Dos anillos malditos:
UN PRIMER GOLPE PARA COMENZAR LA VERDADERA BATALLA
Clarisse fijó sus ojos en su oponente, quien respiraba agitadamente y se aferraba al pedazo de madera deshecho que tenía por arma.
—Sí...—murmuró Meg—. Empiezo a recordar como moverme...
Ares se cruzó de brazos y alzó una ceja.
—Oh, esto es interesante...
Chris Rodriguez tenía los ojos abiertos de par en par, mientras se inclinaba sobre las gradas para ver desde más cerca.
—Imposible...—balbuceó—. La defensa de Clarisse, capaz de enfrentarse por sí sola a ejércitos de monstruos... ¿fue superada?
La hija de Ares sonrió con salvajismo mientras se llevaba una mano a la herida.
—Gamberra...
Apolo comenzó a aplaudir, emocionado.
—¡Esooooo! ¡Sigue así Meg!—gritó—. ¡Atravesó la lanza de su rival en un parpadeo!
—Así es—asintió orgullosa Luguselva—. Yo la entrené, después de todo. Pelea como cabe esperar de ella.
—Los hijos de Deméter siempre han tenido un gran talento nato en el manejo de la espada—murmuró Poseidón—. Pero esto... simplemente tomar un arma y balancearla después de años sin combatir, va mucho más lejos de lo que jamás creí.
Meg miró su espada deshecha y se volvió hacia el palco de los dioses.
—Dijeron que podríamos usar cualquier arma que alguna vez tuvimos, ¿no?
Incluso a la distancia, fue capaz de notar cómo Odín asentía con la cabeza.
—Bien... en ese caso...
Extendió su mano y se concentró brevemente, el aire refulgió con intensidad y pronto un gladius romano se materializó frente a ella.
—¿Qué hace?—murmuró Luguselva—. Debería haber invocado sus cimitarras.
—Ella renunció a esas espadas—explicó Apolo, negando con la cabeza—. Se rehusa a aceptar las armas que le fueron dadas por Nerón.
—¿Y esa hoja que ahora porta?—preguntó Poseidón.
—Si mal no recuerdo, era de una de sus hermanas adoptivas—respondió el dios solar—. Se la quitó en medio de la batalla en la Torre de Nerón como remplazo para sus anillos. Realmente no mentíamos con eso de "todas las armas".
Deméter miró con tristeza el campo de batalla.
—Y aún así... decidió no empezar la pelea con un arma real en manos...
—Mucho me temo que no será suficiente—terció Lu—. Tal vez mi retoño no desease participar en primer lugar, pero ya fue testigo de la participación de Cómodo en el torneo. Si quiere evitar que otros como él se hagan con el favor de los dioses, deberá ganar esta batalla. Y no hay forma en que se alce victoriosa sin un sacrificio, no sin antes aceptar que, por cruel que haya sido, fue forjada por su pasado.
—No puede correr y renegar de él—asintió el dios de los mares—. Debe aceptarlo y abrazarlo para poder seguir adelante...
Mientras el sol se ponía a la distancia y Meg McCaffrey se preparaba para descansar después de un largo día de trabajo en la tierra, un destello dorado iluminó por completo el Aeithales, forzando a la joven a apartar la vista.
Al volverse nuevamente, no pudo evitar que se le escapasen las lágrimas de alegría.
—¡Lester!
Apolo le sonrió, habiendo adoptado la apariencia de un joven de diecisiete años, y la recibió de brazos abiertos con un gran abrazo.
—Me alegro de volver a verte, Meg.
La hija de Deméter se separó de él y lo miró con suspicacia.
—Oye, no te ofendas, pero han pasado años desde la ultima vez que te vi—dijo—. Y hasta donde sé, los dioses no son mucho de visitas sociales.
Los ojos de la deidad se oscurecieron levemente y se rascó la cabeza, algo apenado.
—Tienes razón—admitió—. Realmente lamento tener que pedirte esto, y siéntete libre de rechazar mi petición, pero necesito a una campeona, a un héroe para cumplir una misión, y no hay nadie en quien confíe más para ello.
La semidiosa se cruzó de brazos, dudando.
—¿Qué clase de misión?—cuestionó—. Yo no... no soy lo que era antes al momento de luchar.
—Lo comprendo, de verdad. Pero, mira, la misión no es peligrosa, sólo demandante. Hay mucho en juego, pero la teoría dice que tu vida no estaría en riesgo.
