8 - Confesiones en El Retiro
Una semana después, en la terraza de su casa, Carlota seguía dándole vueltas a Adrián. Estaba sentada en su rincón favorito, un sillón de mimbre decorado con cojines de colores, con un libro en la mano, pero las palabras se deslizaban sin sentido por sus ojos. El sol brillaba suavemente, y el canto de los pájaros acompañaba el murmullo del programa que veía su madre en el salón. Hablaban de la famosa Reina de los Renegados, un mito que traía de cabeza a periodistas y policías. ¿Era real o solo una leyenda urbana absurda? Carlota no podía decidirse.
Su madre, en cambio, se había vuelto adicta a todas las teorías que rodeaban a la figura de la Reina. En el programa rosa cavilaban sobre su identidad desconocida, repasando sus logros y heroísmos, mientras Carlota se distraía con sus pensamientos. ¿Por qué no podía dejar de pensar en Adrián?
Con un suspiro, Carlota cogió su móvil, sintiéndose culpable. ¿Debería llamarlo? No sabía nada de él desde su huida de la cena y un nudo se formó en su estómago. Balanceó el móvil de una mano a la otra mientras dudaba.
—¿A quién vas a llamar, hija? —preguntó su madre desde el salón, rompiendo su ensimismamiento.
Carlota ladeó la cabeza, sin saber si confesarle la verdad. Su madre estaba muy preocupada por ella y no tenía idea de cómo ayudarla. La única mejora que había visto en meses habían sido sus citas con Adrián. Así que, sabía que si le decía que lo iba a llamar, se alegraría.
Antes de que pudiera responder, el móvil empezó a sonar. Al ver el nombre de Adrián, su corazón latió con fuerza, y se encontró cruzando una mirada sorprendida con su madre.
—Ahora vuelvo.
En cuanto estuvo en su habitación, descolgó.
—Adrián —se limitó a decir, intentando mantener la calma.
—Carlota —respondió él, en un tono serio que la hizo fruncir el ceño.
Se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Se maldijo a sí misma: se había prometido no volver a sentir nada de eso. ¿Qué tenía Adrián que rompía todos sus esquemas? Tal vez su aire inocente, su mirada cálida y misteriosa, o los recuerdos de esos momentos que compartieron en el cine y la cena.
—¿Estás bien? —se apresuró a preguntar—. El otro día me quedé muy preocupada. Justo estaba pensando en llamarte y...
—Carlota, necesito confiar en alguien —la interrumpió, su voz sonaba apremiante y cargada de urgencia—. Y algo me dice que ese alguien eres tú. ¿Puedo confiar en ti?
Ella hizo una pausa, sintiéndose vulnerable. ¿Y si Adrián estaba metido en problemas? Pero su instinto la impulsaba a arriesgarse. Harta de esconderse y huir, decidió que era hora de empezar a vivir.
—Puedes confiar en mí.
Oyó un suspiro de alivio al otro lado de la línea.
—Has tardado tanto en contestar que ya creía que te había dado algo —bromeó él, intentando aligerar el ambiente—. Está bien, Carlota, encontrémonos en media hora en El Retiro, en la salida de Ibiza.
Carlota quería preguntar por qué tan lejos si ambos vivían al lado, pero Adrián ya había colgado, dejándola con mil preguntas en la mente.
Dejó el móvil en la mesilla, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo mientras se preparaba para salir. Tenía la intuición de que, por fin, iba a conocer los secretos de Adrián.
Era un paso hacia lo desconocido, y estaba lista para darlo.
Cuando Carlota llegó a la puerta de La América Española de El Retiro, la más cercana al metro de Ibiza, una mezcla de ansiedad y anticipación burbujeaba en su interior. Al observar a Adrián desde la distancia, una oleada de emociones la envolvió. Él estaba cabizbajo, con la mirada perdida en las hojas mustias que yacían en el suelo. Su cuerpo delataba un nerviosismo palpable: las piernas temblaban, golpeando el suelo con el talón de sus Nike. Los rizos rubios, desordenados por el viento, le conferían un aire de vulnerabilidad que hizo que Carlota sintiera un profundo impulso de acercarse.
—Hola, monstruo de los pasteles —dijo, acercándose con una sonrisa que trataba de ocultar sus propios nervios.
Él levantó la cabeza como un resorte al escuchar su voz. Su cara desconcertó a Carlota. Su mirada escondía miedo, pero algo en la manera en la que suspiró al verla transmitió alivio. Las comisuras de sus labios se atrevieron a esbozar una tierna sonrisa.
