4. Kimberly
Maratón 1/2
No sabía que insinuaba él o que pretendía con la respuesta de la niña. Sin embargo, si me guiaba por su mirada, por sus ojos que lanzan cerillos a mi cuerpo ya empapado de alcohol y empezaba a arder en llamas.
Justo así sentía todo dentro. Cómo si me estuviese llenando de calor por dentro. Es confuso, es distinto, es increíble.
No sé que tiene Reese, que desde que lo vi en el antro provoca tanto en mí con solo una mirada. Sin nada más, sin caricias, sin toques, sin besos. Lo más jodido es que encender mi cuerpo con miradas es tener curiosidad de qué pueden provocar cosas más profundas. Las palabras de mi padre «cuando lo desees hasta el punto de volverte loca» estaban en bucle en mi cerebro.
No, no puede ser. Lo conocí solo ayer. Estas cosas no suceden así, no cuando tengo una relación de cinco meses y estoy enamorada de mi chico.
Me concentro en el helado de banana. Está delicioso y me ha gustado más que los anteriores. Lo disfruto en demasía y cuando llega la porción que se entremezcla con piña la dejo.
—Madrina —me llama Lia. Estaba concentrada en mi helado para no mostrarme afectada ante la mirada del señor papá—. ¿Cambiamos? Tú me das la de piña y yo te doy mi menta chicle.
Miro a Reese y este muestra una ligera e imperceptible sonrisa. Algo me dice que la idea ha sido de él. ¿Se habrá dado cuenta que no me gusta la piña?
— ¿No te gusta la menta? —indago.
—Sí —contesta—, pero me gusta más la piña —agrega.
—Acepto, pero con la condición de que comas la mitad de tu bola de menta chicle —digo.
No me comería la piña igualmente y no quiero sacrificarla. Qué coma menta y luego con una porción que ella sienta que hizo el cambio le daré la piña. Si por mí fuese se la daba desde ya, pero su padre le ha pedido un cambio y ella parece creer que es lo correcto.
—Anda guapa. Come la mitad de tu bola de menta y cambiamos —comento, ella mira a su padre y yo viro su carita—. El trato es conmigo no con tu súper papá —le explico.
Ella asiente y empieza a comer. Cuando llega a la mitad me informa.
—Toma la bola de piña y la verdad es que estoy llena. ¡Disfruta cariño de la menta también! —digo y sonrío.
Ella sigue comiendo, concentrada en su comida y yo recuesto mi espalda en el espaldar de la silla en una forma despreocupada.
El padre de la niña que me dice madrina me sigue observando. Llevo mis ojos a los de él y los dejo fijos. Vamos a ver quién se cansa de mantener la mirada. ¡Qué no me toque las bolas, soy hija de Aiden!
—Madrina —me saca de la burbuja la niña—. Acércate, quiero contarte algo.
Camino por detrás de su padre y me agacho a su altura quedando entre ella y el papá.
—Quiero un cachorrito pero papá no quiere. Podemos caminar ahora, vamos a un lugar que hayan perritos y me ayudas a llorar un poco por uno. Tal vez convencemos a papá —susurra en mi oído.
Me empiezo a reír. ¿Habré sido así yo a su edad? Seguro que mi madrina Andrea me complacía en todas mis locuras y ponía de los nervios a Aiden. ¿Me toca hacer lo mismo?
— ¿Podemos caminar un poco? Estoy llena —comento a Reese. Este me mira sin emitir ningún sonido. Lleva su vista a la dependienta, le pide la cuenta y vuelve su mirada hasta mí.
Lia y yo empezamos salimos del local en lo que su padre paga la cuenta. No hemos avanzado cuando ya Reese nos acompaña. Intencionalmente tomo la calle que lleva a San Francisco Animal Care & Control. En auto es siete minutos pero caminando puede salir caro.
—En el auto podemos llegar hasta donde quieres Kimberly —comenta cómo si leyese mis intenciones.
—Está bien. Subamos, yo te indico —digo.
A mitad de camino creo que ya sabe hacia donde quiero ir. Mira a Lia y me mira a mí. La pequeña mira al techo con inocencia cómo si no supiese nada y yo sonrío. Su padre no es bobo.
—Es aquí —comento y él mira el lugar.
—Lia ¿también vas a decirle que te compre un perro para que de esta forma lo permita? —inquiere y la niña pone una cara de inocencia que me da ganas de reír nuevamente.
No me meto en la conversación de ellos, simplemente bajo del auto y entro al local. Es un sitio de adopción. Después de saludar a las encargadas y que me explicaran el procedimiento y demás, paso a ver a los cachorritos.
La pequeña Lia ya estaba a mi lado. La que elegirá es ella pero no puedo evitar enamorarme de una perrita preciosa cargada de pelo blanco. Es pequeña. Me acerco embobada y la perrita mueve la cola ágil.
—Eres bella cariño —digo agachándome y tocándola—. ¿Qué crees Lia?
—Es preciosa y ya le tengo nombre —dice entusiasmada—. Kimli. Kim por ti y Li por mí —explica.
—Me encanta peque. Hablaremos con ellas y si tu papá lo permite puedes llevarla a casa.
La hora complicada es enfrentarse a Reese, quién se mantenía serio y con los brazos cruzados a unos pasos.
Con Lia, quién carga a Kimli, nos detenemos frente a su padre.
—Reese ¿crees que Lia pueda llevar a Kimli a casa? Prometo no volver a darle algo sin consultarlo contigo. —Una gran mentira. Pienso ponerlo de los nervios.
Él me observa, creo que no hay un solo segundo desde que nos conocimos que ha dejado de hacerlo.
— ¿Lo harás? —indaga.
Le mantengo la mirada y sonrío finalmente.
—Claro —comento.
—No lo harás —asegura—. Por tanto, no hay negocio.
—Espera... —digo—. Si le compro o regalo algo si consultarte haré lo que quieras.
Una negociación que me haría perder bastante. Ese «lo que quieras» implica muchas cosas que tal vez no pueda aceptar. ¿Quién sabe?
—Hecho —zanja.
—Papá y los besos que cierran el pacto. Madrina deja que papá te de un beso en la frente y madrina le das uno en la mejilla. Es así como cerramos pactos.
— ¿Con palabras no es suficiente? —indago.
—No, porque las palabras pueden olvidarse. Los besos no se olvidan porque transmiten —explica ella.
Me deja con la boca abierta su respuesta pero antes de que hiciera algo unos labios pronunciados se posan en mi frente, otorgándome un beso casto que a pesar de todo de inocente no le sentí nada. Miro a Lia que me señala la mejilla del papá. Le doy un beso rápido y torpe.
Las chicas que se encargan vuelven a explicar, firmamos un documento y terminamos los trámites. Algo de mí suspira por hacerme salir de ese momento tan raro.
Mi móvil empieza a sonar y el apelativo Amor con varios emoji que lo comprueba se ilumina en la pantalla.
—Disculpen —le digo a Reese y Lia mientras camino unos pasos—. Dime amor —contesto a Justin.
—Estoy en el cumpleaños de Rebecca. ¿Te espero aquí para que la saludes y nos vamos a Pura Club? No sé por qué lo cree, pero dice que tú vendrías.
—Le dije que iría. En minutos estaré allí —comento.
Se me había olvidado el cumpleaños de Rebecca. Tenía planes de ir al antro hoy. Quiero ir.
—Está bien. Nos vemos aquí —concluye.
—Sí cariño —digo y cuelgo.
Regreso los pasos que me alejé y me encontraba con padre e hija esperándome.
—Lia tengo que irme hermosa —comento. Le extiendo mi bolsita a su padre y sonrío—. Lo siento pero no puede caer de nuevo ¿Me la puedes agarrar un momento?
