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7. Narrador

Era el cumpleaños de la princesa Stone, la hija de la gran historia de Aiden y Keira. La chica cumplía sus diecinueve años.

Los padres y su hermano aparecieron en la habitación justo cuando colgaba la llamada que durante minutos había llevado con Reese Collow, el ahora socio de Aiden y compañero de trabajo de Kim.

El resto de la familia también llamaba a la chica. Las primeras velas las soplaba y una sonrisa de felicidad aparecía en la cara de todos.

La mañana se hacía presente y ella, tras estirarse se levanta de la cama. Son más de la siete. Su papá ya ha salido a correr. Así que decide darse una ducha. Después de tomarse algunos minutos limpiando su piel con el caro gel se unta de lociones. Del armario toma un short corto, de mezclilla y rasgado en partes de los muslos; un top que únicamente cubre y aprieta sus tetas y calza un par de tenis blancos.

Cuando estaba dispuesta a peinarse su madre entra en la habitación. Era costumbre de Keira Buckett peinar a su hija el día de su cumpleaños.

Le trenza el cabello a su hija y terminando de hacerlo por la puerta entra su padre. Kimberly se lanza a sus brazos a abrazarlo y Keira sonríe. Aiden le da un beso a Keira y John entra a reunirse al abrazo familiar.

Después del desayuno se dirigen a casa de James y Amanda. La abuela de Kimberly y John tenía todo preparado para un gran evento.

—Feliz cumpleaños —grita la familia a coro y Kimberly sonríe.

Los niños tras correr a besar a su prima salen a jugar al parque inflable que Amanda había puesto en una parte del enorme patio.

Amanda y Katherine van a velar por la cena y la decoración de la gran fiesta en la noche. James y Norman se reúnen con John en el despacho de James para seguir tratando sobre los negocios de los abuelos.

— ¿Whisky sobrina? —indaga Dylan mientras sirve en vasos—. Toma, que tú eres de las mías —Le extiende el vaso antes de que ella respondiera.

— ¿Y el gilipollas de tu novio? —pregunta Liam mientras le da un beso en su cabeza.

—Lo mando a volar —expone Andrea imitando el vuelo con una mano y haciendo reír a todos.

Kimberly no sonreía puesto que sabía que la historia no era del todo así. Era mucho más complicada.

—Faltaba llamas a esos ojitos —interviene Eileen, la mujer de Liam.

— ¿Faltaba? —cuestiona Kimberly.

—Sí cariño. Ahora no sé si denota fuego, pero no los veo tristes -responde la pelirroja.

— ¿Contamos ya una historia hermosa? —interviene Alessandra, la mujer de Dylan, quién Kimberly considera otra tía.

—Dejen el complot contra mini, que a su padre le va a dar un infarto si seguimos comentando el tema —interviene esta vez Gabriela, la hermana de Aiden.

—Creo que es hora de jugar —suelta Andrea.

—Andrea no tenemos veinticuatro años... —dice Keira Buckett.

—Buckett si tu te consideras vieja es tu problema. Con mis cuatro décadas sigo siendo un poste comparada con chiquillas.

Andrea hace reír a todos. La palabra poste la ha utilizado antes, ya ellos saben que significa que está buena.

Sí, ellas estaban en sus cuarenta, ellos en su cincuenta pero lucían tan bien que tal parece que del tiempo se burlaban.

—Iré a ponerme el bikini y ya regreso. Y sí, jugaremos. Los he oído jugando a esto mientras estaba allá en el tobogán inflable. Así que hoy participaré —comenta Kimberly con una sonrisa.

Ella se levanta del borde de la piscina y camina hasta la mansión para cambiarse. Antes de llegar a la puerta que daba acceso al exterior por ella sale Reese y la pequeña Lia.

—Madrina —le dice la niña y abraza de inmediato—. Feliz cumpleaños. Te compré esto —informa mientras muestra la manilla bañada en oro con un pequeño zafiro en el centro dentro de una caja roja—. También tengo una.

—Gracias peque —le dice Kim mientras deja un beso en su cachete—. Te llevaré con mis primos —comenta a la niña mientras le toma de la mano—. Reese puedes ir a la piscina con los demás.

Kimberly lleva a Lia con sus primos, los que aceptan a la pequeña encantada. Con quién más se relaciona Lia es con Allison, la menor de todos.

Kimberly vuelve a la mansión y antes de entrar al cuarto que era de su padre para cambiarse sus abuelas la llaman desde la cocina.

— ¿Es el nuevo socio de tu padre? —pregunta Amanda en modo chismosa.

Katherine se le suma y ambas se sitúan delante de Kimberly dispuestas a cotillear.

—Sí, trabaja conmigo —contesta la hija de Aiden.

—Está muy apuesto. No te ha mirado como si quisiese devorarte ¿verdad? —indaga esta vez Katherine su abuela materna.

Kimberly empieza a reír y las abuelas se miran.

—Ya cayó una soldada —zanja Amanda y empieza a reír.

—A tu padre le tendremos que ingresar —apunta la abuela paterna.

—Definitivamente en esta familia no hay nadie normal —dice Kimberly mientras retoma su camino al cuarto.

En lo que Kimberly se colocaba un juego de playa de tres piezas en un tono que mezcla el blanco y negro, una imitacion al mármol, que cubría muy poco y se ajustaba a su figura perfectamente; Reese ocupaba sitio con los padres y tíos de esta.

Con Aiden siempre era el mismo saludo, sin embargo, este ya se mostraba más serio cada vez que se encontraban. Keira si era más sociable. Por otra parte Liam, Dylan, Enzo lo analizaban pero compartían más que solo el nombre con él. Ryan era el que más hablaba con él puesto que había pasado por algo parecido años antes. Las mujeres hablaban más con él. Andrea sabía que para Kimberly se convertiría en más que compañero de trabajo. Reese estaba tranquilamente sentado, no se intimidada por ninguno. Tenía treinta años y había conocido disímiles de personalidades para atemorizarse con alguien.

Kimberly sale al exterior enfundada en su diminuto y provocador bikini y la mirada de Reese es directa. Los demás no dejaron ni un segundo la mirada en la chica, la cambiaron enseguida hacia él. Kimberly se rasca el cuello al notar la mirada de él y él sonríe discretamente de tal acto.

— ¿Jugamos? —pregunta Andrea quién ya estaba dentro del agua.

Hacen un circulo todos, algunos dentro del agua otros a la orilla de la piscina. La estrategia de Andrea de ir para el agua era para que la chica Stone estuviera ubicada al lado de Reese.

La botella de agua rueda sobre un plastico y empieza el juego.

Enzo para Keira. Ella elige verdad.

—Es verdad la teoría de qué tu empresa hace más de hotel que de logística —indaga este. Keira sonríe.

—Verdad —contesta está sin rodeos y los demás ríen.

Keira para Dylan. Este elige un reto.

—Un baile para Alessandra —apunta. Dylan sin problema lo hace y tal acto pone a su mujer deseosa de salir de ese juego y visitar una de las habitaciones.

Dylan para Eileen. Ella elige verdad.

—Cuenta la mejor experiencia que te haya dado el mismísimo Hamill.

—Se remangó la camisa y dejó los dos botones desabrochados. Ese gesto que tienen como arma y que hipertrofia todos nuestros sentidos. Se echó bastante perfume y tomó la corbata, corbata que llevó en su mano intencionalmente. Me llevó hasta el auto y prácticamente me cargó hasta plantarme las nalgas en el asiento. Sus gestos eran fuertes, imponentes. Puso en marcha el auto mientras que con una mano apretaba mis muslos. En mi mente ya imaginaba todo lo que me haría, incluso creaba una escena que me tenía de todo menos con ganas de esperar. Subió un poco más la mano, tocando más allá de la palabra peligro. El aire acondicionado era una mierda, yo estaba sudando. Liam se detuvo frente a la iglesia.

