La verdad que gritó Fermín (28 de mayo)
Sonia lleva semanas mandándome mensajes. No debió asumir del todo lo que las malas lenguas dicen de mí, supongo. Quiere que salgamos a cenar, aunque sé que, de aceptar la propuesta, no será lo único que pase entre ambos. Le he dado largas de la manera más educada que he podido, porque sé que si salgo con ella acabaremos en la cama y no creo que me convenga complicar más las cosas. He de admitir que hace tiempo que mi cuerpo requiere contacto humano, no voy a negarlo, y también que mi vanidad necesita un premio, esa es la pura verdad. Sin embargo, salir con ella sólo va a derivar en más niebla en la carretera, así que muchas gracias, pero no.
Fermín dice que soy estúpido. Cuestiona por qué declino una prometedora sesión de sexo con una chica que no quiere compromisos. Según él, cuando surgen esta clase de oportunidades hay que cogerlas al vuelo, porque se caducan pronto u otro más espabilado se las apropia. «Polvo que no se echa, se desaprovecha» dijo el muy idiota.
Traté de explicar mi punto de vista al respecto, pero él se dedicó a juzgarme, a decirme básicamente que soy un completo estúpido por no aprovechar la circunstancia. Y cuando dije que no tenía por qué darle explicaciones, me soltó con rabia: «Mira, ¿sabes qué? Haz lo que quieras. Total, acabarás pasándote las normas por los mismísimos cojones con tal de ir a buscar a Laura, aunque ella te escupa en la cara, como ha hecho siempre. Y como seguirá haciendo en el futuro, debo añadir. El mundo se irá a la mierda y, aunque seas el único tipo vivo en el planeta, seguirá escupiéndote. ¿Lo has comprendido? Ella debe andar gozando con ese cafre y tú llorando por las esquinas... Deberías ver lo imbécil que pareces, macho.»
Me gustaría decir que está equivocado. Me gustaría, en serio. Pero horas antes de quedar con él para tomar una cerveza, he sentido la profunda necesidad de presentarme en casa de Laura como un perro malherido que busca una caricia y un cuenco con agua. No se encontraba en el piso, así que se me ocurrió echar un vistazo por el Notre dame a ver si andaba por allí. Y en efecto, así era. Sentada sola en la barra, se alzaba como el punto más hermoso de aquel infierno. Parecía concentrada en ser invisible, pero ni con aquellas pintas conseguía su propósito. Varios tíos andaban mirándola desde la distancia, encaramados a la barra mientras llenaban de babas sus copas, soñando con acercarse a la diosa de fingida timidez. Tuve la tentación de acercarme, de exponerle lo preocupado estoy, pero entonces unas chicas se sentaron junto a ella y decidí marcharme.
¿Qué me pasa? ¿Estoy perdiendo la perspectiva? Casi pongo en riesgo la misión por mi absurdo enganche. Espero que nunca se entere de esto porque si no, no me lo perdonará en la vida.
Es posible que Fermín me diga todas estas cosas por mi bien, porque le duela ver que pierdo el tiempo. Sin embargo, me gustaría que por una sola vez se pusiera en mi pellejo y fuera capaz de transmitirme serenidad en lugar de hacer que me sienta un patético perdedor.
Últimamente bebo y fumo mucho. Me preocupa estar perdiendo el control en ese sentido, pues, a pesar de que he sido fumador durante muchos años, lo cierto es que nunca se me ha ido tanto de las manos como ahora. Apenas he comido en estos días. Me dedico a tomar café en el trabajo para mantenerme activo y, al llegar a casa, en lugar de darle tregua a mi cuerpo, me dedico a machacarme a base de tóxicos, como si de algún modo mi distorsionada visión de la realidad quisiera imponerse al sentido común, a la única opción que me queda para no perder la cabeza.
Y bueno, en un intento por despejar mi mente, al regresar a casa he llamado a Giovanna para charlar un poco. La verdad es que ni siquiera ella, que contagia su desbordante alegría a cualquiera sin esfuerzo, ha logrado sacarme de este estado de ansiedad. No me gusta nada ser dependiente. Podría estar viviendo mi soltería como antes de conocer a Rita, haciendo lo que me daba la gana y celebrando la libertad entre libros, películas, pitillos y partidas esporádicas a la consola. Pero se trataría de un espejismo. Antaño valoraba la soledad, la buscaba, más bien. Era balsámica y conciliadora, un baño medicinal efectivo contra las toxinas que acumulaba en el mundo. Sin embargo, ahora me muero por un contacto humano, por abrir los brazos y volver a tener esa sensación sanadora; escuchar un «todo saldrá bien» sincero.
Cuántas patrañas es capaz de creerse uno... De pequeño te inculcan a formar parte de un perfil bien visto a través de cuentos con moralejas que, supuestamente, te ayudarán a discernir entre el bien y el mal. Pero convertirse en un individuo correcto en una sociedad donde seres hambrientos son capaces de matarte si pisas el territorio equivocado me parece, cuando menos, peligroso. Les estamos contando muchas, muchas mentiras a los críos. ¿Quién fue el hijo de puta que se propuso llenarles las cabezas de ilusión, creándoles falsas expectativas de la realidad? Ahora que soy adulto, veo la manipulación con más nitidez que nunca. Todo era una farsa: «si te esfuerzas, alcanzarás lo que te propongas.» ¡Menuda falacia!
Supongo que es el cansancio quien habla, y puede que también mi frustración. Me siento tan ingenuo como cuando de niño me creí a pie juntillas que la fe y el esfuerzo serían suficientes.
Llegar a esta conclusión a mi edad implica, aparte de una decepción alucinante, asimilar que he perdido una enorme cantidad de tiempo.
Bueno, mañana será otro día. Mientras tanto, mi vodka preferido tiene una cita prometedora con el señor hígado.
*Imagen de James Wheeler (Pixabay)
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