2 - Encuentros y conexiones
Cuando terminaron las clases y Carlota se montó sola en el ascensor para bajar a la calle, se dio cuenta de cuánto odiaba el silencio: le hacía pensar y recordar cosas. El silencio le traía de vuelta su vida pasada, una vida en la que no solo tenía a Lucas, sino también a Taylor, su antigua mejor amiga, que había decidido cambiarla por sus adicciones. Sin Taylor, Carlota se sentía sola.
Sin embargo, cuando volvió a esperar en el andén de Plaza de España a que llegase el metro, encontró en el bolsillo de su chaqueta un folleto promocional y recordó que, después de todo, sí que contaba con alguien. Ese folleto se lo había dado su madre, preocupada por el estado de salud mental de su hija. Había pedido ayuda a una amiga que impartía clases de psicología en la Autónoma.
—Hija, vamos a darle una oportunidad a esto —le había pedido su madre en su blanca cocina, poniendo sus manos sobre las de Carlota y dejando el folleto informativo a un lado—. Son unos cursos de ayuda. Los necesitas.
—Mamá... yo, no sé...
—Carlota, prueba. Solo te pido eso.
El metro llegó y Carlota suspiró. Había aceptado ya lo que le pasaba y no tenía nada que ver con su salud mental. Pero no quería decepcionar a su madre y pensó que, probablemente, tampoco le vendría mal aprender a controlar sus emociones. Y las del resto, claro.
Cuatro paradas después, se bajó en Nuevos Ministerios y trató de no equivocarse al coger el tren que llevaba a la Autónoma. Se colocó los auriculares y puso su lista de música favorita en modo aleatorio, mientras cerraba los ojos y trataba de evadirse de la gente que la rodeaba y de sus sentimientos. Pudo notar los nervios de un par de estudiantes; por lo que iban comentando, tenían exámenes importantes. Pero esas sensaciones no la agobiaban demasiado, era fácil lidiar con ellas. Si algo había aprendido con su poder, era que había asuntos muchísimo peores en la vida que un examen.
Cuando el tren atravesó el túnel próximo a la parada de la universidad, se quitó los auriculares, guardó sus cosas, se puso el abrigo y el bolso. Se levantó y se acercó a la puerta, justo a tiempo de ver cómo el tren frenaba en el andén. Dejó atrás la estación y salió al campus.
Siempre le había gustado el campus de esa universidad. Tenía grandes zonas de césped, y los edificios de las facultades estaban bien distribuidos. La base vieja, formada por Filosofía y Letras, Magisterio, Económicas y Ciencias, estaba situada en una hilera a lo largo de la calle principal, Francisco Tomás y Valiente. Todas las calles de la Autónoma llevaban nombres de personajes ilustres de las ciencias y las letras. A la derecha se encontraban los aparcamientos y, al otro lado de estos, estaban las facultades de Psicología, Biología, Derecho y Políticas. Un poco más apartada del resto, y enfrente de estas últimas, se encontraba la Politécnica.
Se conocía bastante bien aquella universidad. Allí estudiaba Lucas.
Recorrió el camino de ladrillos rojos hasta llegar a la facultad de Psicología. El ambiente en la universidad era relajado. Aquel día hacía buen tiempo y la gente había aprovechado para acampar en el césped. Le daba envidia tanta despreocupación. Ojalá pudiese ser ella así. Enfiló las pesadas puertas de la facultad y entró al hall de paredes de ladrillo. La facultad de Psicología siempre le había resultado acogedora y, a la vez, graciosa. La mayor parte de sus estudiantes eran mujeres, pero de todo tipo de estilos e ideas. Las mesas distribuidas a lo largo del hall estaban siempre llenas de apuntes y portátiles que sus dueños tecleaban a toda velocidad y con cara de concentración. A la derecha había un habitáculo rodeado de cristal, con un cartel que rezaba: Información.
Acercándose a la ventana para comunicarse con el interior, preguntó:
—Perdona... ¿El salón de actos?
El chico que había al otro lado la miró con cara de aburrido. Murmuró algo mientras miraba la pantalla del ordenador y dijo:
—A la derecha. —Su tono era impaciente—. Pero ahora se van a impartir unos cursos de ayuda... —Carlota se sonrojó, y el chico cambió su expresión a una de sorpresa—. Ya entiendo... La primera puerta a la derecha.
Carlota se escabulló como pudo. Genial, otro que ya pensaba que estaba loca.
En cuanto entró en el salón de actos, Carlota sintió una mezcla de incomodidad y curiosidad. Había unas pocas personas sentadas, cada una en su mundo, y aunque la mayoría parecía tranquila, notó una cierta tensión en el aire, como si todos estuvieran allí por una razón importante. No era el tipo de lugar donde esperaba encontrarse, pero tampoco le parecía del todo ajeno. De alguna manera, podía entender lo que los demás sentían. De hecho, podía entenderlo demasiado bien, gracias a su poder y aquello la empezó a abrumar.
—¡Anda! Si tenemos una nueva participante en el programa. Siéntate aquí —dijo la profesora. A ojos de una modista como Carlota, destilaba poco estilo por todos lados: pantalones de a saber cuántas décadas hasta la cintura, pelo con demasiada laca y unas gafas que le hacían parecer un saltamontes.
Carlota dudó unos segundos, pero no creía que ese fuese su lugar.
—Lo siento, creo que me he equivocado. Perdonad la molestia —contestó Carlota al salir por la puerta.
Cruzó rápidamente la facultad y sintió, clavada en su nuca, la mirada inquisitiva del recepcionista que la había tomado por loca. No tardó en llegar a la parada del autobús; había decidido volver así, ya que la dejaba más cerca de su casa que el tren.
En un pobre intento de contagiarse del espíritu universitario que invadía a los estudiantes en los días de sol, se puso de cara al mismo, tratando, sin muchas esperanzas, de coger algo del moreno que antes solía lucir. Intentó bloquear los sentimientos de la gente de su alrededor. La verdad era que cada vez se le daba mejor, sobre todo si se concentraba en ello, sin dejarse distraer por sus propios malos pensamientos. Era algo similar a cuando a uno se le taponan los oídos en una piscina: básicamente escuchaba ese ruido de fondo, pero, si quería, podía ignorarlo. Sin embargo, aquella vez encontró algo distinto: como si en medio de ese ruido suave, sonase una melodía muy bonita y armoniosa, que se distinguía con claridad sobre el resto. Era un espíritu inquieto el que notaba cerca: nervioso y puro. Pero, lo más asombroso de todo, era que, a pesar de poder notar que estaba ahí cerca, no podía sentir sus emociones, por mucho que lo intentase. Jamás le había pasado algo similar. Era extraño.
Pero le gustó aquel sentimiento. Fue... como encontrarse en casa de nuevo. Como volver a ser ella, aquella chica que se había perdido en algún momento. Intentó dejar que fluyese, pero no lo logró del todo.
Adrián estaba esperando de nuevo al autobús. Sus visiones se habían cumplido: había llegado tarde a la única clase que tenía esa tarde, así que se había dado el paseo en vano. Ese profesor no dejaba entrar jamás a nadie que llegase tarde, aunque solo fuesen cinco minutos, como había sido el caso. Subió con despreocupación al autobús y se quedó de pie en la parte de en medio. Había sitios de sobra, pero le apetecía ir de pie.
Solo había una cosa de sus visiones que no se había cumplido... La chica. La chica que acababa de pasar por delante de él. Estaba seguro de que era ella. El mismo pelo castaño oscuro, los mismos ojos tristes. Aunque era aún más guapa en la realidad. ¿La realidad? Que alguien le sacase de esa locura.
Sentía que debía hablar con ella, así que empezó a trazar planes para entablar conversación, pero se sentía ridículo. Al final, optó por sentarse a su lado. Pensó que la chica le miraría con odio por elegir su asiento cuando había tantos alrededor, pero, por el contrario, solo le dedicó una mirada curiosa y... cálida. Adrián sintió un cosquilleo en el pecho. Se sentó, se miraron y ninguno dijo nada. Adrián quería darse de cabezazos contra algo. No solo era que hubiese visto a esa chica en su visión, sino que además le atraía muchísimo. Era como si tuviese que hablar con ella por algún extraño motivo.
—¿Nos conocemos de algo? —preguntó torpe. Ya podía haberse buscado una excusa menos típica. Seguro que la chica se cambiaría de sitio, pero ya que había empezado, debía seguir—. Tu cara me suena, ¿sabes? —añadió, tragando saliva—. Me llamo Adrián.
