La diosa Rivas (18 de septiembre)
Muy bien, hoy es el día. El plazo para recibir noticias de Laura ha expirado y tengo permiso para plantarme en su casa con el fin de notificarle la gran noticia.
A pesar de que sé que la niña va a montar en cólera cuando me vea, llevo una semana sonriendo como un imbécil, haciendo abdominales y aparcando el azúcar para embutirme en unos pantalones estrechos. Soy consciente de lo ridículo que sueno en este momento, pero la verdad es que la promesa de ver a Laura esta noche es lo mejor que me ha pasado en los últimos meses.
Me va a matar. Estoy tan seguro de que va a cabrearse, que ya la he visualizado cientos de veces gritándome que soy un metomentodo, con portazo incluido. Aun así, prefiero que se enfade a dejarla sola a su suerte. Y menos mal que Gutiérrez me ha permitido formar parte de esto, si hubiera sido Gómez el seleccionado, me habría explotado la cabeza pensando que el muy mequetrefe únicamente velaría por sí mismo.
Reconozco que en parte he actuado desde la necesidad de mantenerlo alejado de ella. Me molesta horrores que un tío que no encuentra diferencias entre una mujer y un melón agujereado persista en ligarse a la única persona que me interesa a mí. Y por mucho que me cueste asimilarlo, me siento un niño de diez años cuando él aparece con su cuerpo de Geyperman y ese aire de tipo duro de los años cincuenta. Muchas tías lo ven guapo... Bueno, todas lo ven guapo. Y a Laura también le gusta, es evidente. Una vez la pillé mirándolo durante un buen rato y, aunque en ese instante lo encontré algo inofensivo, una simple reacción ante un tipo atlético y de buena planta, poco después supe que se debía a un interés más allá del aspecto. Ella misma se delató una tarde diciendo: «es una lástima que Iván sea un capullo. Podría tener a la mujer que quisiera si fuese menos cretino.»
Lo llamó Iván... Ninguno de nosotros le llama por su nombre de pila, de hecho, ni siquiera yo, que llevo años trabajando a su lado, me acordaba de cómo se llamaba. ¿Tuvieron algo? Por lo que él cuenta, sí. No me molesta el hecho de que hayan estado juntos, es sólo que cada vez que los imagino en una actitud cariñosa, me siento minúsculo y patético. No sé, tengo la sensación de que si alguna vez Laura nos ha comparado a ambos yo habré salido perdiendo, seguro. Y el hecho de que un cabrón de su categoría acabe siendo bendecido por la compañía de una mujer buena y especial, me resulta insultante. No considero que yo la merezca tampoco, pero al menos no ando presumiendo de haber estado con ella como si fuera un premio; un trofeo dorado y enorme con el que todo el mundo quiere tomarse una foto.
Todavía me parece estar oyendo a ese pazguato: «¿A que no sabéis con quién he tenido una cita? Con la diosa Rivas». Después del revuelo que causó en el vestuario al decir aquello, surgieron innumerables preguntas por parte de los compañeros más morbosos: «¿Adónde fuisteis?» «¿Qué llevaba puesto?» «¿Cómo tiene las tetas?» «¿Llevaba tanga?»
Recuerdo que por aquel entonces ya me gustaba Laura, incluso ya habíamos quedado en mi casa para ver la peli de Scorsese. Puede que quizá fuera pronto para definir nuestra relación como exclusiva, pero evidentemente no me gustó saber aquello.
Una cita... Gómez tuvo al menos la decencia de no dar detalles al respecto. Sólo dijo que había sido increíble estar con ella y que «unas tetas así no podían ser de este mundo».
Stronzo di merda...
Bueno, sea como fuere, lo suyo pareció no prosperar, de lo contrario el muy bastardo habría seguido presumiendo de conquista. Eso no es óbice para que cada vez que encuentra ocasión suelte que tiene una cuenta pendiente con «la diosa». Así la llama, como si el apodo fuera toda una genialidad. ¿De veras cree que ese es un buen nombre en clave? ¿En qué maldito mundo vive? ¿Pretende hacerme creer que quiere ser discreto? Pero ¡si él vive de alardear! Oh, por Dios... ¡Dame paciencia, Señor!
Pareceré engreído, pero creo que a otros niveles soy mejor opción que él. Para empezar, yo ya he tenido sexo con ella y mi interés va más allá de metérsela —ok, eso ha estado de más—. A lo que voy es que no sólo la deseo: yo la quiero. Y el absurdo de Gómez nunca ha querido a nadie.
Puede que para mucha gente esa no sea un arma decisiva, pero para quienes seguimos creyendo en las cosas de verdad, no en los espejismos o el palabrerío barato, supone toda una declaración de intenciones. El deseo se esfuma, dura lo justo. Es fuego que ruge con fuerza al principio y va apagándose progresivamente. En cambio, el amor es imperecedero y único en cada forma. No voy a decir que detesto las relaciones físicas. Sería un completo embustero si dijera esa patraña, pero con honestidad puedo decir que para una sesión de palabras vacías y encuentros húmedos está preparado todo el mundo. ¿Quién no ha sentido esas condenadas mariposas en el estómago? Son tan comunes que carecen de valor. Te ciegan temporalmente, pero un buen día danzan por el aire en busca de un nuevo entretenimiento. Y por norma general no las echas de menos. Ya vendrán otras, y otras.
Es fácil, verdaderamente fácil, acallar al deseo cuando surge impaciente. Es todo cuestión de saber jugar tus cartas. Y si dispones de una buena mano, te llevas el premio, uno exánime, hueco. Porque eso es lo que sucede cuando se acaba la partida: la nada. Pero el amor... En muchos casos ni siquiera la muerte ha podido silenciarlo. Así que, puestos a elegir, yo lo tengo muy claro.
Por otro lado, y volviendo a mi yo menos metafísico, ayer sucedió algo incómodo en mi casa. Volvía de hacer footing, empapado y recordándome a mí mismo la importancia de seguir una rutina de ejercicios si no quiero ser un policía inútil, cuando me topé con una "curiosa" sorpresa. Estaba dispuesto a meterme en la ducha, por lo que abrí la puerta del cuarto de baño sin recordar que ya no vivía solo.
Normalmente el hecho de que la casa esté en silencio indica que Fermín no se encuentra en ella. A él le gusta que haya ruido a su alrededor: cuando no es la televisión es el aparato de música a todo volumen. Quizá eso me despistó, pero, en cualquier caso, lo lógico habría sido encontrármelo a él en el servicio. Sí, eso habría sido lo lógico.
Pero no.
Grité. Sinceramente no me esperaba un extraño dentro de MI cuarto de baño. El tío primero se quedó blanco, cubriéndose las vergüenzas con una de MIS toallas, pero luego llamó a Fermín a voces. Éste apareció en calzoncillos, sujetándose el pecho para que el corazón no le saliera de un brinco. Y en lugar de disculparse, me dijo: «¿es que no sabes llamar a la puerta?»
Lo tomé del brazo y le dije que aquella era MI casa y que no acostumbraba a llamar a la puerta de MI propio baño. Lo mejor es que el rubio cuya imagen desnuda no se me quita de la cabeza por más que lo intente —no creo que desaparezca ni con lejía— salió del baño con MI sudadera favorita.
La cosa no fue tan dramática, después de todo. Fermín y yo hemos acordado que cuando vaya a traerse un ligue a casa me envíe al menos un triste mensaje. Así yo no tendré que ver porno gay a la fuerza y él no tendrá que dar explicaciones a sus amigos respecto a mí. Porque esa es otra, el tipo del baño se creía que Fermín le había contado una mentira y que su pareja —supuestamente yo— los acababa de pillar con las manos en la masa.
Aclaradas las cosas, los tres nos tomamos una cerveza en el bar de la esquina y acabamos riéndonos del asunto.
Al volver al piso, ya habiéndonos despedido del chico, Fermín me dijo: «¿a que no te habría sentado tan mal si te hubieras topado con una morena saliendo en pelotas de la ducha?»
Me eché a reír y le contesté: «a estas alturas de mi vida, me habría asustado menos viendo un camello detrás de la mampara».
No sé qué tiene este mamón, pero es mi hermano. Y lo quiero. Aunque se haya reído de mí al ver qué tengo previsto ponerme esta noche para ver a Laura. Acostumbro a planchar la ropa que voy a ponerme al día siguiente y a dejarla bien colgada en la puerta del armario. Se ve que vio mi conjunto bien colocado cuando fue a buscarle ropa a su amante —le rompió la camisa mientras se lo montaban y por lo visto era más racional buscarle algo en MI armario que en el suyo—. «Te tomas demasiadas molestias» declaró mirando los pantalones en la percha. Yo me quedé a cuadros, primero porque seguía sin digerir la falta de intimidad que estaba experimentando en MI casa, pero después comprendí que sólo quería evitarme un chasco. Puede que tenga razón. Puede que sea ridículo intentar sacarme partido ante alguien que claramente ya ha demostrado su falta de interés, pero después de tantos meses quiero dar buena impresión, y también constatar la verdad en los ojos de Laura. ¿Es mucho pedir?
Allá voy.
*Imagen de StockSnap (Pixabay)
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