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Una leyenda frente a otra:


¡¡EL CUERPO RÍGIDO VS LA SUAVE ESPADA!!


Tyson dio un traspié, no habiendo encontrado la resistencia esperada al lanzar su golpe. Litierses volaba por los aires a su espalda, apuntándole con su hoja mientras reía a carcajadas.

"Tyson, después de haber estado esperando durante más de tres mil años, al fin me he encontrado contigo"—pensaba el espadachín—. "¡Con el monstruo digno de ser mi oponente!"

Y tan pronto como dichos pensamientos se formaron en su cabeza, una decena de cortes aparecieron en el costado derecho del cíclope, escupiendo sangre en todas direcciones.

—¡Asombroso!—exclamó Magnus—. ¡¿Qué en el Helheim ha sido ese movimiento de Litierses?!

—N... ¡¡No he podido ver nada!!—se quejaba el público.

—Tyson, que se abalanzó con un puñetazo, ha quedado cubierto de sangre—murmuró Luguselva—. ¡¿Pero cuántas veces le ha cortado en ese breve instante en el que se cruzaron?!

El hijo de Deméter reía a carcajadas, poniéndose en guardia y apuntando su arma contra el gigante ciclópeo que tenía por oponente.

—¡¡Cómo pensaba, unos cortes como esos no son ni de lejos suficientes para matarte!!—felicitó—. Ese cuerpo tuyo tan resistente... ¡¡Me encanta!!

—¡¡Litierses!!—bramó Tyson, mientras se abalanzaba de frente con el puño izquierdo preparado—. ¡¿No serás de verdad el dios de la espada?!

Tras un efímero parpadeo, el espadachín esquivó el golpe del cíclope, teletransportándose apenas a unos milímetros hacia su derecha. Inmediatamente, una tormenta de puñetazos y empujones cubrió el campo de batalla, conforme Tyson lanzaba más y más y más golpes tan velozmente como su monstruoso cuerpo se lo permitía. Litierses esquivaba, se movía a una velocidad inexplicable, evadiendo ataques sin aparente esfuerzo, riendo sin parar conforme la intensidad del combate aumentaba.

Tyson se detuvo en seco. Nuevos cortes aparecieron en su carne, tiñendo de rojo ahora la mitad izquierda de su cuerpo.

—¡¿Qué ocurre, Tyson?!—gritó el semidiós—. ¡Eso no es todo lo que tienes, ¿cierto?!

Nico sintió una gota de sudor deslizarse por su rostro.

—Qué fascinante—reconoció—. ¿Con qué esto es de lo que es capaz el segador de hombres?

—Qué extraño...—comentó Annabeth—. Sólo las heridas de Tyson, quien atacó, están aumentando.

—Tyson ya no es capaz de ver los movimientos del segador—explicó Percy.

—¿Qué...?

—De no ser por ese monstruoso cuerpo de cíclope que tiene Tyson, este combate ya habría acabado.

Litierses se abalanzó sobre su rival, sonriendo de oreja a oreja mientras dejaba ir una tremenda andanada de cortes que volaban en cada dirección posible. Tyson emitió un ahogado quejido conforme daba un traspié. El segador emergió a su espalda, con su espada en alto manchada de rojo. El cuerpo entero del cíclope se cubrió de nuevos cortes sangrantes.

—¡Imposible!—gruñó Artemisa—. ¡¡Para un mortal, algo como esto es...!!

—¿Y todos los hijos de Deméter son teóricamente capaces de lograr esto?—se preguntó Reyna.

—Todo cultivo en el mundo le está hablando ahora a Litierses—explicó orgullosa Deméter—. Cada raíz, cada hoja, cada brizna de hierba y cada espora en el aire. Lit lee el campo de batalla, los movimientos de su enemigo y los suyos propios, por pequeños que sean, y reacciona a ellos incluso antes de que sucedan, guiando sus movimientos a través de los flujos de energía que corren a través de la Tierra. De ese modo, puede dejar pasar los golpes a través de su propio cuerpo, permitiéndole una ofensa y defensa óptimos. Es decir, puede repeler cualquier clase de ataque al que se enfrente, un auténtico estado invencible.

Con un feroz bramido, Litierses se abalanzó sobre su rival de frente. Tyson retrocedió torpemente, incapaz de poner suficiente distancia entre él y su oponente. El semidiós comenzó a girar en el aire como si de una cierra mecánica se tratase, golpeando el rostro de su oponente con un brutal y seco embate.

El segador de hombres volvió a aterrizar en el suelo, sujetando su espada a dos manos mientras se reía sin poder evitarlo. Tyson miraba a la nada, con una terrible herida que atravesaba su sangrante rostro en diagonal, destrozando su único ojo.

"Esta es la primera vez que ni mi fuerza, ni creatividad, ni nada de lo que haga funciona"—pensó el monstruo, mientras su mundo se reducía, de poco en poco dejándolo en la oscuridad—. "Litierses es como un pez pequeño nadando bajo el agua".

Lanzando un bestial rugido, lanzó un nuevo puñetazo en el que cargó todo su peso. El espadachín le esquivó, pasando a su lado como una centella.

"Ya veo... ahora lo entiendo"—se dijo Tyson a sí mismo, mientras una cascada de sangre manaba desde su rasgado costado—. "Así que este será el lugar de mi primera muerte".

Los monstruos pueden matarse, pero no mueren. Son arquetipos, ideas que permanecen mientras su recuerdo vivo siga latente en la historia de occidente. Al ser muertos, sus cuerpos se disuelven, y sus inmortales almas son enviadas al Tártaro, al peor de los fosos, para que tras una lenta y dolorosa regeneración puedan regresar a caminar por el mundo.

"Con todo en juego, ante los ojos de muchas personas; siendo descuartizado por el dios de la espada, será como yo muera por primera vez".

Tyson sonrió débilmente, con los brazos cruzados frente al pecho y la cabeza gacha, luchando en vano por resistir la inconmensurable cantidad de cortes que caían sobre su piel a velocidades imposibles.

"Esto es demasiado bueno"—rió—. "Monstruos mueren todos los días por meterse con el semidiós equivocado. Se creen con el derecho de aterrorizar y devorar a quién quieran, y los héroes los ponen en su lugar. Yo moriré en el campo de batalla, honrando a los dioses y enfrentándome a un enemigo increíble... podría haber sido mucho, mucho peor".

Un grito de dolor escapó de sus entrañas al ser atravesado una vez más por la espada de su rival. Sufría y sufría, cada vez más lleno de heridas, pero su cuerpo aún se negaba a descomponerse en polvo, su corazón se esmeraba tercamente en seguir latiendo, su cerebro aún funcionaba, formulando pensamientos y registrando cada gramo de dolor.

Su espalda se convulsionó y retorció a causa del indecible sufrimiento que padecía. Litierses había atravesado el campo de batalla de lado a lado una vez más, lanzando cientos de espadazos en su recorrido.

—¡¡Tyson!!—bramó el espadachín—. ¡¡Concéntrate!! ¡¡Mírame!! ¡¿Cómo me matarás?! ¡¡Piensa sólo en eso!!

El destrozado ojo del gigante se fijó sobre la figura de su enemigo. Lo veía todo distante, oscuro y borroso, sólo una fracción de lo que incluso un cíclope medio-ciego como Polifemo debería de poder ver. Pero la visión nunca había sido el fuerte de aquellos ciclópeos monstruos. Su oído era fino cómo una aguja y su olfato tan agudo como la espada del propio Litierses. Además, Tyson no era cualquier cíclope, era un hijo de Poseidón, el señor de los mares, padre de los caballos, creador de tormentas y agitador de la tierra. Aquellos miles de ataques, que a un cíclope cualquiera hubiesen aniquilado hacía mucho tiempo ya, sólo habían servido para quebrantar el espíritu de Tyson, más no su cuerpo. Con la debida motivación, aún podía seguir luchando, y eso Litierses lo sabía.

—¡¡Escucha, tú y yo hemos nacido en este mundo para encontrarnos aquí!! ¡¡Sígueme!!

El cuerpo del espadachín giraba desbocado. Tyson se protegía con sus brazos, mientras sentía su piel ser desgarrada y su sangre salpicar las piedras y las gradas.

"Mira que decir lo que te venga en gana, mientras me cortas hasta tal punto"—pensó el gigante, con cierto cinismo—. "¿Qué hemos nacido para encontrarnos? Eso no me lo creo..."

Litierses seguía riendo, cada vez con más entusiasmo.

—¡Estoy apuntando al espacio entre tus huesos!—avisó—. ¡Pero tu te estás defendiendo instintivamente!

Tyson se preparó para recibir el siguiente golpe.

"Aunque, es cierto que, a diferencia de otros, a ti jamás pareció incomodarte que yo fuese un monstruo. Y en esta pelea... me he divertido más de lo que jamás creí imaginar".

Un pedazo de su piel, que le había sido arrancado por los incesantes golpes largo tiempo atrás, cayó del cielo, pasando justo frente a su malherido ojo, apenas el tiempo suficiente para que su casi nula visión pudiese reconocer los versos tatuados a fuego en su ser siete años atrás: un fragmento de una antigua profecía que había sido guardada en los libros Sivilinos de Roma y que la arpía Ella después había memorizado y escrito sobre Tyson:


Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado

Encontrarás lo robado y lo devolverás...


La profecía seguía, pero Tyson no necesitaba leerla para saber que se trataba de la primera misión que su hermano Percy alguna vez había cumplido: encontrar y devolver el Rayo Maestro de Zeus.

Un hilo de pensamiento comenzó a tejerse en su cabeza, conforme veía a su oponente cargar contra él con su espada en ristre.

El rayo de Zeus... el rayo construido por los primeros cíclopes, los Uránidas.


"Y entonces ceso Zeus de contener sus fuerzas, y su alma al punto se llenó de cólera, y desplegó todo su vigor, precipitándose llameante del Urano y del Olimpo y con el trueno y el relámpago, volaban rápidamente de su mano robusta las centellas, lanzando a lo lejos la llama sagrada y por todas partes mugía, llameante, la tierra fecunda y las grandes selvas crepitaban en el fuego, y toda la tierra ardía, y las olas de océano y el inmenso Ponto se abrasaban, y un vapor cálido envolvía a los titanes terrestres y encendía la llama, prolongándose en el aire divino, y en los ojos de los más bravos estaban deslumbrados por el resplandor irradiante de la centella y del relámpago. Y el inmenso incendio invadía el Caos y párese que aún ven los ojos y oyen los oídos el trastorno de aquellos tiempos de antaño en que se golpeaban la tierra y el anchuroso Urano, cundo con un estrépito sin limites iba hacer aplastada la una por la otra, que se abalanzaba desde arriba. ¡Tan horrible era el fragor del combate de los Dioses!"

—La Teogonía de Hesíodo.


El rayo de Zeus había hecho temblar el universo entero, alcanzando al mismísimo Caos creador y derribando el cielo, que comenzó a precipitarse sobre la tierra y, ultimadamente, obligaría al titán Atlas a sostener dicha carga.

Ese rayo, esa todopoderosa centella, había sido creada por cíclopes. Los primeros cíclopes, los lejanos antepasados de Tyson, su misma raza y estirpe, habían sido capaces de construir algo que amenazó con destruir a toda la creación.

Y Tyson, desde lo más recóndito de su mente, decidió que ese poder debía de estar también en su interior, en alguna parte de su ser, esa grandeza de sus ancestros que haría que incluso Brontes, Steropes y Arges se enorgulleciesen de él.

Litierses sonrió alegre, lanzando un golpe destinado a matar.

—¡Como pensaba, tú eres el mejor! ¡¡Gracias, Tyson!!

Su espada atravesó el aire sin resistencia alguna. El cíclope le había esquivado arqueando su espada hacia atrás, inclinando su cuerpo en un ángulo imposible.

El hijo de Deméter volvió a estallar en carcajadas.

—¡¡Muy bien!!—celebró.

Tyson apretó los dientes, con su único y dañado ojo refulgiendo en determinación.

—Oh...

"Muy bien, no sé qué es lo que habrá pasado en tu interior"—pensaba Litierses con una sonrisa—. "¡¡Pero hasta yo mismo puedo sentir la fuerza primigenia que emana de tu ser!!"

El ojo de Tyson se fijó sobre su adversario con la precisión de un láser.

—Ya entendí—gruñó—. Si lo que buscas es un oponente más fuerte, te mostraré que puedo volar incluso más alto...

Con un terrible rugido, el monstruo se abalanzó de frente a toda velocidad. El suelo estallaba bajo sus pies, sus brazos se convertían en difusas manchas en el aire, su ser entero avanzaba por el campo de batalla como un rayo, lanzando puñetazos de ciclópea fuerza mientras perseguía a un oponente que le esquivaba y reía mientras se teletransportaba en aquellos casi imperceptibles saltos de celeridad absurda.

El hombro izquierdo de Litierses escupió un chorro de sangre, producto del mero roce con el brazo de su oponente. Lleno del más puro gozo, el hijo de Deméter volvió a sonreír.

—¡Eso es!—rió—. ¡¡Así es como se hace!! ¡¡Llega incluso más alto!!

Tyson dio un tremendo salto, imprimiendo en aquel esfuerzo la potencia de cada uno de los músculos de su cuerpo.

—¡Más!—exigía Litierses—. ¡¡Máááás!!

Tyson hizo aparecer sus cadenas de hierro una vez más, torciendo su cuerpo en pleno vuelo mientras disparaba ambas anclas con una explosión sónica. Litierses retrocedió deslizándose por el suelo, salvándose por un pequeño margen del letal ataque, pero ganándose un profundo corte en el brazo izquierdo a cambio.

La risa del hijo de Deméter era del todo contagiosa, llena de alegría y felicidad.

—¡¡Duele!!—se carcajeaba, fascinado.

Percy alzó una ceja, intrigado.

—Ha usado sus anclas en el intervalo entre los ataques continuos—comprendió—. Se está volviendo más habilidoso.

—Asombroso—reconoció Thalia—. ¿Qué tan alto planean subir esos dos?

Manteniéndose en una constante persecución de un lado al otro del escenario, Tyson apretaba los puños y gruñía, pensando a toda velocidad mientras su cuerpo repleto de heridas dejaba charcos de sangre a su fugaz paso.

"Aún no"—se decía—. "Aún no es suficiente. Tengo que acelerar más, más incluso que el sonido o que la luz. ¡Más rápido! ¡¡Más fuerte!!"

Litierses le sonrió.

—¡Guau! ¡Es cómo si te estuvieses convirtiendo en la encarnación misma del Rayo Maestro! ¡¡Estás conectando con la fuerza viva de tus antepasados uránidas!!

Una tormenta de puñetazos se tragó el campo de batalla. Litierses se movía sin parar, evadiendo los incontables golpes y arremetidas del gigante. Nuevas heridas aparecían en el cuerpo de Tyson, aumentando su ya desbordada frustración.

"¡¡Maldita sea!!"—se quejó—. "¡¡No es suficiente!! ¡¡No es suficiente en absoluto!!"

Litierses le sostenía la mirada sin apartarla ni por un segundo.

—¡¡Sigue así, grandullón!! ¡¡Sigamos jugando!!

—Es inútil—se carcajeaba Thalia—. No puedo dejar de reír.

Jason se llevó una mano a la boca, intentando detener las risas que escapaban de su pecho.

—Litierses... así que ese es el estado que al fin has conseguido alcanzar.

—Está hecho—decidió Deméter—. Ya ni siquiera los dioses menores son comparables al segador de hombres.

Tyson golpeaba, golpeaba y seguía golpeando, pero ya no podía tan siquiera tocarle un pelo a su oponente. No importaba cuanto luchase, no importaba cuando se esforzara, todo parecía en vano, el semidiós estaba siempre demasiado lejos de él.

—¡¡Litierses!!—bramó—. ¡¡No soy capaz de ganarte!! ¡¡Pero daré lo mejor de mí!! ¡¡Así que te pido que, si soy capaz de hacerlo bien, me ayudes con uno de los dones que quiero de los dioses!!

—¡¡Por supuesto!!—aceptó el espadachín, con genuina honestidad—. ¡¡Vamos, sube más alto!!

El hijo de Deméter cerró los ojos, sintiendo cada cultivo en el planeta tierra, cada planta, hongo y organismo que le hablaba por medio de aquel todo que unía a la naturaleza.

"Gracias, Tyson"—pensaba—. "Tan sólo un poco más, y lo alcanzaré al fin. Pronto, los dioses mismos lo verán. Pronto ascenderé como el verdadero Dios de la Espada"

—Ahora...—empuñó su arma a dos manos, habiendo dejado de moverse al completo. Su cabello flotaba como ramas sobre su cabeza, su piel se asemejaba más a la madera que a la piel misma—. Vayamos al mundo de los dioses.

En ese instante, todos en ese lugar tuvieron un presentimiento.


¡¡SE DECIDIRÁ CON ESTE ATAQUE!!


Tyson cargó, balanceando todo su peso, todas sus fuerzas y todo su espíritu en un puñetazo final. Litierses, mientras el suelo estallaba a su paso, blandió su espada en un corte ascendente de técnica no perfecta, sino lo que le seguía.

"Este será el mejor ataque de mi vida..."

Un corte divino, lanzado por mano de la naturaleza misma, voló hacia el cuerpo del cíclope hijo de Poseidón.

Tyson bajó la cabeza instintivamente, recibiendo aquella cuchillada con el cráneo. Una cascada de sangre brotó de su fracturado hueso, pero eso no lo detuvo.

El invisible movimiento de espada que apuntaba a la arteria carótida fue bloqueado por los monstruosos reflejos y resistente esqueleto del ciclópeo gigante de un ojo.

Bramando como un poseso, como el trueno mismo, como el rayo de Zeus que hiciese temblar la creación, Tyson buscó conectar su último golpe.

Pero, lastimosamente para el joven cíclope, eso jamás estuvo destinado a ser.

La tierra a los pies del coloso estalló de nueva cuenta. Enormes plantas de fuertes enredaderas sacudieron a Tyson, derribándolo violentamente contra el suelo, que se rompió en mil pedazos.

Tyson miraba a la nada, completamente quieto, sangrando y llorando desde su gran ojo mientras su invencible oponente se alzaba sombrío ante él.

"No puedo respirar..."—pensaba el cíclope—. "Litierses, eres un hombre asombroso... tú eres, sin lugar a dudas, el dios de la espada. Lamento al final no haber sido el rival que estabas buscando".

El hijo de Deméter había endurecido su expresión. Mantenía la espada en alto, listo para dar el golpe de gracia, pero algo lo detenía.

Tyson no tenía un alma mortal, él no era como el resto de los participantes. Si lo mataba... ¿iría al Tártaro para reformarse como los otros monstruos? ¿Aparecería sano y salvo como el resto de los vencidos?

Litierses escaneó las gradas hasta cruzar su mirada con la del dios Poseidón, quien, muy a su pesar, asintió con la cabeza de modo afirmativo.

Exhalando aliviado, sabiendo que su oponente estaría bien, Litierses bajó su hoja.

La cabeza de un cíclope rodó por el suelo antes de que su cuerpo estallase en una nube de polvo amarillo.

—¡¡EL DÉCIMO-QUINTO COMBATE DE LA PRIMERA RONDA TIENE COMO GANADOR AL REPRESENTANTE DE DEMÉTER, LITIERSES, EL SEGADOR DE HOMBRES!!

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