya me contarás después. Archie llamó temprano. Dijo que estarían aquí cerca de la una de la tarde. Mía te dejó mensaje. Dice que pases por tu casa, quiere verte.

—Gracias, papá.

Besa mi cabeza y sale por la puerta con la taza de café en las manos en dirección a la empresa a pesar de ser sábado. Su traje a la medida lo delata. Al terminar, me doy una ducha rápida y me encamino a la casa de cierta señora parlanchina. La casa de Mía Hamilton no ha cambiado mucho. Aparco frente a las escaleras y toco con los nudillos la puerta. Una cabellera rubia con hebras blancas me recibe con una sonrisa en su rostro.

—Muchacho, me alegra verte. —Abre sus brazos para mí, y le correspondo.

—Hola, Mía —digo, con voz un poco quebrada por los recuerdos que comienzan a golpear mi mente.

—Estoy en la sala de costura. —Nos adentramos en la estancia y sonrío de soslayo al ver que todo sigue siendo igual. Dios, como extrañaba este lugar—. Ponte cómodo. Ahora vengo.

—¿Tienes chocolate y galletas? —inquiero con un puchero, como si fuera un niño chiquito y mimado. Ella sonríe de soslayo, y con cariño.

—Dios santo, no has cambiado nada en diez años. Ahora mismo acabo de sacar las galletas del horno. Son de vainilla con almendra. En la encimera hay chocolate recién hecho.

Camina con rapidez hacia su cuarto de costura y yo entro en la cocina. Al rato, todas las galletas han desaparecido de la bandeja, y queda solo un poco de chocolate. No es mi culpa que solo haya tenido en mi estómago un sorbo de café, y que ella sea tan buena en la repostería.

—Ya estoy aquí —anuncia contenta—. Voy a... ¿Te comiste todas las galletas, Luke? —Señala con el mentón hacia la bandeja de plata con las manos en la cintura.

—No —contesto con rapidez, mirando hacia otro lado mientras limpio las migajas en las comisuras de mi boca.

—¿Trajiste tu auto? —Asiento y ella sonríe—. Colócalo en el garaje mientras hago más masa. Y por lo que veo, más chocolate.

Al salir por la puerta de la cocina hacia el garaje y me encuentro con las dos motos Harley-Davidson de Clare. El polvo sobre ellas indica que no las usa desde hace mucho tiempo. Los recuerdos de sus carreras en el circuito llegan a mi mente.

En aquel entonces, mi padre tuvo curiosidad sobre corredor que esperaba hasta el final para ganar, donde su traje tenía un número 8 bordado en su espalda. Cortesía de la señora que se encuentran haciendo galletas en este momento.

Sonreí en contra de mi voluntad, porque nunca me imaginé a Clare corriendo en ese tipo de carreras, aunque tampoco la creí con un arma y anoche me apunto con una a la cabeza. Sacudo mis pensamientos, coloco mi Jaguar negro en el garaje y me adentro en la cocina una vez más.

—Yo también la extraño —comenta, con voz nostálgica.

—¿A quién? —Me siento frente a ella al otro lado de la isleta.

—A mi niña, Luke. Cuando fuiste al garaje, te seguí, y puede ver como mirabas sus motos. Yo también extraño los tiempos en los que llegaba tarde en la noche por una de las carreras ilegales. Creo que las motos deben estar escondidas al final.

Mis ojos se abren de par en par al escuchar aquello.

—¿Corría en carreras ilegales? —No sé si pregunté o exclamé al escuchar aquello.

—¿No lo sabías? —Me observa, horrorizada—. Creo que he metido la pata.

—Ella me va a dar explicaciones de esto.

—¿Para qué, querido? ¿Qué consigues con eso?

—Pero eso es peligroso —insisto, anonadado por su pasividad en algo tan delicado.

—Eso lo hacía en la secundaria. Ella lo dejó atrás.

—¿Estás de broma, Mía? ¿En la secundaria? Era una menor de edad.

—Muchacho, a esa edad ustedes hicieron cosas peores. Jugar con el corazón y sus sentimientos es peor que ser encarcelado por una carrera ilegal —añade entre dientes, y resoplo. Está hablando de la apuesta—. Pero cuéntame de tu vida en Londres.

