♦1♦ : La única forma de llegar
Nos puedes encontrar en un solo lugar, en medio de la nada, donde todo abunda.
La niebla es densa, tanto que puede cubrir toda la montaña, los habitantes de aquel pequeño pueblo apenas pueden distinguir las pocas viviendas que se encontraban alrededor de ella.
A lo lejos se puede distinguir una bella joven, Eliza. Ella es de complexión delgada, y camina tranquila por la vereda de aquella montaña.
Una expresión de extrañeza posa en su pálido rostro al percatarse de que, una gran camioneta da vueltas una y otra vez en el mismo sitio.
Una parte de la chica quiere escapar, pues algo le sugiere eso. Por desgracia, su intento no da resultado.
En cuestión de segundos, es embestida por el auto. Logra golpear su cadera y cae sobre el frió pasto de la colina, pero el golpe no ha sido suficiente para dejarla tirada. Posteriormente un par de hombres bajan del vehículo en busca de Eliza para llevarla consigo.
Una sonrisa desprende de uno de ellos al notar a la joven tirada.
Eliza está aturdida, y no quiere morir, así que; con sus sentidos estropeados, intenta defenderse de los hombres que la atacan.
Empujones, arañazos. Golpes por doquier, y al parecer nadie que pudiese ayudar.
Batalla con todas las fuerzas que tiene, pero no son suficientes. El contacto de sus manos con el suelo frío de la montaña, indica su rendición.
Uno de los extraños la toma por los brazos, y comienza a arrastrarla hacia el interior de la camioneta. Ambos miran hacia los lados, buscan saber si están solos, y cuando lo comprueban, se encargaron de desaparecer entre los rincones de la inexistencia, es decir entre lo que no se puede ver y por lo tanto ya no existe.
″El viento trata de consolar en silencio a aquella joven, hasta la neblina ha sido culpable de cubrir el acontecimiento.″
Pasan dos horas, y la luna alumbra. En la oscuridad de la noche, se puede observar a dos hombres, descargando su camioneta. Deben dejarla en ese lugar para evitar volcarse en la empinada colina que los espera aún.
Sin parar de vigilar los hombres siguen su camino, preocupados por el secreto que guardan en el bosque.
No parece que lleven comida, tampoco un animal. Con sutil delicadeza, bajan a la hermosa mujer del auto.
Los hombres se detienen un momento a descansar, se postran en la oscuridad mientras la chica yace en el suelo.
Ella los mira, solo eso, somnolienta por culpa del golpe que recibió. Tiene miedo, la presión en su cuerpo comienza a indicarle que es mejor correr, pero sus piernas flácidas lo impiden al negarse a responder.
La supervivencia de la joven le indica que debe de gritar pero sus cuerdas vocales no alcanzan a mencionar palabra. Solo podemos observar a una Eliza petrificada rogándole a Dios que pase algo, cualquier cosa para poder librarse. Pero una vez mas el miedo detiene su corazón el cual le impide realizar alguna acción dejandola observando solamente como éstos terminan su guarnición.
Los hombres comen y beben, parecen tranquilos, brindan por la chica a la que llaman cargamento. Cuando ponen fin a sus reservas, los hombres vuelven a su camino.
Con cuidado, trasladan a la joven como si una hoja de papel se tratase. La cargan con suavidad y sutileza, se mueven con rapidez en los adentros del bosque turnándose uno a uno para llevar con cuidado su preciado cargamento. Ellos saben que cualquier paso en falso tiraría abajo su plan.
Cansados, los hombres por fin detuvieron sus pasos. Se posan un momento frente a un portón enorme, portón que miran con orgullo tras su feliz llegada.
En sus ojos se puede ver una dicha inigualable, y en efecto, no les importa en lo más mínimo cómo la pasa la chica, y al contrario, ellos están felices de llegar al que alguna vez fue el legendario castillo Mart; un asilo para enfermos mentales que sin duda era adorado con orgullo el pueblo de Katán.
Y ahora, con podridos restos, el que alguna vez fue un lugar maravilloso, se levanta. ¿Quién podría imaginarlo? Donde un día de verdad ayudaban a los enfermos.
Eliza mira desconcertada la escena. Lo que a aquellos hombres les sabe a gloria, a ella le genera un asco insoportable, el peor sabor percibido por una persona.
Hay flores marchitas, el olor que emite el lugar es repugnante sin embargo nada se compara con lo que el oído percibe.
Un sonido de gran tormenta musical para todo aquel que cante para agradar a otros.
Una vez pasado el jardín, está la puerta principal que da a un gigantesco vestíbulo en la sala principal.
En el vestíbulo del edificio se pueden ver los cuadros colocados a la perfección, una que otra mancha decora el viejo suelo de manera que parece no haberse limpiado nunca.
Justo en medio del salón se encuentra una mesa con un pequeño computador, del otro lado del escritorio un joven de camisa y pantalón blanco, él acomoda papeles en las grandes repisas de documentos.
Los hombres por fin bajan a la joven de sus brazos, dejan reposar su flácido cuerpo en el suelo.
Eliza llora con intensidad, cubre su rostro, el cual refleja el miedo que su interior grita. Solo puede sentir angustia, terror en su alma.
En un intento por escapar Eliza se levanta y trata de correr a la salida, rápidamente es sujetada por uno de los hombres que la lleva haciendo que está regresara con brusquedad al suelo.
El nuevo rostro la mira, luce arrogante. Eliza lo observa, con los ojos bien abiertos, lanza una plegaria; pide aunque sea una pizca de compasión.
Llama a su salvación.
