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Tormenta de fuego:


—¡Maldito y mil veces maldito!—Artemisa no terminaba de decidirse entre reír o llorar. Su cuerpo temblaba incontrolablemente y sus ojos derramaban lagrimas, pero una amplia sonrisa se apoderaba de sus labios, así como un extraño sentimiento de incertidumbre—. Maldición, Apolo... no sé si he de repudiar o agradecer...

—¿Por qué no esperar a la resolución de la batalla?—sugirió el dios sol—. Admito que, cuando pensé en traer a tu vieja amiga, la idea me parecía de lo más brillante. Pero tras ver cómo se desarrollaba este torneo... tras estar parado en el centro de esa arena... lo lamento.

En el campo de batalla, la solitaria figura de la antigua cazadora se abría camino con paso resuelto a través de la noche. Su piel brillaba con un saludable brillo plateado que parecía asentarse bajo los rayos argentados de la luna. Su mirada invitaba al desafío, a la batalla, no sabía a quién se enfrentaría, pero no tenía pensado retroceder ante nada ni nadie.

—Imposible...—murmuró Thalia, antes de romper en una sonora carcajada—. ¡Maldita sea, Zoë! ¡Patéale el trasero a quien se te ponga delante!

—¡Lo que ella dijo, hermana! ¡Adelante!—se le unieron el resto de cazadoras.

—¡Es bueno verte de nuevo, Zoë! ¡Haz que valga la pena toda esta locura!

—¡Por Artemisa, maldición, gana esta pelea y vuelve con nosotras!

La veterana cazadora sonrió para sí misma al escuchar el llamado de sus hermanas. Buscó con la mirada a través de los palcos de los dioses hasta fijar sus ojos sobre la figura de su vieja amiga, diosa de la luna, que le contemplaba con su usual firmeza. Quizá su entrada le hubiese tomado por sorpresa, pero esta ya había pasado. Su diosa no esperaba nada de ella que no fuese la victoria, y Zoë no iba a fallarle. Ya le había dejado una vez y no planeaba volver a hacerlo, al menos no si no era a su modo.

—¡¡Y, COMO NO PUEDE SER DE OTRO MODO, VAMOS CON SU OPONENTE!!—exclamó Heimdall, haciéndose escuchar por sobre los gritos del público.

Las puertas de la arena se abrieron de par en par, y un camino de llamas iluminó la noche con un rugido ensordecedor. Entre la lluvia de chispas y cenizas llevadas por el viento, una nueva silueta hizo acto de presencia ante las miradas siempre atentas de los dioses.


13 AÑOS EN EL PASADO


En la aldea egipcia de Makan al-Ramal al-Hamrah, el lugar de las arenas rojas, un monstruo sellado por los antiguos egipcios en una pequeña estatua fue liberado. La criatura destruyó el poblado en su totalidad, dejando a una única superviviente para ser encontrada por los magos de la Casa de la Vida.

Sin memorias de su vida, de su aldea o su familia, esta superviviente, niña de sólo ocho años, fue tomada bajo la tutela del antiguo Lector Jefe del Per Ankh, Iskandar.

—NACIDA COMO UNA PRODIGIO SOBRE EL FUEGO, ENTRENADA EN LAS ARTES MÍSTICAS DEL ANTIGUO EGIPTO POR EL ANTIGUO MAGO MÁS PODEROSO EN EL NOMO PRIMERO. ¡DEMOS LA BIENVENIDA A QUIEN FUESE EL OJO DEL MISMISIMO DIOS DEL ORDEN Y DEL SOL!


¡REPRESENTANTE DE RA: ZIA RASHID!


La maga egipcia, ya habiendo entrado en la arena, cerró sus ojos ámbar repasados con kohl negro y respiró profundamente mientras estudiaba con tiento el ambiente de  aquella mañana en el Olimpo.

—El aire está seco... hay brisa, pero moderada...—se volvió hacia su oponente, dedicándole una mirada significativa—. Es un día perfecto para hacer fuego.

—TRAS BATALLAS Y BATALLAS, FINALMENTE ESTAMOS AQUÍ. EL FINAL DE LA PRIMERA RONDA SE ACERCA Y TODOS PODEMOS SENTIRLO. ¡¡AMBAS OPONENTES ESTÁN CARA A CARA!!

Zoë observó a su oponente con aire severo, pero le gustaba lo que veía, su oponente era una maga poderosa, una rival a quien tener en cuenta, quizá alguien con quien no le molestaría demasiado perder.

No obstante, eso no significaba bajo ninguna circunstancia que fuese a permitir que dicha derrota ocurriese.

—¿Atienden tus ojos lo que acontece en ésta arena?—preguntó la cazadora—. ¿Comprende mi oponente... comprendéis aquellos en las gradas cuál es veramente mi naturaleza?

