8. Reese
Mi mirada se encuentra con la de Aiden Stone. Estaba sentado en una butaca en el patio. Dejaba el vaso con whisky en la mesa y al ver la botella y otro vaso supongo que me estaba esperando. Estaba cómodamente sentado en la butaca, con los dos botones de su camisa desabrochados y remengada hasta los codos.
Camino hasta él porque creo que la conversación es justamente ahora.
—Siéntate —demanda mientras vierte whisky en el vaso sin utilizar.
Ocupo asiento y me hace una seña de que el vaso con whisky es para mí. Tomo el vaso y tras ingerir el primer buche, dejo mi mano descansando en el reposabrazos de la butaca.
— Esta historia ya me la sé, Reese. Lo que intentas hacer con mi hija, yo también lo hice. Tienes treinta malditos años y ella dieciocho pero si te soy sincero la edad de ambos y la diferencia es la mierda que menos me importa. Jugué con las mujeres a mi antonjo y no ofrecí nada más que sexo, sin embargo, no por ello dejaré que mi hija sea utilizada. A Keira, mi mujer, la hice sufrir y créeme no permitiré que un gilipollas que se niega a sentir y solo quiere follar la haga sufrir a ella.
—Aiden...
—Cuando termine de hablar, tendrás tu oportunidad de hacerlo. Porque está claro que lo harás. La conversación entre tú y yo no se alargará más —me interrumpe Aiden—. Cuando Keira me lanzó en la mano la prueba de embarazo positiva me perdí. La dejé solo por varias horas, sin ni siquiera darle una respuesta. Me quería volver loco y dentro de todos los pensamientos que jodían mi mente estaba el de « ¿Cómo un hombre que solo sabía comprometerse con el trabajo podía tener a cargo un hijo?» Me hice responsable y conocí un amor más grande que el puto mundo. Conocí a la persona que pondría como prioridad siempre. Conocí a la chica que con una sola palabra movería la jodida tierra para acompañarla, escucharla, apoyarla, entenderla y cuidarla. Si te cuento esto es por dos razones. Yo fui un maldito imbécil con Keira y solo actúe a su altura después que no la protegí. Creo en el cambio de un hombre por la chica que lo logre volver loco y también considero que el «solo vamos a follar» puede convertirse en «mucho más» pero no permitiré que te des cuenta en el momento en el que «no la protejas». A Keira la amo, pero Keira no era mi hija, Kimberly sí y eres padre, sabes que la palabra «papá» te vuelve un jodido protector capaz de acabar con quién sea cuando te la lastiman.
—Kimberly es una cría y para mí los años de diferencia si han sido una locura. Quiero repetirme más veces que tendría que lidiar con otros chicos y no con un hombre como yo que solo se enfrasca en su hija y en el trabajo, pero no te voy a mentir, no me lo estoy repitiendo. Me imagino que la jodida energía y alegría que transmite siempre ha sido una inyección placentera a mi aburrida vida. No voy a engañarte hablando de amor, ni a primera vista, ni ahora; pero te puedo asegurar que cuando nos acercamos no pensé «voy a follármela». Tampoco puedo asegurarte que no tenga deseos de hacerlo ahora. Tal vez los momentos que pasamos juntos como Reese y Kimberly, en circunstancias de lo más comunes donde ella no hacia más que disfrutar de pequeñas cosas que yo no hago, como cantar una canción que le guste a todo volumen o bailar porque lo desea en el medio de una heladería, fueron actos suficientes para querer tenerla cerca ahora más que el tiempo de trabajo. Sabes perfectamente todo lo que podemos hacer con ellas, sabes de las caricias, de los toques, de las palabras y sabes también que el simple hecho de no querer enamorarla o tener una relación formal no son motivos suficientes para detenerse. Entre todo lo que puedo asegurarte también está el que no quiero dañarla y no porque tú seas su papá, a pesar de que el respeto te lo ganas a pulso, sino porque no quiero hacerlo, no podría hacerlo.
— ¿Qué me asegura que no llegará un día llorando a casa porque no supiste cuidarla o tratarla? —indaga él y le da un sorbo al whisky.
—Mi palabra —respondo dejando el vaso en la mesa y moviéndome ligeramente hacia alante apoyando las manos en mis muslos—. Estoy seguro que si representara para tu hija todo el mal del que intentas protegerla día a día no estuviese sentado aquí contigo y tampoco me hubieses permitido seguir al lado de ella.
—Quiero tres cosas y estoy en mi derecho de exigirlo y si no lo estoy me importa una mierda, los sigo exigiendo. Si ustedes acuerdan solo follar es su problema, pero, el protegerla y tratarla bien es ley. Si ella se enamora en algún momento y tú no estás dispuesto a entregar más háblale y aléjate. No quiero que la expongas si solo están jugando, si solo estás mostrándole el placer que no ha conocido.
Asiento y le doy un buche a mi trago. El día que me toque a mí esto con Lia no sé cómo demonios actuaría, prefiero que se demore más en crecer. Ella es nombrada la princesa de Aiden y no por gusto, este hombre adora a su hija. Desde mi posición no le tengo miedo, sin embargo entiendo su parte de querer proteger a su hija porque yo soy papá y si él necesita mi palabra de que no quiero hacerle daño a ella se la daré.
—La protegeré y sigo sin hablarte de amor, pero puedo mencionarte la palabra posesivo. Lo soy como padre y quizás desde ahora ella también tendrá que lidiar con esa palabra y no nada más por papá —comento porque es la maldita verdad. Me molestó que bailase con el chiquillo ese y me molestó aún más el que la tomara de la mano y la llevase lejos.
—Quién cojones diría que yo tendría que estar en la misma posición del padre de Keira años atrás tan pronto. Sabiendo lo que hacen o planean hacerle a su hija y dando paso a ello —comenta él pasando sus manos por su pelo.
—Me tocará a mí y aunque quisiera que el tiempo se detuviera y mi hija no creciera, sé que lo hará, pero ¿sabes algo?, desearía que cuando me sentara frente a un tío que esté con ella fuese uno como tú o como yo. Porque sí, embarazaste a Keira, pero aquí estás ¿no? Aunque lo veas como un «no la protegí» si lo hiciste, lo has hecho después. Si no la hubieses protegido el resultado sería diferente. Por mi parte lo que te digo es lo que hay, no estoy inventándote un cuento, ni pintándote una historia bonita, estoy dejando claro lo que me pasa con tu hija como mismo te aseguro que la cuido y la cuidaré.
Aiden asiente mirándome.
—No hay más nada que decir aparte de que no vuelvas a entrar a mi casa como si fueses un puto ladrón —demanda él.
Esta vez asiento yo y le extiendo la mano.
—Aiden —nombro.
—Reese.
...
Kimberly y la chica del antro. La cría me daba adrenalina, energía y me incitaba a disfrutar de la vida. La chica de la noche me hacía enloquecer descontroladamente por verla bailar, por tocarla. Por ello le he dicho a Kimberly que si se enamoraba nos limitaríamos solo al placer porque mi mente no puede enfrascarse en una sola de las dos.
Terminaba mi entrenamiento diario y antes de salir del gimnasio mi madre me esperaba en la puerta.
—Buenos días hijo tenemos que hablar —dice volviendo a entrar al gimnasio.
Me echo un poco de agua sobre la cabeza y sigo a mi madre.
— ¿Qué sucede? —pregunto al ver su seriedad.
—Tu tía Melanie está enferma. Le han descubierto un cáncer que aún está a tiempo. Sin embargo, sabes que no tiene hijos y necesita de alguien que le ayude y apoye en este proceso —cuenta ella. Mi tia es de North Carolina y una vez se casó allá solo la veo una vez al año—. Debo ir y me llevaría a mi nieta...
—Mi hija se queda conmigo. Ve a North Carolina, nosotros estaremos bien aquí —comento.
