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7 - El juego de la conexión

Lucas recogió sus cosas de mal humor, apilando sus pequeños cuadernos de trabajo que tenía repartidos por la mesa en la Biblioteca de Ciencias de la Universidad Autónoma. Estaba en medio de su máster en Física Teórica y Cosmología, y la materia oscura era su tema favorito. Había pasado toda la tarde intentando resolver complejas ecuaciones, pero un grupo de chicas de primer curso se había sentado a su lado, cuchicheando sobre sus travesuras del fin de semana, y no le dejaban concentrarse.

De manera inconsciente, sus pasos lo llevaron a la salida de la sala de Química, un camino menos transitado que reflejaba su personalidad solitaria. Carlota había comprendido esta faceta de él, tal vez porque también era un poco así, pero Gwen no respetaba su espacio; era demasiado entusiasta. Lucas aún no tenía claro qué había pasado entre ellos. Su relación con Carlota había sido intensa; eran muy diferentes y chocaban a menudo, pero esa diferencia había generado una atracción magnética.

Al principio, la relación había sido divertida, ampliando sus horizontes hacia el mundo de la moda y el diseño que tanto apasionaba a Carlota. Lucas se había enamorado de ella, pero pronto se dio cuenta de que sus diferencias hacían insostenible esa relación. Además, Carlota no mostraba el interés que él necesitaba. Mientras ella se mantenía independiente, Lucas conoció a la entregada Gwen y, en un momento de pasión y venganza, traicionó a Carlota. Sin embargo, al día siguiente, se sintió culpable y no se atrevió a confesarle su error. Aun así, estaba seguro de que, de alguna manera, Carlota lo sabía.

Al salir de la biblioteca, regresó a la estación de Renfe. Atravesó parcelas de césped donde jóvenes despreocupados, músicos y activistas ocupaban el espacio. Al llegar a las puertas de cristal que daban acceso a la estación, miró el cartel que anunciaba que el tren llegaría en ocho minutos. Mientras pensaba en cómo sus poderes habían consolidado su relación con Gwen, también se dio cuenta de que ese secreto compartido los había hecho más fuertes.

Lucas se acercó a uno de los tornos, consciente de que su billete, una ilusión, no funcionaría. Simuló que el billete estaba estropeado y le mostró a un guardia un abono que había hecho aparecer de la nada. El guardia, sin razones para sospechar, lo dejó pasar.

Subió las escaleras junto a una máquina de refrescos vieja, cuya cima estaba cubierta de pelusas. Atravesó la pasarela hacia el andén, recordando que había quedado con Gwen en el kilómetro cero en Sol. Planeaban disfrutar de una romántica velada de viernes, paseando por el bullicio del centro de Madrid, seguido de una cena en uno de los muchos bares de la zona.

Carlota llevaba cinco días dándole vueltas a muchas cosas desde que vio a Adrián: quién era, qué escondía, si sería peligroso. El viernes llegó sin haber aclarado su mente y lo observó a través del cristal de su portal, donde él la esperaba apoyado en la pared.

Adrián había hecho un esfuerzo por vestirse bien: camisa bien planchada, vaqueros oscuros y zapatos de ante gris. Había intentado, sin mucho éxito, peinar sus rizos rubios y estaban engominados y apelmazados contra su cabeza.

Carlota suspiró y cruzó el portal. Él sonrió al verla y se le formaron unos hoyuelos en las mejillas, al igual que la última vez. A Carlota le atraían esos hoyuelos y volvió a desviar la mirada. Adrián despertaba en ella sentimientos... intensos. Pero Carlota no estaba dispuesta a dejar que fuese mas allá de una atracción física. Todas sus corazas estaban echadas y cerradas bajo llave.

No tenía claro qué secretos guardaba él. La única razón por la que estaba allí era porque necesitaba respuestas.

—Hola, Adrián.

—Hola, Carlota. Estás...

Carlota levantó una mano, el corazón latiéndole con fuerza.

—No quiero piropos, Adrián. No estoy aquí para eso.

—¿No? ¿Y para qué estás entonces? —dijo él, inclinando la cabeza con curiosidad.

Ambos sabían que el otro escondía algo.

—Vamos, la reserva es a las nueve.

Tenían mesa en uno de los restaurantes favoritos de Carlota: el Pipa & Co. Le encantaba su terraza, separada del bullicio de la calle y muy íntima. Esa tarde de finales de octubre era especialmente buena. Al llegar, Carlota se quitó el blazer y el aire fresco acarició su piel, revelando un vestido de manga larga que se ajustaba a su figura. Notó cómo Adrián la evaluaba y una oleada de confianza le subió por la espalda. Sabía que el juego de la conquista se le daba bien y podía aprovecharlo para encontrar respuestas. Tenía claros los límites: nada pasaría entre ellos, pero jugar un poco no le molestaba si la acercaba a descubrir por qué su poder no le afectaba como a los demás.

—¿Qué me miras? —le preguntó, intentando mantener la ligereza.

