El incendio invisible (12 de julio)
Malditas pesadillas... A lo largo de estas últimas semanas no he dejado de soñar con Laura: sus ojos, su pelo, su boca... Quizá el término pesadillas pueda parecer exagerado si tenemos en cuenta que me paso todas las noches abrazando y besando a la mujer que quiero. Sin embargo, resulta un castigo terrible despertar y constatar que no ha sido real. Y ahí, al abrir los ojos, veo de nuevo el pozo vacío y helador en el que estoy condenado a vivir. ¡Buenos días, mundo!
Me pregunto si ella también me extraña, si alguna vez pasa mi nombre por su mente en un ejercicio dulce y nostálgico. ¿Qué me pasa? Nunca fui tan obsesivo con nada, ni siquiera cuando me preparé para las oposiciones. Me daba absolutamente igual si las pasaba o no. Recuerdo que por entonces no me importaba el futuro, hasta me planteé vivir al día, viajando a cualquier parte, cargando sólo una mochila, abierto al mundo sin presiones. Pero sucedió lo que menos esperaba: aprobé. Y de alguna manera sentí el peso de la responsabilidad sobre los hombros gritando «¡futuro, futuro!». Supongo que no era consciente de lo rápido que desciende un ancla cuando se arroja a la marea, por muy embravecida o picada que ésta se encuentre.
La idea de echar raíces, pese a que no me entusiasmaba demasiado, se me antojaba más atractiva si en la ecuación incluía a alguien que, en lugar de soportarme estoicamente, me encontrara interesante; una compañera con quien compartir aprendizajes y breves capítulos felices. Con el tiempo fui desechando la posibilidad de que eso ocurriese, más que por considerarlo una utopía barata, por sentir que era un destino demasiado perfecto. Y estaba harto de vivir en una cuadrícula.
Me apetecía mojarme los pies al andar, advertir la escarcha adherida a las pestañas, abrazar la calidez de un día de verano mientras una salvaje marea se peleaba con el aire a lo lejos. Conducir sin un destino, con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen. Cantar a pleno pulmón sin temor a no dar bien las notas; reír y llorar al margen de las miradas del resto. Y todo eso, sujetando la mano de Laura, una nómada tan asilvestrada como necesaria para mí.
Pero la estúpida ilusión de hacer las maletas y empezar de nuevo se desvanece en cuanto me contemplo frente al espejo. Es ahí cuando me doy cuenta de que soy el mayor de los cobardes.
Ayer, al ver que no me quedaba alcohol en casa, me dediqué a leer los doscientos mensajes que tenía pendientes. La mayoría eran del chat familiar, un espacio que se vuelve más aburrido e insoportable conforme se avanza en la lectura. Después de resoplar unas treinta veces con el tedioso contenido, eché un vistazo al perfil de Laura. Los últimos mensajes los había escrito yo, en vano, obviamente. Los ha leído, pero debo resultarle tan aburrido como me ocurre a mí con los chistes que comparten mis hermanos entre comentarios soeces y ridículos emoticonos.
Luego vi los mensajes de Sonia y, bueno, charlamos unos minutos.
Una hora más tarde nos estábamos besando en su casa.
Parece que cometer errores y hundirme más en el fango se ha convertido en mi actividad preferida. Soy deleznable. Sonia se desnudó ansiosa, esperando una reacción por mi parte; vamos, que al menos demostrara que estaba vivo. Pero después de acariciarnos y besarnos unos minutos decidí marcharme. ¿Qué clase de tío confunde a alguien hasta semejante nivel para luego echarse atrás?
Ella hizo un esfuerzo para no decirme lo que realmente pensaba. Se vistió y me dijo que ya hablaríamos, que tenía cosas que hacer. Una forma sutil de mandarme a la mierda, cosa que merezco por no saber qué carajos hacer con mi vida.
Por otro lado, he llevado a Nonna al médico. Ella dice que no es nada, pero la circulación de sus piernas parece ir a peor. Cuando el doctor afirmó que necesita tratamiento, la siciliana desató su furia, vociferando improperios en un perfecto y depurado italiano. Lejos de valorar el hecho de que yo sea el único que se preocupa por su salud, se ha puesto hecha una fiera y al llegar a casa me ha prohibido coger una de las pastas que había horneado esa mañana.
No está enfadada conmigo, creo que en realidad lo está con el paso del tiempo, y en cierto modo la comprendo. De repente pierde a su marido y se ve obligada a irse de su Sicilia natal para acabar en un país desconocido, un destino que ni siquiera ha escogido ella. Aún se ve superada por el choque cultural, no comprende algunas costumbres y para colmo ahora un médico le dice que tiene achaques típicos de la edad. Una persona acostumbrada a ser independiente debe encontrar tedioso que su entorno le diga, en pocas palabras, que ya es mayor y que necesita que la cuiden.
Al llegar a esa conclusión le he pedido disculpas. Comprendí de golpe que algún día a mí también querrán mangonearme, que me dirán a todas horas que debo ingresar en una residencia porque posiblemente me convierta en un estorbo. Le transmití que para mí ella jamás sería un contratiempo, que valoro mucho nuestras charlas y que si confío en el criterio de alguien es en el suyo. Fue entonces cuando me alcanzó la bandeja de pastas y me dijo que comiera cuantas quisiese.
Entre dulces y café italiano le conté todo lo que estaba pasando con Laura. Incluso hablé de Sonia —obviando claro está, el episodio de sexo frustrado— y Nonna comentó algo muy interesante: «¿Qué te preocupa? ¿Que no salga bien?»
Le dije que ya era consciente de que no saldría bien y, después de una charla que no llegaba a ninguna parte, le expliqué que quizá lo que más me aterraba era no superar nunca la ruptura. Nonna me miró con sus pequeños ojos grises y dijo: «Si algo me ha enseñado la experiencia es que la razón a veces nos juega malas pasadas, pero, aun así, esos impulsos que nos desconectan de la realidad tienen un porqué. Es posible que las cosas no salgan como uno espera, o como uno precisa, más bien. Pero lo que está claro es que no hay nada peor en esta vida que arrastrar un "¿y si lo hubiera intentado?" Para comprender las decisiones de otros, es necesario entender primero las propias, ¿no te parece?»
Es increíble que alguien me conozca tan bien. Nonna sabe cómo señalar esos incendios personales que necesito sofocar, por lo que me he propuesto eso, rebajar las llamas. Y no me refiero a la situación con Laura, sino a ser capaz de perdonarme a mí mismo por todas esas cosas que constantemente me reprocho. Supongo que aún tengo una conversación pendiente con ella, pero mientras tanto, voy a curarme otras heridas antes de que se infecten.
*Imagen de Prettysleepy2 (Pixabay)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro