Los seis asesinos de Hércules:
Sintiéndose la ira que infestaba los cielos, los seis antiguos enemigos del invicto Hércules le encararon sin miedo alguno u contención, pues en sus corazones sólo había espacio para la cólera y para la venganza que tan ardiente llamaba a la batalla.
Así pues, lanzando sendos gritos de guerra, las bestias se dispersaron por el coliseo mientras con animo asesino atacaban furiosas al dios protector de la fortaleza y los héroes mismos.
Zoë, con grácil salto, disparó una andanada de letales proyectiles argentados que volaron contra el cráneo del invencible Hércules, quien con simple movimiento de brazo blandió su garrote y destrozó las saetas y defendió su augusto cuerpo. Sólo entonces se sorprendió el hijo de Júpiter, viendo sus movimientos restringidos, pues la Hidra de Lena se aferraba a su garrote con fieras fauces de tres cabezas y pugnaba por arrebatarle su divina arma.
—No te molestaría si me llevo esto, ¿verdad?—burlóse Walt, sonriendo con picardía.
El monstruo de muchos cuellos tiró con virulencia del arma del dios, viéndose incapaz de moverle ni un ápice de su sitio, pues el agarre de Hércules era férreo y su fuerza suprema era incontestada en todo el cielo. Lanzose entonces el dios vencedor al monstruo de muchos cuellos, tirando de su amplio garrote y arrancando a la bestia del suelo hasta golpearle contra solida pared del magno anfiteatro.
—Que pena—rió Walt, en altaneras voces, viendo como su monstruo resultaba impune de tal embate, aferrándose a las murallas sin aflojar agarre sobre el arma de su mortal enemigo.
Abriose entonces los ojos Hércules de azul mirada al sentir cómo saetas de plata perforaban su carne y desgarraban su divino músculo. Chorros de dorado icor salpicaron la sagrada arena del Olimpo cuando tres argentadas flechas atravesaron su brazo y mano derechos, con las que sostenía el dios su poderosa arma.
—Primero el brazo derecho—sonrió orgullosa Zoë, colocando un nuevo proyectil en su arco.
Tiró con fuerza una vez más la venenosa Hidra de Lerna, arrebatando de salvaje manera el garrote de las invictas manos del hijo de Júpiter. Desprovisto ahora de su arma y con un brazo herido, vióse desprotegido el dios invicto ante la poderosa magia que aquel mago venido desde el lejano Egipto blandía tan diestramente. Era, pues, la magia de los faraones que corriese en su sangre desde los tiempos de Tutankamón.
¡TAS: ATAR!
Abrió Walt su fría mano y pequeños jirones de tejido carmesí revolotearon libremente por el aire. Las tiras se movieron con entusiasmo, como si cobrasen propia vida, como anguilas en el agua que empezaban a alargarse. Siete cintas de varios metros surcaron el aire trazando órbitas en torno al vencedor Hércules, por fin cerrándose contra el cuerpo del dios, inmovilizándole los brazos y las piernas en suave capullo de impenetrables hilos. Apuntó el mago entonces su báculo contra el rostro envuelto del dios, haciendo refulgir las cintas e infringiendo terribles dolores al héroe de las antiguas leyendas.
—Estás retenido por las Siete Cintas de Hathor—proclamó Walt—. Concede la victoria o tu esencia arderá por toda la eternidad.
Revolviose en grandes iras el hijo del próvido Júpiter, forcejeando con tremenda potencia, combatiendo su encierro con el poder de uno y mil dioses. Hizo girar en repuesta Walt su báculo, y convulsionó soltando negros humos el cuerpo del invicto Hércules.
—No podrás liberarte—advirtió Walt—. Las Siete Cintas de Hathor son demasiado poderosas, capaces de desterrar a las profundidades de la Duat incluso al peor de los dioses...
Pero Hércules no cedía, aun estando en suma afligido, agonizante en su dolor, no daba brazo a torcer ni hincaba la rodilla, sino que se alzaba firme, orgulloso, sus ojos como relámpagos de divina furia que aun y siempre pugnaban por liberarse.
Cargó velozmente el Jabalí de Erimanto, deseoso en su cólera de ensartar entre sus colmillos el cuerpo del hijo pródigo de Júpiter, mas fue ese su último error, pues con inusitada fuerza liberó sus potentes brazos el invencible Hércules de su prisión, deteniendo el fiero embate de la bestia con la sola fuerza de su mano derecha. Arrastró entonces el dios vencedor al monstruo contra el suelo y, dándole alcance con su mano siniestra, destrozó el cráneo de la criatura y torció su cuello hasta segmentarlo en mil pedazos de arcilla que se disolvieron en el aire.
—Suficiente.
Una vez exterminado el primero de sus oponentes, liberó Hércules su tremendo poder en violento estallido que como el trueno de Júpiter hizo temblar el cosmos, alzándose imponente envuelto en truenos y envestido por vientos huracanados.
Ya libre de sus ataduras y enloquecido por la furia, alzó Hércules su férreo puño y desafió a su enemigo una vez más.
LA RUINA DE UN MONSTRUO QUE ENCARÓ AL HÉROE
Lúgubre silencio se apoderó del escenario, las sombras danzantes se extendían y congregaban a iguales partes alrededor del dios de la muerte misma que, no sin cierta pesadumbre, cegaba el alma del monstruoso Jabalí para devolverle al Tártaro de donde había venido.
Arrancó Hércules de su mano las argentas saetas que manchaban el suelo de icor y sonriendo con gran confianza y liberado salvajismo dio un paso adelante, poniéndose en guardia, desafiando a la muerte como tantas veces había hecho antes.
—Vengan.
Walt, cruzado de brazos, envuelto por su manto de oscuridad, hizo el amago de responder al reto que lanzaba su adversario, siendo detenido por el esbelto brazo de Zoë, cazadora de las estrellas, que le cerraba el paso con determinada firmeza.
—No habéis de hacedlo, Anubis—advirtió—. De morid vuestra merced se habrá dado por terminado nuestra meta de victoria y venganza.
Las bestias que les rodeaban gruñeron y rugieron en concordancia, pues sus vidas dependían del guía de las almas, y por el guía de las almas morirían otra vez si así conseguían su tan ansiada venganza contra el hijo del próvido Júpiter.
—Valientes palabras de muertos que sólo saben susurrar—burlose el dios invicto.
Apuntó Zoë con su fuerte arco, reluciendo con plateado brillo las puntas de sus letales flechas.
—Sin vuestra arma y manando icor de vuestras heridas, ¿creéis aún poder haceros con la victoria? ¡Franco error es subestimarnos!
Las bestias atacaron una vez más, abalanzándose al unísono desde ángulos diversos. Celerísima saltó Zoë, la de agudas flechas, a disparar nueva andanada de mortales saetas que rompían al viento y separaban el cielo a su paso, sólo para ver sendos proyectiles esquivados con un leve movimiento que el dios vencedor realizó arqueando su espalda hacia atrás.
Cernió imponente su sombra el blanco Toro de Creta sobre la figura de Hércules, bramando y rugiendo mientras con fuertes pezuñas destrozaba el suelo y hacía estallar la roca. Esquivó Hércules nuevamente con ágil movimiento el certero golpe de la bestia y, liberando su ira en retahíla conectó brutal patada en el rostro bovino del sagrado animal de Minos, torciendo su cuello y despedazando su mandíbula.
Moribundo, se revolvió el animal malherido, trabando entre sus grandes cuernos el brazo izquierdo del dios, forcejeando con violencia en fútil intento de arrancarle la extremidad a su viejo enemigo. No obstante, con mortal indiferencia, Hércules, de corazón valiente, alzó al cielo su brazo y cargando al toro consigo volvió a golpear la tierra, destrozado el cuerpo de la bestia en millones de fragmentos rotos de arcilla.
Sin dar tiempo alguno a que el dios se recuperase, atacaron al unísono la Hidra de muchos cuellos y el veloz León de Nemea, esperando a que el dios invicto esquivase a la venenosa serpiente para así poder el felino atacar. Pero Hércules, como el más fiero de los leones, impasible ante el peligro, recibió los mortales mordiscos de la Hidra que con sus colmillos perforó sus brazos y su abdomen.
EL FESTÍN DEL DEPREDADOR...
Sonriente se deleitaba el dios ante la confusión de sus enemigos, empujándolos al pánico más terrible, empequeñeciéndolos ante su aura, haciéndolos temer a su divina y aplastante presencia.
¡UN ATAQUE SUICIDA ANTE LA DESESPERACIÓN!
Cargó el León de Nemea con poderoso salto contra el dios vencedor, mostrando afilados dientes y blandiendo terribles zarpas. Nuevamente arqueando su cuerpo en imposible ángulo Hércules echó su cuerpo hacia atrás, esquivando así a la bestia antes de tirar con fuerza de los cuellos de la Hidra, haciéndole girar a través del aire y atrayéndola hacia sí antes de con un seco puño atravesar su pecho de barro y despedazar su corazón de cera.
Bajó Walt su mirada, sintiendo cómo se desvanecía el espíritu de otro shabti, quedándole ahora solamente tres aliados a los cuales recurrir. Volviose Hércules contra el León de Nemea que, acobardado, retrocedía rugiendo y gruñendo cuál bestia acorralada.
Multitud de plateadas flechas atravesaron entonces el brazo izquierdo del dios, dando al León tiempo de huir y poner distancias ente él y su eterno enemigo. Zoë seguía tomando flechas de su carcaj, hecha una furia cuyos ojos ardían en cólera.
—¿Cómo os atrevéis? ¿Cómo os atrevéis...?
Hércules, calmo, se arrancó las saetas de entre sus carnes, como un arma viviente del todo imparable, cubierto en icor dorado que le mandaba desde multitud de heridas, pero sin disminuir en nada su inexorable avance.
—¡No os acerquéis tan tontamente!—advirtió la cazadora a sus aliados—. ¡Mantened vuestra distancia y matadlo de poco en poco! ¡No habéis de dejar que se os acerque tan siquiera un ápice!
Hércules, de fiera mirada, se encorvó sobre sí mismo, apoyando sus fuertes puños contra el suelo mientras hacía el aire crepitar a su alrededor. Cansado ya de aquel juego que se antojaba aburrido, de aquel eterno preámbulo a la verdadera lucha que deseaba, fijó sus ojos de depredador sobre la cazadora de las estrellas, respirando profundamente mientras acumulaba infinita presión sobre sus músculos.
—Ya estoy harto de tus lloriqueos y lamentos, pequeña cazadora...
Sin poder evitarlo, desde el más recóndito fondo de su corazón, Zoë, la de agudas flechas, sintió un primitivo terror brotando de su pecho, en sus ojos grabada en fuego la figura de su eterno y odiado némesis.
Con un estallido que rompía el sonido, destrozando el suelo bajo su incontenible paso, el dios invicto se abalanzó contra la cazadora. Zoë saltó, luchando con gran desespero por alejarse de su perseguidor, disparando con furia una andanada de flechas que el héroe vencedor esquivó agachándose por debajo de ellas.
—¡Vete al Hades! ¡Maldito y mil veces maldito!
Cerró su mano el inmortal campeón del Olimpo sobre el rostro de la cazadora de agudas flechas, arrastrándola con violencia hasta estrellarla contra la muralla del magno anfiteatro, derrumbando la estructura hasta que de ella sólo quedasen escombros apilados y nubes de polvo.
Inmediatamente, como fulminado por la divina flecha de Apolo, cayó el Héroe de rodillas preso de indecibles dolores que asaltaban sus recuerdos de dolorosa manera. Su piel, entonces, ardió como antorcha de divinas llamas que abrazaban su piel hasta tornarla en carbón, enviando su mente al pasado, a aquel mismo agónico sufrimiento con el que arrastrase a su pira en aquellos últimos momentos en los que honró con vida a su leyenda.
Una rota risa brotaba de entre el polvo, la sangre y los escombros, llevando consigo las últimas fuerzas de aquella cazadora que habitaba entre las estrellas:
—Es sangre de centauro, idiota...
No poseían aquellos shabti las capacidades físicas al completo de sus originales cuerpos, pues el León de Nemea no era invulnerable y la Hidra de Lerna carecía de su tan temido veneno, mas eso no había impedido a aquella despechada ninfa de jugar una última carta, una ultima maldición lanzada con el último de sus suspiros y que bañaba sus flechas con el veneno de la perdición final del dios.
La furia de Hércules no conocía límite, y no queriendo dignificar a su rival con respuesta alguna se limitó a llevarse su herido brazo izquierdo a la boca, mordiendo y sorbiendo con su inhumana fuerza hasta llenar su inmortal boca de ardiente icor dorado que de inmediato escupió en gesto del más puro desdén.
—Succionó su sangre para extraer el veneno...—se maravilló Walt, dejando sin quererlo que el terror se filtrase en sus palabras.
Dio un nuevo paso el invencible Héroe, desquiciado en su mirada, cegado por la cólera y la rabia que toda su vida le atormentasen.
—¡Vengan!—seguía retando.
¡¡EL DEMENTE HÉROE MANCHADO DE SAGRE ESTALLA EN SU AVANCE!!
Intimidadas las bestias por el aura invencible del dios, retrocedieron Cerbero y el León de Nemea, temerosos de encarar al hijo del próvido Júpiter Optimo Máximo. Tan siquiera la sangre de centauro que milenios en el pasado matase a aquel hombre que es dios había sido suficiente, y con cada atrocidad que veía Anubis su cuerpo temblaba más fuera de control.
—¿Esto es sentir el terror...?—se preguntó—. Qué miserable, aunque use por completo múltiples vidas no podré matar a Hércules...
Frunció el ceño, trabajando raudo su cerebro en formular un nuevo plan.
"En ese caso..."
—¡¡Por lo menos un pie!!—pidió—. ¡¡Aunque sea sólo eso, tómenlo!!
El León invulnerables y el perro de tres cabezas enseñaron los dientes y se agazaparon listos para atacar una vez más. Impaciente, Hércules, el de invictos brazos, emitió sendos rugido con el que hiciese temblar los cielos y la tierra:
—¡¡Vengan!!—bramaba, cada vez con mayor furia.
Respondiendo a su rugido con gritos y gruñidos propios, el León y Cerbero cargaron frontalmente a gran velocidad. El gran can Cerbero, fue el primero en atacar, buscando atrapar entre sus poderosas fauces la pierna izquierda de su viejo conocido. Hércules, sin miedo alguno, dio poderoso salto y sonriente se precipitó sobre el perro guardián de los infiernos con una patada que caía como un asteroide de divino poder.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Mientras la primera de las cabezas de la bestia fallaba en su cometido, otras dos giraron el cuello hacia arriba y atacaron voraces al dios con feroces mordiscos. Chocaron el héroe y el monstruo y sangró el hombre mientras ambos seres eran despedidos en opuestas direcciones tras fallar en su cometido de matarse mutuamente.
Miró entonces Hércules su pie izquierdo, perforado por el filoso colmillo del can Cerbero, guardián del Hades. Sonreía Walt y se emocionaban sus aliados, pero con suprema indiferencia el héroe invicto arrancó el diente de su cuerpo e ignorando la sangre que manaba como catarata de su desgarrada piel se puso en guardia nuevamente, trayendo consigo el rayo y el trueno.
Walt apretó los puños, frustrado, acobardado, sudando con nerviosismo y temblando sus piernas.
—¿Por qué los dioses y humanos son tan malos para dejar nacer en la Tierra algo como él?—se lamentó confusa la Muerte—. No es un monstruo cualquiera, este tipo es...
UN DIOS GUERRERO
Cerbero tensó los músculos, fijos sus seis ojos sobre su oponente, listo para recibir un último golpe que permitiese a su hermano, el León de Nemea, arrancar con sus zarpas y dientes la pierna del héroe vencedor.
Cargaron ambos monstruos al mismo tiempo, más Hércules no esperó a recibirlos, sino que con virulencia se lanzó sobre ellos, despedazando el suelo a su paso y arrancando con un golpe de su pie la cabeza central del gran can Cerbero, cuyo cuerpo de arcilla se desmoronó al completo tras tan cruento golpe. Saltando desde el flanco de su rival aprovechó la apertura el León de Nemea, fauces abiertas y garras extendidas.
Y aún así, cuando ya estaba apunto la bestia de alcanzar a su presa definitiva, Hércules, el vencedor, dio un fuerte pisotón con el que despedazó el suelo y levantó pesada baldosa de la arena que detuvo por completo el avance del monstruo. Acto seguido, surgiendo su imparable puño de entre la roca, destrozó con fiero golpe el cráneo del último de los shabtis que comandase el dios de la muerte misma.
Ante el abrumador guerrero, no pudieron hacer nada más. Solamente se quedaron en silencio al ser pisoteados. Los seis asesinos de Hércules que vinieron desde el más allá en busca de venganza fueron aniquilados.
Sintiendo un miedo como nunca antes en su existencia de más de cinco mil años, el dios Anubis retrocedió con sus ojos abiertos en incredulidad. La bestia a la que enfrentaba, el victorioso campeón del Olimpo, no podía ser detenido por la fuerza ni de leones ni hombres, pues poseía la fuerza de Zeus y la rabia de todos los cielos.
Sintiéndose empequeñecido al ver los azules ojos de Hércules sobre su cuerpo, Walt solamente pudo formular una pregunta:
—¿Quién demonios eres...?
Hércules recogió del suelo, de entre la arcilla y la cera, su confiable garrote y lo blandió con firmeza mientras se volvía para finalmente poder encarar a su rival.
—Alguien más fuerte que tú.
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