Zia ladeó la cabeza.

—¿A qué te refieres?

La cazadora extendió los brazos, y al instante su cuerpo emitió un cegador resplandor, sólo por un segundo, pero el suficiente para que su mismo ser se deshiciese en polvo llevado por el viento. Luego todo terminó, y Zoë se mostró nuevamente en el campo de batalla, siempre ataviada en su uniforme de cazadora, ya habiendo convocado su arco y con una flecha preparada.

—Aquellas luminosidades que veis en el cuerpo del estrellado Urano—explicó finalmente—. Ellas son yo. Y yo soy ellas. Yo soy sólo luz en la galaxia, y os observo desde aquí y desde las alturas. Soy una constelación. Un dibujo creado por trazos imaginarios que unen aquellas luces en el Eter. Pero soy. Y aquí estoy, preparada para afrontar mi última cacería.

Zia Rashid guardó silencio por breves momentos. Si bien no alcanzaba a descifrar del todo lo que las palabras de su oponentes significaban, era más que obvio que algo no era normal con aquella cazadora. Decía ser parte de las estrellas, y por su presentación se adivinaba que había regresado de entre los muertos para combatir en aquella competición, no obstante, su forma de hablar resultaba demasiado compleja para la maga egipcia.

Sin memoria de su infancia y criada por los magos del Per Ankh en el Nomo Primero de Egipto, Zia hablaba árabe egipcio como primera lengua. El peculiar ingles shakespeariano que Zoë esgrimía resultaba ser, por momentos, demasiado extraño para el entendimiento completo de la hechicera.

—Dices venir de las estrellas y me apuntas con decisión usando tu arco—murmuró—. Me parece muy bien. Permíteme presentarme ante ti, cazadora de los astros: soy Zia Rashid, escriba de la Casa de la Vida. Estoy entrenada para combatir a los mismos dioses de Egipto. Tú no me das miedo.

El viento comenzó a soplar violentamente. Una tormenta ígnea se desató alrededor de la maga consumiéndolo todo a su alcance, haciendo ver a Zoë pequeña e insignificante ante la fuerza de la naturaleza que tenía por delante.

—ESO ES... ¡¡UNA COLUMNA DE FUEGO!! ¡¡UNA EXTRAORDINARIA COLUMNA DE FUEGO QUE ALCANZA EL CIELO SE ELEVA EN LA ARENA!!

Poco a poco, el calor remitió. Un cráter cristalizado se formó alrededor de la combatiente del Per Ankh, y su silueta lentamente se tornó distinguible a través del humo y el calor.

—¡¡DE LAS LLAMAS ARDIENTES, COMO UN FÉNIX RESURGIENDO DE LAS CENIZAS, HA NACIDO EL ANTIGUO OJO DE RA!!

Zia se irguió en toda su altura, aferrándose a su báculo con su mano derecha mientras le sostenía la mirada directamente a su oponente.

—Soy maestra de los elementos, escriba del Nomo Primero. Ríndete o serás destruida.

Los magos en las gradas estallaron en vítores, pues aunque todos desconocían el alcance de las capacidades de Zoë, cada uno de ellos tenía plena confianza en el inigualable poder de Zia Rashid y su dominio del fuego. Después de todo, a través del espacio y las galaxias, la única estrella que realmente importaba para ellos no era otra que el sol de la creación.


"LA CAZADORA DE LAS ESTRELLAS"

ZOË BELLADONA

VS

"LA MAESTRA DE LOS ELEMENTOS"

ZIA RASHID


—CON AMBAS OPONENTES LISTAS... ¡¡QUE COMIENCE LA BATALLA!!

Inmediatamente y sin esperar un sólo segundo más, la maga egipcia se lanzó sobre su oponente a toda velocidad blandiendo su báculo.

—¡¡ZIA RASHID AVANZA!! ATENCIÓN, ESTO SERÁ... ¡¿EL PRIMER ATAQUE?!

Con un bramido, Zia lanzó un estallido ígneo desde la punta de su bastón. Zoë soltó su flecha y la saeta cruzó el campo de batalla en menos de un parpadeo. La explosión resultante por el impacto obligó a la hechicera a retroceder mientras se esforzaba por encontrar a su objetivo a través del humo.

—¡¡ZOË SE DEFIENDE FÁCILMENTE CON SU ARCO!!

La escriba del Per Ankh se rehizo con rapidez, balanceando su peso hacia delante mientras con gran fuerza se impulsaba con un salto para volver a atacar. Su báculo, encendido en llamas, giró por el campo de batalla de un lado a otro a gran velocidad, lanzando sendas ondas ígneas y chispazos incandescentes en todas direcciones.

La cazadora se mantuvo firme en su sitio, se colgó el arco al hombro y, llevándose una mano al cabello, se quitó un largo broche blanco en el que nadie hasta ese momento había reparado.


"Si has de luchar, llévate esto. Me lo dio mi madre, Pleione. Ella era hija del océano y la fuerza del océano se halla encerrada en él. Mi poder inmortal".


Con un suave soplido en el broche, éste brilló levemente. Destellaba a la luz de las estrellas como un brillante caracol marino. Al instante, éste comenzó a crecer y hacerse más pesado, hasta que Zoë se encontró sosteniendo en su mano una espada de bronce celestial.

El choque entre las infernales llamas de la hechicera y aquella espada que encerraba el poder de los mares no se hizo esperar. Una cortina de vapor cubrió el escenario mientras decenas de golpes eran repartidos en todas direcciones. El báculo de la maga y el xiphos griego de la cazadora se encontraron repeliéndose mutuamente, entrechocandose una y otra vez en una danza de agua y fuego tan brillante como el sol, la luna y las estrellas. Zia daba vueltas alrededor de Zoë y también sobre sí misma con su bastón ardiente, y allí por donde pasaba dejaba una estela de llamas en el aire. Percy, observándolo todo en absoluto silencio y completa perplejidad, se llevó una mano al bolsillo en busca de su confiable bolígrafo.

No lo encontró.

—Adelante, Zoë—sonrió para sí mismo—. Demuéstrale a todos de lo que estás hecha.

—¿PUEDO DECIR QUE ESTO ES SORPRENDENTE?—cuestionaba Heimdall—. ¡¡AMBAS ATACAN Y DEFIENDEN A UNA VELOCIDAD TREMENDA!! ¡¡EL RÁPIDO ATAQUE DE ZIA CONTRA ZOË Y SU LEGENDARIA ESPADA ANAKLUSMOS!!

La maga golpeó con la punta de su bastón la cara plana del arma de su enemiga, creando una explosión ígnea que lanzó a la cazadora hacia atrás, a duras penas manteniendo el equilibrio mientras sus pies dejaban marcas en el suelo de la arena. No obstante, antes de que Zia pudiese aprovechar la guardia abierta de su adversaria, tan veloz y grácil como una gacela, Zoë corrigió su postura y lanzó una estocada directa al cuello de la escriba del Per Ankh.

Con suma dificultad, la maga consiguió desenfundar su barita y golpear con su punta la hoja de la Anaklusmos, creando un nuevo estallido de poder que la mandó a volar de espaldas hasta acabar de rodillas en el suelo y con el rostro perlado de sudor.

—¡¡ZIA ESTÁ ARRODILLADA!! ¡¡QUIEN GANÓ EL PRIMER ASALTO HA SIDO ZOË!!

—¡¡Increíble!!—celebraron las cazadoras.

—¡Cómo si jamás te hubieras ido! ¡Así se hace, Zoë!

—¡¡Las cazadoras de Artemisa siguen invictas!!

Entre los espectadores, no eran muchos los que tenían a las seguidoras de la diosa luna en mucha estima, pero nadie se atrevía a negar el gran desempeño que la anterior lugarteniente estaba teniendo. Poco a poco, los ánimos de algunos romanos y escandinavos, enardecidos por las derrotas de Hazel y Hearthstone, se encendieron lo suficiente como para que se uniesen a los vítores de las cazadoras.

—¡Acaba con tu oponente!

—¡¡No dejes que otro de los egipcios se haga con la victoria!!

—¡¡Sigue así, cazadora de Artemisa!!

Zoë, sin confiarse de más ni por un sólo segundo, ya se había vuelto para encarar a su rival, quien se se ponía en pie con la ayuda de su bastón. La temperatura seguía aumentando a su alrededor de poco en poco. La batalla no había hecho más que comenzar.

Sujetando su báculo a dos manos, la elementista del fuego se lanzó a la carga frontalmente una vez más. El fuego que le rodeaba rugía furiosamente, creciendo, expandiéndose en una inabarcable llamarada que amenazaba con tragarse todo el campo de batalla.

La cazadora abrió los ojos de par en par. Alzó su espada, sabiendo que era demasiado tarde para intentar escapar.

Luego hubo silencio.

La explosión duró sólo unos instantes. El campo entero se vio envuelto en una espesa niebla de humo y cenizas. Llamas crepitaban esparcidas aleatoriamente en los alrededores y Zoë Belladona, con las ropas a medio chamuscar y la piel de los brazos calcinada, se ponía nuevamente en pie con la mirada desenfocada y la nariz rota sangrando profusamente.

—Eso... ha sido maravilloso...—exclamó con una sonrisa—. Si es esta la cacería con la cual he de finir mi existencia... me doy por satisfecha, pues está en mi ánimo seguir y seguir combatiendo hasta que el cuerpo no dé para más.

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