— ¿Follaron ahí? —pregunta Dylan.

—Ojalá. Me dejó en la misa de los domingos.

Todos empiezan a reír y la botella se prepara para seguir.

Eileen para Ryan. Reto.

—Nunca hemos visto perder el control a Gabi. Podrías susurrarle algo que le vuelva loca.

Ryan se acerca a Gabi y mientras le susurra al oído todo lo que planea hacerle por tal bañador Gabi se mueve en el mismo sitio.

Ryan para Gabi. Reto

—Te reto a besarme.

Ella ríe y automáticamente los que una vez fueron los menores del clan se funden en un gran beso.

Gabi para Liam. Verdad.

— ¿Qué es lo peor de tener cincuenta?

—Nunca he pensado en eso. No logro ver nada como un problema. Luzco y me siento como de veinticinco.

Liam para Andrea. Verdad.

— ¿Ya follaste en el cementerio?

—Lo hice. Solo una vez. Impactante —contesta la más loca de todos.

—Madrina, ¿tienes algún proyecto social? —cuestiona con una sonrisa Kim.

—Amor ella antes era una ONG, después llegó Enzo y le cerraron la oficina. Ahora se dispone a revisar los locales de servicios públicos —dice Keira y automáticamente todos ríen.

—He dejado mi vida en ustedes dos y mira cómo me pagan —se queja Andrea de Keira y Kimberly. Estas dos se acercan a Andrea y empiezan a llenarla de besos—. Te dije que eran mías cabronazo —le suelta a Aiden y este le sonríe.

Andrea para Reese. Verdad.

— ¿Crees que la edad es un impedimento para enamorarse?

—Si me baso en mi experiencia, no lo sé. Si me guío por criterios, no.

Reese para Aiden. Verdad.

— ¿Eres un padre posesivo o puedes ser receptivo a ciertas cosas?

—Soy un padre posesivo, pero mientras mi hija esté bien y feliz puedo considerar el ser receptivo con ciertas cosas.

Aiden para Kimberly. Verdad.

—No necesito de este juego para saber sobre ti pero es el juego. ¿No hay vuelta atrás con Justin?

—No —contesta Kim y Aiden asiente.

Después del juego de Verdad o Reto, Kimberly con sus tías empezaron a bailar al borde de la piscina. Kim intentaba seguir a Andrea y no destacar para que Reese no identificara sus movimientos. En una de esas Lia y Allison se unen y bailan con Kim. Lia de la mano de Kim llama a su papá y este la toma de la cintura hasta meterla en el agua. Kim también lo hace.

— ¿Papá podemos invitar a madrina el domingo a la casa? —cuestiona la niña a su padre.

—Pregúntale cariño —responde él.

— ¿Quieres madrina? ¿Pasar el domingo con nosotros?

—Sí quiero peque —contesta Kim y la niña sonríe.

—Lia vamos. Logan ya ha tomado un dulce —la llama Allison y el padre vuelve a ponerla sobre el piso. Se van corriendo dando privacidad a Reese y Kimberly

Él la observa y ella va a rascarse el cuello pero él la detiene:

—Sabes lo que te haré si te rascas el cuello.

—No me mires así —pide la hija de Aiden.

— ¿Así cómo? —cuestiona él.

—Así cómo si quisieras devorarme a pedacitos...

—Así quiero hacerlo —asegura él y provoca tanto en ella que se contiene enormemente para no buscar refugio en su propio cuello—. ¿Cómo identifico tu habitación en tu casa?

—Una pegatina en forma de tacón rojo —contesta ella y él asiente.

—Te espero esta noche ahí —informa y ella abre los ojos de par en par.

La fiesta en la piscina continúo. Kimberly disfrutaba de toda su familia y de Reese con Lia. Todo estaba de maravilla y después del almuerzo, Reese y su hija se marcharon a cambiarse a casa. Amanda le ofreció un cuarto donde podían hacerlo, pero este se negó. Regresaría a las dos horas.

