Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27- Laura

Soñaba con los brazos de André, con su mirada y sus besos. Soñaba con su cuerpo tibio, y me despertaba abrazado a la almohada, sudoroso, presa de una mezcla de miedo y deseo. Luché para no caer en depresión: me obligaba a salir de la cama todas las mañanas, solo porque debía buscarlo.

No sabía cómo ni dónde empezar con mi investigación, y encima tenía un lío de correspondencia sin abrir. Mercedes ya me estaba mirando mal por la cantidad de veces que atendía el teléfono por día; necesitaba otro asistente con urgencia, pero tenía miedo de caer en una nueva trampa.

Fanny, mi bendita amiga, vino otra vez a mi rescate. Había llegado a mi casa con su violín, como lo hacía una o dos veces cada semana, siempre sin anunciarse y así evitar que yo encontrara una excusa para no recibirla. No tenía ánimos para sacarle melodías a mi oboe, pero ella insistía en que debía practicar:

—Tengo una prima que estudió secretariado ejecutivo y está buscando otro trabajo —me dijo cuando le comenté lo del asistente—. ¿Querés que la llame para que le hagas una entrevista?

Por supuesto que le dije que sí, y dos días después tenía ante mí a Laura Méndez, una chica con unas credenciales excelentes a pesar de que apenas pasaba los veinte años, y que me miró con ojos vivaces, aunque estaba nerviosa: sentada frente a mi escritorio, uno de sus pies parecía agitarse fuera de su voluntad, y sus dedos tamborileaban sobre su bolso de mano. Había pasado una de las pruebas más importantes: Snow entró a mi oficina, desprevenido, y cuando la vio, siseó y luego salió huyendo. Era un alivio saber que esa chica no tenía nada que ver con Martín Darco. Cuando vio a Mercedes, que nos llevó dos cafés, pareció relajarse un poco y luego me explicó lo que le ocurría:

—No vaya a pensar mal de mí, señor Correa —comenzó a decir con algo de seguridad, pero luego siguió, indecisa—. La verdad es que no estoy muy bien en mi empleo actual...

—Está bien —le dije. Sentía que algo andaba mal a pesar de que era la prima de mi amiga. Pero no podía ser tan desconfiado. Decidí acallar mis dudas y contratarla—. ¿Tenés que darle un preaviso a tu jefe? —Era una regla no escrita avisar a los antiguos empleadores por lo menos un par de semanas antes de renunciar, para darles tiempo a que consiguieran un reemplazante. Pero Laura parecía no querer esperar tanto:

—¡No, no, señor! —me dijo, mientras me hacía un apresurado gesto con la mano para reforzar sus palabras—. Mañana puedo presentar mi carta de renuncia, y pasado mañana empezaré a trabajar para usted.

Acepté porque la necesitaba, pero a la noche hablé por teléfono con Fanny para averiguar un poco más sobre ella. Mi amiga me explicó lo que le ocurría:

—Lo que voy a decirte tiene que quedar entre nosotros, Daniel —me dijo—. El jefe de Laura comenzó a acosarla, y como ella lo rechazó él le está haciendo la vida imposible. Por eso se puso nerviosa contigo, porque vos sos hombre y ella tiene miedo de que le ocurra lo mismo, aunque le aseguré que sos un caballero.

—Pobre chica... —me lamenté. Por desgracia el acoso era algo común, pero yo le iba a demostrar que conmigo podía estar tranquila: debía ganarme su confianza.

Laura resultó ser un mar de nervios. A pesar de que me apenaba, porque llegó un momento en que creí que había proyectado en mí el miedo a su antiguo jefe, resultó que era así con todo el mundo: saltaba cuando entraba yo, cuando veía a Snow, que después del susto inicial le había tomado el gusto a sorprenderla, y la perseguía por la casa para emboscarla en los rincones como si la chica fuera su juguete nuevo, y hasta un día saltó cuando Mercedes entró apurada a mi oficina:

—¡Por dios, Laura! ¡Voy a hacerte un té de tilo antes de que te dé un ataque al corazón, mujer! —exclamó mi ama de llaves, y me hizo reír a pesar de que no quería.

—¡No, no, no...! —Laura tenía la costumbre de repetir las palabras mientras hacía gestos enérgicos con las manos, cada vez que intentaba explicarse—. Estoy bien, ¡en serio! —Mercedes traía un gran fajo de cartas que dejó en el escritorio. Laura las tomó y las clasificó a toda velocidad—. Admirador, admirador, cuenta, admirador, invitación, invitación, admirador, carta personal, admirador... —dijo, mientras yo la veía repartir aquellos sobres como si fuese la croupier de una mesa de póker. Silbé, admirado, y ella volvió a saltar mientras levantaba sus ojos de niña asustada para verme.

—¡Qué velocidad! Impresionante... —le dije, y traté de no mirarla para no ponerla más nerviosa. Se repuso y me dio las gracias. Cuando la miré, ella ya había vuelto a bajar los ojos, pero estaba sonriendo. Punto para mí.

Después de un par de semanas en las que pudo comprobar que yo no era una amenaza para ella, Laura por fin se calmó y transformó sus nervios en energía: en poco tiempo tuvo todos mis papeles en orden. Yo me aboqué a releer las cartas de André, las reseñas de los libros y la biografía del hombre del siglo diecinueve, buscando alguna pista que se me hubiera pasado en mis primeras lecturas.

                                                                            ***

Los meses pasaron, pero yo no pude continuar con mi vida: encerrado en mi casa, había leído del derecho y del revés todo lo que tenía sobre André, y no había encontrado nada. Fanny había intentado contactarme con directores de orquesta para obligarme a salir a trabajar, pero mi música ya no tenía alma: iba a ser un completo fracaso.

Un día entré a la oficina y noté que Laura estaba extraña: no levantó la vista para saludarme, como lo hacía todos los días, y en cambio se levantó y me dio la espalda en un mal disimulado gesto de fastidio.

—¿Te pasa algo? —le pregunté. Ella, aún de espaldas, giró apenas la cabeza para mirarme de reojo, y luego volvió a esconder el rostro. Algo le pasaba.

—Nada, señor Correa. —Después de un tiempo en el que habíamos entrado en confianza, le había pedido que me llamara simplemente Daniel, y así lo había hecho. Que me volviera a tratar otra vez de "señor" me desconcertó: ¿Acaso le había hecho algo malo sin darme cuenta?

—Pero... ¿Qué te pasa, Laura? —alcancé a decir, pero su mirada endurecida, ahora fija sobre mis ojos, me silenció de nuevo:

—Ayer dejó unos papeles aquí, sobre mi escritorio. ¿Estaba buscando que los leyera? —Su rostro se oscureció como jamás lo había visto, mientras me enfrentaba. Yo no entendía nada:

—¿Qué papeles...? —le pregunté, y luego recordé que yo cargaba todo el día con las reseñas de los libros y con las cartas de André. No podía haber sido tan estúpido de dejar esos papeles en el escritorio de Laura—. ¿Qué leíste?

—Lo suficiente como para saber la clase de persona que es su amigo, ese tal André... —Bajó la cabeza como buscando las palabras justas, y susurró—. Lo siento, señor Correa. Renuncio a mi puesto.

Me dejó frío: con los ojos llenos de lágrimas, tomó su bolso y salió corriendo de la oficina antes de que tuviera tiempo de reaccionar y detenerla. André representaba para ella lo peor de los hombres; yo había vuelto a perder su confianza. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro