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♦18♦ Efecto mariposa

Esa mañana el enfermero Marqués se encontraba fascinado por la gran noticia, sus ojos reflejaban alegría mientras sus manos acomodan los papeles necesarios para dar el consentimiento de la ejecución que daría el pueblo.

Paciente apilaba el cúmulo de papeles.
″por fin pude deshacerme del joven Ruben, y lo más hermoso, sin siquiera meter sus manos″ pensaba  el enfermero Marqués.

—No puedo creer que de todos entregaras a el menos indicado —intervino la enfermera Beatríz que lo acompañaba en su labor de apilar papeles.

—Yo no fui, son órdenes de la jefa y al parecer el paciente del piso siete está de acuerdo —comentó Marqués. —Por cierto debes abrir su puerta ya, Jorge nos ayudara a traer a Ruben —agrego el hombre.

—Esta bien voy de inmediato —respondió Beatríz quien ya no tenia ganas de seguir platicando.

El enfermero Marqués siguio preparando las cosas necesarias para que el joven fuera trasladado esa misma tarde.

En el piso dos un hombre platicaba con su reflejo frente al gran espejo que decoraba uno de los muebles del lugar, este hombre pensaba detenidamente en todos las posibles soluciones que habían para calmar la íra del pueblo de Katan.

El sudor de su frente expresaba lo nervioso que se sentía, frotaba sus manos con revuelo: tenía mucho que la adrenalina no recorría sus venas, miraba con alto interés el reloj esperando que sus pequeñas manecillas marcaran la hora acordada para que todo comenzara.

″Nadie tiene el derecho de morir″ pensaba para sí mismo.

Buscando dar una explicación razonable a su alma de lo que estaba dispuesto a llevar a cabo, toda la noche Jorge medito las diversas salidas que tenía para poder defender a cualquiera del castillo.

Todo el mundo por años le tuvo miedo, un claro ejemplo de que las apariencias engañan, se dispuso a meditar cómo debía actuar, pero por más vueltas que le dio al asunto, la única salida coherente a la que podía llegar fue entregarse el mismo al pueblo. Sabía que todo esto estallaría una gran lucha puesto que el alcalde se enteraría que burló la justicia hace algunos años.

—De esta forma todo volverá a ser normal —expresaba en su sentir tratando de convencer a su corazón que lo hacía por mero amor.

Lo único que le dolía a este personaje era dejar desamparadas a ambas niñas que por varios años educó y cuidó por siempre, una ya estaba advertida de la decisión de Jorge pero la pequeña Sofía no tenía idea de lo que ese hombre estaba dispuesto a sacrificar por el bienestar de todos los inquilinos del castillo.

El reloj sonó apuntando la hora establecida, diez treinta de la mañana, faltaba exactamente cuarenta y cinco minutos para que los grandes camiones del pueblo llegaran a ese lugar para preparar la hoguera donde cumpliría su sentencia.

Jorge se vistió con su ropa especial, las prendas con las que por primera vez había pisado el castillo, estas constaban de un overol de mezclilla y una camisa de botones, un lindo collar de fantasía brillante perteneciente de su hija, completaba el conjunto.

″Si moriré, lo haré decente″ pensaba Jorge.

Colocándose cuidadosamente cada prenda en su cuerpo, era la primera vez que al desgastado uniforme le tocaba reposar en una silla.

Jorge tomó su libreta que había cargado hace varios años consigo: donde los dibujos de su pequeña, con amor se encontraban en el interior. Un último beso le dio al artículo antes de entregárselo a Susan en sus manos.

Al extremo de la habitación, Uriel observaba todo lo que estaba pasando.
″Debo decirle lo de la sombra″ pensó el joven.

″Es la sombra, ella fue, ella lo mató″ continuo pensando en silencio para sí.

—Debes guardar esto como mi promesa de que te protegeré incluso después la muerte, debes ser fuerte y por favor nunca dejes que la oscuridad inunde el corazón tan puro que posees en el interior —mencionó el hombre mirando profundamente a Susan con lágrimas en sus ojos.