Ahora estaban todas las chicas reunidas en el cuarto de Gabriela mientras se arreglaban.

Kimberly vestía con un vestido largo, de color rojo, con la espalda completamente al descubierto y el escote de sus tetas pronunciado. Andrea le colocaba una fina cadena dorada que caía libremente sobre su espalda desnuda. Sus pies calzaban unos tacones kilométricos dorados, con un diseño espectacular que constaba de una fina tira sobre sus dedos y otra que bordeaba su tobillo y seguía rodeando su pierna cinco centímetros más.

—Sigo creyendo que la mejor opción es un vestido corto —comenta Kimberly mientras se echa gloss en los labios.

—Sigo creyendo que este vestido le provocará un paro cardíaco a dos hombres, así que, es la mejor opción —apunta Andrea, su madrina—. Reese se volverá loco viendo lo cerca que están tus nalgas del escote. Tu padre se pondrá de los nervios al ver cómo el sujeto anterior te mira con ganas de comerte porque el tuvo esa edad y sabe perfectamente entender las miradas de los de su raza.

Ellas ríen. Andrea nunca cambiará.

—Podemos contar un tercero, el comepin' —continúa Andrea—. Este idiota, que también lo vi en la lista de invitados, babeará por ti. Cariño no dudo que ya se esté revolcando con otra, es más, lo aseguro, pero ¿sabes qué? Sin ofenderlo, el idiota comprobará hoy, lo terriblemente idiota que es.

Otra vez la carcajada no se hace esperar por parte de las chicas. Kimberly no lo hizo. Volvió a recordar a Justin y a la forma que lo vio la última vez.

Todos los invitados se reunían en el patio perfectamente decorado en rojo. Kimberly, cómo hija de su padre, hubiese preferido colores más serios, pero su madrina se niega a que se convierta en una Aiden.

Las mujeres de la familia salen primero y se reúnen con sus hombres. Ella estaba dentro de la mansión aún.

Empieza a sonar Side to side de Ariana Grande y ella sale a encontrarse con los demás. Su papá y sus tíos vestidos terriblemente guapos y es esa posición que cada uno tenía —manos en los bolsillos— lo que la hace reír. Era una mañana de todos que parecía ser enseñada junto con el tipo de traje que deberías elegir. Su madre y sus tías rodeaban con sus brazos a sus maridos. Sus abuelos estaban en casa punta de las parejas. Los críos estaban delante de sus padres y es su hermano quién camina hasta ella y le entrega una flor. El beso de Kimberly no tarda en llegar.

—Digno hijo de papá —le susurra Kimberly.

—Digna hija de ambos. Estás hermosa mi mayor —le comenta.

Su hermano vuelve a su sitio y Kimberly ve como Andrea le hace una seña con el ojo. Kimberly no puede evitar sonreír con el pedazo de la canción.

And boy I got ya
'Cause tonight I'm makin' deals with the devil
And I know it's gonna get me in trouble
Just as long as you know you got me

Y chico yo te tengo a ti
Porque esta noche hago tratos con el demonio
Y sé que me meteré en problemas
Mientras sepas que me tienes

Los diecinueve años, no eran quinces, sin embargo, para esta enorme familia los cumpleaños de las hijas siempre se celebrarían por todo lo alto y como si los quince se volvieran a repetir de mayor.

Aiden camina hasta ella enfundado en un traje de corte italiano a medida. Le da un beso en la frente y la envuelve en sus manos para empezar el primer baile con ella al ritmo de la canción Daddy's Little Girl de The Shires.

Su hermano le seguía y a él sus abuelos. Sus tíos también la acompañan, turneándose en una misma canción. El pequeño Logan se dirigía a ella después de los tíos. Kimberly le sonreía mientras recibía un beso de él y empezaban a bailar.

Kimberly jamás se quejaba de que con diecinueve años aún hicieran esto, todo lo contrario, le gustaba estar rodeada de su familia.

