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37 - El club de la puerta negra

Adrián tenía una nueva reunión con Karkyshian, quien, esta vez, había tomado la iniciativa. Esa mañana, al levantarse, Adrián había escuchado unos ruidos extraños en el cajón de su escritorio. Pensando que era una broma pesada de alguno de sus compañeros, abrió el cajón con desconfianza. Temía encontrar un animal dentro, pero lo que vio fue la pluma de Karkyshian golpeando la madera, como si intentara escapar. Una vez liberada, trazó en el aire una fecha y un lugar: a las ocho de la tarde, en una calle cerca de El Retiro.

Adrián buscó ese lugar en internet y descubrió que se trataba de un club exclusivo, al que solo se podía acceder con reserva. Esperaba que Karkyshian ya la hubiera hecho. Se vistió con la ropa que había llevado en su segunda cita con Carlota, tratando de verse presentable, y salió a la calle para tomar el metro. Veinte minutos después, bajó en la parada de Ibiza y, siguiendo las indicaciones de su móvil, se dirigió hacia el lugar del encuentro.

A primera vista, el club podía pasar desapercibido; sus grandes puertas negras parecían cerradas, con solo una enorme "A" que indicaba que había algo más detrás. Al atravesar las puertas, se encontró en un vestíbulo con otra puerta negra. Intentó abrirla, pero estaba cerrada. Sin embargo, al oír el chasquido de la primera puerta cerrándose, la segunda se abrió ante él. ¿Qué demonios era aquello?

Al cruzar la segunda puerta, fue recibido por un elegante club, donde predominaban el negro y el dorado. Múltiples espejos reflejaban la tenue luz, creando un ambiente casi mágico. Un camarero se acercó a él y, tras dar su nombre, el hombre pareció reconocerlo y murmuró algo: lo estaban esperando. Mientras seguía al camarero, Adrián observó a los presentes: la flor y nata de la sociedad madrileña, todos con bourbon en vasos pequeños y anchos, disfrutando de un ambiente que recordaba a un club de fumadores al estilo inglés.

De repente, el bullicio festivo quedó atrás al colarse por unas escaleras. Con cada paso, también se alejaban los esmoquin y las pajaritas, dejando atrás el glamour superficial. Bajaron a un piso inferior; el camarero le indicó que pasara a una sala, y la curiosidad de Adrián creció.

Allí encontró a Karkyshian, rodeado de altas librerías y sofás chester. Dejó uno de esos bourbons de color dorado sobre una baja mesita de roble oscuro. A la luz de las bombillas de filamento, Adrián percibió a Karkyshian de una manera un tanto diferente. Sin atinar a discernir esas diferencias, pensó que quizás parecía más joven, con la piel más lisa, o sus rasgos parecían un poco más afilados.

El camarero les dejó a solas.

—Karkyshian —dijo Adrián, aunque su tono fue, en cierto modo, inquisitivo. Quería saber qué narices hacían en ese lugar.

—Hola, Adrián, me alegro de verte. Y también me alegro de que estés sano. Sobre todo, tras los errores que habéis cometido —su tono fue más gélido que de lo normal.

El silencio se volvió inquietante. Había una amenaza contenida en esa inocente frase. Karkyshian sabía lo que había pasado y no estaba contento. Adrián se temió una reprimenda y se sintió indefenso, pero luego pensó que no había hecho nada malo. Solo había tratado de buscar respuestas.

—Toma asiento, por favor. Creo que ya va siendo hora de que hablemos de algunos asuntos, ¿no crees?

Adrián notó de nuevo un deje en la manera de hablar de Karkyshian que le confirmó su malestar, una mezcla de ironía y desprecio que lo hacía sentir estúpido y débil como un niño. Se acercó al sofá frente a Karkyshian y, con lentitud, se quitó la bufanda y la dejó en la mesa.

—¿Por qué lo hicisteis? —preguntó Karkyshian, fría y directamente. Sus ojos azules tenían un brillo metálico teñido de ira.

—Si me has traído aquí para echarme la bronca...

—No es eso —le cortó, tajante—. Simplemente, yo no te dije que hicierais eso.

Karkyshian dejó caer los párpados sobre su mirada de hielo y se puso en pie. Se alejó unos pasos y, al observar su silueta, Adrián se dio cuenta de que lo que percibía en Karkyshian era su poder y autoridad. Era una persona acostumbrada a llevar el control y no le gustaba que le desobedecieran. Sin embargo, también notó algo más: Karkyshian era un hombre triste, desesperado, con una fragilidad en su aura autoritaria, un temor a lo incontrolable.

—Lo hice porque creemos que la Reina de los Renegados es una de nosotros y queremos encontrarla.

Antes de responder, Karkyshian volvió a su sillón y se inclinó hacia adelante, acercando sus rostros a solo unos centímetros. Adrián se asustó ante las posibles represalias de sus actos.

—No la vais a encontrar así. Joan ya sabe quiénes sois. Está al tanto de cada uno de vuestros movimientos. Y, de momento, no quiere ser encontrada. Os reuniréis cuando llegue el momento.

Karkyshian se reclinó en su sofá, y Adrián se sintió algo más tranquilo.

—¿Joan?

Karkyshian le miró con frialdad mientras se reía.

—Tú sabes quién es ella...

Adrián reflexionó en voz alta, usando un tono acusatorio.

—Claro que lo sé.

—¿Y por qué no nos ayudas a encontrarla?

—Porque no puedo, porque tenéis que hacerlo por vosotros mismos.

—No lo entiendo; eso es precisamente lo que hemos intentado hacer...

—¡No así! —bramó Karkyshian, mostrando un brillo de impotencia en sus ojos tan azules.

Adrián guardó silencio, temiendo lo que podría pasar si irritaba demasiado a Karkyshian.

—¿Para qué me has traído aquí hoy? —preguntó finalmente Adrián.

Karkyshian agachó la cabeza y se pasó la mano por la calva, emitiendo un profundo suspiro. Cuando volvió a levantar la mirada, parecía perdido.

—A ellos no les gustaban este tipo de sitios —Adrián quiso preguntar a quiénes se refería, pero se imaginó que no obtendría respuesta—. Decían que eran demasiado serios y formales, me imagino que demasiado como yo. Quizás si yo hubiese sido distinto, no habría pasado lo que le ocurrió a la última generación.

Adrián ladeó la cabeza y entornó los ojos, sin saber qué contestar.

—Esto...

Karkyshian le miró y pareció volver a la realidad.

—No hagas caso a los desvaríos de un viejo. Son cosas del pasado.

—No pareces tan viejo —Adrián le echó unos cincuenta y muchos, o quizás sesenta.

—Lo suficiente, créeme —hizo una pausa antes de continuar—. ¿Quieres saber por qué te he traído aquí hoy, joven Piscis?

Adrián se dio cuenta de que el momento reflexivo de Karkyshian había expirado. No sabía si debía alegrarse o lamentarse por ello. Asintió con la cabeza.

—Porque creo que tengo que darte alguna respuesta más, antes de que volváis a cometer alguna imprudencia.

El móvil de Kaya vibró dentro de su bolso. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de Carlota:

Pásalo bien y ten cuidado. Cualquier cosa, me avisas.

Kaya sonrió, dejándolo entre sus manos.

—¿Tu amiga con problemas amorosos otra vez? —preguntó Gerard, dándole un sorbo a su bebida tropical, cuyo aroma dulce y cítrico competía con el aire salado que evocaba el lugar.

Kaya asintió, devolviendo la sonrisa. No tenía idea de qué iba a pasar esa noche, pero algo en ella deseaba que no terminara jamás. Aún faltaban muchas horas para el amanecer.

Gerard la había llevado a un restaurante llamado Ojalá, y el lugar la había impresionado. Cada rincón estaba cuidado al detalle: muebles blancos, superficies de madera, tarros de cristal con luces colgantes y macetas verdes que recordaban un verano eterno. Pero lo que más le había fascinado era la planta baja, donde la arena cubría el suelo. Bajo las luces flúor, con un bar-chiringuito de colores brillantes, el ambiente parecía transportarlos a otro mundo.

Sentados en un banco bajo, frente a una mesa de madera con patas verdes, Kaya dejó que el alcohol le soltara la lengua.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó, sintiendo cómo el calor de la bebida subía por su rostro.

Gerard soltó una pequeña risa antes de responder.

—Dieciocho, ¿por qué?

—Porque te han servido bebidas alcohólicas.