—Te lo diría, pero no puedo, ¿sabes? Nada de piropos hoy.

—Ni hoy, ni nunca, Adrián —replicó, riendo mientras se escondía tras la carta, sintiéndose algo más relajada.

—¿Por qué? Eres súper distante, lo sabes, ¿no?

—No he tenido buenas experiencias en el ámbito amoroso.

—Eso lo entiendo. Pero, entonces, por segunda vez en menos de media hora te pregunto: ¿por qué estás aquí conmigo otra vez si no te intereso?

Carlota le clavó la mirada por encima de la carta. De repente, la valentía la invadió, y decidió asumir un riesgo.

—Creo que lo sabes.

Adrián tardó unos segundos en responder. A Carlota le parecieron horas.

—Sí, creo que lo sé.

Se concentró, intentando entrar en él de nuevo.

—Vas a hacer esa cosa rara que haces en mi interior, ¿no? —susurró él, con una voz ronca y temblorosa.

Carlota abrió la boca, incapaz de responder mientras la concentración se le escapaba. Su corazón se aceleró, y las palabras se le nublaron. ¿Qué podía decir? ¿Confesar la verdad? ¿Y si la verdad resultaba ser mentira? ¿O si solo había perdido la cabeza y Adrián se refería a otra cosa?

—¿Habéis decidido qué vais a pedir? —interrumpió la camarera con una sonrisa.

Carlota sintió la atracción de la camarera hacia Adrián, además de su cansancio y tristeza. Se recostó en el respaldo de la silla y se dio cuenta entonces de que Adrián y ella se habían acercado en la mesa, y sus rostros habían estado a tan solo unos palmos de distancia.

—¿Te parecen bien hummus y gyozas para el centro, Carlota? —preguntó Adrián, sacudiendo la cabeza.

—Claro —se encogió de hombros, una sonrisa nerviosa asomando en sus labios—. Lo que quieras.

La incomodidad de la camarera era palpable; ella también percibía la tensión entre ellos.

—¿Algo más?

—El resto lo pedimos luego —dijo Adrián.

—¿Y de beber?

Adrián tensó la mandíbula. Era evidente que deseaba que la camarera se marchara. Fue Carlota quien dijo:

—Trae dos copas de vino blanco.

La camarera asintió y se marchó, dejándolos a solas.

—¿Qué ibas a hacer, Carlota? —preguntó él, serio, con la voz baja de nuevo.

—No puedo contártelo, Adrián.

Él sonrió, pero había un destello de decepción en su mirada.

—Lo imaginaba.

La camarera volvió con las copas y se fue todo lo rápido que pudo. Carlota bebió un buen trago de su copa, sintiendo la calidez del vino recorrerla.

Animada por el vino, se atrevió a decir:

—En el hipotético caso de que sí que fuese a hacer algo cuando vino la camarera...

Adrián se inclinó hacia ella, la curiosidad brillando en sus ojos.

—... solo hipotéticamente... ¿qué opinas de ello?

—Esa es una pregunta un poco difícil de responder con tan poca información... sobre ese caso hipotético.

—¿Qué sientes? ¿Sentirías? —se corrigió ella, sintiendo que la conexión entre ellos se volvía más intensa.

—A ti. Sé que eres tú, pero no sé qué es lo que haces, ni cómo, ni qué significa.

Pasaron casi un minuto en silencio, hasta que Carlota se armó de valor:

—¿Quieres que lo haga otra vez? —dijo, comenzando a explorar los sentimientos de Adrián.

Sin embargo, Adrián no pudo responder. Se puso tenso, aferrándose a la mesa con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Con la otra mano se sujetó la cabeza, cerrando los ojos. Su rostro se transformó en una mueca de dolor. Carlota se levantó, temiendo que se cayera de la silla. La camarera los miró, su preocupación era evidente. Pero para cuando llegó a su mesa, Adrián había recuperado la compostura. Sin embargo, no había rastro de su sonrisa ni de sus hoyuelos, y su tono bronceado se había tornado en un blanco cenizo.

—Adrián, ¿qué ha pasado? ¿Estás...? —pero él no le dio tiempo a terminar.

Se levantó, pagó a la camarera y se disculpó. Mientras se alejaba a toda prisa, alegó un dolor de cabeza y le dijo a Carlota que volvería a llamarla. Carlota había logrado un mínimo contacto con los sentimientos de Adrián; no le había dado tiempo a más. Pero eso había sido suficiente para saber que a Adrián no le dolía la cabeza. Estaba mintiendo. Lo que realmente había sentido era un miedo aterrador.

Nota de la autora:

¡Hola!

A partir de hoy empezamos con el horario habitual de publicación, que será los sábados como hoy y los miércoles.

Y ahora sí... ¿Qué creéis que le ha pasado a Adrián al final del capítulo para dejar plantada a Carlota?

Espero que os haya gustado el capítulo, ¡no os olvidéis de votar si así ha sido!

Crispy World

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