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23 - Viejas amistades

Kaya salía todas las mañanas del metro de Plaza de Castilla, enfrentándose a las frías corrientes de aire de ese otoño que ya amenazaba con convertirse en invierno. Enfundada en sus botas y medias de colores, y con sus vestidos siempre negros, resoplaba ante la perspectiva de un nuevo día agotador. Ese día pensaba en su hermana Gwen y en Carlota. Ojalá pudieran perdonarse la una a la otra el desastre que habían armado con Lucas. Aunque Carlota parecía que poco a poco olvidaba a Lucas, sobre todo desde la llegada de Adrián a su vida.

Kaya salía todas las mañanas del metro de Plaza de Castilla y, todas las mañanas, se cruzaba con la misma gente. Personas que bajaban por Castellana con un café del Faborit de la esquina, personas que subían la calle con uno del Starbucks, un poco más abajo. Siempre la misma gente: aquel chico rubio con prisas, aquella oficinista demasiado arreglada, aquel chico que tenía pinta de bailarín y que iba con sus ropas a la última moda y un periódico bajo el brazo.

Y aquel chico de los cabellos teñidos de rojo.

Era muy guapo, no podía evitar mirarle todos los días, pero creía que él apenas se fijaba en ella. Tenía cierto aire problemático o, quizás, rebelde. Algo en él gritaba al mundo que era diferente y estaba orgulloso de ello. Llevaba siempre un look rockero y, cuando se cruzaban, Kaya acertaba a escuchar la música que salía de sus cascos negros. Un poco de My Chemical Romance, un poco de Red Hot Chili Peppers, un poco de Kings of Leon.

Pero, cada mañana, era tan solo un cruce en el camino y él nunca la miraba. O eso creía ella.
Porque lo que ella no sabía era que, al chico de cabellos rojos, una chica de cabello oscuro, ojos azules y rostro menudo le dejaba sin aliento durante unos segundos. Cada mañana se fijaba en sus esotéricas ropas y sus cautivadoras miradas. Y, cada mañana, él, como buen chico duro, solo acertaba a vislumbrarla de reojo.

Taylor se despertó una vez más en aquella maldita habitación blanca, sintiéndose atrapada y sin escapatoria. Estaba presa entre cuatro paredes frías, con una vía enganchada a sus brazos llenos de moratones y un montón de bandejas de algo parecido a la comida. Llevaba casi dos semanas encerrada, aunque solo una consciente. La agonía del mono distorsionaba el tiempo, haciéndole sentir que el día se alargaba interminablemente.

La única distracción eran las visitas que recibía: sus hermanas, Lucas y una tal Esmeralda, que se había presentado como su médico.

Fue Gwen quien le susurró aquella historia absurda en su rápido alemán, como si quisiera que nadie más lo entendiera. En susurros, le habló de su poder y el de Kaya, mencionando a Carlota y a otras personas con poderes.

Al principio, Taylor pensó que su hermana se burlaba, que era una broma pesada. Sin embargo, su hermana supo cómo convencerla:

—Sabemos que puedes volar, Taylor.

Finalmente, tuvo que ceder y creerla. En el fondo, no le importaba. Solo quería salir de allí.

Recordaba fragmentos de aquella noche. Primero, se había liado con un chico llamado Jon, que también estaba involucrado en todo esto. No recordaba bien su rostro, solo que tenía unos ojos verdes felinos y un toque de nicotina en sus besos. Después, todo se volvió un vacío en blanco: un baño, una carrera, golpes.

Lo siguiente que recordaba era despertar en los brazos del ser más extraño y aterrador que había visto. Con piel pálida, ojos rojizos y un cuchillo grabado con extraños símbolos apuntándole, murmuraba palabras que la llenaban de terror. Entonces, perdió el conocimiento de nuevo, hasta que se despertó en el hospital, donde Gwen le contó que aquel ser se llamaba Syloh.

Desde entonces, sentía que algo había cambiado en su interior, aunque no sabía qué. Estaba débil y dolorida. Esmeralda le había mencionado que tenía el poder de sanar a las personas, aunque con ella no funcionaba del todo. Sin embargo, no pudo identificar lo que le sucedía a Taylor. Sin embargo, con el paso de los días, la debilidad fue remitiendo y Esmeralda había conseguido programar el alta de Taylor para el día siguiente.

De repente, la puerta de su habitación se abrió lentamente. Taylor pensó que sería una enfermera equivocándose de habitación, pero cuando se abrió del todo, se quedó muda de sorpresa.

Carlota estaba en el umbral, indecisa, con los labios entreabiertos como si fuera a decir algo. Vestía un abrigo verde y tacones, lo que hizo que Taylor se sintiera inferior con su fea bata de hospital.

—Hola, Tay —dijo Carlota al fin—. Taylor —rectificó.