Los preparativos estaban hechos y quién se encargó no actualizó detalles, como que ya Kimberly no tenía novio. ¿O lo habrán hecho a posta?

La música Tattooed Heart de Ariana Grande retumbaba. Kimberly no le dedicaba importancia a ello. Continuaría caminando pero Justin se detiene frente a ella.

Todo fue contradictorio. Tenerlo de frente le provocaba muchas cosas pero bailar con él las duplicaba. Le dolía recordar como lo había visto y el chasco del primer amor. Y aunque no estaba lanzada al suelo por el fracaso estrepitoso en las redes de ese sentimiento no significaba que cuando lo veía no la lastimaba. Dicen que cada quién se toma sus dolores de la forma que desee y su forma se manifestaba dentro.

— ¿Sigues teniendo novio? —inquiere Justin.

—Sigo teniendo ex —expone ella y finge una sonrisa.

— ¿Qué ha pasado? —indaga este.

Los demás miraban la escena y en ese «demás» se incluía Reese Collow. Situado a una esquina, que si Kimberly mira hacia allí lo vería perfectamente.

—Enumera cariño y te cuento —pide Kim y vuelve a fingir una sonrisa.

—Uno...

—Te encontré follando en el baño de tu equipo de mierda —le susurra al oído.

Él lleva sus ojos a los de ella de pronto y ella vuelve a sonreírle.

—Vamos cuenta. Te recomiendo hasta el diez —expresa ella y el sigue mientras ella en un susurro le dice todos de una vez por todas—. Has dejado un puto cartel llamándome mojigata para toda la escuela sin saber qué esta mojigata dará el coño y por gilipollas se lo disfrutará otro que no ha esperado cinco sacrificados meses como lo hiciste tú. ¡Terrible! No has sabido tocarme, estremecerme. Si a esta mojigata la hubieses tocado bien probablemente ya estuviésemos follando en tu auto. Un novio de pena, tener tanto que solo ibas a tener tú y por la desesperación te toca de mí «nada»

Ellos siguen bailando al ritmo de la canción. Los demás creerán que hay una reconciliación, sin saber qué, la princesa Stone solo fingía sonrisas.
La canción se acaba, Kimberly le sonríe y mira hacia aquella esquina encontrándose con la mirada seria de Reese.

Le traen el pastel de cumpleaños enorme mientras Ryan toca el piano. Cantan el feliz cumpleaños y el aplauso de los demás llega con la sonrisa de Kimberly.

Hablaba con los demás, intentaba atender a todos pero no le alcanzaba la noche. Era el centro de atención y todos los sabían. Ella al pasar de los años ya estaba más que acostumbrada.

Justin agarra su muñeca y la lleva hasta el parque inflable de los pequeños, que ensimismados con el pastel no le prestaban atención a esto.

— ¿Hay otro hombre Kimberly? —indaga con molestia Justin.

— ¿Otro hombre? Cariño, ¿tú te estas contado dentro de la palabra hombre? —ironiza ella.

—No he puesto el cartel y sí, follé en el puto baño, pero, entiéndeme, llevo mucho tiempo esperando por ti —dice este a modo de excusa.

—Disculpame cariño —comenta ella—. Te he pedido un sacrificio enorme —continua y pone cara de tristeza, él confiado en que habla enserio se acerca a ella y asiente—. Eres del sexo masculino y ustedes no logran «esperar». No importa cuánto lo intenten, hombre y esperar por sexo no ligan. Entiendo amor. ¿Qué quieres? ¿Una segunda oportunidad? ¿Quieres que te retribuya el tiempo de sacrificio?

—Sí amor, vamos a intentarlo otra vez. Yo te quiero y joder, no hay una chica más guapa que tú —expresa él.

—Sabes que hoy estoy un poco complicada...

—Dime el día que quieras amor —habla casi con desesperación.

—El treinta —asegura ella.

— ¿De este mes? —inquiere con duda Justin.