La joven quería gritar y detener el momento, pero en su interior Karen le impedía hacer cualquier tipo de drama para evitar que Jorge cumpliera su objetivo, presionada por lo que sentía, Susan solo abrazo con fuerza al hombre dedicándole un último beso en la mejilla en señal de respeto.

La enfermera interrumpió en la habitación.
—Jorge tenemos que bajar por Ruben —ordeno tristemente.

—Bajaré contigo ¡sin reproches!  —comentó Susan como última condición.

El hombre movió la cabeza en señal de aprobación, en un momento como ese la compañía era fundamental.

—Esta bien pero primero dejame ir con Susan a platicar con el —dijo Jorge mirando a la enfermera.

Beatríz movió la cabeza de manera afirmativa antes de salir de la habitación dejando solos a ambos.

Unos minutos pasaron en los que Jorge cuidadosamente oraba al cielo, era algo extraño a la percepción del ojo humano pero aunque no lo parezca el era un hombre muy creyente ante la ley del altísimo.

—Estoy listo —exclamó el hombre dirigiéndose a la puerta.

Con muchas emociones en el interior de su corazón: decidido a caminar a su perdición. La escena era magnífica para las personas que saben admirar el arte, un hombre dispuesto a cargar la cruz de alguien más, es algo que no se puede presenciar siempre, y menos en un lugar como ese.

Tras salir ambos de la habitación, Uriel decidió seguirlos con mucho cuidado hasta el piso de abajo.

″Yo lo diré, fue la sombra″ repetía en su mente.

Uriel movía sus manos de un lado a otro, su pulso se sentía agitado y sus manos temblaban de miedo.

—Debí decirlo, ¡Ellos se deben enterar! —comentaba el joven mientras bajaba con mucho cuidado las escaleras.

Una vez llegando al lugar donde los demás estaban el hombre toco la puerta, enseguida fue abierta por Eliza.

—Me vengo a despedir —afirmo el hombre mirando con los ojos lloros a la pequeña Sofi.

—¡Despedirte! ¿Creí que habías entregado a Ruben a cambio de tu libertad? —preguntó Lucia perpleja ya que el enfermero Marques ya había corrido con el rumor.

El joven Ruben estaba molesto y dispuesto a pelear con quien quisiera llevárselo. Sofía se encontraba en la esquina del cuarto también molesta por lo que su amigo estaba dispuesto a hacer.

—¿Mi libertad? —preguntó extrañado Jorge. —Yo me entregaré, solo venia a despedirme de Sofía, pero creó que no me quiere ver —agrego el hombre desanimado.

Susan miraba a todos con un coraje guardado en ella.
″Son todos unos desagradecidos″ pensaba en su mente.

Ante aquella confesión Sofía corrió abrasar a Jorge, Ruben se había quedado en shok no podía creer lo que sus oídos habían escuchado.

Cuando terminaron de despedirse el hombre bajó al vestíbulo del brazo de Susan.

—Necesitó hablar con la jefa María —ordenó Jorge a los dos enfermeros que seguían arreglando el papeleo.

—¿Qué haces aquí?, ¿Donde esta Ruben?, ¿Por qué no tienes tu uniforme? ¡Retírate a tu cuarto ahora mismo!
—exclamó el enfermero Marqués quien se adelantaba a ir por un sedante.

—¿Es tu problema? Quieres que te recuerde quien es la jefa de este lugar —comentó Karen quien alarmada decidió salir para evitar que dicho enfermero fuera a arruinar las cosas.

Las palabras de la joven calentaron completamente la cabeza de Marqués, no podía permitir que una mujer lo humillara de esa manera, estaba dispuesto a reaccionar de manera brutal, así que se acercó a la joven para brindarle una bofetada.

Al ver sus intensiones, Jorge se interpuso entre ambos esperando que el hombre soltara el primer golpe.

—¡Que pasa aquí! ¡Ten más cuidado con quien te metes! él nos ayudara a traer a el joven —expresó María quien había sido avisada por Beatríz de lo que sucedía en el vestíbulo.

—De hecho vine a decirte que yo fui quien mató a...
Jorge no pudo terminar la frase por que ni siquiera tenia idea de como se llamaba el joven difunto.

