Vacío (3 de noviembre)
La facilidad para olvidar la sangre de un crimen es proporcional a la cantidad derramada en el mismo. Y hoy he tenido que ver un reguero escarlata a lo largo de un jardín, desde la entrada de una vivienda, hasta un nogal imponente cuyas hojas eran sacudidas por el viento, como una señal que venía a recordarnos lo frágil que es la existencia. Vivimos creyendo que estamos a salvo, que las atrocidades del telediario les ocurren a otros en un mundo que se nos antoja ficticio, casi cinematográfico. ¡Qué arrogancia la nuestra!
Yamila Valdés, la mujer expulsada de la Residencia de Fender, apareció ayer acuchillada en su propio jardín. Y no vive en un barrio problemático donde suceden esta clase de cosas con frecuencia, sino en una urbanización que tiene vigilante nocturno, aunque eso no parece haber servido de mucho.
Hemos interrogado a los vecinos, a la familia y, lógicamente, al vigilante. Nadie oyó ni vio nada. «Un atraco que salió mal» comentó Gutiérrez. ¿Soy el único que encuentra cuando menos llamativo que esa muchacha escapara de una secta y que ahora esté muerta? Bueno, Ricardo, el padre de Yamila, opina igual que yo. Hasta me ha pedido que le lleve a Fender, para vengarse a su modo. Me he visto tentado a hacerlo, no por el dinero que prometía —suficiente para jubilar a cualquiera—, sino porque compartí, por un momento, la rabia que acumulaba.
El líder es peligroso, y Laura está ahí, con él, a su merced. No dejo de pensarlo, visualizando constantemente decenas de atrocidades en el interior de esa casa. A veces creo que mi mente me dará una tregua y que acabaré agotado, lo justo para quedarme dormido. Sin embargo, mi cuerpo resiste, demostrándome una vez más que no tengo ni puñetera idea de mi propio aguante. Sé que Laura es fuerte, de eso no me cabe duda, pero me resulta inevitable imaginarla en apuros y, por mucho que intente engañarme, ella encaja perfectamente en el perfil que Fender busca. Su condición emocional la sitúa bajo un foco brillante, y eso la convierte, de un modo indefectible, en firme candidata para ser una víctima. Y no, no puedo permitir que acabe como Yamila Valdés. Antes acabaré en la cárcel.
A todas estas, Gutiérrez ya sabe lo mío con Laura. No sé de qué me sorprendo, la verdad. El tipo no está ciego, y no hay más que atender a mi conducta para darse cuenta de que soy un pagafantas de campeonato. Al final, tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que lo mejor será no volver al punto de encuentro, si no quiero poner en riesgo a Laura. Espero que mi ausencia no la haga pensar que la he dejado sola a su suerte, o que ese sea el detalle que la anime a pasar al siguiente nivel con Fender. Sé que acabará tirándoselo y, pese a que mi nivel de posesividad con ella es tremebundo, reconozco que el sexo entre ambos es lo que menos me importa en estos momentos. No voy a mentir, me cabrea a niveles desorbitados que ese tío le ponga una mano encima, pero entre eso y saber que ella se enamorará de él, prefiero lo primero. No soportaría que su vínculo con él fuera más fuerte que el que mantiene conmigo. Sencillamente, eso me destruiría.
Cambiando de tema, llevo días enfadado con Fermín. Por lo visto, él es el único que sufre en esta vida y, claro, me han salido sapos y culebras por la boca. Ya no soportaba ni un minuto más sus chorradas de chiquillo egoísta que cree que, porque ha salido del armario, tiene potestad para herir a otros, sin consecuencias. Me enteré hace poco de que la ruptura con el roba suéteres no fue porque éste tuviera novia. Al parecer, Fermín ya conocía este hecho mucho antes de encamarse con él. Ambos mantenían una relación mientras engañaban a sus respectivas parejas, hasta que quedaron en cortar con las chicas para iniciar juntos una vida en común, sin necesidad de andar escondiéndose continuamente. Roba suéteres no tuvo las agallas de cumplir su parte del trato, de modo que Fermín le puso un ultimátum y el chico decidió seguir viviendo en la sombra. La cuestión es que Fermín se pasó una tarde entera criticándolo por ser un cobarde, entre otras muchas lindezas, y yo, que no estoy en mi mejor momento para ser paciente, le dije que criticábamos la paja en el ojo ajeno ignorando la viga en el propio. Y después de hacerse la víctima, diciéndome que era tremendamente injusto al decirle algo así, puesto que él sí había dado el paso de dejar a su novia, yo le recordé algunos nombres: Eva, Candela, Irma, Gracia, Marina, Olga... Al oírlos torció el gesto, sabiendo perfectamente que, al haberse acostado con todas esas tías mientras aún salía con Ángela, él no tenía ningún derecho a recriminarle nada al roba suéteres. Hasta ahí me ceñí a la verdad, a hacerle ver que él tampoco era perfecto y que no tenía ningún derecho a reprocharle nada a un tipo que había estado haciendo exactamente lo mismo que él. Pero luego agregué: «Dios los cría y ellos se juntan».
Estuvo mal, muy mal por mi parte. No dejo de darle vueltas a la gran cagada que supuso decir aquello. Y no por la frase en sí, sino por el momento en que lo hice. Fermín y yo mantenemos, o manteníamos, una relación de amistad basada en decirnos las verdades, por mucho que éstas nos jodieran. Pero es importante saber cuándo y cómo decirlas. Eso lo he aprendido a las malas.
Tras la disputa, donde él tampoco se quedó corto y me llamó de todo —como es normal—, agarró sus cosas y se marchó. Mi orgullo no es muy rencoroso, de manera que al día siguiente lo llamé para hacer las paces. Me dijo que las cosas no se pueden olvidar tan fácilmente, que estaba convencido de que volveríamos a ser amigos, pero que ahora necesitaba alejarse. Y lo respeto, sólo que, al cabo de un rato, una voz masculina le preguntó con quién hablaba. Y no, no era la voz del roba suéteres, por lo que después de dedicarle una risa de sarcasmo, agregué: «De acuerdo, hermano. Pero hasta tú en este momento sabes que tengo razón».
Han pasado cinco días desde entonces, y no he vuelto a saber de Fermín. Por un lado, siento que es lo mejor. No puedo andar relacionándome con alguien de tan pocos valores. Sin embargo, por otro, echo de menos a mi amigo, al tipo que, al menos en lo que a mí respecta, jamás me ha fallado. Supongo que en casos como este lo mejor es esperar. Esperar... Qué verbo más impertinente... Me angustia esperar. Por Fermín, por un ascenso que no llegará, por el amor de mi madre —que tampoco llegará—, y por Laura. Estoy esperándola, aun siendo consciente de que no me quiere. ¿Que por qué me hago esto? ¡Me va el masoquismo! No se me ocurre otra explicación.
Esperar... ¿A qué? ¿A darme cuenta de que Fermín no va a dejar de pensar en sí mismo? ¿A ver cómo ascienden a un impresentable que buscará el menor atisbo de error para suspenderme? ¿A descubrir cualquier día de estos una foto de familia en la que yo no salga? ¿A asumir la pérdida de Laura?
En fin, estoy escribiendo esto en mi cafetería favorita, retrasando el momento de volver a casa por temor a enfrentarme a una soledad horrorosa tras la puerta. No quiero volver a fumarme una cajetilla entera de cigarros en dos horas, ni beber para intentar quedarme dormido. Tampoco quiero mirar el teléfono y encontrarme otro vídeo de Rita, o lo que es peor: una llamada perdida de mi madre.
Quizá hoy me aguarde una sorpresa grata. O tal vez lo peor esté por venir. Con mi mala suerte, me inclino más por lo segundo... Al menos he cenado como un rey, y menos mal, porque llevaba dos días sin comer nada y con tantos malos hábitos he bajado mucho de peso. Me hacía falta bajar algunos kilos, pero no tantos. En cualquier caso, hoy creo que podré dormir, y eso, dadas mis circunstancias, es digno de celebración.
*Imagen de StockSnap (Pixabay)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro