❤️08❤️
—Depende —contestó tranquilo, clavando su mirada en el chico—. ¿Qué es lo que quieres aprender, Seokjin?
La pregunta solo hizo que la sonrisa de Jin se ensanchara, dándole la confianza necesaria para acercar su mano a la de Namjoon, que yacía apoyada en la mesa. Con un gesto suave, comenzó a delinear cada vena que se asomaba en el camino hacia su muñeca, como si trazara un mapa de complicidad y misterio.
—Demasiadas cosas. Y estoy seguro de que tu experiencia me complacerá, y mucho —respondió Jin, desviando la mirada hacia el punto donde sus manos se tocaban.
—Mi trabajo es mostrar la belleza donde aparentemente no la hay, y transformar simples piedras en joyas hermosas —dijo Nam con un tono neutro, enderezándose y cruzando los brazos, como si intentara mantener una distancia segura. Sin embargo, su mirada delataba un interés que iba más allá de lo profesional—. Pero no creo que eso te interese, ¿cierto?
—Quién sabe, usted puede instruirme en varios campos, señor Kim —replicó Jin con una sonrisa pícara, admirándolo por última vez antes de girarse para unirse a los demás, sintiendo un ligero cosquilleo en el estómago por cómo había comenzado su plan.
Mientras se alejaba, Namjoon soltó un leve suspiro ante la actitud del chico. Sin embargo, al quedar completamente solo, no pudo evitar reírse suavemente mientras negaba con la cabeza.
—Siento que me darás muchos problemas, Jin —murmuró para sí mismo, volviendo a colocarse las gafas y concentrándose en la tarea que tenía entre manos.
Cuando todos ya tenían sus actividades asignadas, el trabajo comenzó a fluir. El encargo era ambicioso: 75 joyas en total; 25 collares de perlas y diamantes, adornados con dijes elegantes, 25 pulseras que variaban entre perlas, oro y plata, y finalmente, 25 aretes o anillos de los mismos materiales. Había mucho por hacer, y la energía en el taller era palpable.
Yoongi y Hoseok se encargaban de pulir, fundir y dar forma a las piedras preciosas que Kook y Jin extraían. Mientras tanto, Namjoon y Jimin se dedicaban a enlazar cada pieza, asegurándose de que el diseño fuera fiel a lo que se había solicitado. Las máquinas de trabajo zumbaban a su alrededor, acompañando el ritmo de sus manos.
Las horas pasaron, llenas de risas y murmullos, y los tórtolos no solo se dedicaban a su parte del trabajo. A menudo, intercambiaban miradas coquetas y sonrisas traviesas. Cada vez que Yoongi se acercaba a Hoseok para abrazarlo por detrás, apoyando su cabeza en el hombro del rubio y respirando el dulce aroma que emanaba de su piel, el corazón de Hoseok daba un vuelco. Ambos disfrutaban de esas muestras de afecto, que eran inesperadas y sinceras, pero siempre interrumpidas por la llegada de otros.
A pesar de la cercanía y el cariño que compartían, cada intento de profundizar en su relación se veía frustrado por la falta de privacidad. Cuando uno de ellos intentaba dar un paso más, o cuando Hoseok se atrevía a declarar sus sentimientos, alguien siempre interrumpía, recordándoles que, aunque estaban rodeados de amigos, había una barrera invisible que parecía mantenerlos en su estado actual.
Aun así, cada pequeño roce o mirada cómplice les daba esperanzas de que, algún día, encontrarían el momento perfecto para explorar lo que realmente sentían el uno por el otro.
En cambio, Kook y Jin se pasaban el día discutiendo por cualquier cosa. Para el castaño, todo era motivo de queja, mientras que el pelinegro, con pocas ganas de trabajar, simplemente optó por dejarlo hablando solo y se alejó hacia el patio trasero.
—No tengo por qué soportarlo —murmuró con frustración, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su pecho mientras se apartaba cada vez más del taller.
Una vez que estuvo a una distancia prudente, sacó de su bolsillo una pequeña caja de cigarrillos. Encendió uno y lo acercó a sus labios, inhalando el humo y sintiendo cómo la nicotina le proporcionaba un alivio momentáneo. Exhaló lentamente por la nariz, dejando que el humo se desvaneciera en el aire, como si con cada bocanada pudiera liberar parte de su estrés.
No era un fumador habitual; sabía que no era bueno para su salud y que su entrenador de básquet se lo había prohibido. Sin embargo, en ese instante, lo necesitaba más que nunca.
—¿Tan poco valoras tus pulmones? —se escuchó una voz detrás de él.
Al principio, pensó que era Jin, pero al volverse, se encontró con un pequeño rubio que tenía las manos metidas en los bolsillos de su overol y una expresión seria en su rostro; Park Jimin.
Lo examinó sin disimular, observando cada detalle del chico que había desaparecido de su vida casi tres años atrás. Aunque, en realidad, había sido él quien se había alejado. Aun así, esa repentina aparición había desencadenado una ligera opresión en su pecho, recordándole momentos que había tratado de olvidar.
—¿Acaso eres mudo? —preguntó el rubio, manteniendo su seriedad, pero Kook continuó en silencio, atrapado en sus propios pensamientos.
El chico suspiró, cansado de la indiferencia de Jungkook, y decidió dar media vuelta para regresar al interior del taller. No entendía por qué le había hablado en primer lugar.
—Aquí no se puede fumar, niño rico —le lanzó, con la intención de marcharse.
—¿Y quién eres tú para impedírmelo? —respondió Kook con un tono neutro, deteniendo los pasos del rubio.
«Fue una manera bastante normal de pedirle que no se fuera, Jungkook. Claro que lo fue.» —pensó, con sarcasmo.
Al darse cuenta de la tensión que se acumulaba entre ellos, comenzó a apagar el cigarrillo lentamente, lanzando miradas furtivas hacia el rubio que, de repente, se giró hacia él con una expresión que mezclaba sorpresa y desdén.
—No puedo creer que seas tan cínico, Jungkook —dijo, frunciendo el ceño mientras se acercaba—. ¿Vas a hacer como si no supieras quién soy?
Se posicionó frente a él, notando lo pequeño que se veía, más de lo que recordaba. A pesar de eso, mantenía esa chispa rebelde que siempre lo había desafiado. Era un recordatorio de su historia compartida, llena de momentos intensos y decisiones difíciles.
—Tú aún no me perdonas, ¿cierto? —preguntó Jungkook, acercándose con una actitud desafiante, haciéndolo retroceder un paso—. ¿Por qué debería acercarme a ti si me odias? Pero si quieres que lo haga, ¿cómo pretendes que actúe? ¿Te saludo normalmente como si no hubiese pasado nada?
La frustración creció en el rubio ante sus palabras, y su voz se elevó, llena de rabia contenida.
—¡Ojalá fuera así! Si tan solo hubieras hecho algo para evitarlo, todo sería diferente. ¿¡Por qué no hiciste nada!? —su tono se tornó más agudo—. ¡Por tu culpa y la de esos malditos, él tuvo que cargar con todo!
Mientras hablaba, empujaba su pecho con fuerza, cada golpe un eco de su dolor. Pero el pelinegro, cansado de la confrontación, detuvo su mano con firmeza, aprisionando aquella pequeña mano que seguía golpeándolo. Sabía que el rubio se estaba lastimando más a sí mismo que a él, pero la rabia comenzaba a burbujear en su interior.
—¿¡Y qué hay de ti, eh!? —contraatacó, afianzando su agarre en la muñeca del rubio—. Es fácil culparme, pero fuiste tú quien se dejó engañar. Si tan solo no hubieras…
No pudo terminar la frase. La mano libre del rubio impactó contra su mejilla con un sonido sordo. La fuerza del golpe lo tomó por sorpresa, y al instante soltó su muñeca, retrocediendo unos pasos con la sensación de que todo se distrosionaba a su alrededor. Jimin sintió cómo las lágrimas comenzaban a arder en sus ojos, pero se negaba a dejarlas caer frente a él.
—No sabes cuánto te odio —musitó, su voz temblando con frustración y dolor, lo suficientemente alto para que Jungkook lo escuchara.
A pesar de que su labio inferior temblaba con la lucha interna de contener el llanto, no podía permitirse romperse ahí. La herida abierta de la traición y el resentimiento lo mantenía en pie, pero era una batalla difícil.
Sin otra opción, corrió hacia el interior del lugar, buscando refugio en el cuarto de limpieza. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí con un golpe sordo y, cubriendo su boca con la mano, dejó que las lágrimas se deslizaran por su rostro. Odiaba sentir que él tenía parte de la culpa, y aún más, odiaba que Jungkook se lo echara en cara después de todo lo que habían pasado.
El llanto que contenía se convirtió en un torrente de emociones, cada sollozo una mezcla de dolor y rabia. En ese momento de soledad, sintió que el peso de la culpa y el resentimiento lo aplastaban. Era difícil admitir que, a pesar de todo, parte de él aún deseaba que las cosas fueran diferentes, que pudieran volver a ser quienes solían ser. Pero en este instante, en este pequeño cuarto, solo había espacio para el dolor y la confusión, mientras el eco de sus palabras resonaba en su mente.
—¡Todo esto es una mierda! —gritó el pelinegro, lanzando la caja lo más lejos que pudo, como si eso pudiera liberar la frustración que acumulaba en su interior—. Siempre acabo empeorándolo todo...
Y era cierto, como era costumbre en él, sin pensarlo, volvió a lastimarlo.
Se pasó una mano por el cabello, echándolo hacia atrás en un intento de calmarse. Desde que vio a Jimin cruzar la puerta, una tensión recorrió cada fibra de su ser. Cada célula de su cuerpo luchaba por evitar el contacto visual. Mirarlo a los ojos sería como abrir una herida que aún no había sanado, una tortura que en parte sentía que merecía.
¿Era necesario que tuvieran que verse después de tanto tiempo...?
La pregunta retumbaba en su mente.
Tras todo lo que había sucedido, ¿podían seguir lastimándose así...?
Eran solo preguntas al aire, flotando en un espacio lleno de recuerdos dolorosos. Nunca quiso que su relación llegara a este punto. No deseaba que su vida se convirtiera de nuevo en el infierno que había sido antes, especialmente ahora que intentaba cambiar y dejar atrás su pasado.
—Así que eres tú —dijo una voz que esta vez sí reconocía, aunque su tono era completamente neutro. Jungkook se dio la vuelta para verificar.
—Hoseok, yo…
—Por favor, aléjese de Jimin —interrumpió, su voz firme y decidida—. Sé que entre ustedes pasaron muchas cosas y que no fueron agradables. Así que le pido que no se le acerque.
La frialdad en su voz hizo que Jungkook se sintiera como lo peor del mundo, provocando que desviara la mirada.
—Yo no quería decirle eso… Solo… No lo pensé —trató de excusarse, pero las palabras parecían vacías, incapaces de cambiar la situación.
—Ese es precisamente el problema. Nunca piensa antes de hablar —respondió, haciendo una leve reverencia con la cabeza antes de dar la vuelta y alejarse.
Jungkook se quedó ahí, parado, consumido por la culpa. Sabía que su vida había sido complicada antes de entrar a la universidad; antes de conocer a Jin y a Yoongi. Pero había estado trabajando duro por dejar atrás esos días oscuros, por convertirse en una mejor persona. Sin embargo, ahora que se encontraba con Jimin, todo parecía desmoronarse.
La realidad lo golpeó con fuerza: el cambio que tanto anhelaba se sentía inalcanzable. Cada encuentro con su pasado lo arrastraba de nuevo a un lugar que había jurado abandonar. Se dio cuenta de que no podía seguir huyendo de lo que había hecho, de las decisiones que lo habían llevado hasta aquí.
Mientras Hoseok se alejaba, Jungkook se quedó atrapado en sus pensamientos, preguntándose si alguna vez podría reconciliar su deseo de cambiar con el peso de su historia. ¿Podría dejar de lastimar a quienes realmente le importaban? ¿Podría hacer que Jimin lo prdonara?
Hoseok regresaba a su puesto junto a Yoongi, quien seguía concentrado puliendo una pequeña esmeralda verde. Al notar el rostro desanimado del rubio, una preocupación inmediata se apoderó de él.
—¿Estás bien, pequeño? —preguntó, levantándose para tomar suavemente las manos de Hoseok. El rubio asintió, intentando ofrecerle una sonrisa que no lograba llegar a sus ojos.
