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Aquel que resguarda el castillo:


—¡¿AL BORDE DE LA MUERTE, LUKE CASTELLAN VOLVIÓ A LEVANTARSE?!—exclamó Heimdall, dando voz a la sorpresa de los espectadores—. ¡¡SIN SU BRAZO IZQUIERDO, INCLUSO CON SU VIDA COMENZANDO A DESVANECERSE, AHORA ESTÁ DE PIE POR PURA FUERZA DE VOLUNTAD!!

Y allí estaba él, el hijo favorito de Hermes, el ladrón del rayo que diese la espalda a los dioses e hiciese un trato con el diablo a fin de obtener el poder de derrocarlos, de destruir el Olimpo piedra por piedra, alzado orgulloso, sangrante y herido con la guadaña del tirano Crono en mano, retornando desde el inframundo para revelarse contra el faraón de todo Egipto y su divino poder.

—I-idiota...—murmuraron aquellos campistas griegos que en su momento luchasen a su lado.

—Ese tipo no es poca cosa...

—Ese hombre es persistente.

Lo habían entendido, recordaban por qué lo habían seguido en primer lugar, más allá de las vacías promesas de Crono, más allá del rencor hacia sus ausentes padres, recordar la confianza que aquel hijo de Hermes inspiraba, recordaban la admiración que despertaba, y se dieron cuenta de que Luke Castellan no dejaría de luchar hasta haber encontrado muerte o victoria, nada más.

—¡¡Vamos, Luke!!

—¡¡No pierdas contra ese dios!!

Y mientras más gritaban sus seguidores, sus amigos, sus hermanos traicionados y abandonados que ahora volvían a su lado, a los que ahora podía sentir en su corazón, cargándolos sobre su espalda, Luke más sonreía, cerrando los ojos, habiendo hallando una extraña paz. Sabía con toda la certeza del mundo que todos le miraban, amigos, enemigos y desconocidos. Sabía que Thalia y Annabeth podían verlo, estaba seguro de ello. Ya no podía fallar.

"Puedo escucharlos"—pensaba—. "Las voces de la gente..."

¿Era así como se sentían los dioses? ¿Así era escuchar a centenares de fieles devotos que te rezan y confían ciegamente en ti aún sin garantías de ser oído?

Si así era, ¿cómo podían las deidades ignorarlos tan a menudo? ¿Cómo podían no darlo todo hasta haber hecho todo en su divina mano por ayudar? En una cosa tenía razón Carter, él no podía reemplazar a los dioses, no al menos sin demostrar antes que era mejor, y eso lo haría allí y en ese mismo instante.

—Annabeth...—Percy tomó cuidadosamente la mano de su novia—. Creo que Luke no tiene pensado perder, ¿eh?

La hija de Atenea tardó un momento en responder. Tenía la vista fija sobre el campo de batalla, congelada en su sitio, con los ojos rebosantes de lágrimas.

"Luke... así que has estado luchando todo este tiempo... para mantener la promesa que nos hiciste"—pensaba—. "Pero aún si te enfrentas contra los mismos dioses para defenderla, una promesa ya rota vale menos que nada..."

—Veamos esto hasta el final—decidió—. Hasta el último momento.

Lentamente, ambos combatientes se ponían en guardia, preparando sus técnicas finales, apuntándose con sus armas y sonriéndose mutuamente en gesto de respeto. La guadaña de Crono y las herramientas de Ra emitían poderosas auras que chocaban entre ellas y se repelían con violencia. Ambas fuerzas no podían coexistir en aquella arena, no había equilibrio u armonía posible, sólo quedaba por opción la completa aniquilación de una de las dos.

—Vaya, vaya...—silbó Litierses.

—Sus poderes sobre el tiempo no surten efecto y ya no tiene el brazo izquierdo—comentó Luguselva—. Ya puede darse por muerto...

—No—interrumpió Meg—. Mira los ojos de Luke... no se ha dado por vencido.

—Así que todavía tiene alguna especie de plan, ¿eh?—cuestionó Apolo.

Luke estaba listo, era el todo o nada. Sus heridas internas se abrían otra vez, manando sangre a chorros, destrozándolo desde adentro. Se desangraría en cuestión de minutos, pronto estaría muerto, pero ya no tenía otra opción.

Alzó en alto la guadaña del retorcido señor de los titanes y con un espectacular bramido hizo los vientos rugir y arremolinarse a su alrededor. Sus ojos de oro macizo refulgieron al rojo vivo en la intensidad de mil soles, cubriendo el anfiteatro al completo con su perverso resplandor, oscureciendo todo lo demás en consecuencia.

Carter sonrió, sosteniendo con firmeza el Cayado y Látigo de Ra, cada uno en una mano, listo para utilizar ambas sagradas herramientas y dar por concluido su deber como faraón, su gran misión como rey, monarca y emperador del magno mundo de las pirámides, de la tierra de los faraones, de las arenas del desierto y las riveras del Nilo. Era él faraón de todo el Alto y Bajo Egipto, era él el dios de los cielos y la guerra, el patrón de los reyes y protector del orden y la justicia.

—Me siento orgulloso por haber podido luchar contra ti—reconoció, con sus ojos anómalos rivalizando en luminosidad a aquellos de luz, emitiendo luz dorada como el sol invicto y plateada como la luna llena.


DIOSES Y HOMBRES, MAGOS Y SEMIDIOSES...


Cada ojo en la arena podía sentir que el siguiente choque sería el último de la primera ronda de aquel torneo.


Y EL PRIMERO EN HACER UN MOVIMIENTO...

FUE EL REY DE TODO EGIPTO.


Carter cargó de frente, envuelto en luz, convertido en un celestial cometa divino, empujando a dos manos mientras cruzaba sus brazos, lanzando senda estocada con el cayado del faraón y haciendo restallar su látigo al tiempo. Era un golpe aterrador cargado con todo el poder que Horus podía otorgar.

—¡¡Esquívalo!!—suplicó Annabeth, casi saltando de su asiento—. ¡¡Debes esquivarlo!!

Contra ese ataque tan poderoso del faraón de todos los dioses de Egipto, que parecía podría matar con un simple roce...


EL LADRÓN DEL RAYO, SIN VACILAR...

LO DETUVO.


La guadaña de Crono se encontró con las herramientas de Ra por una última vez. Una onda de choque sacudió el tiempo y el espacio, desgarrando la realidad misma, alterando la Duat y abriendo multitud de portales que como grietas en el universo se esparcían y crecían sin control.

Todo el mundo se había preparado para el final...


A EXCEPCIÓN DE UN ÚNICO HOMBRE...


Los pies de Carter despedazaron el suelo bajo sus talones, rayos azotaron la tierra conforme orden y caos se debatían el control del magno anfiteatro del Olimpo. Y entonces, haciendo crecer el fulgor de su mirada un millón veces más, Luke empujó hacia delante, manipulando el tiempo mismo como nunca jamás hizo.

El faraón de todo Egipto abrió los ojos de par en par, notando como su cuerpo retrocedía desandando lo andado en automático, sin que él pudiese hacer nada al respecto, mirando impotente como era arrastrado hacia atrás lentamente pero con seguridad, abriendo los brazos hasta adoptar aquella postura que adoptase antes de realizar su gran ataque. Y, sin dejar de perseguirlo tan siquiera por un segundo, Luke desató toda su ira, toda su frustración guardada por años, desde que fuese un niño asustado hasta un alma errante en el inframundo, todo salió en ese momento conforme atravesaba el corazón de una deidad, empalando a Horus de lado a lado.

Se hizo el silencio.

—Magnífico...—reconoció Carter, con sangre brotando de su boca.

El cuerpo del faraón se tensó una última vez, apuntó las herramientas del faraón, buscando dar un último golpe, un último truco de magia que se llevase a su rival consigo, pero ya era tarde para él, y sólo bastó un veloz movimiento de brazo para que el hijo de Hermes le partiese limpiamente en dos.

—No esperaba menos... de ti...

Carter Kane cayó de espaldas, desangrándose a chorros, viendo el mundo desvanecerse ante sus ojos, sintiendo como el alma le era arrancada del cuerpo tras haber sido cortado por aquella hoja maldita.

"Así que... he fallado a mi deber como faraón..."—pensó fugazmente, mientras la Casa de la Vida al completo le miraba caer sumida en el más absoluto de los horrores.

—Perdónenme...

Desplomándose sin vida, el faraón de todo Egipto tuvo una última visión de su familia mirándole con incredulidad, su novia, su padre y su hermana, con lágrimas en los ojos y gestos de confusión. Sobre su hombro sentía la siempre firme y reconfortante mano de Anubis, sosteniendo su inmortal espíritu para evitar que golpease al suelo, para evitarle al monarca la humillación de inclinarse hacia su rival.

Y en medio de aquel espeso ambiente de dolor y muerte, solamente Luke permanecía en pie, con la piel humeando y el cuerpo sangrando.

—EL... EL GANADOR DE LA DÉCIMO-SEXTA BATALLA DE LA PRIMERA RONDA...

Las piernas no le respondían al hijo de Hermes, tropezó y amenazó con derrumbarse, únicamente manteniéndose en pie con la ayuda de su guadaña, apoyada en el suelo a modo de bastón. Sus ojos azules contemplaban el cuerpo sin vida del faraón, y sin entender muy bien por qué, pudo sentir una desagradable sensación de vacío abriéndose paso por su pecho, despedazando su corazón.

—El primero de los dioses... en perecer bajo mi espada...—murmuró—. Rey de todo Egipto... gracias...

—¡¡EL GANADOR ES LUKE CASTELLAN!!

Los magos egipcios bajaron la cabeza, rezando en silencio, lamentándose por aquella derrota que jamás tan siquiera imaginaron sufrir.


¡UNA ORACIÓN DE RECONOCIMIENTO AL GRAN REY!

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