—No cariño de febrero —manifiesta ella—. Ese día se me habrá olvidado la espectacular vista que me diste de tu culo en el baño de tu equipo. Se me habrá olvidado la palabra mojigata. Ese día también me entregaré a ti. Quien sabe a lo mejor también ese día logras removerme un poco todo dentro y prender fuego dónde jamás lo lograste. Entonces amor, nos vemos el treinta de febrero.

—Si te pusiste ese vestido a propósito, no sabes lo que te espera luego de la fiesta —susurra en el oído de Kimberly el mismísimo Reese.

Le eriza todo el cuerpo y no puede evitar rascarse el cuello. Una frase que lo arrebata todo. Ahora mismo mira Justin y aunque vea lo que quiere, el placer dentro arremolina todo contrarrestando el sentimiento.

El amor es fuerte, un sentimiento que te domina; pero el deseo es salvaje, un sentimiento que te enloquece. El amor te hace cruzar mares. El deseo te hace pasar desiertos. Nadie ha dicho que el deseo supera el amor, pero ¿quién puede asegurar qué, según experiencias el noventa y nueve porciento de las personas obvian el deseo por amor? ¿Quién dice que el deseo no conduce al amor?

La vida es complicada y nosotros los humanos más. Kimberly Stone se encuentra sumergida ahora mismo en la lujuria que le produce Reese Collow a su espalda mientras le advierte sobre el vestido en un susurro mientras el chico que siempre le ha gustado y ha querido está frente a ella.

A Reese le importó poco el tener delante a Justin. Ya le había advertido a Kimberly en la tarde sobre tal acto y si cumpliría su advertencia delante del mismísimo Aiden ¿por qué no lo haría ahora delante del chico?

La boca de Reese se pega a la piel del cuello de Kimberly. La chica se queda quieta mientras este besa con lengua ese pequeño sitio. Sin poder controlarlo mueve ligeramente su cabeza dándole mas acceso y Reese termina su propósito dejándola ansiosa de más.

— ¿Es por eso que no querías seguir conmigo y buscaste...

Justin hablaba pero Reese lo interrumpe.

—Los hombres que llaman a una mujer mojigata, puritana o un montón de mierdas más para destacar su nula participación en actos provocativos que podrían enloquecernos es porque evidentemente no saben ni siquiera ellos que hacerles a ellas; porque si tú sabes como enloquecerla, ella te enloquecerá a ti. No lo olvides. Dentro de unos días nos volveremos a ver las caras y notarás que tan mojigata es Kimberly. ¿Me acompañas chica de negocios? Creo que el último baile era para tu hombre ¿Cierto? Pues se equivocaron de candidato.

Kimberly se queda procesando la forma de Reese de hablar antes. No había reaccionado hasta que él no le extiende la mano.

Rodea su mano y mirando una última vez a Justin sale con Reese.

— ¿Vas a bailar conmigo? —indaga Kimberly.

—Lo haré —zanja Reese.

—Solo para asegurarme ¿No tiene nada que ver con el contrato? —pregunta ella.

—Recuérdame que querías tú en el contrato —pide él.

Le hace una seña al Dj que pone la canción Die for You de The Weekend y ellos empiezan a bailar. Todos dejan de hacer sus cosas para atenderlos.
Reese hacía que estuviesen bastante pegados mientras tenían ambas manos en su espalda. Kimberly rodeaba sus manos en su cuello.

—Quería que me mostraras el placer —repite ella mientras él lee en sus labios la respuesta.

—Recuérdame lo que te dije yo —pide él en un susurro.

—En otras palabras que tendrías el control.

— ¿Sabes que el sexo puede conducirte al amor? —le pregunta él.

—No lo sé es mi respuesta según mi experiencia —repite ella las palabras de él de la piscina.

—Hay una sola condición para limitarnos solo a placer —apunta él.

— ¿Cuál es? —cuestiona ella perdida en su mirada.

