India (3 de septiembre)
He pasado unos días difíciles, de esos que te dejan marcado hasta el punto de quitarte el sueño.
Semanas atrás desapareció una chica menor de edad. Todo apuntaba a que acabaría regresando, ya que según la familia tenía tendencia a irse sin dar señales. Su padre dijo textualmente: «en cuanto se acabe el dinero, volverá». Estaba tan seguro, tan tranquilo de que sólo se trataba de un caprichoso evento más... Llegó a convencerme, por lo que, encontrar su cadáver ha sido una decepción muy amarga.
Mi condición de policía sabe que normalmente las desapariciones se resuelven en cuestión de pocas horas, pero cuando la persona no deja ciertas señales, como el uso de tarjetas de crédito, una carta de despedida o un armario vacío, significa que el suceso no ha sido preparado, lo cual enciende todas las alarmas. India, la chica desaparecida, no se llevó consigo ni carnet de identidad, ni teléfono móvil, ni bolso. Y eso pintaba mal, muy mal.
Le pedimos a la familia una descripción de la niña y de la ropa que llevaba ese día: complexión media, pelo largo y castaño, ojos azules, piel pecosa y un piercing en la ceja izquierda. No supieron decir con exactitud cómo iba vestida y, aunque me esforcé en trasladarles la gravedad del asunto, los padres seguían insistiendo en la idea de que la cría se había ido para llamar la atención, una vez más de tantas. Al parecer había conocido recientemente a un chico, Pablo, así que no le perdimos la pista pese a que él aseguraba no haber tenido noticias de India en dos días. Algunos compañeros veían la posibilidad de hallarnos ante un mocoso violento, que tal vez en un ataque de celos le hizo algo y luego se deshizo de ella. A mí me daba la sensación de que no era más que un niñato al que le importaba bien poco qué le hubiera pasado a la que consideraba sólo un rollo de fin de semana.
Recé para que el padre de aquella niña estuviera en lo cierto, que de nuevo su malcriada hija hubiera hecho de las suyas para ganarse un mínimo de atención. Una semana más tarde apareció su cuerpo y, aunque debería estar preparado para dar estas noticias, la verdad es que ha tenido que ser Gómez quien la diera por mí. India tenía sólo 15 años... Por el amor de Dios, ¿qué puto mundo de mierda es este?
A falta de un análisis forense más exhaustivo, se sabe que alguien la estranguló. Llevo dos días rescatando la terrible expresión de su rostro, entre asustada y sorprendida. Sus ojos abiertos, la mueca de terror... Me persigue esa imagen, no puedo evitarlo.
Entendí entonces que Laura no quiera tener hijos. Tal vez ese sea uno de los motivos que la condujeron a tomar esa decisión. Si India hubiera sido mi hija, no sé qué habría pasado. No puedo decir que hubiera sido mejor padre que el suyo, no debo pensar de esa forma. Sin embargo, hay una parte de mí que no deja de gritarme que la actitud lógica ante una ausencia tan importante es desesperarse en lugar de restarle importancia. No quiero ni imaginar qué ha sufrido la pobrecilla, si tuvo miedo, si fue doloroso. Si conocía a quien se lo hizo, si se fiaba de esa persona, o si por el contrario era un extraño al que su joven e ingenuo carácter no supo calar a tiempo.
En cualquier caso, ahora que no está, saber que la verdad de cuanto ha sucedido quedará en manos de otros me supone una inquietud desconcertante. No es que dude de la profesionalidad del forense, sencillamente es que siento que mi trabajo no ha valido de nada. Quería encontrarla viva, aun si ello suponía un rapapolvo de sus padres. En lugar de eso les hemos dado una dosis de realidad a una familia que no esperaba en absoluto un desenlace así. Y me siento fatal por ello.
Fumé en extremo esa noche, tanto que hasta Fermín tuvo que quitarme el mechero y la caja de cigarros. Después de desearle la peor de las torturas al cabrón que haya cometido semejante crimen, estuvimos viendo la tele, casi sin atender al residual sonido que emitía. Yo estaba exhausto y él en shock por el suceso. Supongo que es fácil acostumbrarse a las trifulcas callejeras, a los robos, a las disputas domésticas... Pero no a esto.
Cuando Fermín se quedó dormido, aproveché para ir al Notre dame. Esperaba encontrar a Laura, aunque no pudiéramos cruzar miradas siquiera. Sin embargo, no estaba allí. Ni ella ni ninguna de las otras chicas que la acompañaban la última vez. Tampoco me quedé mucho para comprobar si aparecería. No aguanté en el interior de aquel tugurio ni diez minutos. La música no estaba mal, en cambio las miradas de sus parroquianos tenían el poder de convertir a cualquiera de los presentes en un fracasado más. En aquel lugar se concentraba la melancolía, el desamor y también el orgullo. Pude sentirlo y además vi algo de mí mismo en los rostros de aquellos tipos amargados. Sé que acabaré así. Toda mi vida he procurado alejarme de ese destino, ser algo más. Lejos de obtener el soporte de los míos en tan loable tarea, sólo hallé reproches y un mortal rechazo. Exceptuando a Nonna y a Giovanna siempre me he sentido fuera de lugar estando en familia. No dudo del amor de mis padres o el de mis hermanos, pero lo cierto es que me siento muy al margen de ellos, a kilómetros de distancia.
Durante años creí que era un arrogante, un personaje despreciable que consideraba a los demás por debajo de su nivel intelectual. Y obviamente me equivocaba, no soy más que nadie, pero tengo claro que no sucumbiré a lo que el mundo me tenga deparado, cosa que promete ser divertida a la par que decepcionante.
A eso de las seis de la mañana volví a casa con la sensación de haberme dejado media vida en el paseo. Iba a tumbarme sobre la cama, pero al apartar la colcha y descalzarme, la alarma del teléfono indicó que ya era hora de ponerse en marcha.
Me di entonces una ducha, preparé café, me quejé del puto amanecer y después de pasar un rato cagándome en todo, como tengo por costumbre, pensé que India nunca más tendrá la ocasión de volver a hacer esas cosas, de tener que enfrentarse a esta condenada cotidianidad. Y me sentí un desagradecido de mierda.
A veces somos tan sumamente egoístas que no nos damos cuenta de lo valiosa que es la existencia. Es posible que nos ponga las cosas un poco jodidas de vez en cuando, pero está claro que aun sumidos en esa incómoda densidad con que en ocasiones se manifiesta, es preferible a cerrar los ojos para siempre.
Ojalá India obtenga un descanso digno, y con digno quiero decir que se haga justicia. Eso no la traerá de vuelta, pero al menos hará que algunas personas, hartas del sistema, vuelvan a creer en ciertos códigos. Incluido yo.
*Imagen de Pixabay
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