—¿La teoría?
El dios se encogió de hombros.
—Ya sabes cómo son estas cosas.
Meg guardó silencio por un tiempo, momento que Apolo aprovechó para mirarla con más atención. Había crecido lo suyo en los últimos años, se le notaba más sabia y serena, como un árbol que poseía raíces firmes y saludables bien ancladas bajo el suelo.
—Hermanita, te lo repetiré, no tienes que aceptar si no lo deseas, siempre puedo pedirle a Kayla o a Austin que luchen en mi nombre, pero quería que supieses que eres mi primera opción, y, tampoco lo negaré, me daba una excusa para visitarte después de tanto tiempo.
La joven acarició la crin de su unicornio, el cual había sido un regalo del propio Apolo cuando se despidieron años atrás.
—¿Qué tendría que hacer en el caso de aceptar?—preguntó.
Apolo miró hacia los cielos.
—No puedo dar muchos detalles—suspiró—. Pero en resumen, te quedarías algunos días en el Olimpo, y tendrías que cumplir con diversos encargos que te haga mi padre, los cuales involucran luchar contra muchas cosas.
—Luchar contra muchas cosas... lo típico—agachó la cabeza—. Y si voy al Olimpo... ¿estarán allí todos los dioses?
Apolo sonrió con una triste empatía.
—Tu madre estará allí—prometió—. Querrá conocerte en persona... quizá puedan hablar de plantas o... de lo que sea, en realidad. Sea como fuere, ella te estará apoyando en todo momento, y la verás hacerlo.
Meg alzó la mirada.
—Lo haré—aceptó—. Tú... sólo dime cuando partir.
La mente de la joven estaba puesta en el pasado, en ese momento de su vida que podría catalogarse tanto como el más traumático como el más catártico.
Se veía a sí misma, en la Torre de Nerón, encarando a su padrastro tras seis meses de viajes y luchas por todo el país liberando los oráculos de Apolo.
—Todo se vuelve mucho mucho más difícil cuando despiertas a la Bestia—le decía el emperador—. No querrás volver a tomar la decisión equivocada, ¿verdad? Y perder a otra persona como perdiste a tu padre.
Señaló a una docena de germani cubiertos de polen, a la pareja de cinocéfalos que le hacían de guardia y sus otros siete hijos adoptivos semidivinos; todos les lanzaban miradas asesinas como si, a diferencia de las dríades que atacaban a Apolo, estuviesen encantados de hacerles pedazos.
Su mente hacía cálculos a toda velocidad, buscaba descubrir a cuántos enemigos podría enfrentar a la vez y cuánto tiempo le tomaría al ex-dios recuperar su arco.
A pesar de su destreza, dudaba que pudiera defenderse de veintiún enemigos. Y luego estaba el propio Nerón, que tenía la constitución de un dios menor. A pesar de su ira, Meg se veía incapaz de mirarlo a la cara.
Y aunque comenzaba a concebir la idea de que no quedaba esperanza, se mantuvo firme en su sitio.
—Yo no maté a mi padre—dijo con un hilo duro de voz—. Yo no le corté a Lu las manos ni esclavicé a esas dríades ni nos trastoqué a todos por dentro.—Señaló a los demás semidioses de la casa con un movimiento de la mano—. Lo hiciste tú, Nerón. Te odio.
La expresión del emperador se tornó triste y cansada.
—Entiendo. Bueno... si te sientes así...
—No se trata de sentimientos—le espetó Meg—. Se trata de la verdad. No pienso hacerte caso. Y no pienso volver a utilizar tus armas para pelear.
Tiró al suelo sus anillos gemelos, y dio fin al ciclo de abuso en el que había quedado atrapada hacía tanto tiempo.
—Meg es fuerte—decía Apolo—. No importa lo que tome, seguirá adelante...
—El retoño tiene un poder simplemente monstruoso—estuvo de acuerdo Luguselva—. Incluso si tiró sus espadas, podrá competir contra su oponente... la entrené para eso... la críe para eso.
En el campo de batalla, a joven había vuelto su cabeza hacia aquel sector de las gradas, y aunque era consciente de la presencia de Apolo y Lu, sus ojos estaban clavados sobre la figura de Deméter, quien también le veía silenciosamente.
Tras un momento de conexión mutua, la diosa sonrió levemente y asintió con la cabeza en gesto de aprobación, lo que, sin saber exactamente por qué, despertó un poderoso sentimiento de alegría en el interior de su hija.