—El amor —comenta él—. Si empiezas a sentir cosas por mí debes ser clara con ello. De esa forma se terminan los actos que te pueden confundir.

—Entonces no debo enamorarme —asegura Kimberly.

—No deberías hacerlo chica de los negocios. Tienes diecinueve años, un millón de experiencias que vivir y necesitas pasar por una relación de verdad con un chico, no como Justin, que te entregue todo los planes románticos que les gusta a las chicas.

—A parte de mi maestro en sexualidad serás la voz de mi conciencia —ironiza ella.

—Solo quiero lo mejor para ti chica de los negocios —asegura él.

— ¿Sabes que es lo mejor para mí? —indaga ella—. Conocerme a mi misma, de tal forma, que si me toca otro como Justin, besarme yo misma, tocarme yo misma y follarme a mí misma ¿entiendes? No quiero amor, no quiero relaciones rosas y perfectas con chicos, quiero verlo todo rojo y que mi mente grite placer todo el puto tiempo. En cada movimiento de tu mano quiero imaginarme corriéndome con ella. En cada acción de tus labios para hablar quiero pensarlos besándome el cuerpo. Voy a mirarte el pantalón antes que la cara y calentarme con tu bulto. Eso quiero, compañero de pincha, porque aunque Justin o otro no sepa cómo calentarme al punto de volverme loca, entonces seré yo quién les enseñe como hacerlo.

Las palabras de Kimberly habían dejado completamente loco a Reese. Una chica de diecinueve años lo ha dejado callado hablándole. Ni la madre de su hija, quién obtuvo tanto de él había conseguido hacerlo perder el norte mientras le explicaba que quería.

Las ganas se estaban volviendo bestiales en el cuerpo del hombre mientras Kimberly sonreía mirándole a la cara. El que lo contralaba todo, se estaba perdiendo ante una cría.

—Nos vemos luego —susurra él en su oído y se marcha cuando se acaba la canción.

La noche seguía y Kimberly seguía disfrutando de su cumpleaños. Sus amigas también estaban, sin embargo, Erika se alejaba pronto.

Una vez los demás se marcharon y ya los críos estaban dormidos en la mansión Stone, los padres y tíos junto a Kimberly bebían tequila.

Habían pasado tres, cuatro, ellos no sabían. Kimberly proponía cerrar el cumpleaños en ese momento pues lo había disfrutado enormemente. Esa era su escusa, pero, internamente sabía que debía estar cuerda para el individuo que prometió colarse en su habitación.

De vuelta a su casa y tras despedirse de sus padres entra a su habitación. Reese la esperaba sentado en una butaca, como mismo lo hace en su casa. Kimberly cierra la puerta con seguro y camina hasta su sitio observándolo.

—Si tu quisieras provocarme ¿qué es lo primero que harías ahora? —indaga Reese.

—Quitarme la ropa... despacio —responde ella e intenta quitar su vestido.

—Si lo haces me darías rápido lo que quiero —dice y Kimberly detiene su acto—. En cambio si te tomas tu tiempo antes de desnudarte me volverías esclavo de ti, de tus movimientos y del deseo.

Ella piensa en bailar, sin embargo, si lo hace él sabrá que es la chica del antro. Ella no quiere que sepa. Quiere volverlo loco de las dos formas.

Camina hasta la mesita de noche y toma el vibrador que no había usado. Se acerca a él a paso lento mientras él observa su andar. Al frente de la butaca lleva despacio sus manos hasta el elástico de la fina braga y se la quita delante de él. Su mano le indica que le entregue la braga pero esta la lanza hacia atrás en la cama. Sabía perfectamente que la braga que se quitó en el antro cayó a su lado. No sé arriesgaría. Se sienta en sus muslos, apoyando su espalda en el pecho de él y corre un poco el vestido aprovechándose de su apertura.
Enciende el vibrador tras buscar cómo y lo acerca a su sexo. Ella no sabía exactamente dónde colocarlo pero Reese tomó su mano y la movió hasta encima de su clítoris.

—Nunca me he corrido...

