Luchando contra el enemigo (21 de agosto)
Dicen que tragarse las malas energías trae consecuencias nefastas para la salud. No sé si será verdad o sólo un mito, pero honestamente creo que si no le doy un guantazo a Gómez pronto algo muy malo va a pasar dentro de mí.
Sí, ya sé que dije que las cosas con él estaban mejor, pero, por desgracia, hay bendiciones que no duran para siempre.
El muy cabrón se ha apuntado un tanto que no le correspondía delante de Gutiérrez y, no conforme con ello, se ha ofrecido para colaborar en el caso de la secta con Laura. Ella dejó muy claro que quería trabajar sola, que no precisaba ayuda, pero éste, que es un listo de mierda, ha dicho: «Respecto al caso de Rivas, señor, ¿no está tardando demasiado en dar noticias? A lo mejor es mucho para la chica...»
Me hervía la puta sangre.
Gutiérrez, que no es tonto, se ha dado cuenta de la jugada y le ha preguntado a dónde quería llegar, a lo que Gómez respondió: «Quizá podría infiltrarme yo también. Puede que no dentro de la Residencia, pero sí en el entorno de Fender».
Creí que el jefe descartaría esa opción, que respetaría lo pactado con Laura, pero no. Dijo que no era mala idea, puesto que «la agente Rivas» no había notificado avance alguno.
Gómez ya estaba esbozando esa sonrisa bobalicona que tanto detesto, por lo que, como un resorte y controlándome al máximo para no abofetear a ese bigotudo mediocre, me aventuré a decir: «Bueno, quizá para desarrollar esa tarea haga falta un agente con mayor experiencia».
Cabreado, el macho alfa de la comisaría se ofendió un poquito, imagino que sintió que lo estaba ninguneando delante de nuestro superior, así que me justifiqué con el hecho de haber estado infiltrado en dos operaciones complejas mientras que él seguía siendo virgen, «al menos en ese sentido» destaqué.
Como colofón añadí que al haber patrullado tantas veces juntos, Rivas y yo nos conocíamos bien sobre el terreno, y que eso nos beneficiaba a la hora de hacer equipo.
«¿Que la conoces mejor? No me hagas reír... ¡Qué sabrás tú lo que esa monada y yo hemos hecho!» dijo poniéndose de puntillas para parecer más alto.
Juro que me hallaba a punto de alzar el puño para romperle los dientes, cuando Gutiérrez intervino diciendo que yo era más adecuado para la misión.
Con voz azucaradita, Gómez expuso: «Pero señor, merezco esta oportunidad. Llevo meses demostrando que soy válido para el ascenso y quizá la resolución de este caso me otorgue puntos».
Como si el puesto que ya tiene se lo hubiera ganado por sí mismo.
Es que, de verdad, me saca de mis casillas. No consigo empatizar con este hombre, lo intento, pero no puedo. No puedo.
Lo mejor fue ver a Gutiérrez explicándose ante él por dejarlo fuera: «Villanueva pasará más inadvertido. Tu físico te delata como policía, en cambio, el suyo es moderado».
Hasta para apartar a esa rata de alcantarilla he tenido que llevarme un menosprecio. Pero bueno, al menos he evitado que ese cabrón le joda el caso a Laura que, por supuesto, no va a encontrar la situación nada divertida.
La conozco, sé que va a creer que intento boicotearla, pero con el tiempo comprenderá por qué lo hice. Tengo la certeza de que Gómez la habría perjudicado. Está deseando un ascenso, lo cual implicaría jugársela a cualquiera, incluida la chica que tanto le gusta. Y ni siquiera lo hace por vocación, sólo quiere un título con el que sentirse superior a los demás. Es tan egocéntrico que cree que una posición laboral le proporcionará el lugar social que ansía desde siempre. Lo de mirar al resto por encima del hombro le viene de familia. Su tío, el afamado Juez Hierro, va por el mundo tratando a la gente como escoria si no forman parte de su gremio. El único que tuvo pelotas de decirle las cosas claras fue Moreno, el mejor comisario que he conocido.
Llevo un par de horas leyéndome el expediente del caso y en lugar de sentirme más preparado, mi confusión va creciendo por momentos. Bueno, al menos no albergo dudas respecto a Fender. Es el típico engreído con pasta, un experto comecocos al que se le atribuye mayor inteligencia de la que en realidad posee. No soporto a los maltratadores, así que me parece que aquí no va a haber hueco para la empatía.
Me niego a creer que una mujer inteligente como Laura pueda caer en su juego, pero al mismo tiempo me preocupa que acabe creyendo sus mentiras. Al fin y al cabo, lleva haciendo esto años, no todo ha de reducirse al hecho de engatusar a gente sin demasiada personalidad. Debe ser un maestro del drama, uno que además goza de cierto atractivo físico. Me encantaría asegurar que no es el tipo de Laura, que tiene bien claro su objetivo, mas algo, no sé qué clase de fuerza sobrenatural, me incita a pensar lo contrario. Y no, no son los celos como asegura Fermín.
O puede que sí.
Bueno, según Gutiérrez si en un par de semanas no tenemos noticias de Laura, tendré que intervenir. Y el primer paso será familiarizarme con los sistemas de seguridad y protocolos de la Residencia. Un lugar así debe estar prácticamente blindado para evitar el acceso a aquellos que no encajen en las preferencias de ese sinvergüenza, pero mi superior no opina lo mismo. Le preocupa que pueda ser observado merodeando los alrededores, algo que limita profundamente mi trabajo.
No sé cómo diablos quiere que averigüe algo si no es rompiendo algunas de esas barreras, pero tengo claro que no abandonaré a Laura a su suerte. Por ahora, aguardaré los días que ha indicado el jefe y ya veremos qué se me ocurre.
Por otro lado, Fermín me contó que Rita vino a casa mientras yo estaba en el trabajo. Quiso invitarla a café, pero como no nos quedaba en la despensa, decidió salir con ella a tomarlo en una cafetería del barrio muy próxima al piso. Dijo que estaba más amable que nunca, y guapa, «especialmente guapa» destacó.
La llamé. No sé por qué lo hice, pero la llamé. Supongo que aquel deseo inconsciente de escuchar su voz estaba justificado con el hecho de cerrar nuestra historia de un modo definitivo y sin reproches. No es que lo dejáramos mal, pero de alguna manera siempre he sentido que faltó algo en nuestra despedida. ¿Mayor honestidad por mi parte, quizá? ¿Por qué de pronto me sentía mal con la idea de no haberle hablado antes de Laura? ¿Seguía queriendo a Rita muy en el fondo de mí? Es probable, al fin y al cabo, estuvimos juntos mucho tiempo. El afecto no desaparece de golpe, por mucho que uno quiera.
La charla estuvo bien, en un tono amable y cordial. Ella comprendió los motivos que me llevaron a romper, incluso dijo que se había obsesionado con la boda y que lamentaba no haber sido más afectiva en su momento. También yo asumí mis errores. Hablamos largo y tendido, tranquilamente, sin presión aparente en nuestras voces. Y todo apuntaba a que de ahora en adelante mantendríamos una amistad sencilla, pero —en mi vida todo tiene un pero— en cuanto supo que me había metido en la cama comenzó a ponerse "tierna".
Y de la ternura pasó al erotismo, en cuestión de minutos. En serio, ¿por qué me pasan estas cosas? Rita jamás ha sido partidaria de los juegos en la cama, de hecho, una vez le compré un conjunto de lencería picante, de esos con aberturas por todas partes que dejan todo al descubierto, y me llamó pervertido, así que esa nueva faceta suya me tiene muy descolocado.
Se puso a gemir y a decir cosas que le gustaría hacerme, por lo que, incómodo le dije que no siguiera por ese camino.
«Sí que te ha dado fuerte la tía esa —comentó con asco—. Me di cuenta en la boda de tu hermana que andas hasta las trancas por ella».
De acuerdo, no pretendía que Rita le cogiera cariño a Laura, sería ridículo pensar que estaría loca por hacerse amiga suya, como yo de Álvaro, obviamente. Sin embargo, creí que al menos nos respetaríamos a ese nivel.
Zanjé la charla con un abrupto «he de colgar, mañana tengo que levantarme temprano», cosa que ella comprendió perfectamente.
Manda huevos que Rita se libere sexualmente cuando hemos dejado la relación. Me pregunto si con el nuevo ex aprendió todas esas cosas, aunque quizá siempre las haya sabido y no quisiera ponerlas en práctica conmigo. En cualquier caso, ya no es un asunto que me competa. Prefiero no pensar en sus motivos, pues la idea de que esté siguiendo un consejo de mi madre me pone los pelos como escarpias.
Gracias a Dios no tuve una de mis pesadillas habituales. Anoche, por primera vez en mucho tiempo, tuve un sueño en condiciones. Recuerdo a Laura en él, sonriendo y besándome. Ambos estábamos de vacaciones en una playa, abrazados y muy cariñosos. Y como en todos mis sueños con ella, no faltó una ración de sexo intenso. Tanto fue así que Fermín, acostado en el sofá, tuvo que venir a ver si me pasaba algo.
«Me has asustado con tanto grito —dijo—. ¿Qué soñabas?»
Le dije que volviera a acostarse y que me dejara dormir, que estaba bien a gusto hasta que me había despertado. Y entonces, como si el muy cabrón se hubiera metido dentro de mi cerebro, espetó:
«¿¡Estabas cepillándote a la tetuda en sueños!? ¡Tendré que comprarme tapones, Dios!»
Ahora me río, pero en ese instante quise estamparle una almohada en la cara.
Saber que en breve podré ver de nuevo a la morenaza extrae mi mejor energía, y no pienso dejar pasar la ocasión de recuperarla, por mucho que el mundo se empeñe en dibujarme como destino una hostia con todas las letras.
Me encanta darme de frente contra las paredes, qué le vamos a hacer.
*Imagen de StockSnap (Pixabay)
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