Capítulo 6- Un nombre para mi gato
El misterioso hombre de la cafetería no había vuelto a aparecer, pero yo tenía una preocupación mayor que la de averiguar qué le había pasado: mi gato estaba enfermo. De buenas a primeras había dejado de comer, y pasaba todo el tiempo echado en su cama, ajeno al mundo.
—¿Qué es lo que le pasa? —le pregunté al veterinario.
—La verdad es que no tengo ni idea, Daniel —me respondió el hombre, mientras miraba a mi mascota con impotencia—. Tu gato está saludable; no ha aparecido nada malo en sus estudios. Parece más un problema anímico que físico...
—¿Anímico? —Jamás había escuchado que los animales tuvieran problemas psicológicos, salvo por asuntos derivados del estrés. Pero ese gato, que solo se dedicaba a comer, a dormir y a jugar, estaba cualquier cosa menos estresado—. ¿Usted quiere decir que está deprimido o algo así...?
—Es raro, pero hay casos en los que sufren episodios de estrés... A veces se ponen mal cuando pierden a sus dueños, pero este no es el caso. Se ha adaptado bien a estar contigo, y ellos suelen vivir en el presente...
Tenía que esperar. Si no volvía a comer solo, como último recurso el veterinario lo iba a internar para ponerle suero. Resignado, volví a meter a mi indiferente mascota en el transportín que había comprado para no tener que llevarlo apretado e incómodo en un bolso, y me lo llevé a casa.
La veterinaria quedaba relativamente cerca de mi apartamento: casi cinco cuadras. No había necesidad de tomar un transporte así que, cargando a mi gato, volví a sumergirme en las animadas calles del centro, sin ánimos como para disfrutar de estar entre tanta gente. Me sentía extraño, casi como un padre al que le habían diagnosticado una rara enfermedad a su hijo. Muy a mi pesar, ese gato ya me importaba bastante.
—¿Daniel? —escuché a mis espaldas. Cuando me di vuelta me lleve una sorpresa: era André, el desaparecido cliente de la cafetería—. ¡Qué casualidad encontrarte por aquí!
Su profunda mirada celeste volvió a ponerme nervioso, y debo haber sacudido el transportín, porque mi gato comenzó a maullar un poco fuerte.
—¡Oh, lo siento, gatito! —le dije, para disculparme, y luego me dirigí a ese hombre que de cerca y a la luz del día era aún más hermoso de lo que recordaba. Nunca lo había visto de pie a mi lado; era un poco más alto que yo, y eso me intimidó aún más —¿Que tal... señor... André...? «¿Puedes dejar los balbuceos, pedazo de estúpido?», me dije, seguro de que los colores habían vuelto a subir a mi rostro.
André parecía divertido mientras llevaba su mirada desde mi rostro avergonzado hacia el transportín en donde mi gato chillaba cada vez más fuerte:
—¿Tenés un gato? —me preguntó, al tiempo que se agachaba hasta poner su rostro a la altura del transportín. Cuando vio a André, el gato se quedó mudo—. ¡Qué bonito! ¿Cómo se llama?
«Encima eso. Ahora voy a tener que confesarle que nunca le puse un nombre al gato», pensé, pero después se me ocurrió una buena excusa:
—La verdad es que lo encontré en la calle hace unos días. No pensaba quedarme con él, y por eso no le puse nombre...
La respuesta de André me sorprendió:
—Bueno, si no lo querés me lo podés dar a mí. Me gustan mucho los gatitos, pero en este momento no tengo ninguno...
—No... —Cuando me di cuenta de que tenía ante mí a un posible adoptante para el gato, un extraño sentimiento de congoja me ganó: no quería deshacerme de él. Ese malcriado se había vuelto parte de mi vida—, eso fue al principio. Ahora decidí quedarme con él. —El gato me respondió con un maullido de esos dulces y armoniosos, que hacía varios días no escuchaba.
—¿Y por qué no le ponés un nombre, entonces? A todos los gatos les gusta tener uno... —me aseguró André, sin perder la sonrisa.
No supe qué responderle: era cierto que ya me había encariñado demasiado con mi gato y no podía darlo en adopción. Debía ponerle un nombre. Pero ese hombre aún me reservaba otra sorpresa:
—Snow... ¿Por qué no lo llamás Snow? Es un lindo nombre... Creo que lo leí en un libro.
Al gato pareció gustarle, porque le respondió con un par de sonoros maullidos.
***
El aroma a café inundaba mi apartamento: casi sin pensar había invitado a André, que ahora estaba sentado en el sillón de mi sala, con mi gato sobre la falda. Esa sabandija peluda se había comido su plato de comida en un minuto, y después se dedicó a agasajar a mi visitante con toda clase de demostraciones de afecto.
—¡Sos muy lindo! ¿Lo sabías? —le aseguró André mientras le acariciaba el lomo, con cariño. El gato le respondió, como me solía responder a mí, con un sonoro maullido. Era un traidor.
—Aquí tiene... tenés —le dije a André, mientras ponía su taza de café en la mesa—. No es igual al de la cafetería, pero espero que te guste...
—El aroma es muy bueno. Seguro que sabés bastante de café. —Después de que tomó el primer sorbo y me hizo un sincero cumplido, una sensación de incomodidad se instaló entre nosotros, y terminamos los cafés sin hablar. Snow, que se había ganado su nombre nuevo, ya que ese era mejor que cualquiera que yo hubiese podido pensar, parecía querer romper el hielo, acercándose a uno y a otro para buscar caricias.
—¡Quedate quieto, Snow! —exclamé—. ¡Vas a tirarme la taza!
—¿Te decidiste a llamarlo Snow? —La bella sonrisa de ese perturbador hombre apareció de nuevo, y yo volví a avergonzarme como una colegiala y a reprocharme ser tan estúpido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro