El sol se pone:
No soy nada más que estrellas que brillan en el cielo.
Un dibujo imaginario, creado al conectar aquellas luces del Éter.
Soy una diosa exiliada, una ninfa del ocaso que fue tragada por la noche.
Fui una cazadora que perdió a su diosa, y fui una hija asesinada por su padre.
Ahora soy todo lo que alguna vez fui, una divinidad que es más que la suma de sus partes.
Pero... aún así...
Ni siquiera yo soy alguien ante la rabia, ante el horror cósmico que es ella...
LA BESTIA ALADA DEL SOL Y DEL CIELO
Zoë se retorcía en el suelo, gritando presa de un indecible dolor. Su rostro, antes hermoso, había sido consumido por las incandescentes llamas del sol naciente. Su piel se desintegraba, su ojo izquierdo había desaparecido. Todo su cuerpo temblaba fuera de control. Intentaba ponerse en pie, pero le fallaban las fuerzas.
Tenía miedo.
Nunca antes, en sus milenios de vida sirviendo a la diosa luna, había sido testigo de tan inconmensurable poder concentrado en un único individuo, al menos no de forma directa.
Se dio cuenta, entonces, de que entre los todopoderosos dioses del Olimpo, únicamente Zeus mismo podría quizá equiparársele a la ardiente fuerza que dormía en el interior de Zia Rashid: una presencia divina más antigua que dioses y titanes por igual.
La maga del Per Ankh observaba a su oponente desde una distancia prudencial, con su figura imponente proyectando su sombra a través de las llamas que ahora bañaban el coliseo. Sus ojos ardían como un poderoso y rugiente incendio, como una tormenta solar, iracunda y desbocada.
—¿Quienes...?—murmuró Zoë, con la voz temblorosa, pero la completa certeza de que no se enfrentaba a una, sino a dos entidades, quizá más, al mismo tiempo—. ¿Quienes sois?
La cazadora alzó su arco, pero con un gesto de su mano Zia hizo que aquel arma estallase en llamas.
"La victoria no es posible combatiendo de este modo"—comprendió Zoë—. "En poder no soy ni jamás seré rival para... esa cosa. He de ser más inteligente".
No había más tiempo para sutilezas. Luchar a distancia sería inútil, tampoco tenía más trucos bajo la manga. Sólo le quedaba aquella única característica en la que siempre se había mostrado superior a su oponente: la destreza física.
—¡Por Artemisa!
Zia abrió los ojos como platos en gesto de sorpresa. La cazadora se había abalanzado sobre ella a toda velocidad de forma directa y sin rodeos. La distancia que les separaba era pequeña, y nadie había pensado que la diosa del ocaso se atrevería a tal locura.
Zoë embistió a su adversaria, derribándola contra el suelo e inmovilizándole. No habían poderes divinos, técnicas secretas o magia involucrados. Eran maniobras de batalla básicas, simples y bien practicadas a lo largo de milenios. Era la voz de la experiencia, del esfuerzo constante, la que ahora tomaría el control del combate.
La maga egipcia miraba a su oponente sin terminar de comprender lo que sucedía. Había perdido las riendas de la situación en un abrir y cerrar de ojos. Había perdido su báculo en el altercado, y la cazadora sobre ella le impedía de mover las extremidades, además de hacerle difícil el respirar.
—Q-quítate... ¡Quítate de encima!—gruñó.
—¿Por qué no sois mejor tú y tu compañero los que os quitáis de debajo mío?
El primer puñetazo aterrizó sobre el rostro de la maga con una potencia insospechada. Zoë dejó salir la rabia acumulada por milenios, el dolor del rechazo, la traición, el odio y la muerte misma. La sangre de Zia salpicó el suelo en todas direcciones. Los espectadores guardaron un pesado silencio. Aquel combate ya no era divertido o entretenido. Aquello era sólo brutalidad.
"Oh, mierda..."—pensaba la maga—. "Ese golpe... Mi cabeza da vueltas..."
