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36 - Encuentros inesperados

Gerard estaba en Plaza de Castilla, apoyado contra un banco, con una guitarra enfundada entre sus piernas. Se revolvía los cabellos rojos con la mano izquierda, y su mirada parecía perdida en el infinito. Llevaba su cazadora de cuero de siempre, aquella vez desabrochada, cubriendo una sudadera blanca. Su postura denotaba cierta indolencia; tan atractivo y tan peligroso, una vez más.

Kaya ralentizó sus pasos, a pesar de que sabía que llegaba tarde a casa de Coral y que sus amigas le echarían la bronca. ¿Debería acercarse? ¿O hacer como si no le hubiera visto? Entonces, Gerard giró la cabeza y sus miradas se cruzaron. Una media sonrisa apareció en su rostro, y Kaya se relajó al instante.

—Hola —fue su saludo, mientras avanzaba hacia ella—. Esperaba encontrarte por aquí —añadió, y Kaya sintió un poco de desconcierto—. Aunque te me has hecho de rogar...

Kaya asintió, aunque no tenía claro por qué lo hacía. Algo en lo que Gerard había dicho la había dejado pensativa. Era una hora más tarde que la última vez que se habían encontrado allí... ¿Acaso llevaba todo ese tiempo esperándola?

—¿Intentas seguirme? —preguntó.

Al instante, se arrepintió de no haber pensado antes de hablar.

—No —dijo él, mientras se reía con un tono musical—. El otro día se te cayó esto; me di cuenta cuando te alejabas, pero tenía que irme —le tendió un paquete de folios—. Pensé que querrías recuperarlo.

Kaya cogió el manuscrito. No necesitaba mirarlo para saber lo que era: el borrador de su libro. Había estado preocupada por haberlo perdido.

—Gracias... —contestó un poco cortada—. Supongo.

—Compénsame —dijo él, ladeando la cabeza. Ella lo miró con sus ojos azules muy abiertos—. He sido el perfecto caballero. Además, me has dado plantón y he pasado una hora tocando la guitarra en un banco. Hasta me han dado limosna... He debido de mejorar —se puso un dedo en los labios, pensativo—, pero me pregunto qué aspecto debo de dar.

Kaya no pudo evitar reír, aunque una voz en su cabeza se preguntaba si era normal que un desconocido la esperase durante una hora en un banco.

—¿Cómo quieres que te compense? —No eran imaginaciones suyas; Gerard estaba flirteando con ella y, aunque no se lo esperaba, aquel juego siempre se le había dado bien.

Con una sonrisa pícara, Gerard desvió la mirada, aunque se limitó a decir:

—Vamos a dar un paseo —dijo, echando a andar hacia el parque que tenían a la derecha, el del Canal de Isabel II.

—Así que tocas la guitarra —dijo ella mientras caminaba a su lado y escribía un mensaje a sus amigas, disculpándose porque al final no podría quedar.

—Así que escribes.

—Vaya par de artistas.

Gerard no se rió, aunque Kaya alcanzó a ver algo de humor en sus ojos. Parecía un tipo misterioso, como si guardara muchos secretos.

—Hago lo que puedo con la guitarra, pero no creo que sea ningún artista —dijo, pensativo, y Kaya empezó a darse cuenta de que aquello era algo natural en él—. En cambio, tú pareces buena con la pluma.

Kaya se detuvo en seco, frunciendo el ceño. ¿Qué había dicho?

Una mezcla de indignación, enfado y vergüenza la invadió mientras preguntaba:

—¿Te lo has leído?

—No te molestes; no es delito si es bueno.

Indignación, enfado y vergüenza.

—Sí, sí que me molesto. Has invadido mi intimidad, has usurpado propiedad ajena, has, has...

Gerard se dejó caer en un trozo de césped de uno de los cuadrados en los que estaba dividido el parque.

—Me he leído un libro muy bueno.

Kaya resopló varias veces, mientras él la miraba divertido.

—¿Siempre eres tan cotilla? —preguntó, intentando calmarse y recordando que Gerard había dicho que su libro era bueno. Muy bueno, para ser exactos.

—Lo intento, pero solo cuando merece la pena.

Kaya se rindió y guardó un celoso silencio.

—Parece que ahora me toca compensarte a mí, ¿no crees? —preguntó él, mirándola con expresión de arrepentimiento.

Kaya no contestó. No sabía bien qué decir; se sentía cohibida. El libro que Gerard había leído sin permiso contenía mucho de la esencia de Kaya. Era como si se hubiese desnudado ante él.

—Te invito a cenar, ¿qué me dices?

Antes de responder, Kaya repasó mentalmente todos los motivos por los cuales debería decirle que no: podría ser peligroso, no lo conocía realmente, parecía que estaba siguiéndola, podría ser uno de esos tipos peligrosos que iban detrás de ellas.

—¿Kaya? —preguntó él, al ver que se había quedado pensativa.

—Perdona —sacudió la cabeza, decidiendo finalmente—. Está bien, te dejo que me compenses.