—Concéntrate —interrumpe él.

—No sé cuando...

—Te darás cuenta —le susurra él—. Disfrútalo.

Kimberly se dejaba llevar. Intentaba concentrarse en el movimiento de vértigo que daba el aparato.

Cuando empieza a disfrutar se mueve sobre las piernas de Reese haciendo que la erección de este sea mas notable.

—Siénteme chica de los negocios —susurra él contra su oído mientras una de sus fuertes manos rodeaban la cintura de ella—. Enloquéceme con tu primer orgasmo.

Las palabras de Reese le estremecían dentro. El vibrador estaba empezando a dar resultados. La verga debajo de sus nalgas y la fuerte mano de él rodeándola. Todo eso fue motivo suficiente para que la primera contracción llegara y la hiciera temblar sobre él. Con esta llegaron tres más.

Él le retenía y ella intentando recuperarse de los espasmos separa el vibrador de su clítoris pero Reese lo vuelve a llevar. No pasó ni un segundo para su sexo sin el vibrador. El sitio estaba sensible. Kimberly agarraba el vibrador mientras sentía su cuerpo tensarse al instante, muchísimo más rápido que la primera vez.

—Bésame ahora —demanda ella entre gemidos.

Él acerca su boca a la de ella pero no la besa.

—Córrete ahora —ordena él y empiezan los temblores, más fuertes que la primera vez. A Kimberly casi se le escapa un grito y Reese no tuvo otra opción que tomar su boca. Devorar con lujuria esos rosados y perfectos labios. Tan salvaje fue ese beso que la chica de negocios dejó el vibrador en su clítoris.

La piel estaba más sensible, la verga de Reese más dura, el vibrador no daba tregua y Reese no dejaba de comerse sus labios. Es así como obtiene otro orgasmo sobre él mientras este seguía apoderándose de su boca. Cuando el estremecimiento cesó Reese se separó de su boca y un hilo de saliva se quedó unido de la boca de ambos, motivo que hizo que Kimberly volviera a besarlo por su cuenta.

Ella dispuesta a seguir toma la hebilla del pantalón y se coloca a horcajadas sobre él.

— ¿Quieres más chica de los negocios? —indaga él y ella asiente mientras no suelta su boca.

—No quiero ya el vibrador, quiero que lo hagas tú —susurra contra la boca de él y su erección ya le duele.

Reese pensaba que Justin era un jodido idiota por perderse esto. A la vez que se vanagloria internamente de haberla tenido sobre él mientras tenía su primer orgasmo.

—Recuérdame que te dije sobre este negocio —exige él separándose de ella, pero quejándose internamente.

—A tu ritmo —bufa ella.

—Cámbiate de ropa. Me quedaré hasta que duermas —demanda él.

—Si te hubiese enloquecido tú estarías follándome ahora —comenta ella mientras se levanta de encima de él-. No lo he conseguido.

Antes de que caminara él agarra su muñeca y detiene todo intento de ella de moverse.

—Te acuerdas del castigo de dejarle a mi hija ver muñes y apagarlos a la mitad. Aquí está la versión para mi nena mayor.

Le suelta la mano y ella se queda dos segundos mirándolo hasta que finalmente va al baño a cambiarse.

Él le prepara la cama y ella se acuesta. Era extraña la situación pero se dejaba llevar por él. Reese se acuesta a su lado rodeando su mano en la cintura de ella.

—Esto no es parte del contrato —expone ella con miedo a que esos actos le envuelvan y se enamore de él.

—Ya te dije que mientras no te enamores no nos limitaremos a solo follar —deja claro él.

A la hora fue que Kimberly se quedó dormida.

La casa no tiene seguridad. Mira la hora. Son la una de la madrugada. Todos están durmiendo. Se apresura en salir de la casa y una vez en el exterior, lejos de estar emocionado, detiene sus pasos en seco.

Reese era jugador, pero olvidaba que había alguien que ya conocía el juego. Aiden Stone.

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