Luke
Atravieso las grandes puertas del aeropuerto y vislumbro arrimado a la acera, al chofer de mi padre.
—Buenos días, Walter —digo con una sonrisa al hombre que siempre ha estado a mi lado desde que tengo uso de razón.
—Buenos días, señor Smith. —Niego con la cabeza y sonrío.
—No has perdido la costumbre, ¿verdad? Déjate de formalismos conmigo. Has sido como un padre para mí.
—Muchas gracias por sus halagos. Mejor nos apuramos. Su padre lo espera.
Asiento con la cabeza y alguien choca conmigo. «Ese olor. No puede ser posible». Me giro con rapidez, pero me encuentro con una pequeña niña. Dejo escapar el aire que ni sabía que aguantaba.
—Disculpe, señor. No fue mi intención —explica la pequeña agarrando contra su pecho a un cachorro spaniel en sus brazos.
—No te preocupes, querida. —Me agacho a su altura—. ¿Te hiciste daño? —La pequeña niega con la cabeza y sonríe—. Ten cuidado la próxima vez, ¿entendido?
—Camile —grita una joven a lo lejos.
—Esa es mi mamá. Nos vemos, señor. —Se despide con su manito y va en busca de su madre.
—–¿Todo bien, señor Smith?
—Sí, Walter. Todo bien. —añado, sentándome como copiloto, algo que no le pasa desapercibido.
—Si su padre se entera de esto, me mata. —Sonríe cariñosamente y unas arrugas aparecen en el borde de sus ojos.
—Lo dudo, mi querido amigo. No en mi guardia.
Walter pregunta acerca de mis viajes y estudios en Londres. El trayecto se me hace eterno. El tráfico a esta hora de la mañana es lamentable. En momentos de silencio, el olor de esa pequeña viene a mi mente, pero hace surgir otro rostro en mis recuerdos.
—Luke, ¿qué pasa?
—¿Ahora soy Luke? —Sonrío, pero la mirada de Walter por el espejo retrovisor indica cariño y afecto, recordándome mucho a mi padre.
—No me hagas reír. Dime que te ocurre. Por más que quiera aparentar, sé que algo le está preocupando.
—A ti no se te puede ocultar nada, ¿verdad?
—Le conozco desde que era un muchacho. Cuando frunce el ceño y arruga la nariz es porque algo le preocupa, o quiere preguntar algo y no puede.
—Una niña chocó conmigo y me recordó a una persona del pasado. Solo eso.
—Ah, ya sé de lo que me habla. Se trata de la señorita...
—Por favor, no digas su nombre —atajo con rapidez.
Los recuerdos surgen de la nada y aprieto los puños lo más fuerte que puedo.
—Pues, déjeme decirle que...
—Por favor, Walter —interrumpo—, no lo digas.
—Como quiera, señor Smith. —Se yergue en su asiento y llegamos a la empresa TecnoLena S.A unos minutos después.
—Entra por la parte de atrás. No estoy para las carroñeras de recepción.
TecnoLena S.A. es una de las mayores empresas de tecnología de choque en Dallas. Padre ha abierto sucursales en varios países del mundo. Todo gracias a mamá, Lena Smith.
Mi padre, después de un tiempo, decidió ampliar el edificio. No le culpo. Cada vez hay personal más capacitado, y tengo entendido que ninguno de sus empleados se queja. Aunque dudo que alguien se queje con la buena remuneración y beneficios que aporta la empresa.
TecnoLena S.A se divide en diferentes áreas importantes de la tecnología. Ya sea en programación, nano tecnología y tecnología de choques. Esa es la más importante ya que está relacionada con carreras de automóviles y fórmula 1. Hace dos años abrió una planta relacionada con la robótica. A mi madre le hubiera encantado todo esto. Estaría muy orgullosa de él.
Subo hasta la última planta en el ascensor privado. La caja metálica se abre luego de un ligero bip, pero mi cuerpo se sobresalta por los gritos histéricos que llegan a mis oídos. Walter y yo nos miramos alarmados y corrimos a la oficina de mi padre. Abro mis ojos al ver el desastre frente a mí.
Nunca lo he visto perder los estribos como hoy. Es más, John Smith no es alguien que pierda la cabeza de esta forma. Linda, la secretaria personal, está en la puerta temblando asustada. Sus ojos aterrados recaen en mí cuando entramos. Walter la abraza, y me dirijo a mi padre sentado en el sofá, con la cabeza apoyada en las manos.
—Papá, por Dios, ¿qué está pasando? ¿Qué es todo este alboroto?
La oficina está patas arriba. Papeles revueltos en su buró y desperdigados por toda la estancia. La computadora está tirada al suelo y la vitrina de cristal hecha añicos.
—Hijo, es una catástrofe.
Nunca lo he visto tan derrumbado, excepto en el entierro de mamá. Su cabello está más blanco que el año pasado cuando vine de vacaciones. Sus arrugas se denotan más y sus ojos se ven cansados y agotados.
—–Linda, por favor, trae algún tranquilizante para mi padre y un café doble para mí. —Fue decir esas palabras, y ella salió de prisa—. Papá, mírame. —Tomo su cara entre mis manos—, necesitas calmarte. Padeces del corazón y te necesito fuerte para que mis hijos pueden tener un abuelo. Walter, por favor, lleva a mi padre a la habitación y échale un ojo mientras organizo este desastre.
Al cabo de una hora, ya está más tranquilo y nuestro chofer se retira con su esposa. Los miro a los ojos y ambos asienten. Muchos años de conocernos, y con la mirada les pedí silencio y calma.
—Gracias, hijo. No sabes la alegría que me da verte acá de nuevo.