—Nada nuevo. Estudiando y llevando la empresa de mi padre al mismo tiempo. Ese es mi resumen en una oración.

—Tu vida no pudo ser tan aburrida, ¿verdad? —Coloca una bandeja dentro del horno—. Vamos. Cuéntame algo que no sepa.

—No has dejado de ser cotilla, ¿verdad?

—Una Hamilton será cotilla hasta que muera. Vivimos, respiramos y amamos el chisme, muchacho. Es inevitable. Suelta y exagera, que alguna aventura debiste tener.

—Estuve con varias chicas e incluso llegué a estar en una relación. —Dejo la idea en el aire y le miro con cierto recelo.

—¿Pero...? —insiste, sentándose a mi lado.

—No logré sacármela de la cabeza, Mía. Clare dejó mi mundo patas arriba. —Dejo caer mis hombros en señal de derrota—. Y ahora mírala. A punto de casarse, igual que Victoria.

—Me alegro mucho por ellos.

—No estás ayudando, ¿sabes? —Inclino mi cuerpo hacia fría isleta hasta tocarla con mi pecho, y cruzo los brazos en la superficie.

—No terminé la frase. Me alegro mucho por Victoria y Billy. Esos chicos se lo merecen. —Pasa con suavidad su mano avejentada por mi espalda—. Pero me duele por mi nieta. Es verdad que ese chico la hace feliz, pero no del todo.

—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? Para mí, Clare irradia felicidad siempre que está cerca de... ese.

—Mi nieta oculta bastante bien sus emociones. Me costó años poder comprenderla con solo una mirada. Cuando casi terminó en la cárcel por andar hasta la coronilla de alcohol, le dimos una larga reprimenda, pero luego nos reímos. Sus ojos no podían mentir aquello que ocultaba su corazón, y sus acciones fueron testigo.

—Espera. ¿Qué? ¿Estuvo en la cárcel? —espeto sorprendido, y me levanto con rapidez—. ¿Pero en qué tiempo pasó todo eso?

—No llegó a eso gracias a Nikole —explica, con voz pausada—. Las únicas que saben lo ocurrido esa noche son la asiática y mi problemática nieta. John y Liam no saben toda la historia aún, y yo me enteré porque las escuché hablar sobre una demanda en contra de mi niña. —Un timbre recorre la cocina—. Déjame sacar las galletas para que se enfríen.

Mía ha dejado mi cabeza hecha un lío. Me pasé diez años fuera y me siento como un completo desconocido entre mis propios amigos. La mujer que amo maneja un arma y se emborrachó una vez cuando ni siquiera toma. Y para rematar, se casa en tres meses. Esto. Es. Un. Caos. Mi vida parece una telenovela barata o un libro de poco chiste.

Pasé toda mi mañana en compañía de Mía. Intenté sonsacarle más información, pero esta señora es muy dura de roer cuando se trata de su nieta o su yerno. Nuestro rato agradable finalizó cuando mi teléfono comienza a sonar, y la foto de Archie sale en la pantalla.

—Tengo que dejarte —anuncio, al colgar la llamada—. Los chicos me esperan en casa.

—Me gustó que vinieras a verme, muchacho.

Sonríe con esa mirada dulce y cariñosa de siempre. Unas arrugas aparecen en el borde de sus ojos y en la comisura de sus labios.

—Yo igual. Disfruté mucho de tu compañía. —La abrazo, y beso su sien como hacía en antaño.

—¿Qué tiempo te vas a quedar?

Es la tercera persona que me pregunta eso en solo dos días

—Aún no sé.

—Pásate más por casa. Victoria y Bill vienen de vez en cuando. A Clare casi no la veo últimamente.

—Lo tendré en cuenta —añado, para emocionarla un poco al notar su ánimo decaído y camino hacia la puerta trasera.

—Luke —Detengo mis pasos en seco—, me alegro que estés de vuelta.

Asiento con la cabeza antes de salir por la puerta trasera, Conduje hasta mi casa aún pensativo. Definitivamente todos habíamos cambiado. Sutilmente, pero habíamos hecho nuestros propios caminos.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro