4 - Las hermanas
No dijeron nada más hasta que estuvieron en la calle, donde Carlota le agradeció por la invitación. A pesar de su supuesta indisposición, Adrián la había acompañado hasta su portal, y Carlota se dejó llevar por las historias que él contaba: historias normales sobre experiencias comunes con amigos igualmente normales. La despedida fue sencilla, un intercambio de teléfonos, un par de bromas y la promesa de una segunda cita.
—Esta vez, tú eliges el plan —le dijo mientras se alejaba por la calle—. Estaré esperando impaciente la sorpresa, ¿sabes?
Pero lo que Carlota no sabía era si podía fiarse de él. ¿Qué secretos ocultaba Adrián? ¿Por qué parecía tan diferente al resto? Aunque se presentaba como un chico normal con sueños de vivir en la playa, había algo en su mirada, como una sombra que cruzaba sus ojos de vez en cuando, que la inquietaba. Carlota necesitaba descubrir qué había detrás de esa fachada. ¿Y si era como ella? ¿Y si no estaba sola en esta locura? Pero, ¿y si resultaba ser peligroso?
Pasó tres días y sus noches dándole vueltas a todo, sopesando si debía llamarle o escribirle, preguntándose si sería buena idea volver a verle. Tenía miedo. Sabía que lo prudente sería alejarse de él, pero había algo en el aire entre ellos, una conexión que la sorprendía. Era consciente de que Adrián tenía un motivo oculto para estar con ella; lo había sentido en aquel primer instante. Pero también había percibido su atracción, tan intensa como la que ella sentía. Intentaba apagar esos sentimientos, pero se encontraba imaginando sus manos entrelazadas y sus labios encontrándose. No había pensado así en nadie desde Lucas, y una sonrisa tímida aparecía en su rostro cuando su mente jugaba con esas posibilidades.
Finalmente, durante una cena con su madre en su pequeña cocina blanca, salió de dudas.
—Hija, me alegra verte más contenta últimamente —dijo su madre, mirándola con esos ojos oscuros llenos de curiosidad—. ¿Es por ese chico con el que quedaste?
Carlota paró la manzana que llevaba a la boca a medio camino.
—No —mintió, mordiendo la fruta con firmeza—. Simplemente he estado más animada.
Su madre frunció los labios, una expresión familiar que Carlota sabía que significaba: no la creía. Mientras se marchaba a su habitación, su madre carraspeó antes de anunciar:
—Creo que deberías volver a verle. Sé que estarás dándole muchas vueltas: yo también he tenido tu edad. Sé lo que es sufrir por amor, como te pasó con Lucas. Es difícil confiar de nuevo, pero, hija, hay que vivir. No puedes lamentarte toda la vida.
Carlota no se giró a mirar a su madre y se marchó a su cuarto. Una vez dentro, se lanzó sobre la cama y hundió la cabeza en un cojín. Contó hasta diez, se levantó, cogió su móvil y escribió:
Hola, Adrián. Soy Carlota.
Espero que haya ido bien la semana.
¿Te apetece ir mañana al cine?
Al darle al botón de enviar, sintió un nudo en la garganta. No quería obsesionarse mirando el móvil, así que trató de concentrarse en dibujar. Una hora después, el sonido de un nuevo mensaje llenó la habitación:
Claro, chica modista.
Ya pensaba que no ibas a querer volver a verme.
No tenía nada que perder. Su madre tenía razón: no iba a estar peor de lo que estaba antes. Merecía la pena correr el riesgo. Quería descubrir qué secretos ocultaban esos ojos avellana. Quería saber si, finalmente, dejaría de estar sola.
Lucas observó el salón que le rodeaba. Había excesos por todas partes. En los adornos de plata, en las lámparas de araña, en los cubiertos de lujo que asomaban tras los cristales de las estanterías. Primero había estado con la pija de Carlota y ahora estaba con la mayor de una familia de bien.
—Así que tus padres no van a estar este fin de semana.
—Ni este, ni en unos cuantos adelante, liebling. Ya te lo he dicho, mis padres han decidido que ya somos mayorcitas, o al menos yo, para cuidarnos solas. Así que se van a dar la gran vida: se han ido a un crucero, eine Kreuzfahrt.
—Y, ¿qué pasa con Taylor?
—¿Qué no pasa con Taylor? Lo hemos intentado todo y no hay manera así que han decidido que lo intente yo y ellos se van de viaje durante un par de meses.
Lucas se sentía ligeramente fuera de lugar en aquella elegante casa, con su camisa de rayas azules de varios tonos.
—¡Qué interesante...! ¿No? —preguntó él con una sonrisa.
—¿Qué insinúas?
—Que se me ocurren muchas cosas que podemos hacer en esta enorme casa —contestó él con sus ojos verdes oscuros brillando con un matiz de lujuria.
Se acercó hasta Gwen y rodeó sus anchas caderas con sus manos. Se besaron. Sintió como a Gwen se le aceleraba el pulso y se apretaba contra él. Gwen siempre le necesitaba, de todas las maneras. Era algo que nunca había sentido por parte de Carlota, ella nunca le había amado como lo hacía Gwen y Lucas nunca entendió por qué.
Él jamás había amado a Gwen como a Carlota. ¿Por qué ella no había podido corresponderle? ¿Por qué siempre fue dura con él? Carlota era todo lo que él había soñado: era guapa, segura, creativa y muy excitante. ¿Por qué siempre sintió que no la conocía del todo? Esa sensación huidiza que le daba Carlota fue lo que le hizo acabar en los brazos de Gwen, fue lo que le hizo engañarla.
—Dime que tus hermanas no están esta tarde aquí —murmuró él en su oreja, mientras le daba mordisquitos.
—Sind sie nicht.
—He pasado el tiempo suficiente contigo para saber que en esa frase que has dicho hay un no... —añadió mientras la guiaba a tumbarse en el sofá.
Lucas se tumbó encima de ella y saboreó sus besos, pero, entonces, sonó la puerta de la entrada y la voz de Kaya resonó por el salón:
—Por Dios, Gwen, tienes una habitación para algo, no hace falta que mancilles el sofá.
—Mierda, Kaya —se levantó Lucas rápidamente, mientras se abrochaba la camisa—. Lo siento —tartamudeó.
—¿No estabas en una barbacoa? —le preguntó Gwen a su hermana pequeña.
—Soy impredecible —dijo ella abriendo mucho los ojos en señal de burla—. No dejo que os lo montéis a gusto, ja, ja. Me voy a la habitación —se giró—. Por favor, haced lo mismo. A la mía no, ¿eh? A la tuya —aclaró señalando a su hermana mayor—. Me pondré los cascos...
Cuando estuvo seguro de que Kaya estaba lo suficientemente lejos, Lucas dijo:
—No es por nada, pero esa niña es insoportable.
—Glaub mir, lo sé. Vamos —dijo Gwen suavizando el tono y cogiéndole de la manga de la camisa—, así ves mi habitación.
Lucas siguió a su novia hacia las escaleras por las que se había ido Kaya. Cuando pasaron cerca de la chimenea, no pudo evitar fijarse en una foto que había colgada en la pared a tamaño grande. Mostraba a cuatro niñas en ese mismo salón.
Tres de ellas eran las hermanas de pequeñas, debía de ser al cabo de unos años de que llegasen a España. Gwen aparentaba unos trece o catorce años, era una adolescente rellenita que miraba a la cámara con muchos complejos en su mirada. Taylor tenía doce recién cumplidos, como mostraba la tarta que había enfrente suya. Estaba en ese punto de dejar la niñez y empezar la adolescencia y su cara se estaba volviendo angulosa. Su mata de pelo rubio estaba desordenada en una media coleta y tenía un aire cándido que mucho distaba de lo que era ahora.
Kaya debía de tener ocho años, le faltaban algunos dientes y sus ojos azules brillaban tan rebeldes como ahora. Lucas no pudo evitar pensar que ya se la veía con ganas de fastidiar, con ese mohín de mal humor con el que miraba a la cámara.
Pero lo que hizo que Lucas se parase en seco al pasar por la foto fue la cuarta niña. Sin lugar a dudas era Carlota. Al igual que Taylor, estaba dejando atrás la infancia, pero su rostro aún presentaba redondeces. Parecía feliz en la foto.
A Gwen no se le escapó la dirección de la mirada de Lucas.
—Ya sabes que Taylor y Carlota fueron mejores amigas durante muchos años. Ella pasaba mucho tiempo en esta casa.
—Claro, es que a veces se me olvida que vosotras ya os conocíais.
—Normal. Cuando tú empezaste con Carlota, ellas estaban dejando de ser amigas. No sé si te acuerdas...
—Claro que me acuerdo, Gwen. Fue el día en que te conocí.
—Pensé que...
—A veces piensas demasiado —dijo él, cortándola con un beso. Buscó su lengua con la suya con desesperación, se había puesto nervioso recordando aquel día y recordándola a ella—. Llévame ya a tu habitación. Kaya está con los cascos por algún motivo... —dijo con los labios pegados a los de ella y mordiéndole el labio al final de la frase.
Diez años atrás
Esperé con paciencia a que mis hermanas y Carlota se dignasen a bajar, soportando estoicamente las llamadas a gritos que mi madre les hacía mientras disponía con esmero las velas en la tarta de cumpleaños de Taylor.
Primero aparecieron Taylor y Carlota, con vestidos idénticos: una de color verde y la otra rosa. Venían riéndose de algo y envidié la amistad que tenían; ni Kaya ni yo teníamos una amiga tan cercana como Taylor con Carlota.
Se habían conocido en el colegio y se hicieron buenas amigas desde el primer día de clase. Desde entonces, Carlota era la cuarta hermana de esta familia. Venía a todos los cumpleaños, no solo al de Taylor, dormía muchos días en nuestra casa y hasta se venía de viaje con la familia alguna vez.
El último viaje que hicimos todos juntos fue muy divertido. Había sido en tren y las cuatro nos sentábamos de dos en dos, unas frente a las otras, con una mesa de por medio. Carlota y Taylor se pusieron música, introduciendo cada una un auricular por la oreja más cercana a la de la otra, y le dieron al modo aleatorio. Se dedicaron a tararear las canciones que escuchaban y Kaya y yo teníamos que adivinarlas. Aunque en su momento me quejé de que el juego era infantil, en el fondo lo pasé genial y consiguieron que las tres horas de viaje se pasaran volando. Hasta la pequeña Kaya se portó bien.
—¿Y Kaya? —preguntó mi madre cuando las dos amigas se sentaron a mi lado en el sofá.
Taylor se encogió de hombros como respuesta y mi madre se fue a buscar a Kaya con resoplidos. Estaría enganchada a algún libro de los Tres Investigadores, saga a la cual llevaba dedicándose a tiempo completo desde hacía unos meses. En cuanto se fue, Carlota y Taylor comenzaron a cuchichear y a reírse tontamente. Estaban entrando de lleno en la edad del pavo y poco a poco se volvían más insoportables.
—¿De qué os reís tanto vosotras dos?
Las amigas intercambiaron miradas cómplices y Taylor tomó la palabra:
—Es David del cole, ayer estuvo mandándole mensajitos a Carlota toda la tarde. —Gwen puso los ojos en blanco—. Creemos que está por ella —terminó de decir Taylor entre risitas.
—Que pavo tenéis.
—Vamos Gwen —comenzó a decir Taylor—, solo porque tú no te comas una ro...
—Lo que tu hermana quiere decir —interrumpió Carlota dándole un pisotón a Taylor—, es que seguro que nos entiendes. Fijo que tú te emocionaste la primera vez que algún chico se coló por ti.
Sonreí incómoda y agradecí que justo apareciesen mi madre y Kaya interrumpiendo la conversación. Sabía que Carlota solo quería salvar la situación y que su comentario no iba con ningún doble sentido, pero debería intuir que yo nunca había tenido novio ni nada que se le pareciese. No era algo demasiado traumático, tenía tan solo catorce años y ninguna prisa por emparejarme. Pero sabía también que mi cuerpo grande y mis kilos de más no iban a ayudar.
—Vamos, todas al sofá. Os voy a sacar una foto —dijo mi madre—. Taylor, sopla las velas.
Hicimos unas cuantas tomas, hasta que todas estuvimos seguras de haber salido decentes. Después, mi madre se llevó las velas a la cocina y nos quedamos solas de nuevo.
—Mira, es este —me dijo Carlota enseñándome una foto del chico en el móvil.
Yo no quería ser borde, pero me estaban poniendo muy nerviosa.
—Muy bien, algún día os colaréis por el mismo chico y dejaréis de ser amigas. He visto eso pasar en mi clase.
Taylor y Carlota me miraron ofendidas mientras Kaya se reía con malicia.
—Jamás dejaremos de ser amigas, ¿a qué no, Carlota? Amigas para siempre.
—Amigas para siempre —confirmó la otra. Entrelazaron sus dedos.
Kaya me miró y dijo:
—Pero, qué pavas son, ¿no? —tuve que echarme a reír.
Tomamos algunas fotos más. Cuando la tarde tocó su fin, Carlota y Taylor se fueron a su cuarto, Kaya al suyo y yo al mío. Escuché las risas de las amigas a través de la pared y las envidié una vez más. Pero entonces, envidié algo nuevo. Envidié la situación de Carlota, con un chico cortejándola con tan solo doce años. Nadie me había mirado de esa manera nunca y comencé, por primera vez, a ansiarlo. Deseé ser ella y deseé tener lo que ella tenía.
Me dormí intentando quitarme aquellas ideas de la cabeza; yo estaba muy bien como estaba.
¿Quién me iba a decir a mí entonces que yo sería la que le robara a Carlota su primer gran amor de verdad? ¿Quién iba a decirme a mí, la chica regordeta, que sería la causa de que a Carlota se le rompiese el corazón? A esa Carlota con piel morena y pelo castaño, con esos ojos negros que ya derretían los corazones de los chicos.
Nadie me lo dijo, nada me hizo sospechar que eso pasaría y una envidia que por entonces era sana comenzó a instalarse en mi alma.
Nota de la autora:
En este capítulo hemos conocido un poquito más de las hermanas y su pasado con Carlota. ¿Os gustan estas escenas flashback?
También hemos leído como Carlota y Adrián han dado un pasito más en su camino a descubrir lo que el otro oculta. ¿Quién pensáis que va a confesar antes?
Y no nos olvidemos de los primeros debates mentales de Lucas... ¿creéis que ha dejado atrás la historia de Carlota?
Que se manifiesten aquí los lectores Leo ♌️🦁
Aprovecho para dejaros la ficha de Lucas:
Crispy World
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