9. Kimberly
No sabía por cuánto tiempo estuve estática. Su voz enviaba corrientes hasta lo más profundo de mi cuerpo. No era la propuesta en sí la que me hacía salivar y sentir el inicio de un incendio en mi cuerpo, era todo lo que conllevaba esa propuesta. Estaba claro que la palabra dormir no sería posible en el diccionario que tiene en las manos Reese.
Si hablara la mojigata de Kimberly, esta propuesta la rechazaría y saldría huyendo, pero que le vamos a hacer, lo de mojigata lo dice otra persona; por tanto, me quedo. No puedo negar todo el caos, maravilloso y loco, que desata dentro de mí, el solo pensar en la experiencia.
—Madrina ¿Jugamos a algo más? —indaga la niña deteniéndose frente a mí. Es entonces que reparo en ella y me doy cuenta que estoy al borde de la piscina y su padre, provocador de tal estado de perdición, no se encuentra a mi lado.
Busco con mi mirada a Reese y este muestra una discreta sonrisa. Así que te gusta jugar, compañero de pincha. Disfruta de tu juego con Kimberly, que yo te haré caer con Ly.
— ¿A qué quieres jugar ahora peque? —pregunto a la niña colocándome a su altura.
Los juegos de Lia me dejan en situaciones locas a mí, será mejor que le invente algo como ver una película...
—A la casita. Podrías ser mi mamá por hoy —suelta interrumpiendo mis pensamientos o adelantándose a mi propuesta.
¿Cómo puedo ser mamá de una niña cuando yo también soy una cría?
¡Es solo un juego Kimberly! ¡No seas paranoica!
—Está bien. Tenme paciencia. Por ejemplo ¿Qué te gustaría haber hecho con tu mamá? —pregunto.
—Que me leyera un cuento para dormir o me contara una historia. Cocinar un pastel juntas. Qué viera una película de Barbie conmigo. Trenzarme el cabello. Cenar juntas.
Se me encoge el pecho por ello. Es obvio, que tendría que tener un millón de actividades que le gustaría hacer con su madre. Su papá es maravilloso y lo puedo ver; su abuela, he notado como le ha costado despedirse, así que imagino que presente siempre está; pero en este mundo mamá es mamá. Siempre hará falta, desde lo más profundo de nuestro corazón.
La verdad no tengo idea como ser madre, pero si he tenido una genial en mi vida. Creo que eso ayudará mucho a que yo le transmita a la pequeña, no la calidez de una madre, porque no soy ella, pero sí, el momento de compartir con alguien más que no es su abuela.
—Peque empecemos por parte. ¿Qué te parece si cocinamos el pastel y luego lo comemos viendo una peli? —cuestiono y ella asiente con una enorme sonrisa—. Bueno, muéstrame la cocina y tú padre me ayudará a encontrar lo demás.
Una vez caminamos por frente de su padre, este me observa, no como lo hace la mayor parte del tiempo, con una lujuria desmedida, es diferente. Si no fuese descabellada la idea juraría que es orgullo.
Al llegar a la cocina, Reese me muestra donde están los instrumentos. He estado en la cocina con Trini, con mi abuela Amanda, pero, jamás he hecho un pastel por mi cuenta. Así que me auxilio de Siri para no hacer algo que no se puede comer.
— ¿Qué va? —indaga Lia.
—Los huevos —digo.
—Lo haré —comenta Reese y se sitúa al medio de las dos.
Le coloco el recipiente y espero a qué rompa el cascarón. Sin embargo, no espere que lo rompiera chocándolo con mi frente. El siguiente huevo lo choca contra la frente de Lia. Ella no se lo esperaba por tanto se pasa la mano por la frente con la boca abierta.
—Papá y si te lo hago...
No terminó de hablar porque yo rompí el próximo contra la frente de su padre. Ahí no me detuve. Los dos siguientes lo hice con sus manos y uno con su abdomen.
—Si eres resistente —susurro para que solo él escuche.
—Espero que tú lo seas en la noche —susurra él esta vez.
Olvidense de pastel, olviden la receta, olviden el proceder, a la mierda todo. Mi cabeza solo tiene modo repeat su expresión.
—¿Qué sigue? —pregunta Lia.
No lo pienso, no tengo que hacerlo, mi necesidad de poner de los nervios a ese imponente y serio hombre hace que actúe así. Sin más, le lanzo un poco de harina encima. Creo que con un poco, estoy siendo relativamente pequeña.
Lia abre la boca en O y los ojos, hasta que empieza a reír.
—Quién no sirve para ayudar, sirve para recoger...
Una cantidad loca de harina cae por mi pelo y cara. Reese la ha lanzado y ríe desde el sitio. Lia esta vez ni se puso seria, siguió riendo. Reese me observa, yo lo hago con él y terminamos llenando de harina a Lia. Esta vez volvió a abrir la boca hasta que empezó a reír.
— ¿Cómo seguimos? —pregunta la niña.
—Parece que madrina no sabe cómo seguir —contesta canalla Reese.
Con ayuda de Siri logramos dejar la panetela al horno. Para la decoración teníamos montón de barras de chocolates que pondría a derretir. Sin embargo, verlas encima de la encimera me da demasiado deseos de devorar una.
Reese toma una barrita y le quita la envoltura delante de mi cara. Se ha dado cuenta de mi deseo inoportuno. No sé cómo lo logra, pero su particular característica de observador, hace que no pueda ocultarle nada.
Le da una mordida despacio y yo, perdida de detalles, como nunca logro en mi vida, veo como el chocolate se deshace en su boca.
Maldita sea.
—Papá iré a buscar más. No te los puedes comer papá —se queja la peque y sale de la cocina.
Reese aprovecha que su hija no está cerca para cortar con su boca otro pedazo y acercármelo.
Lo tomo ansiosa, desesperada, no sé si por el dulce o por tener a mi disposición su boca. Mis intensiones no las sé con claridad, pero las de Reese no era nadamás darme chocolate.
Rozo sus labios despacio, estoy en punta de pies para poder hacerlo. Es más alto que yo.
Me quedo con ganas de besarlo. Justo cuando abro mis labios para poder profundizar el beso, él se separa de pronto.
¿Cómo ha escuchado los pasos de Lia? Sin dudas tiene mucho control, de sí mismo, de la situación y hasta de mí.
Devoro el pedazo de chocolate y observo a Lia. Ha llegado con más, así que prendo el fogón a fuego lento y empiezo a derretir el chocolate con que decoraremos el pastel.
Una vez sale del horno, lo hacemos juntas. No pude evitarlo y otra vez hice de las mías. Pinté a Lia en el proceso. Lia sonriente deja caer sobre mí, lo que pasa que la que cayó en mi pecho, se deslizó. Los ojos de su padre se volvieron destellos y la necesidad de quitar por sus medios el chocolate que cayó en mí, lo envuelve. Seguimos jugando en lo que terminamos, esta vez cayó chocolate en Reese. Lo entiendo, yo también deseo apoderarme del chocolate que cayó en su abdomen.
—Te ayudaré a bañarte y cambiarte antes de probar el pastel y ver muñes —le digo a Lia.
—Princesa ve al baño, yo ayudo a Kimberly a recoger el reguero —le pide Reese y ella asiente.
Se queda quieto desde su posición observando el camino de su hija, hasta que esta ya sale de su campo de visión.
Yo solo lo observo mientras empieza la picazón en mi cuello y voy directo a rascarme para matar los nervios.
Reese lleva su mirada hacia mí y anclando sus manos en mis caderas me sube a la encimera donde estoy un poco más alta para él.
Sus manos va hacia la parte superior del juego de tanga, safa el nudo que se ubica debajo de la nuca y que me cubre, dejándola caer, sin pudor alguno, mostrando mis no exageradas, ni grandes tetas.
— Para tus próximos hijos podrán ser su medio de alimentación por semanas o meses; pero para nosotros, los que tendremos la oportunidad de tenerte así, lo será todas las veces que quieras. Así que usa eso a tu favor y ya me irás teniendo un poco en tus manos —comenta antes de llevar su boca hasta encima de mis tetas, apoderándose del chocolate.
Siento como las puntas de los pezones se ponen duras hasta la locura y él se acerca pero no hace nada ahí.
— ¿Por qué siento tanta necesidad de que atiendas las puntas? —pregunto en un susurro cargado de excitación.