—Hola, chica modista —respondió él, con un despreocupado tono que no acabó de quedar del todo natural—. Me daba mucho miedo que no aparecieses.
—Te dije que vendría. No falto a mis promesas.
—Tomo nota —dijo él, frunciendo los labios con un nerviosismo casi contagioso—. ¿Me sigues? —le preguntó, tendiéndole la mano.
Carlota le evaluó un momento, insegura. Podía ser un loco que la llevara a quién sabe dónde, pero había algo en esa conexión que la impulsaba a él.
Tomó su mano, sintiendo un ligero cosquilleo recorrerle.
—No han saltado chispas —dijo ella.
—Creo que es porque ya no huimos —respondió él; su mirada profunda y sincera la sorprendió.
—¿De qué?
—Ven conmigo —dijo, sin soltar su mano.
Adrián la guió en su travesía a través de El Retiro, el aire fresco y el perfume de las flores llenando sus sentidos. Atrás quedó la vitalidad del embalse, con sus balsas y remadores, el eco de risas y el tintineo de los hielos contra las copas. A medida que se alejaban de las zonas más concurridas, el corazón de Carlota comenzó a latir más rápido, una mezcla de emoción y temor en su pecho.
—¿Por qué hemos venido hasta El Retiro si vivimos tan cerca? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
—Quería encontrar un lugar donde nadie pudiera oírnos.
El temor volvió a instalarse en su pecho, y desaceleró el paso, quedándose atrás. Él debió de notarlo y adivinar sus pensamientos.
—Carlota, no te voy a hacer daño, solo quiero contarte algo —por su cara cruzó un relámpago de angustia—. Algo que me pasa —le dijo tras parar repentinamente y cogerla por los hombros.
Carlota asintió, sintiéndose vulnerable pero decidida. Adrián parecía saber muy bien a dónde iba: atravesó los jardines que rodeaban al Palacio de Cristal, donde la gente se agolpaba alrededor del lago, alimentando a sus enormes patos. Los pájaros graznaban, creando una melodía caótica que contrastaba con la tensión que sentían. Siguieron adelante, dejando atrás el Paseo de la República de Cuba y adentrándose en los Jardines Madrileños.
Los Jardines estaban tal como los recordaba ella: marrones y solitarios, rodeados por una valla que enmarcaba un camino con bancos de piedra en pequeñas plazoletas que surgían en los cruces de caminos. A pesar de ser un día soleado, el lugar parecía envuelto en sombras, protegido por los cientos de árboles que lo habitaban, como guardianes de secretos inconfesables.
Finalmente, Adrián se detuvo y se sentó en uno de esos bancos. Guardó silencio cuando Carlota se sentó a su lado, el aire entre ellos cargado de expectativas.
—¿Y bien? —preguntó ella, impaciente. La espera le resultaba insoportable; como buena Aries, la impaciencia corría por sus venas.
Adrián parecía no saber por dónde empezar. Para animarle, Carlota apretó su mano, que aún tenía entre las suyas. Por algún motivo, no quería soltarle.
—Verás, Carlota, yo... —se le notaba perdido, y Carlota se sintió desconcertada. Adrián siempre parecía tener las palabras para todo—. El otro día, cuando me puse... raro, ¿sabes? —sí, raro como poco, pensó ella—, tuve... tuve... tuve una visión —dijo atropelladamente, tanto que se le trabó un poco la lengua.
Carlota abrió mucho los ojos, pero estaba casi más sorprendida por la rapidez con la que había formulado esa última frase que por la información en sí misma. Ya sabía que Adrián escondía algo, dada esa extraña inmunidad que parecía presentar ante su poder. ¿Poder? Era la primera vez que pensaba en su empatía sin sentir un vértigo horrible.
—¿No vas a decir nada?
—Prefiero que sigas contándome —dijo ella, sin más. Necesitaba más información.
Adrián, aunque no muy convencido, siguió su historia mientras notaba la mirada atenta de Carlota.
Nota de la autora:
¡Hola!
En este capítulo, Carlota y Adrián dan un paso crucial en su viaje juntos. ¿Qué creéis que pasará ahora?
Espero que os haya gustado la ambientación en El Retiro. Es un escenario que volverá a salir varias veces a lo largo de la historia y que será crucial en el final de este libro. Estoy pensando en compartiros algunas fotos de los escenarios de estos capítulos, para los que no conocéis Madrid. ¿Os gusta la idea?
¡No olvidéis dejar comentarios y votar si os ha gustado el capítulo!
Gracias por acompañarme en este viaje literario.
Crispy World
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