Solo encuentra una mueca de desaprobación, el hombre procede a tomar uno de los archivos que posa en el escritorio con mucho cuidado. Le da una rápida revisión para después entregarlo a uno de los secuestradores.
Una vez terminada su discusión con los hombres, se dirigen a unas escaleras. Toman a Eliza de las muñecas y la arrastran.
Presa del terror, ella los sigue en silencio. Cuando de la nada, nota una pequeña silueta que se forma bajo las escaleras.
Junto con la pequeña risa que se escucha por todo el vestíbulo.
Aunque la bella joven quiere averiguar de dónde proviene el ruido, Eliza solo puede fijar su mirada en el sitio. Aún mendigaba una ayuda.
Llegan al final del tramo de escaleras, los hombres arrojan a Eliza dentro de la primera habitación en el pasillo del primer piso.
Las paredes crujen, con gran dolor se pueden apreciar los lamentos y la tensión, una bienvenida bastante terrible.
En el interior de la oscuridad, uno de los hombres le da una indicación, mas de la nada, un fuerte grito se escucha. Sin decir nada, da un portazo y deja a Eliza sola adentró.
Sangre, sudor, lamentos y lágrimas es lo que el pequeño lugar cuenta.
″¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?″, preguntas que la agotada mente de Eliza formulaba.
Busca respuestas entre lo poco que razona, no entiende del todo bien, solo pretende escapar como diera lugar.
Jamás ha estado en este lugar. Inspecciona la habitación, con la poca atención que puede ejercer en medio del terror.
Coloca su cabeza en las paredes que parecen nunca haberse lavado, esperando escuchar que alguien responda.
—¡Ayuda!, ¡Por favor! —suplica la joven al percatarse de los sonidos que emitía el exterior.
—¡Auxilio! ¡Ayenme por favor! —grita Eliza nuevamente en un intento por ser escuchada.
Minutos después golpea con mayor fuerza el espejo grande que adorna el costado de la puerta, causando una pequeña ruptura en la esquina.
Un leve corte aparece en las manos de Eliza, desesperada comienza a buscar algo con lo cual pueda proteger su herida. Se detiene un momento y observa su reflejo en el vidrio: las ojeras son evidentes, sus ojos reflejan su alma rota comparado al mismo espejo en ese instante.
Volviendo nuevamente en si como último recurso se dirige a la cama, dejando su rastros de sangre sobre la manta que parece haber sido usada en años.
Un ruido interrumpe todo el revuelo de Eliza, al parecer es la puerta de la habitación que ha sido abierta. Cuando la joven se percata, voltea. Sus ojos enfocan al mismo hombre de hace unos minutos, este se encuentra de pie en la entrada carga un balde de agua y lo que se asemeja a un jabón. Sin decir palabra alguna, se acerca hasta Eliza y la toma del brazo.
Dejo la cubeta en el suelo viste la muñeca de Eliza con una pulsera color verde, con abrupta fuerza, jala la delgada blusa y la rompe con demasiada facilidad.
Sin saber cómo reaccionar la joven mira con tristeza su cuerpo herido. El hombre nunca pide perdón, y al contrario, sonríe complacido.
La arrojó al piso, la deja tirada por la fuerza ejercida. El hombre retira el pantalón de ella, Eliza imagina lo peor, pero él se encarga de derramar el agua fría sobre las heridas de la chica causando un ligero ardor en ellas y comenzó a bañarla.
Pasan unos cuantos minutos y terminó, el hombre arroja ropa nueva sobre ella y el sonido de la puerta lo interrumpe.
La soledad vuelve a ser la compañía de Eliza. Pudorosa, se viste con rapidez, su cuerpo al desnudo la hace sentir deplorable. No son condiciones en las que alguna joven quisiera estar.
Su mente divaga, la furia, el odio, el miedo y el rencor son las emociones más fuertes que puede percibir su corazón. Sus manos se aprietan causando lastimar mas su herida.
″ya nada importa, mi vida acabo″ piensa Eliza recordando con tristeza a sus padres, amigos, incluso los habitantes del pueblo. Recuerda cada instante que paso desde salir de su casa hasta llegar al frió lugar donde se encuentra.
Un mar de lágrimas brotan hacia sus mejillas. Mira al techo busca compasión, nunca se ha sentido tan desesperanzada.
Ella se queda sollozando en silencio, varios minutos, hasta que unos golpes se hacen presentes, pareciese que alguien intentase romper el techo de la habitación.
—¡Por favor deja de golpear el techo —suplico Eliza.
—Lo vas a tirar —agrego asustada al mirar como tambaleaba.
Pues la magnitud de los golpes no parecen ser de una persona normal.
—¡¿Y tú quién eres para mandarme?! —La voz de un joven contesta.
Golpes más fuertes resuenan, el foco en el techo se mueve de un lado a otro. Si el chico sigue, tal vez tire el techo, porque se ve inestable. Eliza prefiere guardar silencio. Solo mira el foco en el techo, cubre sus oídos y aguarda, trata de ubicar un lugar seguro por si el techo se viene abajo.
Falsa calma la invade cuando el lugar se queda en silencio.
Las manos de Eliza buscan alguna salida rápida, ella ya no quiere estar ahí. Una opresión en el pecho nuevamente comienza a sentir, la desesperación, el pánico, el temor comienzan a volverse a presentar.
Aunque esta vez Eliza intenta tranquilizarse, ya no quiere sentir lo que siente, sus ojos están rojos de tanto llorar incluso su vista cansada se empieza a formar, solo lleva un día en ese lugar pero la joven se ha dado por vencida.
Tal vez nunca pueda escapar.
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