—Papá, necesito que me expliques que pasó. Linda temblaba aterrorizada sin saber cómo reaccionar.
—Pobre mujer. Soy un jefe tirano.
—Tirano o no, dudo que se busquen otro trabajo. Te han aguantado cuarenta años de tu vida. Dudo que se rajen en estos momentos. Ahora explícame, y no te dejes ningún detalle.
—Lo que pasa hijo es que la empresa estaba en la mira de la policía.
Sus palabras hacen que caiga de trasero en el suelo. Muy bien. Esperaba cualquier cosa menos eso. No conozco persona más honrada que el hombre que tengo frente a mí. Es la idea más descabellada que he escuchado en mi vida.
—¿De qué estás hablando? Eso es imposible.
—Ya lo sé, Luke. Pero no me enteré hasta que el viernes en la noche Lucio vino y me lo dijo
—Pero... —Las palabras no me salen del asombro—, espera un momento. ¿Lucio no era el narrador de las competencias del circuito? Ni lo intentes. Solo déjalo. Explícate bien.
—Tranquilo, no tiene nada que ver con nosotros, pero eso puede afectar a la empresa y a sus asociados. Sabes perfectamente que yo nunca haría nada como eso y Lucio también está al tanto. El problema fue uno de nuestros contables. Su historial era demasiado perfecto. Tenía que haber sospechado algo. —Comienza de nuevo con un ataque de ansiedad.
—Papá, respira hondo.
Después de varios minutos, se tranquiliza.
—El lunes en la mañana fui a hablar con la persona encargada de la contabilidad de la empresa, completamente de fiar. Había trabajado con nosotros más de 15 años. Fui a su oficina y me encuentro con la caja fuerte vacía, como si él nunca hubiera existido. —Esto me está dejando sin habla—. Rápidamente llamé a Lucio y le conté lo sucedido. Puso a toda la policía y el FBI en acción, pero ya era demasiado tarde. Esa persona había salido del país con casi un billón de dólares en transacciones a paraísos fiscales. Revisamos las cuentas de la empresa y los números no coincidían. Todo lo hizo sin que notáramos nada.
—Papá, eso es terrible.
—Ya lo sé, hijo. —Pasa su mano ya avejentada por los años por mi mejilla—. Ya ves el porqué de mi desesperación. Lucio no está muy seguro de poder recuperar el dinero. Aunque aún no se sabe cómo lo sacó del país. ¡Ay, Dios mío! No quiero sacar cuentas para saber cuánto dinero sucio ese hombre lavó en la empresa. Porque esa es otra historia.
—Eso ocurrió el lunes y hoy es miércoles. ¿Se puede saber cómo es que me entero de esto hoy? Soy tu hijo —inquiero muy molesto.
—No quería preocuparte. Mañana es el pago de las nóminas a los empleados y no sé qué hacer.
—¿No puedes pedir un préstamo al banco o algo por el estilo?
—Tenemos que permanecer con un perfil bajo para no alarmar a los accionistas. Esto podría ser un desastre. La empresa podría...
—Eso no va a pasar. Todos te conocen y saben de lo que eres capaz. Sé que es mucho dinero. ¿Nadie te lo puede prestar? ¿O enviarlos de vacaciones? Olvídalo. Imposible que la empresa se quede sin un solo trabajador durante más de una semana. —No supe darle otra solución por el momento.
—¡Ay, hijo mío! Si tan solo... —Mi padre corta sus palabras al momento como si muna idea loca hubiera pasado por su cabeza—. Ahora vuelvo.
Se levanta rápidamente, toma su móvil y sale disparado de la habitación.
Tuve que recostarme al sofá donde antes mi padre estaba sentado. Esto no puede estar pasando. Es una locura. Él regresó a los pocos minutos más aliviado y con una leve sonrisa en los labios, cosa que me dejó más confundido aún.
Una hora después que el despacho luciera más decente, charlamos un poco sobre los avances de su empresa en Londres y sus futuros objetivos de abrir uno en el continente asiático.
—Señor Smith, ya está aquí —habla Linda por el intercomunicador con voz pasiva.
—Gracias, querida. Dile que pase al despacho. —La esperanza se aloja en sus ojos y suspira relajado.
—Señor Smith —añado más tranquilo—, ¿ya me puede explicar que está pasando? He estado preocupado por usted desde que llegué.
—Hablé con un amigo mío. Dijo que iba a mandar al mejor en estos casos de apuro. Él pone su entera confianza en la capacidad de... —Un silbido surca el aire, interrumpiendo el diálogo de mi padre.
La tensión en mis músculos es instantánea y todo el vello de mi cuerpo se eriza. Mi padre sonríe a la persona que está detrás de mí y se levanta de la silla emocionado directamente a la puerta. No hace falta que me gire para saber quién es la causante de esa amplia sonrisa.
—Al fin llegaste. Estoy a punto del colapso emocional.
—John, sabes perfectamente que cuando se trata de ti, muevo cielo y tierra. Ahora dime, ¿qué necesitas que haga? —añade la tercera persona, sonriendo con dulzura.
Esa sonrisa, y ese olor me tienen anclado a la silla sin poder moverme. Respiro profundo y tomo valor. Suavemente giro la silla y voy subiendo la vista desde el suelo hasta arriba.
—Cuanto tiempo sin verte —dice con una sonrisa coqueta—. Hola, Luke.
«Esto no puede estar pasándome», pienso tragando en seco. Y aun así, a pesar de todo este tiempo sigue tan malditamente hermosa y fuerte como hace diez años atrás. Y yo sigo siendo el mismo imbécil que babea por ella.
—Hola, Clare —murmuro, observando esos ojos grises que me dirigen una mirada glacial.
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