Los secretos de mi aburrida existencia (26 de octubre)
Cada día soporto menos este empleo. Los chicos de la comisaría se han propuesto sacarme de quicio, y en cualquier momento lo van a conseguir. Todo tiene un límite. ¿Creen que no les oigo hablar en el vestuario? ¿Qué diablos les importa lo que haga cuando salgo de ese maldito edificio?
Soportar las bobadas de Gómez va a conseguir que un día pierda el control y le suelte un puñetazo, y no es porque le tenga manía o envidia como insinúa Rita, sino porque se cree el rey del mundo sólo por ser el sobrinísimo del juez Hierro. Me pregunto si su tiísimo estará al tanto de las visitas que hace al barrio de las prostitutas estando de servicio. Lo peor no es que lo haga, sino que me arrastre hasta ese lugar de mala muerte obligándome a esperar en el coche mientras él anda adquiriendo una nueva ETS para su colección. Jamás comprenderé qué encuentra en el hecho de prometer el cielo a esas mujeres y creer que alguna de ellas va a enamorarse perdidamente de él. ¿Qué diablos tiene en la cabeza?
Es imposible soportar estoicamente una jornada más junto a ese impresentable. Y cuando creo que mi pesadilla va a terminarse, llego a casa y me encuentro a Rita mirando catálogos de boda. Me tiene frito intentando decidir entre un mantel blanco y otro que lo parece —yo los encuentro exactamente iguales, aunque por lo visto la diferencia es abismal—. Si ella supiera lo poco que me apetece organizar nada cuando llego de trabajar... Pero vamos, Dios me libre de decir algo al respecto. Entonces me tocaría dormir en el sofá y, cómo no, aguantar la retahíla de reproches que mi madre, defensora oficial de cualquiera que no se llame Jorge, me dedicaría sin ningún tipo de reparo.
A estas alturas de mi vida pensaba que tendría otra suerte. Ingenuo de mí, creí que haberme jugado el pellejo en los lugares más inhóspitos del planeta me otorgaría cierto prestigio. Sin embargo aquí estoy, viviendo en una casa en la que apenas cabríamos mi novia y yo si nos planteásemos comprar un cactus, trabajando como policía cuando en realidad me apetecería hacer cualquier otra cosa y, por supuesto, intentando zafarme de la comida familiar que hay este domingo. Ni en el ejército estaba tan incómodo.
En fin, otro día tedioso y soporífero para mi espalda. Buenas noches y que sea lo que Dios quiera.
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