Una pequeña chispa se encendió en su interior. ¿De qué? No lo sabía. Quizás de duda, quizás de emoción.

—¡Genial! —exclamó Gerard, esbozando una gran sonrisa—. Sígueme, vamos al metro.

Kaya siguió a Gerard en silencio durante unos minutos. Mientras caminaban, sacó el móvil y escribió un mensaje rápido a Carlota, contándole que se iba con él. Pensó que era buena idea que alguien lo supiera, por si acaso, y además quería saber qué pensaba Carlota de todo eso. Al no recibir respuesta al instante, guardó el móvil en el bolso, en modo vibración, intentando enfocarse en lo que estaba por venir.

—¿A quién escribes? —preguntó Gerard, volteándose para mirarla.

Estaban en las escaleras mecánicas del metro, con él en el escalón de abajo, justo a la altura de sus ojos. Kaya notó el frescor de su aliento mentolado, y durante unos segundos, se quedó en blanco.

—A mi amiga Carlota —contestó, parpadeando para recomponerse—. Me pidió consejo porque... tiene problemas amorosos.

—Ah...

Él no mostró mucho interés, y Kaya sintió un ligero bajón. Sin embargo, Gerard de pronto se puso alerta y dijo:

—Cuidado, Kaya.

Antes de que pudiera reaccionar, Gerard puso su mano en su cintura, empujándola suavemente hacia el pasamanos. En cuestión de segundos, un chico pasó corriendo escaleras abajo, rozándola. Kaya se quedó paralizada, consciente del contacto cálido y firme de Gerard en su cintura. Había sentido una especie de chispas. Él la miraba con seriedad, y ella no pudo evitar sentir un cosquilleo en su costado.

—Bajaba tan rápido que pensé que iba a empujarte —dijo él.

—Gracias...

Él retiró la mano y se revolvió el cabello, como si la cercanía no lo hubiera afectado en absoluto. Terminaron de bajar las escaleras y continuaron por el pasillo, flanqueados de carteles publicitarios que reflejaban las luces de neón.

—¿A dónde me llevas?

—Confía en mí —respondió, ajustándose la guitarra que llevaba colgada al hombro.

Tomaron la línea diez hasta Plaza de España. Salieron junto a un Starbucks, y Gerard se quejó de que siempre se equivocaba de salida. El bullicio de la Gran Vía los envolvió al instante: el ruido del tráfico, las voces, el ritmo frenético de la ciudad. Cruzaron hacia el otro lado, donde se encontraban la mayoría de los teatros, y Kaya se sorprendió de lo natural que le resultaba caminar junto a él.

—No me estarás llevando a ver El Rey León, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa, intentando adivinar su plan.

Él soltó una risa encantadora.

—Soy una caja de sorpresas. Ya lo descubrirás... Pero no, no vamos a ver El Rey León.

Se adentraron en la Calle de los Reyes, y Kaya empezó a notar cómo cambiaba el ambiente. La zona le resultaba desconocida, pero había algo en la atmósfera, en el contraste de luces y sombras, que le daba un toque casi mágico. Mientras caminaban, le pareció ver a Jon al final de la calle, saludando a una chica con una sonrisa despreocupada. Tal vez lo había confundido con alguien, aunque era difícil: Jon no era un chico fácil de confundir.

—¿Qué pasa? —preguntó Gerard, interrumpiendo su conversación sobre lo ridículo que le parecían los botones abrochados hasta el cuello.

—Me ha parecido ver a un chico que conozco.

Jon ya estaba girando la esquina.

—¿El del tupé que salió de la biblioteca? —preguntó él, con una sonrisa algo irónica.

—¿Eso es una biblioteca?

—Sí, la histórica, o algo así. Tenía pinta de mayor.

—¿Qué?

—El del tupé. ¿Algún ex? —dijo, con un tono juguetón que hizo que Kaya soltara una risita.

Kaya sintió que se desternillaba por dentro. Se planteó dejar que Gerard pensase que Jon era un ex, o que ella podía tener algún tipo de historia con alguien como Jon, pero decidió no jugar con fuego. No conocía a Gerard y no tenía sentido probar si era celoso.

—No, que va. Tuvo un rollo con una de mis hermanas mayores.

Gerard asintió, y al instante pareció perder interés en el tema, lo cual, en parte, la reconfortó.

Entonces se preguntó a dónde la estaría llevando. Cada paso la llenaba de más curiosidad y, para su sorpresa, de cierta emoción.

Tras recorrer un par de calles más, se encontraron frente a unas puertas verdes, con un cartel negro y una "o" verde iluminada que decía "Ojalá". Kaya sintió una chispa de expectación en su interior.

¿Qué le esperaba al otro lado?

Nota de la autora 📝:

Comenzamos una serie de capítulos en la que vamos a tener mucho de Kaya y Gerard... así que espero que os guste este par.

Por cierto, hace mucho que no lo pregunto... ahora que el libro está más avanzado... ¿cuál es vuestro personaje favorito?

Crispy World

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