Una hoja maldita:
Rebuscarás en la oscuridad del laberinto sin fin
El muerto, el traidor y el desaparecido se alzan
Te elevarás o caerás de la mano del rey de los fantasmas
El último refugio de la criatura de Atenea
Destruye a un héroe con su último aliento
Y perderás un amor frente a algo peor que la muerte
Esas palabras fueron el punto de partida de la primera misión que Annabeth Chase lideró. La última línea, entrelazada con los versos de la Gran Profecía: "el alma del héroe, una hoja maldita habrá de cegar", estaban cargados de un funesto significado qué aún a tiempo presente perturbaban la usualmente segura mente de la hija de Atenea.
Una hoja maldita por una promesa rota.
"Voti damnatus, voti condemnatus"
Sadie Kane se alzó sonriente con fuego en su eterna mirada en gesto de desafío, las alas de luz iridiscente extendidas a su espalda y el báculo de un brillante blanco inmaculado ardiendo en su única mano restante.
—Vamos—instó—. Ven e intenta cambiar tu destino.
Annabeth abrió los brazos, separando las manos de sus heridas abiertas, dejando que la sangre volviese a manar de su cuerpo, y devolvió la sonrisa a Sadie mientras los engranajes de su mente giraban a toda velocidad, fraguando ideas, maquinando planes.
—Por supuesto—aceptó—. Juntas... ¡Lleguemos hasta el gran final!
Sadie Kane y Annabeth Chase, la estruendosa batalla entre el Ojo de Isis y la hija de Atenea...
LA CORTINA DE ESTA GRAN BATALLA ESTABA A PUNTO DE CERRARSE
ESE HECHO ESTABA CLARO PARA TODOS LOS ESPECTADORES
Ante las atentas miradas del enmudecido público, ambas contrincantes se dieron un mutuo asentimiento, inclinando la cabeza en gesto de respeto, antes de dar comienzo al recorrido final de la contienda.
SADIE AVANZA...
Y ANNABETH RESPONDE DE LA MISMA MANERA.
La hija de Atenea alzó ambas manos, las cuales refulgieron brevemente antes de tornarse en dos objetos bien conocidos para Sadie: un báculo y una barita.
El marfil quemaba como hielo seco al contacto con la piel de Annabeth. La varita empezó a echar humo ante sus ojos y cambió de forma hasta que el ardor disminuyó y la joven se encontró sujetando una daga de bronce celestial como la que había llevado durante años.
ESTA VEZ...
SU PELEA SE DARÁ EN COMBATE CUERPO A CUERPO
Las dos rivales se abalanzaron la una sobre la otra sin esperar un sólo segundo más. Chispas volaron por el cielo y rayos de luz explotaron sobre las nubes cuando multitud de arcos luminosos chisporrotearon en el aire.
Golpear y esquivar. Cortes y estocadas. Bloquear y repetir. La daga de Annabeth zumbaba de un lado a otro mientras su báculo fungía como escudo ante las feroces acometidas divinas que Sadie lanzaba una y otra vez sin detenerse.
Maga y semidiosa chocaban y medían sus fuerzas en una batalla que le quitó el aliento a los espectadores.
Annabeth trazó un arco descendente con su daga, Sadie le esquivó arqueando el cuerpo y respondió lanzando un golpe con su báculo. Annabeth detuvo el movimiento con su propia herramienta mágica, haciendo saltar una explosión de jeroglíficos y letras griegas.
Y EN MEDIO DE UNA BATALLA DE GOLPES A GRAN VELOCIDAD...
Las dos habían llegado a un equilibrio, aún a pesar de que la diosa Isis había perdido un brazo.
Y SIN EMBARGO...
EL FINAL SE ACERCABA MÁS Y MÁS.
Los báculos de ambas oponentes chocaron el uno contra el otro, estallando violentamente en una lluvia de astillas y magia liberada. El arma de Annabeth había sido partida en mil pedazos, mientras que Sadie se alzaba victoriosa de aquel intercambio, lista para rematar a su rival.
Annabeth buscó hacerse a un lado, apuntó su daga y atacó con una puñalada. Sadie hizo girar su báculo, encendiéndolo en fuego multicolor antes de golpear con él la punta del arma de la mestiza. Con un desagradable chasquido, la daga explotó en manos de su dueña, mandándola a volar de espaldas a toda velocidad.
La hija de Atenea rebotó un par de veces antes de acabar tendida en el suelo, apenas respirando, vomitando sangre a chorros.
Y aún así, se negó a rendiste. Con cada músculo gritando de dolor, con los huesos al borde del colapso, con su organismo al límite de su capacidad, la semidiosa se puso en pie, luchando por alzar la mirada nuevamente.
—Ella...
—Aún está de pie...—se asombró el público.
Walt comenzó a impacientarse.
—Falta muy poco...—animó—. ¡¡Derrótala ahora, Sadie!!
La maga se abalanzó sobre la semidiosa batiendo sus alas y trazando un arco de destrucción con su báculo. Annabeth esquivó el golpe de un salto y comenzó a maniobrar tan bien como pudo alrededor de la diosa, manteniéndose siempre lejos de la punta de su bastón.
—¿Qué es lo qué pretendes...?—murmuraba Osiris—. ¿Ganarás tiempo hasta que la perdida de sangre acabe con Sadie? No puede ser sólo eso...
—Podría serlo, si hablásemos de un minuto en el pasado—repuso Anubis—. Annabeth ha sufrido un gran daño, más del que incluso un semidiós puede soportar por mucho tiempo. Está al borde del colapso, también ha perdido mucha sangre. Su fuerza vital se agota...
"Si simplemente quería ganar tiempo, entonces, ¿por qué se enfrascó en la batalla?—se cuestionó el dios de la muerte—. "¿Qué planeas hacer, Annabeth?"
La hija de Atenea ladeó el cuerpo para evadir un nuevo ataque de la diosa, saltó hacia un costado y evadió un segundo movimiento, y otro, y otro más. Su mente se había dividido en la realización de dos tareas: una parte estaba completamente centrada es escapar, en esquivar, en sobrevivir. La otra, tejía una última trampa, una estratagema que le diese la victoria.
"Aún no..."
Su pecho escupió sangre por la mera cercanía de uno de los golpes de su oponente.
"Todavía no..."
Sadie casi le desencajó la mandíbula con un golpe de la base de su bastón.
"Ángulo... el momento perfecto..."—extendió su mano derecha—. "Muy bien... ¡Ahora!"
Con un destello, una jabalina apareció en su mano: un arma forjada por el cíclope Tyson, hijo de Poseidón.
"¡¡De eso se trataba!!"—comprendió Anubis, abriendo los ojos de par en par—. "¡¡Entrar en su punto ciego!!"
Annabeth lanzó su estocada. Sadie apenas y tuvo tiempo de volver la mirada para cuando en la arena reinó el silencio.
El rostro de la maga sangraba a chorros, con su ojo derecho habiéndole sido destrozado.
Annabeth, en cambio, recibió con golpe de revés por parte del ala derecha de la diosa, lanzándola despedida con un sonoro estruendo.
—¡¡G-GOLPE DIRECTO!!—gritó Heimdall—. ¡¡EL GOLPE DESESPERADO DE ANNABETH FUE NEUTRALIZADO POR EL CONTRAATAQUE DE ISIS!!
Anubis se puso de pie de un salto, apretando los puños con emoción.
—¡Eso es, Sadie!—animó—. Esa fue una buena jugada por parte de la semidiosa, no obstante, no fue suficiente.
La hija de Atenea permanecía en el suelo, inmóvil y con la mirada en blanco. Respiraba a duras penas y sus manos temblaban fuera de control.
—Así que este es el fin...—murmuraban los espectadores.
—Supongo que se lo tenía ganado.
—Esto es lo que me esperaba.
—¿Una arquitecta enfrentándose a la diosa de la magia? Era para echarse a reír.
Entonces, de entre el público, un hombre se puso en pie, y aunque con cierto aire nervioso en sus movimientos, se notaba la determinación y el fuego de un padre en su mirada.
—Bueno, si eso piensan, me encantaría verlos intentar luchar contra esa chica maga allí abajo—retó Frederick Chase—. Me pregunto si alguno de ustedes tiene el valor o la inteligencia para plantarle cara a una diosa.
Varias miradas se desviaron hacia aquel hombre al que pocos o ninguno de los presentes reconocía.
—¿Quién se supone que eres tú, viejo?—le espetó un einherji.