—Carlota —contestó ella. Por lo menos no pareció asustada, pensó Adrián con alivio. Tal vez se hubiese dado cuenta del apuro que estaba pasando—. No lo sé, pero tú también me resultas... familiar.
Adrián pensó que eso era extraño. A él le sonaba de sus visiones, única y exclusivamente. ¿Y si esa chica también...? Tal vez, pero era poco probable. Y, desde luego, un tema imposible de sacar en un primer encuentro.
Adrián observó detenidamente a la chica unos segundos. Sus ojos parecían albergar miedo, dolor y tristeza. A todas luces, esa chica huía de algo, ¿de su pasado tal vez? En cualquier caso, era muy guapa y atractiva: esbelta y vestida a la última con una chaqueta marrón por encima de una camiseta beige. Llevaba un pañuelo de varios tonos cálidos otoñales que se entremezclaban. Unos vaqueros sencillos y claros completaban su aspecto. Aunque, por las sombras que ocultaban sus ojos, iría bien vestida por inercia. En esos momentos, no parecía preocuparse por cosas tan triviales como aquellas.
—Dime, Carlota... ¿qué estudias? Tal vez así desentrañemos el misterio de por qué nos sonamos el uno al otro.
—No estudio en la Autónoma —contestó rápidamente. Adrián notó algo raro en su voz. Tal vez una mentira—. He venido a... ver a una amiga de Psicología.
—Vaya... qué lástima... —respondió, mientras Carlota lo miraba con una expresión divertida, y Adrián pensó que la hacía aún más atractiva—. Ya albergaba esperanzas de encontrarme a menudo contigo en el bus y ganarme una buena amiga. —Esbozó una amplia sonrisa mientras miraba de reojo la reacción de Carlota. Esta se echó a reír.
Carlota sonrió, y Adrián vio que se sonrojaba ligeramente.
—¡Adrián! ¿Tú también has llegado tarde a clase?
La voz venía de sus espaldas, y Adrián puso cara de pesar antes de girarse. No se le escapó que a Carlota le hizo gracia su reacción. Cuando se dio la vuelta, vio a una de sus compañeras de clase agarrada a la barra de su asiento para mantener el equilibrio: el autobús acababa de arrancar y no paraba de dar tumbos.
La chica se acercó muchísimo a él, que estaba sentado en el lado del pasillo, de manera que su empalagoso perfume invadió sus fosas nasales y sus pechos quedaban casi a la altura de sus ojos.
—Hola, Rocío —dijo, levantando la cabeza—. Sí, el tipo este no me ha dejado pasar a mí tampoco.
—Bueno, así podemos ir juntos en el bus. —Le dedicó una sonrisa sugerente.
Adrián era consciente de la atracción que despertaba en Rocío y en bastantes de sus compañeras. Siempre había sido exitoso entre las chicas, pero la mayor parte de sus compañeras le parecían huecas. Chicas sin cerebro siguiendo modas y haciendo lo que todo el mundo hacía. A él le atraía la originalidad de las personas y por eso rechazaba de manera sistemática a sus compañeras de clase. Irónicamente, eso le estaba haciendo más cotizado entre ellas y se sentía bastante incómodo con la situación.
—Pues mira, mejor otro día. Me acabo de encontrar con una amiga y me gustaría que nos pusiésemos al día. ¿Te importa?
—Claro —contestó Rocío con un mohín. Tras lo cual, se alejó y se sentó en el otro extremo del autobús.
—Por los pelos —dijo Adrián girándose hacia Carlota, que lo miraba con una expresión que él no supo identificar—. ¿Te ha molestado que me inventase nuestra historia?
Ella, al final, sonrió.
—No, para nada. Solo me ha llamado la atención. ¿Sabes que esa chica va detrás de ti?
—Ella no me interesa, ¿sabes? —Ella enrojeció, y él la miró divertido. No había tenido ninguna segunda intención con esa frase, pero Carlota parecía haberlo interpretado de otra manera.
Intentando a toda costa salvar la situación, volvió a la conversación que estaban manteniendo antes de la interrupción:
—Sé que no estudias en la Autónoma, pero al final no me has dicho qué estudias.
—Estudio Diseño.
—Chica creativa entonces. —Ella se encogió de hombros—. Dime, ¿qué es lo que te llevó a estudiar algo así?
Ella entrecerró los ojos antes de responder, como si estuviese intentando recordar los motivos que la habían llevado a esa carrera. Casi como si perteneciese a un pasado tan lejano que le costase recordar. Se preguntó entonces Adrián qué turbulencias se escondían en el pasado de esa chica de ojos tristes.
—Desde que tengo memoria, he estado con un lápiz en la mano. Siempre he dibujado y diseñado cosas. Y siempre, digamos, que me ha ayudado. En los momentos difíciles, dibujar ha sido mi manera de... escaparme de la realidad, ¿entiendes? Me gustaría poder ayudar a alguien en su día a día con algo que salga de mis dibujos.
Adrián la escuchaba hablar de su carrera y de las cosas que le gustaba dibujar, y casi sin darse cuenta, se sintió embelesado. Cuando llegó su turno de hablar, se sorprendió contándole anécdotas sobre la playa y el surf. Poco a poco, se sumergieron en una burbuja que parecía solo de ellos dos. La conexión fue intensa, inmediata, espontánea y un tanto extraña. Cuando el autobús llegó a los túneles de Plaza de Castilla, a Adrián el trayecto se le había hecho demasiado corto. Y, si no hacía algo, no volvería a verla. Pero tenía que verla de nuevo, la había visto en su visión, y eso tenía que significar algo. Así que, justo cuando salían del Intercambiador de Plaza de Castilla, él se atrevió a decir:
—Seguro que jamás has ido a la mejor pastelería del mundo. Y no está muy lejos de aquí.
—¿La mejor? ¿Has estado en todas las pastelerías del mundo? Permíteme dudarlo, Adrián. —Su tono fue una mezcla entre desafío y coqueteo.
—No... pero soy adivino —tampoco mentía del todo, podía haber tenido una visión sobre la mejor pastelería del mundo... aunque era poco probable—. Te doy mi palabra de que merece la pena, Carlota... pero... los pasteles vuelan... sobre todo si estoy yo cerca... así que corres el peligro de que si no me acompañas ahora te quedes sin poder probarlos —hizo una pausa para dar solemnidad al momento—. Es que, además de adivino, tengo un estómago que es un saco sin fondo. Ya ves, soy un chico único en el mundo.
Adrián vio que Carlota le evaluaba unos segundos y deseó poder saber qué pasaba por su mente. Al final, con los ojos entrecerrados, ella lo miró y dijo:
—¿Seguro que tienes tanta hambre? Porque ahora...
—Sí, muchísima.
—...tengo que terminar unos dibujos, pero podría ir en otro momento... digamos el viernes a las seis. Pero claro... si eres Adrián el monstruo de los pasteles, no quiero interrumpir tus planes.
Adrián la miró con cara de diversión.
—Pues mira, solo por ser tú, haré una excepción. Pero no lo digas por ahí —dijo bajando la voz—. Tengo una reputación que mantener, ¿sabes? —añadió mirando alrededor, como asegurándose de que nadie le escuchase.
—No te preocupes, no se lo diré a tu fan del bus.
—Ya... mejor.
Carlota se echó a reír mientras comenzaba a irse.
—Nos vemos aquí el viernes a las seis, monstruo de los pasteles.
Y, sin decir adiós, se dio la vuelta y se marchó.
Nota de la autora:
Para quienes aún no me conozcáis, la música es una gran parte de mi vida. Escucho de todo, voy a conciertos siempre que puedo y estoy constantemente buscando canciones nuevas. Eso se refleja en mis libros: cada uno tiene su propia banda sonora, y las canciones que veis en los banners al inicio de cada capítulo son parte de ella. Si os han gustado, os dejo la playlist en los comentarios, ¡así podréis acompañar la lectura con la música que la inspira!
Y hablando del capítulo... ¿qué os están pareciendo Carlota y Adrián? ¿Qué creéis que pasará entre ellos? ¡Me encantaría saber vuestra opinión!
Por cierto, ya tenemos en la historia a un personaje Aries y otro Piscis así que...
Que se manifiesten aquí los Aries ♈️🐏
Que se manifiesten aquí los Piscis ♓️🐟
Finalmente, os dejo por aquí una pequeña ficha de personaje de cada uno:
Crispy World
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro