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6 - Chispas en el cine

Cuando Carlota atravesó la puerta de cristal de su portal, Adrián trató de aparentar normalidad. Estaba nervioso por verla de nuevo. Quería respuestas. Estaba seguro de que Carlota escondía algo y de que, la última vez que se vieron, había hecho algo con él.

Había notado su presencia en su pecho, como si ella estuviese dentro. No podía evitar preguntarse si ese era el motivo por el que no paraba de tener visiones sobre Carlota. Aunque a veces ya no sabía si eran visiones o sueños. Los otros caminos que veía eran tan horribles que, si eran de cosecha propia y no una premonición, le daba miedo lo que había en su propia mente: veía un Madrid encapsulado bajo una cúpula que se resquebrajaba con los golpes de unos demonios horribles que se veían al otro lado.

—Hola, Carlota.

Ella le miró fijamente y desvió la mirada. ¿En qué estaría pensando?

—Chico surfista.

A él no se le escapó el esmero que ella había puesto en su aspecto: vestido azul corto, taconazos, colgante de destellos plateados y maquillaje discreto.

—Estás muy guapa. ¿Me quieres impresionar? —preguntó él, con una sonrisa pícara.

Carlota se paró en seco y levantó las manos.

—Adrián, no te flipes —Carlota giró los ojos, pero el sonrojo en sus mejillas la traicionaba—. Y no me hagas arrepentirme de esto tan pronto —hizo una pausa—. Lo digo en serio, no estoy bromeando.

—Por favor, si yo me he puesto camisa y todo. ¿No lo ves?

—¿Qué quieres que te diga? No te miro tanto como tus fans del bus.

—Mi fan. Singular. Solo es una.

—Solo es una la que yo conozco, ¿no?

—En fin, no tenéis ninguna oportunidad conmigo. Ni la del bus, ni tú —dijo con tono fanfarrón.

—Ah, ¿no? ¿Ninguna de las dos? —le preguntó ella con toda la seguridad del mundo.

Adrián titubeó antes de responder.

—Mi camisa es para impresionar a quien venda las entradas del cine en La Vaguada.

Carlota puso los ojos en blanco.

—Anda, tira.

Comenzaron a andar hacia el metro de Plaza de Castilla. Pero, entonces, Carlota se dio cuenta de una cosa:

—¿Cómo sabes que había pensado en ir a La Vaguada? No recuerdo habértelo dicho en el mensaje.

Adrián se congeló por dentro. Sintió frío y después un calor horrible. Se dio cuenta de que su rostro había enrojecido y trató, como pudo, de contestar sin que le temblase la voz:

—¿A dónde sino? Es el que más cerca está de esta zona, ¿sabes? Ya te dije que soy un adivino —y tanto, pensó para sí. Si lo sabía era porque lo había visto en una visión.

Estaban parados en un cruce, al lado de un restaurante con la terraza llena. Carlota le miró de la misma manera que el último día: con sus ojos negros diciendo que no le creían.

Sin embargo, sus palabras dijeron todo lo contrario:

—Claro, ¿a dónde sino?

Carlota dejó correr el momento y Adrián respiró aliviado. Llegaron a Plaza de Castilla, cogieron la línea 9 y Adrián se esforzó por recuperar la sintonía con ella.

—La peli que me llevas a ver es un poco ñoña, ¿no?

—Me la ha recomendado mi madre. A ella le ha gustado mucho. Le ha recordado a mi padre.

—Nunca me has hablado de él.

—Mi padre falleció cuando yo era muy pequeña, no recuerdo más que alguna imagen borrosa de él.

—Vaya, lo siento.

—No pasa nada. Siempre hemos sido mi madre y yo. Además, siempre he sido una hermana más en la familia de Tay... —se paró—. Olvida esto último.

Adrián frunció el ceño. El metro paró, se abrieron las puertas y se cerraron de nuevo.

—Háblame de tu madre.

—No hay mucho que contar. Es joven, está soltera desde que murió mi padre, le gusta la fotografía, es una cocinera nefasta y es la persona que más se preocupa por mí. A veces, demasiado. Lo que me recuerda que le voy a decir que me he ido al cine contigo, porque si no, cuando vuelva y no sepa dónde estoy, me llamará como una loca.

Carlota sacó el móvil, pero Adrián le sujetó el brazo y un cosquilleo le recorrió allá donde sus pieles se unían.

—Carlota, en la línea nueve no suele haber cobertura —ella miró la mano de él en su brazo y él la soltó.

Por fin, llegaron a la estación del Barrio del Pilar. Salieron a la calle y dieron los pasos que les separaban del centro comercial. Subieron a la planta de arriba para comprar las entradas.

—Adelante —le dijo Carlota empujando a Adrián hacia las taquillas—. Es tu gran momento.

Adrián sabía que se refería a su comentario de antes.

—El que se arrepiente de esta cita ahora soy yo —le murmuró él.

—Pues mejor no lo llames cita —le contestó ella alejándose.

Adrián sacó las entradas, se giró y se acercó a Carlota, que le esperaba con cara de diversión y un bol de palomitas en las manos.

—¿Ha habido suerte? —le preguntó ella.

—¿Sabes, Carlota? Te iba a invitar, pero ya que no es una cita, algo con lo que estoy completamente de acuerdo, dame la mitad. 

—Claro —contestó dándole el bol de las palomitas para poder sacar el dinero—. Y, aunque fuese una cita, pagaría mi mitad, que lo sepas.

Carlota sacó el dinero de su bolso y le dejó el dinero en la mano. Sus dedos se rozaron de nuevo y ambos se quedaron en silencio por un segundo demasiado largo. Volvieron a notar una descarga eléctrica entre ellos. Adrián buscó los ojos de Carlota, pero ella rehuyó su mirada.

—Das calambres, ¿eres consciente? —le dijo él.

—Es otra cosa que solo me pasa contigo.

—¿Otra cosa?

Carlota se puso pálida de pronto.

—Olvídalo, ¿vale?

Adrián asintió, a pesar de que las preguntas martilleaban su cabeza. ¿Por qué había chispas, literalmente, entre ellos? ¿Qué otra cosa le pasaba a Carlota con él? Dudaba mucho de que esa otra cosa fuese atracción. De hecho, aunque Carlota flirteaba con él, no estaba seguro de si estaba o no interesada en él de esa manera. Sospechaba que todo era un juego, que ella quería respuestas. Él también las quería, por eso estaba allí.

Pero, mientras seguía a Carlota, fue consciente de la gran atracción que ella despertaba en él.

Vieron la película romántica que la madre de Carlota les había recomendado. Era buena y bonita y acabaron con la cabeza llena de sueños y un buen sabor en la boca. Carlota se tambaleó ligeramente al ponerse de pie porque perdió la estabilidad en sus estrechos tacones.

Movido por instinto, Adrián puso su mano en la espalda de ella, sobre su vestido. Sintió un cosquilleo en sus dedos, pero esa vez no fue por ninguna descarga eléctrica. Fue un calor que subió lentamente por su brazo. No movió la mano. A veces, el tacto decía más que las palabras.

—Adrián, no me voy a caer: puedo andar perfectamente en estos zapatos —hizo una pausa y añadió—. Pero no hace falta que quites la mano.

Adrián no dijo nada y mantuvo su mano en la espalda de ella mientras salían de los cines. Una vez fuera, quiso probar algo y le dio la mano mientras caminaban.

Ella se giró hacia él sin dejar de andar, levantó sus manos entrelazadas y enarcó una ceja:

—¿Se puede saber qué haces?

—Probar si siempre eres eléctrica. Pero esta vez yo no he tenido calambres. ¿Tú?

—Tampoco —dijo ella, soltándole la mano y apoyándose en una de las barras blancas que rodeaban la salida del centro comercial.

Él se apoyó a su lado y se miraron.

—Lo he pasado bien —dijo ella.

—Yo voy a reservarme mi opinión sobre esa película tan ñoña que me has hecho ver.

—Vale, chico misterioso.

—¿Misterioso?

—Tengo la sensación de que escondes secretos... ¿Me equivoco?

Carlota le escrutó con los ojos y Adrián supo lo que iba a ocurrir. Esta vez estaba preparado. Sintió en su pecho esa presencia invasora de nuevo y supo que los secretos de ella eran tan grandes como los suyos. Su corazón latió a cien por hora. Intentó expulsarla de dentro mientras le sostenía la mirada a esos ojos negros en busca de respuestas. ¿Y si se lo contaba todo? ¿Quién era esa chica? 

La tensión del ambiente podía cortarse con un cuchillo.

—¿Qué te hace pensar eso?

—¿Tú qué crees? —dijo ella a la vez que la presencia de su pecho empujaba con más fuerza.

Carlota lo miró con intensidad y él sintió que atravesaba todo lo que él era. No era solo atracción... también sentía miedo de lo que ella parecía capaz de hacer.

Adrián tragó saliva y notó cómo su nuez se movía exageradamente. Carlota relajó el rostro, se giró y cambió de tema. La presencia de su pecho se fue.

—Debería irme a casa.

—Te acompaño —se apresuró a contestar él—. ¿No te apetece ir a cenar?

—Estoy cansada, Adrián. Lo siento. Me voy a casa mejor, ¿vale?

Él asintió y miró hacia el suelo.

—Pero, si te apetece, podemos ir a cenar el viernes que viene —añadió ella.

Él levantó la cabeza con intención de sonreír, pero se quedó mudo. Los ojos negros de Carlota estaban llenos de sombras. Tuvo la total certeza de que no era el único que escondía secretos.

Nota de la autora:

¡Hola! 

Espero que hayas disfrutado de este capítulo y de la tensión creciente entre Adrián y Carlota...

A partir de ahora, publicaré capítulos nuevos los miércoles y sábados.

Con lo poquito que conocemos hasta ahora... ¿cuál es tu personaje favorito?

No olvides votar si te ha gustado el capítulo; tus comentarios son muy importantes para mí y me encantaría conocer tu opinión. 

¡Gracias por acompañarme en este viaje!

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