Tay era la manera que tenía de llamarla cuando eran mejores amigas.

—¿Puedo pasar? —preguntó Carlota, insegura.

Taylor giró la cabeza antes de contestar:

—Supongo.

Carlota pasó y se sentó en la silla que había al lado de la cama de Taylor. No se quitó el abrigo, y Taylor lo entendió como una señal de que no se pensaba quedar demasiado. Seguramente aquello fuese una visita de cortesía.

—Me han dicho que también estás metida en el ajo —comentó Taylor, para romper el hielo.

Carlota frunció los labios.

—Mi poder es la empatía.

—Lo sé, Gwen me lo ha contado.

Pasaron entonces unos segundos incómodos invadidos por el silencio. Taylor resopló. Eso pareció hacer reaccionar a Carlota, que se decidió a tomar la palabra.

—Taylor, el otro día estuviste a punto de morir... Yo... cuando me enteré, cuando Adrián me describió a la chica de la visión y te reconocí a ti en ella, Tay, creí que no podría soportarlo...

—Pero lo hiciste —puntualizó ella.

Carlota dejó entonces de esquivar su mirada para pasar a clavársela.

—Lo que quiero decir es que pensé que nunca debimos dejar de ser amigas.

El silencio volvió a invadir la habitación. Un silencio en el que miles de pensamientos flotaban en el aire. De recuerdos, bonitos y dolorosos.

—Yo no dejé de responder a llamadas y mensajes —dijo Taylor, recordando cómo Carlota cortó el contacto.

—Lo sé, Tay. Pero, ¿qué querías que hiciese? No estabas nunca, no dejabas de fallarme. Yo estaba muy perdida con mis poderes y con todo lo que pasó con Lucas y tu hermana. Sé que no debí actuar de esa manera, pero en ese momento me pareció lo correcto. Yo nunca supe qué te pasó, por qué cambiaste.

Taylor ahogó una amarga carcajada.

—Porque la noche en la que tú te estabas tirando a Lucas por primera vez, yo me fui de fiesta con el resto de los del cole. Conocí al desgraciado de Matías, sí, el que el otro día me engañó y por el cual acabé liándome con el otro tío. Y me emborraché con él hasta perderme a mí misma. Cuando volvía a mi casa, un jodido borracho me intentó acosar y al salir corriendo casi me atropella un puto coche. Pero, ¿sabes qué me salvó?

Carlota se había quedado muda.

—Que salí volando —su voz sonaba rabiosa—. Creía que me había vuelto loca, que eran los efectos del alcohol, pero siguió ocurriendo, muchas otras veces más. ¿Te parece eso suficiente motivo para cambiar?

Carlota tenía los ojos empañados en lágrimas.

—No tenía ni idea de todo eso, Tay... Lo siento, siento no haber estado ahí.

Taylor se sentía mejor después de haberle soltado todo aquello; llevaba demasiado tiempo queriendo hablar con ella y, en parte, echarle en cara que no estuviese en todos esos malos momentos. Pero también sabía que ella le había fallado. Que esa relación se había roto por los dos extremos.

—Está bien, tía —añadió en un tono más suave—. Supongo que yo también falté en otras cosas. Todo el rollo ese que pasaste con el gilipollas de Lucas y la zorra de mi hermana.

Carlota la miró dubitativa, pero se limitó a asentir. A todas luces se veía que no sabía ni qué decir ni cómo tratarla. Así que Taylor decidió hacerle el favor de terminar cortésmente aquella incómoda conversación por ambas.

—Lo siento, tía. Pero estoy algo cansada; si no te importa, me voy a echar un poco. Mañana me dan el alta y quiero estar descansada.

—Claro, claro, Taylor. Lo siento —dijo, levantándose rápidamente—. Recupérate. Nos veremos cuando estés bien, ¿vale?

—Estupendo, tía —respondió con un tono que sonó más irónico que sincero.

Carlota se mordió el labio una vez más, su mirada cargada de indecisión, antes de salir rápidamente de la habitación.

Cuando Taylor se quedó sola, un suspiro largo y profundo escapó de sus labios, acompañado de unas tímidas lágrimas que asomaron a sus ojos antes de deslizarse por sus mejillas. Había sido duro volver a ver a Carlota, pero aún más doloroso fue escuchar que pensaba que nunca debieron dejar de ser amigas. Un nudo implacable se había instalado en su pecho, y le costaba respirar.

Intentando calmarse, se incorporó en la camilla, el frío metal haciéndole recordar su vulnerabilidad. Buscó el mando de la televisión, pero su mirada se detuvo en un sobre que descansaba sobre la silla.

Carlota debía de haberlo dejado ahí.

Sin saber si quería descubrir su contenido, lo tomó entre sus dedos. Finalmente, la curiosidad pudo más que el temor, y, nerviosa, rasgó el sobre.

Dentro, encontró una fotografía en blanco y negro de ellas dos, junto a sus hermanas. Era una de esas tardes de verano en la piscina de la casa de las tres. Carlota y ella, con dieciocho años recién cumplidos, sonriendo como si el mundo les perteneciera. En el reverso, un mensaje de ánimo acompañaba las firmas de Carlota, Kaya y Gwen. ¿Se habrían visto las tres para preparar aquello? Se preguntó cómo habrían actuado Carlota y Gwen en ese momento.

Le pareció un gesto bonito y, a pesar de todo, colocó la foto en la mesilla. Sin embargo, una sombra de tristeza le invadió. Aunque apreciaba el esfuerzo, las cuatro personas que aparecían en aquel recuerdo parecían haberse desvanecido.

Ahora solo quedaban cuatro desconocidas atadas por un pasado que les unía y un presente que, como un mar tempestuoso, parecía incierto. Taylor sintió que ese recuerdo era como un eco lejano de lo que solían ser, una parte de ella que anhelaba recuperar, pero que se sentía cada vez más inalcanzable.

Carlota salió de la habitación de Taylor, abrumada por la tristeza. Había encontrado a su vieja amiga hecha trizas, una sombra de quien solía ser. Era impactante lo mucho que había cambiado desde la última vez que habían hablado.

Su voz, antes melodiosa, ahora sonaba rasposa y cansada; probablemente había empezado a fumar. Las palabras que antes salían de su boca con gracia, ahora estaban llenas de groserías y un tono mordaz que Carlota nunca imaginó que pudiera existir en su amiga. Una amargura palpable envolvía a Taylor, como una niebla oscura que parecía consumirla.

El descubrimiento de sus poderes había sido un golpe duro para todas, y Carlota no era la mejor en el manejo del suyo. Pero, a diferencia de ella, que se había encerrado en su propia tristeza, Taylor había buscado refugio en el alcohol y las drogas, asustada de su propio potencial y de lo que podía hacer. Y lo más doloroso de todo era que ella no había estado ahí para ayudarla.

Los sentimientos de Taylor, que Carlota había percibido a través de su poder, eran un torbellino de dolor, resentimiento y miedo. La pobre chica parecía estar atrapada en una tormenta emocional, con la luz de la esperanza extinguida. Era desgarrador ver que ya no quedaba en ella ni una chispa de alegría.

—Mañana le daremos el alta —dijo una voz suave a sus espaldas, justo cuando estaba a punto de marcharse por el pasillo.

Carlota se giró y encontró a Esmeralda, cuya presencia le ofrecía un pequeño respiro en medio de la tensión.

—Hola, Esmeralda. Sí, ella me lo ha dicho. Gracias por tu ayuda —respondió Carlota, intentando que su voz no temblara.

—De nada —contestó Esmeralda, sonriendo con calidez.

Carlota le devolvió la sonrisa, agradecida por el apoyo que le brindaba. Era gracias a Esmeralda que estaba allí; ella había facilitado la información sobre la habitación de Taylor y los horarios de visita. Y, a través de Kaya, había recibido aquella fotografía que esperaba que Taylor viese.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Esmeralda, curiosa pero respetuosa.

Carlota hizo un esfuerzo por mantener la compostura, aunque sabía que su rostro probablemente no lo reflejaba.

—Creo que, considerando lo complicada que es la situación, no ha ido del todo mal. Al menos, no nos hemos gritado ni nada por el estilo.

Esmeralda se limitó a asentir. No le preguntó cuál era la situación, y Carlota se lo agradeció en silencio.

—¿Te importaría esperarme cinco minutos? —le preguntó Esmeralda al llegar a la salida, mirando su reloj—. Acabo de terminar mi turno. Adam estará esperándome; si te parece bien, podríamos ir a tomar algo los tres. Tal vez sea una buena oportunidad para conocernos mejor.

—Claro, me parece una buena idea —contestó Carlota, sintiendo que una pequeña chispa de esperanza se encendía en su pecho.

Esmeralda sonrió, visiblemente contenta, antes de marcharse a toda prisa. Carlota iba a decirle que no tenía prisa, que no se apurara, pero la chica con rostro de corazón ya se había perdido entre la multitud de batas blancas.

Nota de la autora:

Hola! Por fin hemos tenido ese reencuentro entre Carlota y Taylor. Ha sido algo doloroso, pero espero que os haya gustado. ¿Creéis que volverán a ser amigas como antes?

Y... ¿qué me decís de ese chico de cabellos rojos que se cruza Kaya? ¿Será importante?

Por otro lado, aprovecho para deciros que, aunque esta semana estaré de viaje, voy a dejar programado el capítulo del sábado, que saldrá con normalidad.

¡Feliz semana!

Crispy World

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