Un segundo puñetazo impactó en su craneo, y otro, y otro. Cada vez más sangre, sudor y lágrimas se mezclaban en el suelo. Zoë se estaba destrozando los huesos en las manos, pero poco o nada le importaba. Sólo quería terminar con todo lo antes posible. Tenía miedo del dios sol que había visto por un segundo en la mirada de su contrincante, y tenía miedo, aunque se negaba a admitirlo, de morir otra vez.
—Una vez que estás atrapado en esa posición, es difícil salir—reconoció Reyna—. Esa maga no podrá escapar.
Y otra vez, en un constante festival de golpes, carne molida y huesos triturados, Zoë seguía golpeando y Zia luchaba por mantener la conciencia, de aferrarse a la vida.
"Es... es... inútil..."—pensaba—. "No puedo seguir así... Debo... ¡¡Debo hacer algo!!"
Con una explosión, el cuerpo de la hechicera estalló en llamas aún con la cazadora encima. Zoë soltó un ensordecedor rugido de dolor, con la mirada perdida en un mar de agonía pura.
—¡¡WOOH!! ¡¡UN CONTRAATAQUE ARDIENTE DE ZIA!!—exclamó Heimdall—. ¡¡ESTÁ QUEMANDO LAS PIERNAS DE ZOË!! ¡¡ELLA NO TIENE MÁS REMEDIO QUE DESHACER LA POSICIÓN DE MONTAJE!!
—¡Vamos!—bramó Zia—. ¡¡Quítate de encima!!
Un nuevo puñetazo le cerró la boca. Y siguió la cazadora, golpeando y golpeando, cubriendo su cuerpo de sangre y ceniza mientras con cada puño imaginaba que golpeaba uno de sus viejos demonios: sus hermanas, su padre Atlas, el mismo Heracles.
—¡¡A Z-ZOË... NO LE IMPORTA QUE SU CUERPO ESTÉ ARDIENDO!! NO... ¡¡NO SE DETENDRÁ!! SUS GOLPES IGUALAN A UNA LLUVIA DE ESTRELLAS. ¡¡NADIE PUEDE DETENERLA!!
"Es... estoy... perdiendo... la conciencia..."—reconoció Zia, mientras el mundo a su alrededor se volvía negro y el dolor se tornaba lejano y sordo—. "Ella... es un monstruo... tiene una determinación tan fuerte... no hay... manera en que yo... la supere..."
Y a través de la negrura de su inconsciencia, en donde sólo había un vacío iluminado por un lejano sol, Zia se encaminó hacia la oscuridad, esperando la mano amiga de Anubis para reclamar su alma.
—Has estado genial, Zia—dijo una voz a su espalda—. Fue una gran pelea, digna y ardiente como tú. Pero ya es tiempo de que termine.
La maga se volvió hacia su interlocutor. Carter le observaba con un rostro sereno, había cierta preocupación en sus ojos que a duras penas se las arreglaba para ocultar, pero sonreía, como si la victoria en aquel torneo ya fuese suya.
—Alguna vez me dijiste que temías no tener la fuerza para controlar el poder de Ra. Temías hacerme daño. Después de perder a tus padres y a Iskandar no podías permitirte más dolor.
El joven faraón tomó su mano y la atrajo hacia si en un fuerte, a la vez que tierno, abrazo.
—Pero eres fuerte, Zia. El poder de Ra es tuyo para usar, no para dañar, pero para proteger a quienes te importan. Walt, Amos, Sadie... todos son de mi absoluta confianza, pero sólo tú puedes ser mi reina. Retírate del combate o sigue luchando, pero hazlo rápido. Ganes o pierdas, no quiero seguir viéndote sufrir.
Zoë seguía golpeando el maltrecho y destrozado cuerpo de su oponente, izquierda, derecha, izquierda, derecha sin detenerse.
—No puede ser—murmuró Thalia—. Zia... ¿está inconsciente?
Reyna suspiró aliviada.
—Si es así, unos pocos ataques más y Zoë ganará, ¿no es así...?
—Espera...—señaló otra cazadora.
—¡Miren!
Zia Rashid abrió su ojo bueno de golpe, con el fuego renovado en su mirada. El puñetazo de Zoë fue respondido por un ardiente golpe propio de la maga, y la explosión resultante de humo y sangre sacudió el cielo.
—Quizá fue una proyección de su Ba, quizá fue sólo mi imaginación...—murmuró Zia—. Pero, sin importar qué, él apareció... y tan sólo verlo me dio todo lo que necesitaba para levantarme otra vez... ¡¡Voy a ganar en el nombre de mi faraón, el rey de todo Egipto!!
Zoë lanzó otro golpe. Zia respondió con el suyo propio. Y otra vez, y otra. La batalla se convirtió en una tormenta de puñetazos que se encontraban en el aire y chocaban con la furia del sol y las estrellas.
—Increíble...—murmuró Reyna—. ¡Está contrarrestando la fuerza de Zoë con potencia de fuego!
Zoë redobló sus esfuerzos por ganar, cada vez golpeando con más ferocidad.
—¿Por qué os seguís levantando? ¿Por qué es que seguís luchando? ¡¿Por qué es vuestro faraón tan importante?!
Y Zia respondió duplicando la potencia de sus ataques al tiempo que rugía con determinación.
—¡¡Podría preguntar lo mismo sobre tu diosa, pero hablar no nos llevará a nada, ¿no es así?!!
La maga dejó de interceptar los puños de la cazadora y, en su lugar, se revolvió y se aferró al cuerpo de su adversaria en un letal abrazo.
—Diosa del ocaso, piensas que al anochecer el sol pierde poder y le entrega su reino a la luna—murmuró la maga—. Quizá sea así para los griegos, pero en Egipto, la noche es cuando el sol brilla más... ¡Brilla trayendo balance a través del mundo de los muertos!
Zia estalló en llamas, convirtiéndose en un gigantesco pilar ígneo que se elevaba hasta el infinito.
—¡¡ZIA ESTÁ QUEMANDO SU CUERPO!! ¡¡CON ESTO, ZOË YA NO TIENE ESCAPATORIA!! ¡¿PLANEA HACERLA ARDER SIN PARAR DE ESTA MANERA?!
Seth, contemplando desde la distancia, se permitió una cruel sonrisa.
—Zia ya no tiene fuerzas para controlar el fuego. Todo lo que queda es que las llamas se desaten. ¿Cuál vida arderá primero?
Zoë, con su último hilo de conciencia, usó su brazo derecho para lanzar un último golpe, un puñetazo que encerraba en él hasta la última gota de sus fuerzas.
—¡¿Volvió a atacar estando en ese estado?!—se sorprendió Thalia.
No soy nada más que estrellas que brillan en el cielo.
Un dibujo imaginario, creado al conectar aquellas luces del Éter.
Soy una diosa exiliada, una ninfa del ocaso que fue tragada por la noche.
Fui una cazadora que perdió a su diosa, y fui una hija asesinada por su padre.
Y ahora no soy nada, pues he sido consumida por las llamas de una deidad iracunda...
El brazo derecho de Zoë se desintegró al impacto con el craneo de Zia, convertido en poco más que cenizas ardientes.
—A-Artemisa... mi señora...—murmuró, mientras caía de lado, sin fuerzas, contra el suelo en medio de un profundo silencio—. Lo lamento... no os he servido bien... Ahora vuelvo a las estrellas... puedo verlas otra vez...
Y con la suave caricia de la brisa, se deshizo en polvo estelar, volviendo al cosmos por donde había venido y dónde siempre perteneció.
—ZOË... ¡¡DESAPARECIÓ!!—exclamó Heimdall—. POR LO TANTO, LA GANADORA DE LA DÉCIMO-TERCERA RONDA DE LA PRIMERA FASE ES... ¡¡ZIA RASHID!!
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