—La pelea ya se acabó, mejor vuelve a sentarte.
Pero Frederick se negaba a dar por terminada la participación de su hija en aquella competición. Su mente humana aún tenía problemas para terminar de procesar la irreal situación de encontrarse en el Monte Olimpo, contemplando rodeado de magos, muertos, dioses y héroes una serie de duelos donde la muerte no era más que una formalidad, una frivolidad con la cual poder jugar.
Y aún así, le rompía el corazón ver a su Annabeth allí, rendida y sin fuerzas en medio de un charco de su propia sangre, indefensa ante un enemigo que iba más allá de lo que el cerebro de un mortal podía aspirar a entender.
—Por favor, Atenea...—murmuró para sus adentros—. Sé que no nos hemos visto en más de veinte años... sé que mi actuar no fue el mejor hacia con nuestra hija tiempo atrás... pero si puedes ayudarla en esta competición, sea de la forma que sea... por favor, hazlo...
—¡Hey!—escuchó que alguien llamaba entre las gradas.
Malcom Peace, hijo de Atenea, señalaba a las pantallas que proyectaban la pelea para llamar la atención de sus compañeros mestizos.
—¡Escuchen eso!—pidió.
Una voz hacía eco a través del cielo, rota por el dolor, pero firme en sus intenciones. Parecía casi en trance, como un reflejo involuntario, débil, pero constante:
—Empiezo a cantar a la poderosa Palas Atenea, protectora de las ciudades, que se cuida, juntamente con Ares, de las acciones bélicas, de las ciudades tomadas, de la gritería y de los combates; y libra al pueblo al ir y al volver de la batalla...
Levantándose con extrema dificultad, Annabeth se puso en pie débilmente, temblando, encorvada, con la mirada oscurecida y apoyando todo su peso sobre su jabalina a forma de improvisado bastón.
—ESTÁ... ¡¡ESTÁ DE PIE OTRA VEZ!!—exclamó el presentador—. ¡¡USANDO LAS ÚLTIMAS RESERVAS DE FUERZA EN LO PROFUNDO DE SU ALMA, ANNABETH CHASE VUELVE A LEVANTARSE!!
Un ahogado grito de asombro se extendió a través de la multitud. Percy y Thalia se mantenían en absoluto silencio, con todos los músculos en tensión. Annabeth alzó finalmente la cabeza y escrutó el escenario. Sus ojos grises coincidieron con la profunda mirada de la diosa de la guerra, y una descarga de valentía recorrió su sistema, una profunda motivación y deseo de dar la talla sin importar qué.
—Salve, diosa—concluyó con su himno—; y danos suerte y felicidad.
El público comenzó a inquietarse, revolviéndose nervioso al borde de sus asientos.
—Esa chica...
—¿Aún puede moverse?
—Pero espera... mírala...
—Está a las puertas de la muerte...
Annabeth comenzó a caminar, firme y contante, un pie detrás del otro. Cada respiración le costaba más que la anterior, como si hubiese inhalado cristales rotos. Lo veía todo borroso, el mundo se oía distante y la realidad se desdibujaba a su alrededor. Su cuerpo echaba humo, deshaciéndose su piel lentamente en arena a causa del uso indiscriminado de magia egipcia.
Esa era su última jugada. Su plan definitivo.
Con un movimiento de su mano, accionó uno de los botones de su jabalina, disponiéndola para explotar al menor impacto.
Ya no buscaba ganar la batalla. Con llevarse a su oponente consigo bastaba.
La hija de Atenea apuntó su arma. Sadie le observó en silencio, intentando sin éxito comprender las motivaciones de su vieja amiga. Finalmente, dándose por vencida, sonrió de oreja oreja y apuntó su báculo.
—Eres muy fuerte—reconoció.
Walt relajó su postura, sabiendo que todo había terminado. Amos permanecía en silencio, pensativo. El rostro de Osiris resultaba del todo inescrutable.
—Sadie...
Ambas oponentes, frente a frente, se miraron con atención mientras sus cuerpos se movían por sí mismos, apuntando cuidadosamente sus armas antes de, al mismo tiempo, lanzar un último y devastador ataque.
La jabalina de la semidiosa atravesó el cielo como un rayo, silbando sonoramente junto al oído de la maga, pero sin jamás llegar a siquiera rasgar su piel. Con un veloz y preciso movimiento de su cabeza, Sadie Kane había esquivado el mortal ataque. Y a su vez, tocando suavemente la frente de su adversaria con la punta de su báculo, la diosa Isis dejó ir un descarga mágica que sacudió todos los sistemas Annabeth.
La hija de Atenea perdió fuerza en las extremidades. Su mano se abrió, dejando ir con gran estrépito su arma, la cual cayó al suelo con su mecanismo explosivo totalmente inutilizado. Percy y Thalia abrieron los ojos de par en par, Anubis se limpió el sudor del rostro sumamente aliviado.
—Se acabó...
Sadie Kane alzó el báculo por sobre su cabeza, concentrando magia para un último golpe, un ataque seco y veloz para terminar con su oponente de forma indolora.
—Lo has hecho más que bien—felicitó—. Desde que comenzó este torneo, supe que tú, más que ningún otro, serías mi muro a superar. Y ahora que logré derrotarte, no temo a nada que los dioses me arrojen en esta competición. El camino es libre para mi victoria.
Las alas multicolores de la diosa se extendieron en toda su envergadura y ardieron intensamente en gesto de gratitud.
—Ahora... descansa.
𓆑𓍼𓐍𓂻
¡¡¡FAH: LIBERAR!!!
Todo sucedió demasiado rápido.
En menos de un parpadeo, la mirada de ojos grises de Annabeth pareció aclararse. Su caída se detuvo en seco, e impulsándose con todo lo que quedaba de sus energías, la semidiosa se lanzó en un suicida ataque frontal mientras sus manos refulgían con cegadora luz dorada.
"El alma del héroe, una hoja maldita habrá de cegar"
Y la sangre manchó el cielo otra vez. Todos los espectadores contemplaron mudos de asombro cómo la luchadora de Egipto había sido atravesada de lado a lado.
El cuerpo de Annabeth comenzó a temblar, disolviéndose en arena mientras cada átomo de su cuerpo se descomponía en tiras de luz. Sadie, a su vez, se ahogaba en su propia sangre, con su corazón perforado por una daga de bronce celestial.
El arma alguna vez perteneció a una niña, salvada de su destino por el hijo de Apolo, Halcyon Green. Ella le regaló la daga en agradecimiento, bajo la promesa de que protegería siempre a su dueño.
Hal fue salvado de su perpetuo castigo inflingido por los dioses a manos de un joven hijo de Hermes llamado Luke Castellan. Y en cambio, el viejo le otorgó la daga como un último regalo antes de morir, buscando, sin lograr, salvarle de su aciago destino.
Luke Castellan regaló la daga a una niña que salvó, bajo una nueva promesa, la promesa de ser una familia.
—Los cuchillos son sólo para los guerreros más valientes y rápidos—murmuró Annabeth, con voz entrecortada—. No tienen el alcance ni el poder de una espada, pero son fáciles de esconder y pueden localizar puntos débiles en la armadura de tu enemigo... hay que ser inteligente para usar un cuchillo...
"Te prometo que no voy a fallarte como nuestras familias nos han fallado".
La daga se perdió para siempre, desaparecida en el sitio más retorcido de la creación. Nada más que un desecho tragado por las profundidades del Tártaro.
Sadie vomitó un chorro de sangre.
—Eres... una verdadera... desgraciada... ¿lo sabías?—una dolorosa risa brotó de su pecho perforado—. Fuiste formidable... aún hasta el final... Tomaste el control de tu propio destino...
Una lágrima surcó el rostro de la semidiosa.
—No...—murmuró—. Yo sólo hice cumplir... lo que ya estaba escrito...
Sadie abrazó a su amiga, envolviéndola con sus alas arcoíris, y juntas aguardaron a que sus cuerpos cedieran, esperando a que el sorprendentemente familiar tacto de la muerte se hiciese presente.
—Entonces... aún nos queda mucho trabajo por hacer...
Annabeth se disolvió en nada más que arena, esparciéndose por el cielo. Y Sadie, al unísono, dejó de respirar, desplomándose sin una sola gota de vitalidad restante.
"Ha sido una buena pelea"—pensó la maga en sus últimos momentos—. "Lo siento, Walt, por fallarte de este modo... pero te lo prometo, de una forma u otra, encontraré el modo de que esto funcione..."
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