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Escalando la montaña (23 de noviembre)

*Imagen de Free-Photos (Pixabay)

Después de hablar con Gutiérrez y de aceptar que tengo que quedarme en casa forzosamente, he llegado a la conclusión de que mi ruptura con Rita era un paso más que necesario. ¿Cómo es posible que haya estado tanto tiempo intentando convencerme de que nuestra relación mejoraría por sí sola? ¿En qué momento permití a mi yo más sumiso que aceptara el destino con tanta desidia?

Comprobar que al menos tengo un jefe comprensivo me reconcilia de algún modo con los fastidios que me he topado en este puesto. Casi tengo ganas de ascender y todo. Incluso me apetece ponerme el uniforme y patrullar. Sin embargo, aún es pronto, y comprendo que por precaución debo quedarme en casa. Puede que ahora me encuentre mejor y que, cuando menos me lo espere, la ansiedad regrese en un momento difícil que no tendrá en cuenta mis emociones. Sí, sin duda, lo mejor es superar esto alejado de cualquier obligación.

La sorpresa del día ha sido ver a mi pobre nonna venir hasta aquí sola. Ni siquiera he reparado en que ya estaría de vuelta de su crucero. Me reproché no haber estado atento y, preocupado por ver que ha tenido que tomar dos autobuses y caminar al menos diez minutos para llegar hasta mi casa, le pedí que se sentara mientras apartaba las botellas de cerveza vacías que ahora decoran mi salón. Luego de decirme que era el peor nieto del mundo —aparte de llamarme «tonto borracho»— por no haberla llamado de inmediato tras lo sucedido, me abrazó y consoló como únicamente ella puede hacer. Mi nonna sabe quién soy de veras. Es la única que me ha apoyado en esta decisión. Es más, me felicitó por no ser un cobarde conformista, dijo: «Sólo los valientes se hacen daño en el camino. Los cobardes se conforman. Los cobardes se resignan.»

Cómo me gustaría tenerla conmigo para siempre.

Por supuesto, no permití que regresara sola. Así que después de recalcarle que ni en un millón de años la dejaría subirse de nuevo a un autobús mientras yo estuviera vivo, la ayudé a subirse en mi coche y, a velocidad moderada, la llevé a casa.

El paseo de vuelta me ayudó mucho. Contemplé el paisaje verdoso levemente iluminado por el sol de la tarde y la laguna a lo lejos, brillante, soportando con elegancia alguna que otra sacudida del viento. Entonces comprendí que, al igual que la naturaleza soporta cada estación, cualquiera de mis heridas acabará sanando. Más tarde o más temprano, el dolor cederá para dar paso a una nueva visión de la vida, una más próxima a la libertad que al deseo de querer esconderme.

Una vez llegué a mi piso, rechacé la idea de volver a apoltronarme en el sofá viendo el Discovery Channel. En su lugar, llamé a Fermín y le pedí que viniera a quedarse. Jugamos a la Play y charlamos de todo un poco, de todo, menos de Rita, lo cual agradecí enormemente.

En un par de días volveré al trabajo y las cosas recuperarán su ritmo habitual. Necesito que mi vida funcione de nuevo y estoy preparado para tomar otro rumbo.

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