—¿Tú eres menor?

—Diecisiete. —Kaya lo miró desafiante mientras sorbía otro poco de su margarita.

—Así que yo soy el adulto de esta relación... —dijo Gerard, en un tono que a Kaya le pareció mitad broma, mitad algo más.

Ella ignoró la palabra relación y se concentró en su voz. Era profunda, rasposa, como si cada palabra se deslizara con intención. Algo en su tono hacía que no pudiera dejar de escucharlo.

—¿Cantas? —preguntó de repente, sin poder contenerse.

—Vaya, qué preguntona estás hoy —respondió él, divertido, aunque su mirada parecía examinarla. Ella se encogió de hombros, y él continuó—: Tengo un grupo. Toco la guitarra y hago coros, pero no soy la voz principal.

—¿Y quién canta? —preguntó Kaya, aunque ya intuía la respuesta.

Gerard frunció los labios, y Kaya sintió una punzada de celos antes de que lo dijera.

—Carolina, una chica del grupo. Pensamos que un tono femenino encajaba mejor. Tal vez podrías venir a un concierto.

El ambiente se tensó, y Kaya se arrepintió de haber preguntado. Pero entonces Gerard añadió, más relajado:

—El último concierto fue en la sala Heineken, el día de Halloween. No sé cuándo será el próximo, pero puedo avisarte. Te apunto mi móvil.

La mención de Halloween hizo que Kaya se congelara. Gerard tomó su móvil, que ella aún sostenía, para apuntar su número. Su corazón dio un vuelco. ¿Había estado Gerard allí esa noche? La sala Heineken había sido el escenario del ataque de Syloh e Illyia a Taylor.

—¿Qué ocurre? Te has quedado pálida. ¿Se te ha subido esto? —preguntó Gerard, señalando el vaso.

—No, no es eso —respondió Kaya, recuperando el móvil con dedos temblorosos—. Es que... mi hermana estuvo allí ese día.

La expresión de Gerard cambió apenas perceptiblemente. Una sombra cruzó su mirada.

—¿En mi concierto?

—Eso creo.

Un silencio incómodo se extendió entre ellos. Kaya sintió que las paredes de arena parecían cerrarse sobre ella.

—Vaya día eligió. Creo que hubo alguna movida en la pista. ¿Le ocurrió algo a ella?

El tono de su voz era casual, pero sus ojos parecían buscar algo más. Kaya mintió.

—Nada, está bien.

Gerard soltó un suspiro y volvió a sonreír.

—Me alegro. —Se puso en pie, le ofreció una mano—. ¿Quieres escucharme cantar?

Kaya dudó. Su mente le gritaba que debía irse, llamar a Carlota, pero el magnetismo de Gerard era demasiado fuerte. Esa noche quería sentirse viva. Asintió, dejando atrás todas las dudas que deberían estar persiguiéndola, pero que no lo hacían.

La noche ya era cerrada y el frío de diciembre calaba en los huesos. Aun así, Kaya no tenía demasiado frío. Su infancia alemana siempre le había hecho fuerte al frío español.

—¿Quieres mi chaqueta? —le preguntó Gerard.

—Aguantaré, pero gracias —respondió Kaya, evitando la tentación de hundirse en la cazadora de cuero de Gerard, que seguramente estaría impregnada de su aroma.

—Como quieras.

Siguió a Gerard durante un par de calles más.

—No te pegaba ese sitio, el Ojalá. Tan playero —comentó Kaya, dándose cuenta de que ese local le gustaría mucho a Adrián.

—Me recuerda a mi casa, el ambiente. Más relajado —dijo Gerard, y Kaya recordó que él era catalán y, por tanto, estaba acostumbrado al ambiente mediterráneo—. Aquí creo que podremos.

Gerard la llevó hasta la Plaza del Dos de Mayo. Kaya recordó, de sus clases de historia, que aquel lugar rememoraba el levantamiento del dos de mayo, el inicio de la Guerra de la Independencia tras la ocupación de las tropas francesas.

—Veamos qué te parece —continuó Gerard, mientras se descolgaba la guitarra y se sentaba en un banco.

Kaya observó cada uno de sus movimientos: la manera en la que se enganchaba su largo cabello por detrás de las orejas para que no le molestase, el proceso de desenfundar la guitarra y colocársela sobre sus muslos separados. La guitarra era acústica, con la madera de tonos claros que armonizaban con el azul de sus vaqueros desgastados. Se preguntó si cogería alguna de las púas que llevaba en esa pulsera que se escondía bajo la cazadora, pero que ella sabía que estaba ahí. Sin embargo, Gerard sacó de la cartera otra púa distinta y la sujetó entre los labios mientras, con los dedos, terminaba de afinar la guitarra.

Cada uno de los movimientos de Gerard estaba volviendo loca a Kaya. Nunca antes había conocido a alguien que fuese tan sumamente atractivo. Ni siquiera Jon, con su aspecto de supermodelo de pasarela, podía conseguir ser tan sugerente con cada uno de sus movimientos como lo era Gerard.

Cogió la púa con la mano derecha.

—¿Alguna canción que pueda saberme y te guste?

—No sé.

—¿Qué música te gusta?

—De todo un poco —mintió. Kaya era una aficionada a la música y, aunque conocía a muchos grupos distintos, de pocos podía decir que era fan incondicional.

Él sonrió enigmáticamente mientras reflexionaba unos segundos.

—Supongo que esta la conocerás... A ver si te gusta —acabó la frase en apenas un susurro, que se vio pisado por el sonido de los primeros acordes de la guitarra.

Gerard empezó a emitir un sonido leve, y Kaya tardó unos segundos en reconocer la canción. Era Use Somebody, de Kings of Leon. Kaya había escuchado cientos de veces aquella canción; era una de sus favoritas. Sin embargo, jamás le había parecido tan hermosa ni tan envolvente. Sintió que el vello de todo su cuerpo se erizaba con cada acorde.

Allí sentada, desprovista de frases ingeniosas o gestos elocuentes, observaba cómo las notas flotaban en el aire de la noche. Se preguntó por qué había elegido esa canción. ¿Acaso quería transmitirle un mensaje? ¿No hablaba de alguien perdido que usaba a los demás? Gerard, de vez en cuando, la miraba, y una gran sonrisa asomaba a sus labios, una sonrisa que hasta se oía. Parecía tan cómodo cantando solo para ella. Kaya se relajó. Gerard se movía al ritmo de la música, disfrutando de verdad.

Cuando acabó, le preguntó:

—¿Qué te ha parecido?

—Que deberías echar a la cantante —lo dijo con cierto despecho y un doble sentido, y supo que a él no se le escaparía.

Gerard se echó a reír, sin tomárselo a mal. Ambos sabían perfectamente a quién se refería.

Gerard guardó la guitarra y ella se sentó a su lado. Él se giró entonces y pasó una pierna por debajo del respaldo, mirando directamente a sus ojos. Tenía las manos guardadas en los bolsillos.

—¿Lo estás pasando bien, Kaya?

Ella asintió.

—¿A qué hora tienes que volver a casa?

Kaya sabía que debía regresar. Si no aparecía en media hora, Gwen se pondría furiosa. Pero había una forma de seguir con Gerard y, al mismo tiempo, controlar a su hermana mayor.

—No tengo que volver si no quiero —respondió, clavando sus ojos azules en los verdes de él.

Él sonrió.

—Me gustan tus ojos, Kaya.

Ella enrojeció y agradeció que la noche fuese tan oscura. Le gustaba cuando decía su nombre.

—¿Estarías dispuesta entonces a seguir esta noche conmigo?

—¿Qué me propones?

—Hay un local aquí al lado en el que podríamos refugiarnos del frío este al que pareces inmune y, además, conocernos un poco más...

¿Conocerse más? ¿Qué quería decir eso?

—Claro, vamos. Además, necesito pasar al baño un momento.

Nota de la autora 📝:

Creo que a estas alturas del libro ya sabemos que, si sale Karkyshian en el banner inicial, el capítulo promete ser interesante. De momento no ha contado mucho... pero parece enfadado, ¿verdad? ¿Por qué creéis que será?

Y respecto a Kaya y Gerard... confieso que su relación es una de mis favoritas, lo ha sido desde el inicio de la idea de este libro, aunque también la que más me costó desarrollar de todas. ¿Creéis que Kaya está arriesgando mucho al irse sola con Gerard?

Crispy World

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