—Me quedaría más tranquila si contrataras a una niñera —apunta.
—No. Yo mismo cuidaré de mi hija, puedo hacerlo —aseguro.
—Tú tienes que trabajar y ella tiene sus clases. Reese necesito irme tranquila de saber que todo estará bien con ustedes —insiste—. Si quieres me ocupo de elegir las candidatas.
—Haz lo que quieras Ruth. Elige a alguien. Recuerda, estás buscando una mujer que cuide y trate bien a mi hija, no una mujer para mí. Te lo repetiré, no estoy buscando mujer.
Después de darme una ducha y vestirme con ropa casual para estar en casa me voy en busca de mi hija. Es sábado y no trabajaré hoy. Soy el maldito jefe y aunque esto no lo hago hace muchísimo tiempo, porque para mí hasta los domingos son laborales, hoy lo haré, me tomaré el fin de semana para mi hija.
—Bueno días hermosa —la saludo como cada mañana y la lleno de besos.
—Papá —vuelve a quejarse entre risas por las cosquillas.
— ¿Qué te parece si hacemos algo hoy? —indago ocupando asiento en la mesa frente a ella y sirviéndome el desayuno.
—Sí —grita y aplaude—. Y llamamos a mi madrina.
Joder.
Me gusta como Lia se lleva con Kimberly, como Kimberly la trata; sin embargo, ya estoy pensando en otras cosas para Kimberly y no puedo tenerla cerca cuando mi hija está.
— ¿Puedo llamarla papá? —pregunta al ver que no le contesto.
Tomo mi teléfono y marco el número de Kimberly. Le extiendo el teléfono a mi hija cuando Kimberly habla.
—Madrina ¿quieres venir hoy y mañana a la casa conmigo y con papá? —pregunta.
La miro alqueando una ceja. No sé suponía que era hoy.
—Sí, es que ya te había invitado para el domingo y hoy es sábado —dice como si nos estuviese respondiendo a los dos a la vez.
—Sí —responde feliz—. Un beso.
Me extiende el teléfono y Kimberly ya había colgado. Sigo desayunando y ella termina pronto.
— ¿Podemos ir a la piscina? —pregunta—. Mi madrina dice que vendrá ahora.
—Princesa no he terminado de desayunar.
—Papá tú nunca demoras tanto —se queja.
Lia está demasiado ansiosa y yo le complazco en todo pero ver a aquella cría en bañador me altera y no puedo descontrolarme delante de mi hija.
Termino de desayunar y ya Lia no estaba delante de mí. De camino al patio la veo venir de los dormitorios con mi madre, vestida con bañador.
—Iré a buscar mis flotantes —comenta mi hija y se suelta de la mano de su abuela.
—Me iré hoy mismo —informa mi madre.
—Pensé que aún no lo harías. Ya te llevamos a tomar el avión...
—No hijo. Lia está muy emocionada y tú hace mucho tiempo no pasabas del trabajo un fin de semana...
—Aún así...
—Que no Reese. No quiero entristecer a Lia. Volveré dentro de dos semanas si tú tía mejora. Yo te llamaré seguido. En cuanto a la niñera, en tu escritorio te dejé tres expedientes de candidatas. Elige la que tú creas conveniente.
La envuelvo en un abrazo y deposito un beso en su frente.
—Cuídate mucho Ruth.
—Ustedes también hijo, se me cuidan. Los quiero mucho —comenta y nos soltamos.
—Lia —la llamo y ella viene enseguida—. Abuela...
—Abuela te pondrá eso en los brazos preciosa mía —me interrumpe mi madre—. Dame un gran abrazo —pide y mi hija lo hace—. Puedes ir a jugar.
Mi hija sale al exterior y mi madre se gira hacia mí.
—No aguantaría despedirme de ella. Dícelo cuando pregunte y me haya ido —comenta.
Cuando mi madre recoge un maleta en la cocina, la puerta principal informa que alguien ha llegado.