Y estoy dispuesto a entregarme —dijo Jorge tratando de arreglar sus anteriores palabras y en un tono más tranquilo para evitar levantar dudas.

Dicha confesión causó un gran revuelo en todas las personas que se encontraban en el vestíbulo incluso en el joven Uriel quien escuchaba atento escondido en las escaleras.

—¡¿Pero qué?! ¿¡Como puede ser posible!? —sorprendida expresaba María, su cara se volvió pálida y sus manos comenzaban a temblar. —¡Necesito agua rápido!  —ordenó a una joven cocinera que observaba curiosa lo que pasaba.

—¡Eso no es verdad! —replicó enfadado Marqués.
—Solo lo estas haciendo para desviar la atención del culpable —agregó el hombre el cual lo miraba con furia.

—Tienen mi testimonio propio hagan conmigo lo debido —explico Jorge enseñando sus muñecas para que pudiera ser arrestado.

—¡De ninguna manera lo permitiré! —gritó enfadado el enfermero Marqués, sus planes de separar por siempre a Lucía y Rubén se verían nuevamente destruidos.

María estaba apunto de intervenir cuando se escuchó el ruido proveniente de una camioneta que recién se estacionaba justo enfrente de la entrada.

Dos hombres estaban en el interior: solo uno salio de la camioneta para aproximarse a la puerta.

—Buenas tardes señora María, venimos por el paciente culpable, quien cumplirá la sentencia de justicia pueblerina —comentó un hombre de aspecto elegante, quien entraba al castillo observando detenidamente a las cinco personas quienes estaban justo en medio del vestíbulo principal.

—¡Justicia pueblerina! creí que el veredicto final era la hoguera —explicó sorprendida la mujer.

—En efecto ese fue el veredicto por el juez, pero el pueblo intervino alegando que un asesinato tan maligno como lo fue el de el joven Derek debía ser igual de brutal
—aclaró el hombre mientras su vista se fijaba en Jorge a quien estaban a punto de ponerles las esposas.

—¿Eres tu el culpable? —preguntó el hombre.

—Si soy yo —respondió Jorge con seriedad soltando el brazo de Susan.

Susan lloraba y retrocedía para incorporarse con los demás. Tanto enfermeros como la jefa lo observaban, los que de verdad lo habían conocido como la enfermera Beatríz le suplicaban con la mirada que no lo hiciera, mientras que otros sonreían por que por fin se iría el terror del piso siete.

Uriel observaba todo desde su escondite, sus ojos se cristalizaron totalmente, poco a poco las lágrimas comenzaron a brotar, no era algo inusual en él, un paciente con dicha enfermedad puede reír y llorar sin razón lo único nuevo aquí es que sus lágrimas esta vez sí tenían un motivo para salir.

Una sombra se asomo enfrente de él burlándose y divirtiéndose por el sufrimiento de Uriel.  ″No te creerán, nadie lo hará, porque tu loco estás″ comento la sombra quien sonreía cada vez más mostrándole sus enormes dientes.

Una vez más su mente lo había traicionado: no era el mejor lugar para tener un ataque pero eso era algo que él no podía controlar. Cuando menos lo sintió un golpe de adrenalina causo que todo lo que su mente había decidió callar saliera de forma violenta a la luz.

—¡Él no lo mato! ¡fue la sombra! ¡yo me encontraba afuera ese día, yo lo vi! ¡la sombra lo apuñalaba! ¡yo lo vi! —Interrumpió alarmado el joven golpeando a todos los que se encontraban a su paso, así como a los que trataban de calmarlo.

—¿Qué está pasando? ¿Quien es este? —preguntó intrigado el hombre elegante.

—Es solo un joven con esquizofrenia dejenlo en paz —intervino la enfermera Beatríz alejando a todo aquel que quisiera acercarse.

—Calmate pequeño, calmate —agregó la enfermera para tranquilizar al joven.

Al ver su rostro Uriel se alarmó más.
—La sombra, ¡la sombra! —gritaba mirando a todos mientras la señalaba.

—¿Como pueden tener un paciente esquizofrénico suelto, y peor aún ¿Cómo es que jura que estuvo el día del asesinato? ¡Ustedes me están escondiendo algo! —exclamó alarmado el hombre quien le quitaba las esposas a Jorge.

El enfermero Marqués trataba de poner en el joven Uriel un sedante, pero Beatríz no solo lo impedía si no le gritaba todo tipo de obscenidades para evitar que se acercara.

—¡Necesitamos más enfermeros! ¡Beatríz déjalo ya! —exclamó María quien trataba de guardar su postura ante tal situación.

El hombre elegante al ver tal alboroto, sacó una pistola con la que apuntó a Uriel .
—A mi no me van a mentir, él fue el que agredió a nuestro querido Derek y ustedes querían protegerlo, dando a este granjero estúpido —vociferó alarmado el joven.

—¡No por favor no lo lastimen! —intervino Susan como plegaria.

—¿Y tú qué harás para impedírselo? —comentó el hombre ahora apuntando hacia ella.

—¡¿Quieres ver lo que somos capaces de hacer?!
—contestó Susan sonriendo al momento que Karen tomaba el control de ella.

—¡Basta ya! si quieres puedes llevarte a Uriel solo baja la pistola por favor —suplicó María asustada cubriendo su rostro con la mano como si eso fuera suficiente para evitar un impacto de bala.

—¡No! por favor no —chilló Jorge tratando de llevar la atención hacia él, lo cual resultó inútil ya que el hombre elegante insistió en que preparan a Uriel.

—Por favor no hagas esto más difícil —explicó María a Jorge. —¡Preparen al paciente 28 del piso cinco con el protocolo de salida! —mandó la mujer a todos los enfermeros presentes.

—Lleva a estas dos arriba, por favor —ordenó Maria a el enfermero Marqués, señalando a Susan y Jorge.

Ambos se negaron a subir las escaleras, pero como a Uriel un sedante fue suficiente para callar sus plegarias.

Todos los enfermeros se movían de un lado a otro apurados por sacar los nuevos papeles, preparar al interno y hacer todo lo necesario para que el hombre se fuera de una vez sin lastimar a nadie.

La enfermera Beatríz observaba todo silenciosa no podía creer hasta donde podía llegar la maldad del ser humano, comenzaba a pensar que los internos no eran los malos de la historia.

—Déjame darle el sedante para todo el camino, quiero despedirme de él  —imploró la enfermera a María como última petición.

—Adelante, pero ya no quiero que se repita lo de hace un momento —explicó la mujer cediendo a la plegaria.

Todo estuvo finalmente listo, el joven Uriel se encontraba dormido en la camioneta, el hombre se despidió cordialmente de todos los miembros del castillo y después de darle indicaciones a su chofer, ambos se retiraron.

—¿Se les perdió algo? ¡vuelvan al trabajo! —mando la enfermera María corriendo a todos los que observaban.

En los adentros del bosque una camioneta pasaba rápidamente para llevar a dos sujetos a su destino.

En la parte de atrás, un joven se despertaba ante tanto movimiento realizado, cuando sus ojos fueron completamente abiertos, aquel joven se percató de que ya no estaba en su apreciado castillo, el miedo se apoderó de él y un ataque inicio. Con una fuerza inexplicable el joven golpeaba el asiento de la camioneta alarmando a los dos hombres que veían adelante.

—¿Qué está pasando? —preguntó el conductor a su ayudante.

—No se, me dijeron que lo habían sedado para todo el camino —contestó extrañado el otro sujeto.

Uriel no dejaba de moverse bruscamente causando serios problemas al conductor, el joven colocó sus manos en los ojos del hombre impidiéndole que mirara el gran árbol que se interponía en su camino, en cuestión de segundos la camioneta chocó dejando a ambos hombres inconscientes, por su parte el joven Uriel abrió bruscamente la puerta, corriendo desenfrenado hacia los adentros del bosque, perdiéndose en la penumbra.

Un solo movimiento hubiera podido cambiar drásticamente las cosas, hay quienes dicen que con un pequeño aleteo, una catástrofe se pudiera evitar.

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