—Porque es dónde más placer puedo otorgarte, pero cómo lo sé, no pienso hacerlo facilmente. Tú puedes lograr que yo solo vaya, con una necesidad descomunal —asegura y tras anclar sus manos en mi cintura me baja de la encimera.
—Después que termines con Lia puedes ir a bañarte en mi baño —comenta y se pierde de mi campo de visión.
No sé si estoy nerviosa ahora o inquieta, puedo asegurar que deseosa por explorar más del placer sí. Reese es como una máquina que me sobrecarga de excitación hasta el punto de no saber hasta dónde puedo llegar y enloquecer.
Mi padre siempre tuvo razón, desearlo hasta volverme loca. Podía suceder, podía llegar alguien que me hiciera perder la cabeza por el deseo. Nunca estuve mal. Solo que Justin no era el indicado.
Justin.
Sé que lo quiero, lo siento cuando lo veo, pero, sin poder hablar profundamente porque no soy una voz de la experiencia, me atrevo a decir que el que lo quiera no es suficiente para que la balanza le favorezca a él. Aún no sé si el querer llega al punto ciego y loco que da el amor. Si fuese amor hubiese sufrido por más tiempo la ruptura, el engaño.
Una puta locura, que no logro descifrar.
De todas formas no hace falta hacerlo, se ha acabado mi relación y sé, mucho más que antes, lo que quiero ahora, lo que quiero para mí.
Voy en busca de Lia. Descubrí la habitación por la puerta. Como la mía, tiene una pegatina. Ayudo a la pequeña a bañarse y después de jugar también con agua y hacerla reír muchísimo, la ayudo a vestirse.
―Ahora tienes el pelo húmedo. Cuando se seque, te trenzo el cabello ―comento pasando el cepillo por su pelo y desenredándolo.
―Me gustas Kim, para papá, para mí, para mi familia ―suelta y yo me quedo de piedra con tal oración. Solo tiene seis años.
―Me siento feliz con ustedes peque, pero, hay cosas que no suceden así porque sí. Tu papá tiene su vida y se siente bien así. Por mi parte, soy pequeña, tal vez no cuento con la madurez. Si te puedo asegurar, que contarás conmigo. Recuérdalo peque. Lo que necesites.
― ¿A ti te gusta? ―pregunta. Sigo sin entender como con esa edad hace esas preguntas. Yo tenía a Andrea, que tal vez influía, pero ella no ha tenido a nadie que le provoque tanta chispa.
―Es guapo ¿verdad?
―Sí, papá es hermoso.
― ¿Puedes buscar la peli que quieres ver? Iré a cambiarme ―comento y tras ella asentir me marcho al baño de Reese.
Al entrar a su cuarto lo encuentro caminando al armario envuelto en una toalla. Me quedo quieta admirando y babeando, vamos a decirlo todo, por la forma en la que las gotas de agua no están dispuestas a dejar sus marcados músculos. Camina hasta la puerta del baño y la abre.
―Tienes toalla dentro ―comenta.
―Pero no tengo más bragas ―agrego cómo si fuese obvio―. ¿Me podrías devolver la mía?
―No. Solo sé cuidadosa de no levantar tu vestido ―responde y va hacia la división del vestidor.
Entré al baño creyendo que él también lo haría. Aunque se hubiese bañado, solo para hacerme enloquecer de excitación. Pensamiento erróneo, porque termino de bañarme y él nunca llegó.
Salí en toallas, otra vez con la estúpida ilusión de encontrarlo, pero él no estaba. De pronto me siento una chica insegura, por el simple motivo de no volverlo loco de tal forma que solo quiera estar detrás de mí.
No puedo dejar que la palabra inseguridad me haga tropezar. No puedo permitirlo ni una vez. De lo contrario, empezaré a tropezar una y otra vez, con la misma piedra.
Yo puedo seducirlo, yo puedo volverlo loco, yo puedo hacerlo jugar mi propio juego y lograr que caiga en mi terreno.
Soy mujer, mierda. Las mujeres tenemos la capacidad de hacer lo que queramos con un hombre. No importa que tan dominante, controlador y experimentado sea él. Se trata de dejarlos ser y recoger el hilo cuando menos se lo espere.
¡Tenemos la capacidad joder!
Ya verás Reese Collow.
Un abrazo enorme desde Cuba para los que están al pendiente de cada capítulo❤️
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