Nos encaminamos a la puerta y al abrirla me encuentro con Kimberly Stone. La cría tiene un vestido tortuosamente ajustado gris, su largo cabello recogido en una melena, unas gafas de sol y un brillo en sus labios que parece que solo los hace lucir más grandes.
—Buenos días —dice y deposita un beso en mi cara—. Kimberly Stone —se presenta ella misma a mi madre.
—Soy Ruth, la mamá de Reese —responde mi madre devolviéndole el saludo—. Mucho gusto.
Ruth le sonríe y pasa a atenderme a mí.
—Cuídense mucho. Te llamaré —repite. Asiento y le ayudo a llevar la maleta hasta el taxi que acababa de llegar.
Cuando regreso la cría aún estaba en la puerta.
— ¿Se marcha? ¿Ella es la que cuida de Lia? —pregunta como si quisiese saber eso por varios minutos ya y no pudiese contener más las preguntas.
—Si. Tiene que ir a cuidar a su hermana —contesto y cierro la puerta.
— ¿Y quién cuida de Lia? —indaga.
—El papá —respondo pegándome a ella.
— ¿Y quién cuida al papá?
— ¿Cuál es el interés? ¿Tú lo quieres cuidar? —cuestiono.
—Puede —contesta.
—Lia no sabe nada aún. Se lo comentaré después —digo cuando me separo de golpe de ella obteniendo un sonido de insatisfacción.
—Ve a cambiarte al cuarto, al final del pasillo. Lia está en la piscina —comento mientras camino hacia la puerta que da acceso al patio para ver qué hace Lia.
Está jugando la casa que le puse a varios centímetros de la piscina con la perra. La vio un día en el centro comercial y no pude inventarle una excusa para no traerla a casa. Cabe ella dentro.
Vuelvo a la cocina a buscar dos refrescos y cuando voy a salir al exterior mi lado canalla me lo impide. Suelto los refrescos en la encimera y camino directo a mi cuarto.
Cuando abro la puerta despacio no veo a Kimberly en el cuarto. Sigo al armario y la encuentro viendo mis bóxers.
Me apoyo en el marco de la puerta y cruzo mis brazos.
Cierra la gaveta y pasa a olor una de mis camisas. No sé había cambiado aún y aunque sin dudas vería más, la tela de ese vestido se acopla perfectamente a su redondo culo y me fascina.
Cuando deja la camisa en su sitio y se gira da un respingo.
—Sé que parezco un acosadora, pero a mi favor debo decir que el olor es tan delicioso que frente a la cama lo sentí —comenta.
— ¿Y los bóxers?
—Me gusta ver cómo te quedan y sobresalen. Me preguntaba si todos eran iguales y lo hacías adrede.
—Pues tú me enseñarás ahora tu ropa interior —demando.
Ella pasa por mi lado mirándome. Algo dentro de mí asegura que le gusta este juego, como algo me dice que no sabe que hacer.
Voy hasta la puerta del cuarto y le pongo seguro antes de colocarme frente a ella y llevar mis manos al borde del vestido. Lo subo despacio mientras voy dejando a la vista sus muslos, su braga, su abdomen, sus tetas. Cuando terminé de retirar el vestido ella puso rápidamente sus manos en sus tetas intentando taparlas.
Observo esa diminuta braga roja, de encaje, tan chiquita que no cubre su sexo en su totalidad. Maldita sea, como está para esos diecinueve años. Le doy una vuelta hasta dejarla de espalda mientras miro sin ningún disimulo como el fino hilo dejaba a mi merced sus redondas nalgas.
Mi polla se agita bajo el bóxer, pero un solo toque que le advierte que todavía no probará nada.
Agarro el elástico de esa prenda de la perdición y lo bajo por sus piernas, razando con mis dedos sus piernas. No la giro, no veo más que sus nalgas y aunque esto es una tortura para mí, ella también se quedará perdida ante la necesidad de más.
Una vez le retiro la braga la lanzo a mi armario sin moverme del sitio.
—Alcánzame lo que has traído para meterte en la piscina —ordeno.
Me entiende despacio el juego similar al que usó en su cumpleaños. Igual de revelador, quizás hasta más.
— ¿Quieres provocarme chica de negocios? —susurro en su oído pegándome sin medida a ella, permitiendo que sienta lo duro que estoy y a la vez dándole a mi erección el único contacto que tendrá por ahora con ella.
—Es lo único que tengo —susurra con la voz entrecortada.
Cómo le quité la braga, así le coloco la tanga. Despacio y rozando con mis dedos sus piernas. La parte superior también se la puse yo. Una vez vestida caminé hasta la puerta del armario y la cerré.
—Sé que perdí la braga pero...
—Vamos a la piscina —demando abriendo la puerta del cuarto.
Durante algunos segundos no se movió de ese sitio. Su mirada estaba en mí y sus labios los entreabría dispuesta a decir algo pero los cerraba nuevamente. Finalmente camina por todo el pasillo y sale al exterior. Tomo los dos refrescos y salgo al exterior al mismo instante donde Lia abrazaba a Kimberly.
Antes de llegar a ellas se lanzan a la piscina. Suelto los refrescos en la mesita y me siento en una de las butacas a observarlas. La perra Kimli se acomoda a mi lado.
— ¿Jugamos a algo? —indaga mi hija—. Tú me dices una letra y me haces una pregunta que yo respondo con algo que empiece con esa letra.
— ¿Peque con seis años ya conoces todas las letras a la perfección? —pregunta y Lia asiente—. Cada día me sorprendes más. Está bien, empieza tú.
—Letra K. ¿Algo que quieras mucho? —pregunta mi hija.
—Keira, mi mamá —comenta y mi hija asiente—. Letra A. ¿Algo que quieres ver todos los días?
—Abuela —responde Lia. Cuando pase estos dos días la ausencia de Ruth le va a costar—. Letra J ¿Algo que tiene un lugar en tu corazón?
—John, mi hermano —contesta Kimberly—. Letra P. ¿Algo que te importe mucho?
—Papá —responde Lia—. Letra R. ¿Algo que pienses mucho?
Soy fan de cómo mi hija con sus juegos y sus preguntas ingenuas pone en una situación de no saber que decir a Kimberly.
—Umm, peque. Qué difícil la pusiste. No tengo nada con R.
— ¿Te rindes? Pierdes —la reta mi hija.
—No me gusta perder peque —dice ella fingidamente enojada—. Reese.
— ¿Piensas mucho en Reese? —cuestiona Lia.
—Cuando estoy en el trabajo y no sé que hacer para que me encante el almacén.
Mi hija se queda pensando y aunque es muy inteligente se pierde en las palabras de Kimberly.
—Igual he ganado madrina, te demoraste mucho en contestar.
—Pero contesté peque, he ganado yo.
—Gané yo —intervengo y ellas me atienden—. Me mencionaron dos veces.
Ellas se quedan en silencio observándome y finalmente Lia salta.
—Tienes razón papá. ¿Qué premio quieres?
—Se los voy a decir a cada una. No pueden compartir lo que quiero de premio. Es un secreto. Ven princesa.
Kimberly ayuda a Lia a salir de la piscina y viene hasta mi sitio. Me acerco a su oído y le digo:
—Quiero muchos besos y abrazos de tu parte antes de dormir.
Lia sonríe y asiente.
Me levanto de la butaca y espero que Kimberly salga de la piscina.
Una vez lo hace, me acerco despacio a su oído y susurro:
—Quiero que te quedes a dormir.
Hola mis Irresistibles!!! Otro capítulo más! Esta historia se seguirá actualizando seguido. Me gustaría saber quién está al pendiente de ella. También les recuerdo la cuenta de Instagram: naye_escritora y a quién le interese el grupo de WhatsApp puede decírmelo y unirse a la Familia Inmunes!
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