Clarisse señaló a su oponente con Maimer, forzándole a devolver su atención al encuentro.
—Ya tuviste suficiente descanso—le espetó—. Mi lanza tiene sed de sangre, has despertado a una bestia con la que no querrás encontrarte.
La forma en la que la hija de Ares se había llamado a sí misma como una "bestia", incluso bajo un contexto tan distinto, hizo que los instintos de alarma de Meg entrasen en alerta máxima.
—La Bestia está muerta...—murmuró—. Yo la maté.
Clarisse soltó una carcajada e hizo girar su lanza.
—Me caes bien, niña—decidió—. Tienes espíritu, aún si sigue medio dormido.
Se puso en guardia, flexionó las piernas y apuntó su arma, la cual empezó a crepitar violentamente.
—Continuemos, McCaffrey—dijo—. ¡¡Te devoraré por completo!!
Los espectadores se pusieron en guardia por mero instinto, lo que hizo que la sonrisa de Ares se ensanchase.
—Así que finalmente empezarás a jugar en serio, ¿eh, niña?
Meg balanceó de un lado a otro la espada que en el pasado le había pertenecido a su hermanastra Aemillia, como si su cuerpo recién estuviese recordando la sensación de tener un arma real en las manos, el tacto con el cuero, el peso y el equilibrio del metal, la certeza de que cada movimiento a realizar tenía que ser bien medido o alguien podría salir herido.
—No sé de donde viene todo ese deseo de violencia...—dijo—. Es obvio que jamás fuiste obligada a matar en contra de tu voluntad... que jamás te blandieron en contra de inocentes...
Apuntó su espada.
—Quizá... tenga que ponerte en tu lugar a base de golpes...
"Si Cómodo estaba aquí, nada me garantiza que Nerón no se oculte en alguna parte"—pensó—. "Si tengo que pasar sobre ti para poder detenerlo... que así sea".
Ambas guerreras se vieron a los ojos con sus armas en alto, la presión en el estadio se volvió insostenible y los músculos de las oponentes estaban tensados como los de un depredador listo para abalanzarse sobre su presa.
—Vamos...—la voz de Ares resonó por los cielos a todo pulmón—. ¡¡Hagan correr la sangre de una puta vez!!
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Meg salió disparada a toda velocidad como una saeta, convirtiéndose en una borrosa mancha que se aproximaba hacia su enemiga directamente.
—¡QUÉ RAPIDEZ!—gritó Heimdall—. ¡MEG HA HECHO EL PRIMER MOVIMIENTO!
Clarisse sonrió salvajemente, sus ojos relucieron y sus músculos dejaron ir toda la presión acumulada de golpe en una brutal estocada que destrozaba el suelo a su paso.
"¡¡Es mucho más veloz que antes!!"—pensó Meg fugazmente.
Los rayos eléctricos volaron en todas direcciones, pero no golpearon a su objetivo.
Meg esquivó el embate de su oponente agachándose por debajo de la lanza y alzando su espada para desviar la trayectoria de la misma lejos de su cuerpo.
Sin perder el impulso en lo más mínimo, la hija de Deméter siguió avanzando frontalmente, a lo que la asesina del drakon sólo pudo responder con una nueva sonrisa.
—Veamos... ¡¡Qué haces con esto!!
Sin retroceder ni por un segundo, corrigió el movimiento de su lanza, alzándola por sobre su cabeza y bajándola nuevamente en un golpe de devastador poder.
La hija de dos creadores alzó su espada por sobre sí, deteniendo el impacto con ésta.
Lastimosamente para ella, la abrumadora potencia de la hija de Ares superó todas sus expectativas, aplastándola rápidamente bajo el peso del arma.
"Esto no me gusta..."—pensó la joven—. "Esto no me gusta para nada..."
Ares se llevó una mano a la barbilla y sonrió satisfecho.
—Todo terminará ahora—decidió—. Simplemente la hará polvo contra el suelo.
Haciendo acopio de toda la fuerza que tenía, Meg afianzó el agarre sobre la espada, y mientras sus pies se enterraban profundamente en el suelo y la sangre chorreaba desde sus heridas, apretó los dientes y trazó un arco ascendente.
"¡No voy a morir aquí!"—se dijo a sí misma—. "¡No de esta estúpida forma!"
Una explosión carmesí sacudió el estadio hasta sus cimientos, los ojos de Clarisse se abrieron de par en par por la sorpresa, y Meg se alzó ante ella, habiendo partido a Maimer por la mitad.
—Hay, no otra vez...—murmuró Chris—. ¿Cuántas veces van a destruir a esa pobre lanza...?
La punta del arma quedó hundida profundamente en el suelo, mientras que Clarisse retrocedía desequilibrada.
"Esto no me gusta..."—pensó.
Meg saltó sobre ella, alzando su espada por sobre su cabeza y con la mirada oscurecida.
—Lo siento—se disculpó—. ¡Este es el fin!
Trató de soltar su golpe, pero se vio incapaz de bajar su arma.
—¿Qué...?
Clarisse sonrió. En un movimiento casi imperceptible, había desenvainado su cuchillo de caza y había frenado sólo con él el embate de su oponente.
—Bueno, gamberra, eso estuvo cerca, lo reconozco...
—¿Cómo...?
—Pero todavía estoy calentando...
Usando su brazo libre, la hija de Ares le asestó un puñetazo a su oponente con tal fuerza que la mandó a volar hasta la otra punta de la arena, arrancándole el aire de los pulmones.
"¿Es una mala broma?"—pensó Meg distraídamente, mientras era lanzada de espaldas fuera de control.
La joven aterrizó violentamente sobre el suelo, siendo arrastrada varios metros antes de quedar tendida e inmóvil.
—¿Q-qué...?—balbuceó Apolo.
—Admito que no vi venir ese golpe...—murmuró Luguselva.
—¿Ganó?—preguntó Chris—. ¿Ella ganó? ¡¡Clarisse ganó!!
La hija de Ares respiró profundamente y soltó una risa.
—Je... ¿no estuvo mal, eh?
Apolo se agarró la cabeza, incapaz de procesar lo que veía.
—¿Cómo hizo esa bruta para arrojarla hasta acá?—preguntó, incrédulo.
Deméter se abrazó a sí misma.
—Hija mía... ¿qué hemos hecho al traerte aquí...?
—¡Despierta, Meg!—pidió Apolo—. ¡¡Meg!!
—Jamás pensé que pudiese ser derrotada por un único golpe de esta forma...—dijo Poseidón, impresionado.
Luguselva miró hacia abajo a la joven y endureció su tono.
—Déjate de juegos, retoño—dijo con seriedad—. Si realmente quieres ganar ahora, tendrás que hacer sacrificios, ¿estás dispuesta a ello?
Apolo le miró como si se hubiese vuelto loca.
—¡Oye! ¡¿No le estarás pidiendo que...?!
—Cierra la boca, Lester...—murmuró Meg, con la voz temblorosa.
Con dificultad, la hija de Deméter volvió a ponerse en pie, respirando agitadamente y bañada en sudor.
Durante mucho tiempo, el talento de la semidiosa se había mantenido dormido, oxidado. Pero ahora, ante la presencia de una oponente simplemente formidable que brillaba como la luz solar, las raíces de Meg McCaffrey se fortalecieron y crecieron una vez más.
Lo único que ahora se interponía en su camino, era su propia tendencia a huir del pasado... y la existencia de una guerrera que no parecía conocer límites al momento de luchar.
—¡Vamos, gamberra!—urgió Clarisse, con sus ojos reluciendo de emoción.
Meg se limpió el hilo de sangre que corría desde su boca y la miró fijamente a manera de desafío.
—Eres más fuerte que yo... lo reconozco...
Sus manos refulgieron con intensidad, dando paso así a la aparición de un par de anillos dorados en sus dedos corazón.
Luego, dichos anillos se transformaron de golpe, extendiéndose y convirtiéndose en un par de hojas curvas gemelas de oro imperial.
Como un retoño surgido entre el asfalto que tenía contacto con la tierra fértil por primera vez, las raíces de Meg McCaffrey absorbieron todos los nutrientes que su nueva oponente le proporcionaba.
Apolo guardó un silencio de muerte mientras veía cómo aquella que consideraba su hermana se volvía a alzar en el campo de batalla.
—¿Qué tenemos aquí...?—preguntó Ares al aire.
Para hacer frente a la destrucción pura que traía su contrincante, la hija de Deméter volvió a abrazar el estilo de lucha para gladiadores en el cual había sido instruida desde pequeña con el expreso propósito de matar.
DIMACHAERUS: DOS MACHETES
—Ahora ya he tenido suficiente de ti...
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