Adiós tabaco, dulce veneno (28 de enero)
Laurita y yo llevamos varios días actuando como irresponsables, escondiéndonos en algunos puntos estratégicos de la comisaría y teniendo sexo como salvajes. Cada vez que acabamos, nos prometemos no volver a exponernos en el trabajo, y así una jornada tras otra. Más tarde o más temprano tendremos que serenarnos, porque la verdad es que este deseo nos puede costar el puesto. Creo que saber que pasaremos algunos días en distintos destinos —ya que a Gutiérrez se le ha ocurrido mandarla a realizar unas batidas de búsqueda—, ha conseguido que aprovechemos cualquier momento para estar juntos. Y me encanta.
Lo que no me gusta tanto es que Gómez estará en esas batidas. El muy cabrito celebra tenerla bien cerca, creyendo que gana en las distancias cortas. Qué asco le tengo, en serio. Espero que no intente nada, no porque crea que Laura va a caer en sus artes —es demasiado lista para eso—, sino porque es posible que le reviente esa cara de salido perturbado que tiene si intenta lo que tiene previsto. La semana pasada dijo que en cuanto «el bomboncito» se despistara «le echaría el polvo de su vida» y yo, que prometí a Laura no meterme con él dijera lo que dijera, me mordí el labio con tanta fuerza que acabé haciéndome sangre.
Bueno, por otro lado, hoy he arrojado la cajetilla de cigarros a la basura con la intención de dejar de fumar. Sé que me voy a poner como una pelota, pero después de una improvisada caminata por los alrededores de la casa de Nonna, me di cuenta de que me cansé más de lo normal, así que creo que me vendrá muy bien de cara a mantenerme más sano y fuerte. He de recuperar mis capacidades físicas si pretendo seguir este ritmo con Laura, porque la verdad es que acabo exhausto tras cada visita que nos hacemos en el trabajo.
Me preocupa Nonna. No sé hasta qué punto puede continuar sola en casa. Arrastra un poco las piernas, pero cuando le digo que debemos ir a urgencias, se pone hecha una furia. Si continúa así tendré que tomar la determinación de llevar a un médico a su casa y asumir sus gritos cuando éste se marche.
¿Qué debe temer? ¿Que la metamos en un asilo o algo así? Jamás haría tal cosa, antes me gastaría el sueldo en contratar a alguien para que la cuidase en casa. Le he ofrecido cientos de veces que viva conmigo, que venda la finca y se olvide de tener que arreglar un nuevo desperfecto o de cuidar un espacio tan grande. Su respuesta siempre es la misma: que me vaya a la mierda y me meta en mis propios asuntos.
Es curioso cómo, al llegar a cierta edad, las personas se aferran a las cosas. Bueno, creo que en realidad no tiene que ver con algo material, sino que el asunto está relacionado con las vivencias y el miedo a olvidarlas. Ante la duda de si mi cerebro seguirá reteniendo mis mejores recuerdos, quizá también yo me negaría a abandonar un lugar donde he sido feliz, sobre todo si ha sido junto a personas que ya no están conmigo.
Hablaré con Giovanna al respecto a ver qué piensa. Con mis hermanos no puedo contar, ya que tienen demasiadas cosas importantes de las que encargarse —sarcasmo modo on—. Y lo que menos me gustaría es interrumpir sus trepidantes vidas. No, no, no. Que nadie sude, no vaya a ser que nuestra madre tenga algo más que reprocharme.
A Fermín le pasa algo. Sigo sin saber qué exactamente, pero le conozco demasiado bien. Aunque se empeñe en seguir haciendo sus tonterías habituales para que los demás se tronchen de la risa, hay un asunto que le preocupa. Estuve a punto de preguntarle anteayer, pero en cuanto cambié el gesto para ponerme serio y mantener una charla donde el tema principal no fuera el fútbol, videojuegos, criticar a Gutiérrez o sus últimas conquistas, me miró fijamente y dijo: «no escarbes en mis cosas. Estoy bien, no te preocupes.»
Y el hermético soy yo, ¿eh? Más tarde o más temprano acabaré averiguándolo, pero ha de ser algo bien serio para que haya reaccionado así conmigo. Fermín es más que mi amigo, es mi hermano —uno al que no me dan ganas de abofetear—, así que no puedo dejarle solo si precisa ayuda. Ojalá que me permita hacerlo.
En fin, acaba de llegar mi primer antojo de exfumador: una palmera de chocolate. Espero que a Laura le vayan los gordos, porque así voy a acabar.
*Imagen de StockSnap (Pixabay)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro