El corazón y sus latosas costumbres (3 de diciembre)
Pese a que creí haberla fastidiado ayer, Laura continúa tratándome del mismo modo. Supongo que ha preferido obviar mi estupidez y pasar página, lo cual me proporciona tranquilidad.
Me he pasado medio minuto admirándola en el vestuario. Está preciosa con el pelo suelto, ajena a mi escrutinio mientras se ata las zapatillas. Y esos labios... Daría medio sistema nervioso por besarlos. Sé que es muy improbable que eso suceda, y pienso que además no debería desearlo. Quizá hasta tenga novio y yo ande pensando locuras, aunque para ser justos, son locuras maravillosas.
Hoy ha venido Rita a llevarse sus cosas por tercera vez. Está dejándose trastos a propósito para tener una excusa y regresar. Y, por supuesto, sus visitas me trastornan, porque cuando ya comienzo a adaptarme a estar solo, aparece ella y remueve mis cenizas. No soy de piedra, y está claro que no puedo echar por tierra todo lo que he sentido por ella, pero eso no debería jugar en mi contra. En cuanto posó sus brazos sobre mis hombros y acercó su boca a la mía, me dejé llevar.
Estuvimos besándonos unos minutos, como si el resto del mundo no importara, mas en cuanto quiso desabrocharme el pantalón le pedí que se fuera. No podemos cometer este error, ni tampoco seguir haciéndonos daño. Después de lo que hemos pasado significaría dar un paso atrás y no puedo hacerle eso. Ni a ella ni tampoco a mí mismo.
Por otro lado, en breve se celebrará el cumpleaños de mi hermano y no me apetece ni media poner un pie en esa casa. Si voy es porque Nonna me lo ha pedido, pero soy muy consciente de la charla que me espera una vez se corte la tarta. No me molesta que mi madre adore a Rita, es más, lo comprendo. En realidad, son muy parecidas, así que no es de extrañar que ambas me odien. Quizá exagere, pero me juego el cuello a que mi madre insistirá e insistirá para que vuelva al redil.
Todo esto resulta muy frustrante.
Por suerte, Giovanna y Fermín me han llevado a rastras a un local muy chulo que hay al final del paseo. Nos bebimos unos batidos —yo mañana trabajo—, aunque cualquiera diría que nos metieron licor en ellos porque lo que empezó siendo una velada tranquila y cordial, acabó convirtiéndose en una competición para ver quien de los tres era el más tonto. Ganó Fermín por goleada cuando, en pleno éxtasis, acabó diciéndole a unas chicas que si querían montárselo con dos policías.
Después de decirle a las muchachas que ese hombre estaba borracho además de comprometido, una de ellas soltó: «¿y tú, morenazo?»
Nunca me he acostumbrado a recibir piropos, de hecho, es algo que me incomoda un poco, pero he de reconocer que el comentario me hizo llegar a una conclusión a la que no había llegado aún: estoy soltero. Durante seis años me centré en ser un novio responsable volcado en el trabajo y poco más. Comprender que no debo sentirme mal si una mujer me dice algo agradable, ha sido bastante extraño, aunque reparador.
No es que ahora me sienta un Jean Claude Van Damme que va marcando pectorales con una camiseta ajustada en un intento de volver locas a todas las féminas que me encuentre, pero resulta estimulante verme como un hombre con cosas buenas que ofrecer. A lo largo de mi vida siempre he sentido que no he estado nunca a la altura de nada, tanto profesional como emocionalmente, y eso es algo que me he propuesto cambiar. Quizá debí haberlo hecho hace mucho tiempo, pero mejor tarde que nunca.
El respeto empieza por uno mismo.
*Imagen de Free-Photos (Pixabay)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro