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Scorsese, muchas gracias (12 de diciembre)

En una escala del 1 al 10 Laura me gusta 500. He intentado olvidar el episodio del vestuario y seguir tratándola como a una compañera más, pero me resulta imposible. Así pues, hoy me he armado de valor y le he ofrecido ver una película en casa. Tras decirle que tenía una edición especial de Taxi Driver, se le han iluminado los ojos, y ya una vez le he comentado que haría una pizza al estilo siciliano, me ha dedicado una sonrisa y ha dicho: «De acuerdo, mañana en tu casa a las 7».

Creo que mi circulación sanguínea jamás ha ido tan acelerada. Al fin tendré un momento de intimidad con ella, podremos comprobar si aún tenemos una cuenta pendiente o si por el contrario toca pasar página y a otra cosa.

En momentos como este me gustaría tener una casa en lugar de un piso. Este espacio es diminuto, y para una sola persona es perfecto, pero cuando aparecen otros dos pies en escena el salón se convierte en una ratonera.

Llamé a Nonna para consultar un par de pasos de la receta de la pizza. Hacía tanto que no la preparaba que prácticamente me había olvidado de cuáles eran los ingredientes que llevaba la salsa. No tardó en preguntarme para quién hacía la cena. Por más que intenté irme por las ramas, supo que pretendía quedar bien con alguien, y entonces me dijo algo que no esperaba: «¿Has dejado a Rita porque te has encaprichado de otra?»

Tras explicarle que cenaría con una compañera de trabajo y por supuesto negar categóricamente semejante reflexión, Nonna soltó un «si tú lo dices...».

Me dolió. No esperaba que justamente ella me creyera capaz de buscar un parche para cubrir la herida de Rita. En lo que menos estoy pensando es en establecer una nueva relación. Es cierto que Laura me parece increíble —qué diablos, es una diosa—, pero pretender algo serio con ella aparte de poco realista me parece una irresponsabilidad. Primero porque somos compañeros de trabajo y no creo que debamos iniciar nada intenso, y segundo porque todavía no estoy preparado para volver a enamorarme. No me olvido de los últimos 6 años de mi vida. Hasta hace unas semanas mi ex estaba organizando nuestra boda, por lo que salir con Laura no me parece ni justo ni propio de alguien con principios.

Al margen de esto me apetece conocerla. Nos caemos bien y nos entendemos, así que supongo que no hay nada de malo en dejar que las cosas fluyan a su ritmo. Por lo pronto me conformo con pasar un rato agradable y reconciliarme con el sexo opuesto.

Mi abuelo Giuseppe solía decir que, en caso de hallarse arrastrado por una corriente, lo mejor es nadar a favor de ésta. Sin embargo, lo que está ocurriéndome ahora no puede catalogarse de marejada, ¡es un tsunami en toda regla!

Y lo peor es que me está gustando el paseíto.

Fermín me llamó anoche borracho perdido. Creo que últimamente sale mucho, quiero decir, más de lo habitual. No es sano andar bebiendo como un cosaco y luego empalmar con una jornada de trabajo. Algo debe estar pasándole, pero como se convierte en un muro cuando se trata de hablar de emociones, nuestra charla se ha limitado a contar chistes y poco más.

Tengo que descubrir qué le pasa. No sé cómo voy a hacerlo, pero es lo que me corresponde como amigo, ¿no? O tal vez no deba inmiscuirme. No es que haya dicho «necesito ayuda», por lo que ¿debo meter mis narices sin permiso?

Si fuera al revés, él seguramente vendría a casa cervezas en mano y su tanda de chistes bien cargada. Yo no puedo hacer eso con Ángela de por medio. Nunca nos hemos caído especialmente bien. Es buena chica, pero creo que me ve como una visita no deseada cada vez que me paso por su casa. La última vez su expresión fue de tal incomodidad, que desde entonces le digo a Fermín que quedemos en cualquier sitio menos ahí. Él no hace preguntas y yo no tengo que decirle lo que pienso. Nunca le he dicho nada malo respecto a Ángela, es más, apenas hablamos de ella pese a que llevan varios años juntos.

Es posible que esté cansada de las faltas de respeto de Fermín, cosa que yo mismo le he reprochado a él en más de una ocasión, pero eso no significa que yo tenga la culpa. La muchacha se bebió un par de copas en una barbacoa a la que asistimos y dijo que yo era «ese maricón» que estaba llevando por el mal camino a su novio. Y no empleó el término porque sí, algunos de la comisaría han estado llamándome así desde hace al menos año y medio. Al parecer que no quieras tirarte a cualquiera estando de servicio te convierte de forma automática en homosexual. Pues bien. Soy el mayor gay de la historia.

Me eché a reír entonces, la verdad. Siempre me ha parecido absurdo querer insultar a alguien aludiendo a sus tendencias. No sé muy bien qué reacción esperaba hallar de mi parte, sólo elevé mi botellín de cerveza y le dije que algunos ya teníamos el infierno asegurado por ir contra las sagradas escrituras.

Después de llevársela a casa, Fermín intentó pedir disculpas y yo lo frené en seco. No tenía que hacerlo, ni justificar los actos de otra persona, así que la cosa quedó en un evento extraño que ambos no volvimos a mentar jamás.

Qué manía tiene la gente de meterse en la vida de los demás, carajo. Si quiero o no estar con un tío, debería ser asunto mío y del supuesto tipo, digo yo. De todos modos, la pobre Ángela no puede estar más equivocada. Si pudiera ver las cosas que ando imaginándome con Laura, cambiaría de parecer rápidamente.

Sí, mi descenso al infierno una vez me vaya de este mundo es más que definitivo.


*Imagen de StockSnap (Pixabay)

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