—Estoy bien, hyung. Solo estoy un poco cansado, hemos estado aquí un buen rato —mintió, aunque no del todo. La verdad era que sí estaba fatigado, pero el verdadero motivo de su decaimiento era la preocupación por su mejor amigo.
—Pronto terminaremos, Seokie. Después de esto, te llevaré al cine, ¿vale? —dijo Yoongi, intentando animarlo. Hoseok sintió que su ánimo mejoraba un poco; a pesar de todo, adoraba esos momentos que compartían solo los dos.
—Me gusta la idea —respondió, con un brillo renovado en sus ojos mientras admiraba la sonrisa cálida de su hyung. En un instante, Yoongi llevó su mano a la mejilla del rubio, sus dedos apenas rozando su piel, lo que provocó un leve suspiro en Hoseok.
—No me gusta verte triste, Hoseok. Si hay algo que te preocupa, siempre puedes contármelo, ¿si? Estoy aquí para escucharte —dijo el pelirrojo, su tono sincero transmitía confianza y calidez. Aparentemente, lo había logrado, porque Hoseok sintió que podía abrirse a él.
—No es que tenga un problema... —comenzó, su voz temblando con timidez—. Pero me duele ver a Jimin sufriendo cada vez que algo de su pasado sale a la luz.
Hoseok habló en un susurro, como si temiera que sus palabras pudieran hacer que el dolor de su amigo se intensificara. Yoongi, al escuchar esto, entendió que algo serio estaba ocurriendo con Jimin y que necesitaba el apoyo de Hoseok en ese momento difícil.
—Entonces ve con él —dijo de repente, interrumpiendo el silencio y sorprendiendo a Hoseok—. Yo puedo terminar lo que nos queda aquí. Tú ve a hablar con Jimin, ¿de acuerdo?
El rubio asintió, sintiendo su corazón más ligero. Después de mostrarle una pequeña sonrisa, se inclinó y dejó un breve beso en la pálida mejilla de Yoongi.
—Eres el mejor, Yoonie —susurró, antes de salir corriendo en busca de su mejor amigo.
Yoongi solo pudo sonreír, embobado por el gesto, acariciando el lugar donde los suaves labios de Hoseok habían dejado una marca efímera.
«Con que Yoonie, eh… Me gusta» —pensó, sintiendo cómo la calidez se extendía por su rostro.
Era la primera vez que Hoseok usaba un apodo diferente, uno que sonaba tan familiar y cercano. El suave tono con el que lo pronunció hizo que su corazón latiera con más fuerza, revelando una sensación que había estado creciendo en su interior.
Sí, le gustaba ese pequeño chico de anteojos. Era más que una simple amistad; había un vínculo especial, un hilo invisible que los unía y que se hacía más fuerte con cada momento compartido. Y cada vez lo tenía más claro.
Hoseok lo buscó en cada rincón del taller, preocupándose mucho al no dar con él. Hasta que oyó algunos sollozos provenientes de la puerta de hierro que ocultaba los utensilios de limpieza. Se acercó rápidamente a esta y tocó un par de veces.
—¿Minnie, estás ahí? —habló desde el otro lado, sin recibir otra respuesta que no fueran sus sollozos.
Tomó las llaves que se encontraban colgadas en la pared, y con desesperación, buscó la correcta para esta. Ya cuando lo hizo, se encontró con un Jimin desecho en lágrimas, sentado en una esquina del estrecho lugar, abrazando sus piernas.
—Hoseok…
Susurró entre sollozos, este se acercó rápidamente a abrazarlo con fuerza, viendo como su llanto se comenzó a intensificar.
—¿Por qué me pasa esto, Seokie? —le preguntó, con la voz completamente quebrada—. ¿Por qué tiene que hacerme tanto daño verlo?
Tenerlo que ver así, otra vez, le despedazaba el corazón. Odiaba que un llanto tan profundo saliera de una persona tan alegre y frágil, pero tenía que ser fuerte para poder ayudarlo.
—No te preocupes, Minnie. Yo estoy aquí. Tranquilo —intentó calmarlo con su voz, dándole pequeñas palmaditas en la espalda.
Y aunque dejó que se desahogara, llorando todo lo que quisiera, dejando salir todo aquel dolor que sentía convertido en solllozos y lágrimas desgarradoras. No podía creer que eso se lo causó, el chico que antes lo enamoró.
¡gracias por leer!
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