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26 - Cigarro compartido

Kaya nunca antes en su vida había estado borracha. A pesar de la seguridad que había aparentado con aquel desfile de vasos por sus manos, era la primera vez que bebía alcohol. Al menos, la primera vez que lo hacía en un entorno en el que no estaba segura. Poco más de un par de años atrás, en unas vacaciones de verano, Carlota y Taylor le habían dejado salir con ellas e incluso beber un poco.

No tenía claro si esas repentinas ganas de estar sola y sin ruido eran normales, o si esos pensamientos reflexivos que la acosaban en la cabeza eran habituales en borrachos. Tal vez se lo pudiese preguntar a Taylor, ya que se veía que era una maestra de ese arte. Pero, mientras tanto, deambuló por aquella casa tan grande, recorriendo habitaciones y sorprendida con las combinaciones de personas metidas en una cama que podía encontrar en ellas. Con todo, se le hizo la hora a la que había quedado con Gwen para que la recogiese, así que decidió huir de esa casa y sentarse en el porche de la entrada.

La palabra "huir" resonó en su cabeza y un mohín de disgusto se dibujó en su rostro, al mismo tiempo que atravesaba la puerta de entrada y se refugiaba en un banco escondido entre los setos. Para ella, huir era equivalente a rendirse; era fácil y tentador. Era de débiles. Sin embargo, se dio una tregua: aquella noche necesitaba salir de allí. No pensaba con claridad y había algo en Gerard que la estaba aturdiendo aún más que el vodka de mora.

Se refugió en la oscuridad de aquella noche de noviembre, tan solo alumbrada por las lejanas farolas y los faros de los coches que pasaban. Intentó despejar su mente y no pensar en si era o no sensato estar allí sola, con todas las sombras y los peligros que podían acecharla en las esquinas. No era el momento de martillearse la cabeza; no iba a preocuparse por Taylor ni por aquellos tipos que querían matarlos. Necesitaba relajarse y que el mundo dejase de dar vueltas.

Por preocuparse por cosas menos graves, se dio cuenta de que Gwen estaba llegando tarde, algo que no era muy propio de ella: habían quedado hacía ya un rato y empezaba a tener frío. Por su mente pasó la cazadora de cuero de Gerard, aquella que le veía todos los días, y se preguntó cómo olería y, al instante, se maldijo a sí misma. ¿Qué le ocurría con ese chico?

Como si fuese una respuesta a su pregunta mental, las puertas de la casa se abrieron. Reconoció al instante su ronca voz, sugerente. Gerard salía de su casa e iba acompañado. ¿A dónde iba? ¿Y con quién?

Sin hacer ruido, se agachó detrás del banco, refugiada entre este y los matorrales. No quería que la viesen. Lo último que le faltaba aquella noche era un nuevo comentario impertinente de Gerard. Ya se lo podía imaginar regocijándose al descubrir que estaba allí sola. ¿Es que nadie te aguanta, Kaya? Aunque lo cierto era que al final había sido simpático en aquella habitación. Desde luego, había fingido bastante bien su preocupación por ella.

Intentando ignorar la sensación de celos absurdos que comenzó a sentir, observó que Gerard iba con una chica de rizos alborotados y castaños. Era tan alta como él e iba vestida como si fuese alguna famosa exitosa, con un vestido plateado de flecos. Él iba con las manos en su cazadora de cuero, esa que había anhelado Kaya tan solo unos segundos atrás. La chica bajó los escalones al ritmo que marcaban sus tacones y él los bajó de un salto sin sacar las manos de los bolsillos.

El salto fue un movimiento felino, demasiado preciso y natural. Y Kaya volvió a recordar las advertencias de Adrián. Pero, si Gerard quisiese matarla, ¿no lo habría hecho ya? La chica estaba ahora de frente a donde Kaya estaba escondida y pudo apreciar que su tez era morena, no tanto como la de Adam, pero sí como si tuviese parentesco con la raza negra. Era muy guapa. Le dijo algo a Gerard, pero fue apenas un susurro y ella no lo llegó a escuchar. Después se echó a reír y se acercó a él.

Le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a besarle. Él le devolvió el beso, pero siguió sin sacar las manos de los bolsillos. La chica lo solucionó rápido y se las cogió ella, guiándolas hasta llevarlas a su trasero. Cuando la chica comenzó a restregarse contra Gerard, Kaya sintió que no podía ver más. ¿Qué narices le pasaba con ese chico?

Por fin se separaron y Gerard debió de contestar a lo que le había dicho la chica unos minutos atrás:

—Claro, nena.

Le echó el brazo a los hombros y con el otro se revolvió los cabellos rojos mientras echaban a andar.

Kaya se sintió de nuevo mareada y decidió que sería mejor esperar a Gwen dentro de la casa, así que volvió a pasar. Deambuló entre gente que no conocía, deseando que llegase el momento de irse de allí. Tenía una sensación de agobio en el pecho que no entendía. En el fondo, sabía que eran celos, pero era incapaz de comprenderlos. Había conocido a ese chico esa noche. Aquello era una locura. Debían de ser los efectos del vodka de mora. Incluso podía ser que alguien le hubiese echado algo raro en la copa. Cuando consiguió convencerse a sí misma de que era aquello lo que sucedía, hizo sin preocuparse lo que realmente quería hacer en esos momentos.

Buscó a Coral y la llevó al baño.

—Tenemos que hablar —le dijo en cuanto cerraron la puerta.

—¿Qué bicho te ha picado, Kaya? Además, ¿no te ibas ya?

—Parece que Gwen viene con retraso. Cuando llegue, me escribirá.

—Pareces un poco tocada esta noche. ¿Estás bien?

—¿Qué sabes de Gerard?

Coral se echó a reír a carcajada limpia.

—Coral, lo digo en serio. Parece peligroso.

—¿Peligroso? —Coral la miró con las cejas arqueadas—. No creo, tan solo es un chulito y un creído. Pero no creo que sea peligroso.

—Se ha ido con una chica.

Esta vez Coral se echó a reír, antes de preguntar, en tono acusatorio:

—¿Es eso? ¿Te gusta? Hazme caso, olvídate; es mejor no andar con líos con él.

—Acabas de decir que no es peligroso.

—No, pero es un cabrón. Te rompería el corazón después de jugar contigo. No merece la pena.

—¿Te lo rompió a ti? —preguntó Kaya, sintiendo una punzada de celos que no pensaba admitir jamás.

—Me lo tiré un par de veces, nada más. Fue cuando nos conocimos hace un par de veranos en el campamento. Después empezó con la pava esa y pasó de mí como de la mierda.

—¿Quién es?

—Se llama Carolina. Se conocieron en el campamento también, pero hasta que Gerard no vino a Madrid de nuevo, no se habían vuelto a ver.

Ante la cara de incredulidad de Kaya, Coral añadió:

—Ya sabes, Gerard es catalán.

—No lo sabía.

—Pues ya lo sabes. Es la cantante de su grupo, lo sé porque he ido a alguno de sus conciertos. Él es el guitarrista —aclaró ante el gesto sorprendido de Kaya—. El caso es que rompieron durante un tiempo y ahora han vuelto. Aunque dicen que él pasa bastante de ella... de hecho, corren rumores de que ni siquiera han...

—¿Han... qué?

—Ya sabes, vuelto a hacerlo.

Kaya sintió que el nudo de su pecho se relajaba un poco y volvía a tensar por distintos motivos. Todo lo que sabía de Gerard le hacía parecer alguien sospechoso.

—Y, ¿a dónde han ido a mitad de la noche si esta es su casa?

—Yo que sé. Pero no le des vueltas...

Su móvil sonó entonces. Era Gwen. Ya había llegado. Kaya iba a preguntar algo más, pero al final se guardó sus dudas. Aquella no era definitivamente su noche y era mejor volverse a casa.

Taylor aprovechó el momento en que Kaya y Gwen llegaron para escabullirse y librarse, aunque fuera por unos minutos, de las miradas vigilantes. Esmeralda había ido al baño, Kaya se dirigió de inmediato a su habitación y Gwen estaba ocupada organizando algo. Jon estaba hundido en el sofá, entretenido con algún juego en su móvil. Parecía el Candy Crush.

Deslizó la puerta con suavidad y salió al jardín, inhalando el aire fresco de aquella noche de noviembre. Había pasado demasiado tiempo entre paredes, primero en el hospital y ahora en casa, bajo la constante supervisión de Gwen. Sabía que todo era por su bien, que tanto Gwen como Esmeralda solo intentaban ayudarla. Pero no podía evitar sentirse sofocada.

El frío la despejó un poco, pero sus pensamientos seguían algo dispersos. No entendía por qué se había sentido tan débil esa noche. Aunque se encontraba mucho mejor desde que le dieron el alta, aún arrastraba efectos de la magia negra que habían usado en su contra. Esmeralda había dicho que quedaban residuos, y en momentos como ese, ella lo creía.

Mientras miraba la luna, la puerta trasera se abrió, y soltó un suspiro de fastidio, convencida de que alguien la había descubierto. Sin embargo, era Jon, quien se abrochaba su cazadora verde militar. Encogiéndose de hombros, se acercó sin demasiada prisa y dijo:

—Tu hermana mayor tiene una política estricta contra el humo en la casa. —Sostuvo un cigarrillo entre los dedos y exhaló el humo hacia arriba, con calma.

Taylor hizo una mueca y resopló. Él sonrió, manteniendo las distancias, y la miró como si intentara descifrarla.

—¿Sabes? —preguntó Jon—. Te conozco poco, pero creo que resoplas mucho. Es curioso, toda esta gente preocupándose y tú tan molesta porque no te dejan en paz.

Ella resopló de nuevo, sin poder evitarlo.

—No necesito una persona más echándome la bronca —se excusó Taylor.

—Tranquila, no lo hago. Yo haría igual. Que estén tan pendientes de uno agobia.

Taylor pensó que, con lo guapo que era, seguro que muchas chicas estaban pendientes de él. Parecía un modelo, pero Taylor no sentía nada por él; tan solo había sido un arma de despecho aquella noche. Y sospechaba que él lo sabía y que no le importaba.

—Deberías relajarte. —Él la miró con una expresión que Taylor no pudo descifrar del todo—. Te vendría bien.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, con una ligera intuición de lo que Jon quería decir.

En lugar de responder, él sonrió y se acercó un poco más, con la mirada fija en ella. Con calma, le acercó el cigarrillo a los labios, y el aroma del tabaco la envolvió.

—Te oí decir que querías. Unas caladas no van a hacerte daño.

Ella sujetó el cigarrillo, Jon no lo soltó. El humo le raspó la garganta, pero no tosió. Se mantuvo en silencio, concentrada en la mirada verde e intensa de Jon. Él estaba cerca, casi como si quisiera decirle algo más, aunque permanecieron en silencio. Taylor sintió que el tiempo se ralentizaba, sosteniendo ambos el mismo cigarrillo, sin palabras, hasta que escucharon que la puerta trasera se abría de nuevo.

Jon reaccionó rápido, quitándole el cigarro y llevándolo a sus propios labios justo cuando Esmeralda salió al jardín y los vio.

—Menos mal que estabas tú con ella, Jon —dijo ella, con voz tranquila.

Taylor volvió a resoplar y se dio cuenta de que Jon intentaba reprimir la risa.

—Vamos, tú adentro —le indicó Esmeralda a Taylor—. Nosotros ya nos vamos, Jon. ¿Esa es tu moto? —señaló una sombra metálica junto a la acera.

Taylor se quedó en el marco de la puerta, observándolos mientras se subían a la moto. Eran una combinación curiosa, Esmeralda tan amable y dulce, y Jon tan seguro y despreocupado.

Antes de arrancar, Jon se giró hacia Taylor y le guiñó un ojo. Luego, Esmeralda también se volvió y le gritó:

—¡Entra en casa ya!

Nota de la autora 📝:

Este capítulo tiene un par de momentos muy especiales que me encantaría comentar. Por un lado, vemos a Kaya enfrentándose a dudas importantes sobre Gerard. ¿Qué harías en su lugar? ¿Le darías el beneficio de la duda o te dejarías llevar por las sospechas?

Por otro lado, Jon y Taylor empiezan a conectar de una forma más profunda 🙈 Es una escena que me encanta porque muestra otro lado de ambos personajes. ¿Qué te ha parecido esta conversación? ¿Crees que Jon será un buen apoyo para Taylor o que sus personalidades podrían chocar en el futuro?

¡Cuéntame qué parte del capítulo te ha gustado más y por qué! ❤️

Finalmente, quiero celebrar que ¡Signos ha llegado ya a 2k de lecturas! Muchísimas gracias a todos los que estáis pasando por aquí a leeros esta historia tan especial para mí, espero que os esté gustando mucho ❤️❤️❤️

Crispy World

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