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24 - Planes de fiesta

Mientras Carlota esperaba a Esmeralda, practicó con su poder. Intentaba bloquear los intensos sentimientos que le llegaban de la gente que la rodeaba, casi todos tristes y agobiantes. Después, se intentó concentrar en personas al azar y percibir solo sus emociones, como hacía cuando intentaba conectar con Adrián. Pero justo cuando creía que comenzaba a lograr algo, Esmeralda apareció andando deprisa.

—¡Qué puntual! —exclamó Carlota. Habían pasado cinco minutos exactos.

Esmeralda puso los ojos en blanco mientras resoplaba.

—No sabes lo que es ser amiga de Jon, corazón —se abanicaba el rostro. Debía de haberse acalorado al ir deprisa, ya que ese día lluvioso hacía bastante frío.

—¿El chico con el que Taylor...? —Carlota aún se confundía con los nombres. Esmeralda asintió—. ¿Qué pasa con él?

—Lo que le pasa es el cerebrito ese que tiene metido en la cabeza —contestó Esmeralda mientras salían al exterior. Una lluvia fina caía incesante—. Mira, ahí está Adam. Pues Jon es capaz de calcular el tiempo que va a tardar en llegar a un sitio. Casi nunca falla, aunque, obviamente, a veces sí, ya que todo se basa en el cálculo de probabilidades. El caso es que jamás te dirá: "quedamos en veinte minutos". No, te dirá diecisiete o algo así. Y si tú tardas un minuto más, te dice que estás llegando tarde. Total, que al final una se acostumbra a ser súper puntual con tal de no escuchar la misma cantina.

—¿Qué cantina? —preguntó Adam, dándole un beso de saludo a Esmeralda y mirando de reojo a Carlota.

—La del "llegas tarde" de Jon.

—Horrible —sentenció él, girándose hacia Carlota—. Ya te acostumbrarás.

Carlota sonrió y le devolvió el saludo. La verdad es que esos dos parecían bastante simpáticos. Se sentía relajada y a gusto, cosa que no era muy habitual últimamente, excepto con Adrián. Y ayudaba no percibir sus sentimientos con la misma claridad que con el resto de las personas.

—Carlota ha venido a ver a Taylor y le he dicho que podíamos ir a tomar un café los tres, así la conocemos un poco mejor.

—Estupendo —contestó Adam.

Primero se plantearon ir a alguna cafetería, pero Esmeralda acabó ofreciendo tomar un café en su casa, ya que había comprado bollos por la mañana, unos tales Manolitos. Y, además, así podrían hablar con libertad de todo, incluidos sus poderes, sin que oídos indiscretos escuchasen sus palabras. El piso de Esmeralda estaba muy cerca del hospital y, en apenas un cuarto de hora, estaban sentados en los sofás, cada uno con una taza humeante entre las manos.

En el camino habían hablado de ellos mismos. Esmeralda le había contado la manera en la que se habían dado cuenta de que tenían poderes, bajo el influjo de Álex. Le detallaron un poco más en qué consistían exactamente esos poderes. El poder de sanación de Esmeralda, junto con sus conocimientos de medicina, hacía que, en la mayor parte de los casos, supiese exactamente cómo curar las heridas. La inmunidad al fuego de Adam le convertía en el perfecto bombero: las llamas solo le producían un leve cosquilleo. Álex se había hecho famoso en la prensa gracias a su poder. Y, por último, estaba Jon con su tremenda inteligencia.

—Álex siempre dice que Jon ha cambiado mucho desde que tiene su poder —terminó comentando Esmeralda, mientras mojaba uno de los bollos en el café—. Son amigos desde niños y dice que antes no era tan desconfiado, ni tan...

—Neurótico —completó Adam.

—Sí, esa es la palabra, supongo —confirmó Esmeralda.

Carlota asintió ante la cantidad de información que le habían contado sobre todos ellos en tan poco tiempo. Se dio cuenta entonces de que le tocaba su turno; la pareja la miraba con los ojos expectantes. Su corazón empezó a latir deprisa y se quedó en blanco. ¿Qué debía decir? ¿Qué se supone que tenía ella que contar? ¿Cómo Lucas y Gwen le habían partido el corazón? ¿Cómo se había roto su relación con Taylor?

Al final, fue Adam el que se dio cuenta de que Carlota estaba un poco bloqueada y tomó la iniciativa:

—¿Desde cuándo lleváis Adrián y tú saliendo juntos? Se os ve bastante compenetrados.

Genial, pensó Carlota. Desvió la mirada y sintió que sus mejillas se sonrojaban.

—En realidad no salimos juntos. Nos conocemos desde hace relativamente poco. Él tiene visiones, como ya sabéis. Y me vio y supo que yo era como él, que tenía poderes y que tenía que acercarse a mí. Y, así, empezó todo esto.

Adam pareció incómodo.

—¡Oh! Lo siento, Carlota. No sé por qué he presupuestado que estabais juntos, tampoco os he visto muchas veces y... —comenzó a justificarse en tono de disculpa.

—No te preocupes, Adam —contestó Carlota—. Entiendo que lo pensases...

Carlota frunció los labios sin saber qué más decir. Fue Esmeralda la que siguió con la conversación, desviándose de esos temas más incómodos.

—Hay algo que queríamos comentarle a Adrián, a raíz de la conversación que tuvimos con él la semana pasada.

—Si queréis, podéis decírmelo a mí, y luego se lo digo. Le voy a ver en un rato —a pesar de que no somos pareja, completó en su mente Carlota.

—Pues verás —siguió diciendo Esmeralda—, el otro día dijo que estaría bien que nos fuésemos conociendo todos. Se lo había dicho el hombre calvo ese, ¿Karkyshian se llamaba? —Carlota asintió—. Yo tengo una casa en Navacerrada, un pueblo a las afueras de Madrid, en la sierra...

—Lo conozco. Al lado de la Barranca.

—Sí, exacto, corazón. Pues he pensado que podríamos hacer una cena y, luego, quien quiera se puede quedar a dormir. Podría ser una buena ocasión para ir conociéndonos.

Carlota se esforzó en sonreír. No le apasionaba la idea de hacer una fiesta en la que estuviesen Lucas y Gwen, pero sabía que Esmeralda tenía razón: Adrián y ella habían llegado a la misma conclusión tan solo unos días atrás.

Así que, muy a su pesar, respondió:

—Suena bien. ¿Para cuándo sería?

—¿El fin de semana que viene te parece bien?

Kaya se terminó de arreglar en el espejo retrovisor. El coche era de una de sus amigas del instituto, Coral. Con pulso de cirujano, se rehízo la raya del ojo. Se le había difuminado debido a un ataque de risa mientras iban en el coche. Coral tenía ya dieciocho años recién cumplidos y había invitado a sus amigas a una fiesta en casa de un chico que conocía de un campamento. Pero no habían echado bien las cuentas y, cuando se quisieron meter en el coche, se dieron cuenta de que eran seis amigas. Kaya, que era menuda, había sido la elegida para ir tumbada sobre las piernas de sus amigas en la parte de atrás. Como le hacían cosquillas, le había acabado dando la risa tonta.

—¡Vamos, Kaya! —la llamaron sus amigas, que ya habían acudido a la puerta de la casa.

Ella terminó de arreglarse con prisa. Despeinó su cabello oscuro, revolviéndoselo con una mano: no le gustaba ir repeinada como al resto de las chicas de su edad. Añadió carmín rosa oscuro en la boca, el brillo de labios era de débiles. Y a ella le gustaba ser diferente. Su especialidad era no encajar en ningún sitio.

Revisó su aspecto rápidamente: falda con tutú, medias de rejilla, botas altas y top ajustado debajo de una cazadora vaquera. Orgullosa de su aspecto con aires punk, fue corriendo hasta la puerta donde la estaban esperando para llamar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquella casa parecía más bien una mansión, era enorme. Coral llamó al timbre y, poco a poco, un chico abrió la puerta.

Kaya contuvo el aliento cuando sus miradas se cruzaron.

Era el chico de cabellos rojos que se cruzaba por las mañanas. Aquel que siempre llamaba su atención. Él la miró fijamente también y ella se preguntó si él también se habría fijado en ella alguna vez. Sin embargo, pronto puso un mohín de desprecio en los labios y miró al resto.

—¡Gerard! —exclamó Coral—. ¡Cuánto tiempo!

Él le devolvió su abrazo, pero respondió diciendo:

—Nunca el suficiente, Coral.

Kaya no supo determinar si lo decía o no en broma. Pero sintió que la recorría un escalofrío al escuchar su voz. Era ronca y suave. Peligrosa. Excitante.

—Bueno, ¿qué? ¿Podemos pasar?

—¿A cambio de qué? —preguntó él mordiéndose el labio inferior y desviando la mirada sutilmente hacia Kaya.

Kaya sintió que enrojecía e intentó mirar hacia otro lado. Esperaba que nadie se hubiese dado cuenta de su reacción. Intentó no fijarse en que Gerard llevaba una camiseta blanca muy fina, a través de la cual se transparentaban los tatuajes que llevaba debajo. Intentó no mirar sus cabellos rojos largos y despeinados, y tampoco sus ojos verdes.

—No seas mamón, Gerard. No me jodas —le dijo Coral.

—¿Cómo la última vez que estuviste en mi casa, dices? —le preguntó él con ojos traviesos.

Coral respondió dándole un empujón para apartarle del camino y él, al fin, las dejó pasar. Kaya fue detrás de su amiga mientras se admiraba de la gran casa en la que estaba. No sabía que la fiesta era en casa de Gerard, no sabía ni siquiera que este conocía a sus amigas. Hasta unos minutos atrás, ni siquiera sabía su nombre. Coral le quitó el abrigo de las manos a Kaya y le dijo que iba a dejarlos a buen recaudo. Tras pensárselo mejor, le cogió también el bolso y le dijo que esperara ahí.

En cuanto Coral desapareció perdiéndose entre el tumulto de gente, Kaya se sintió un poco fuera de lugar. Fue cuando se dio cuenta de que había algo en esa fiesta que era extraño, algo tan fuera de lugar como ella. Pero no fue capaz de determinar el qué.

Se sobresaltó al escuchar unos pasos que se acercaban por detrás. Se giró a tiempo de ver cómo Gerard se apoyaba en el marco de la puerta que ella tenía enfrente. Llevaba un vaso rojo en cada mano. Kaya le miró de reojo, intentando al mismo tiempo hacer como que no lo había visto y fijarse más en él. A través del rabillo del ojo, le pareció que él sonreía con autosuficiencia y, después, se inclinaba hacia ella.

La miró con intensidad unos segundos, mientras le ofrecía en silencio uno de los vasos rojos. Kaya lo cogió, aunque no sabía bien qué habría dentro. No quería rechazarlo, pues habría quedado como una niña. Pero tampoco pensaba bebérselo así como si nada. No tenía claro si podía fiarse o no de aquel chico. Había algo extraño en él, aunque atractivo al mismo tiempo. Intentó apartar la voz de Adrián en su cabeza: había gente que quería matarles, había que tener ojos en todas partes.

—Tu cara me suena —le dijo él con cara divertida.

Kaya no sabía bien qué quería el chico, pero sintió de nuevo un escalofrío ante su ronca voz. Acababa de comportarse como un capullo con Coral y ahora trataba de hacerse el simpático con ella.

—A mí la tuya no —mintió Kaya. No sabía por qué, pero le daba miedo ser agradable con él.

Pero claro que le sonaba. Lo veía todas las mañanas, se fijaba cada día en sus cabellos rojos revueltos, en su mirada misteriosa, en la música que salía de sus cascos.

—Creo que ya sé de qué nos sonamos —dijo él, ignorando la respuesta negativa de Kaya y llevándose un dedo a la sien—. Te veo todos los días cuando voy al instituto.

—Fascinante —se limitó a contestar ella mientras echaba a andar.

—¡Sí! —dijo él chasqueando la mano, como si acabase de caer en la cuenta. Echó a andar detrás de ella—. Eres esa chica que lleva las ropas raras, siempre de oscuro y con cara de mala hostia.

—Me alegro de que te hayas fijado en mí, Gerard —dijo poniendo los ojos en blanco e intentando usar su tono más sarcástico.

—En realidad pienso que eres muy guapa —dijo él mientras se paraba y se encogía de hombros, como si le estuviese diciendo cualquier otra cosa.

Ella bufó y siguió andando en busca de alguna de sus amigas.

—También pienso que tienes muy mala leche en persona —gritó él a sus espaldas, pero la dejó marchar.

Nota de la autora:

Bueno, bueno... ¿qué os ha parecido Gerard? A mí me da que viene a revolucionar esta historia, ¿no? Es otro de mis personajes favoritos del libro, aunque haya tardado en aparecer, espero que os guste.

Por otro lado... me encantaría leer lo que pensáis que va a pasar en la fiesta que planea Esme en su casa de Navacerrada :P

¡Feliz fin de semana!

Crispy World

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