—Yo lo hago madrina —comenta la niña, pero su padre coge la bolsa antes de que lo haga ella.
Tomo un cuaderno de mi mochila, arranco una hoja y con un bolígrafo escribo mi número.
—Toma bonita. Me llamas para hablar, para decirme algo, para que te visite, para lo que desees. Recuerda... ahora cada vez que te quiera regalar algo tengo que preguntarle a papá. No me la pongas muy difícil peque —comento y sonrío.
—Gracias —dice y extiende sus brazos para abrazarme. Me agacho a su altura y le devuelvo su abrazo.
—Nos vemos mañana en la oficina —le digo a Reese y este asiente.
...
Conduzco hasta casa de Rebecca. Ahora no canto a todo volumen una canción, ahora pienso.
Dos Kimberly, dos veces coincidiendo con la misma persona.
«Reese Collow»
La Kimberly de las noches sintió muchas cosas inexplicables cuando la mirada de Reese se posó intensamente sobre ella. Sin embargo, la Kimberly que llaman princesa Stone ve el reflejo de aquel encuentro en su cuerpo.
¿Cuándo demonios me he rascado tanto el cuello por alguien?
Esto es demasiado confuso.
Aparco frente a casa de Rebecca y dejo mi juguete escondido en mi bolsa en el auto y tras tocar la puerta, la abren de inmediato. Ahí me encuentro con ella.
Mierda, no le compré nada.
—Feliz cumpleaños Rebecca. Lo siento, no he comprado nada —aseguro mientras la saludo con un beso.
—Gracias. No te preocupes. Bienvenida —comenta y asiento.
Ya no quedaban muchas personas, pero Erika y Justin estaban ahí.
—Cariño —comenta y se apresura en darme un brutal beso, al que le sigo.
—Erika —la saludo cuando Justin me suelta.
—Últimamente estás muy ocupada Kim —suelta ella.
La miro a lo ojos tratando de descifrar el papel que está jugando o que lleva días jugando.
—Trabajo y estudio Erika. Soy una chica ocupada. No estoy en mi enorme cama rosa esperando que me traigan el desayuno y pidiendo hasta que me vistan —lanzo como si fuese daga directo a ella. Mi cama no es rosa, pero la de ella sí.
— ¿Me estás queriendo decir algo Kimberly? —indaga mirándome amenazadoramente.
—Sí, te estoy diciendo que no soy tú. Llevas días en esa actitud y me estás empezando a impacientar. ¿Por qué tienes que desprestigiar todo lo que hago?
—Porque te crees el centro del mundo Kimberly y no lo eres —zanja de forma áspera, demasiado molesta.
—Lamento si en algún momento te has sentido inferior a mí, Erika. No es mi culpa, sin embargo, te pido disculpas por ello, porque te creas inferior. Amiga, yo no soy el centro del mundo, tampoco quiero serlo —digo y tomo la mano de Justin caminando hasta la salida—. Rebecca cielo, nos vemos mañana, nos ha surgido un imprevisto.
Ella asiente un poco triste y yo le sonrío. Tras ellos salimos de ahí.
— ¿Qué te sucede Kim? —pregunta este mientras nos subimos a mi auto.
—Erika está muy pesada, demasiado criticona para mi gusto —suelto. Es en serio, lleva días haciendo como si el simple hecho de que yo respire le molesta—. Comemos juntos.
—¿No saldrás esta noche? —indaga.
—Sí, lo haré —aseguro y es que ese club es el escenario de fiesta de mi familia pero me he apropiado de él como si fuese mi segunda casa.
Vamos a comer juntos. Justin recalca cosas en mí oídos como «Luces hermosa» «Te deseo tanto» «Me encantas» palabras que me hacen sonreír y latir el corazón pero, ¿no deberían latir más cosas?
La cena transcurre escuchando las historias del increíble equipo de rugby dónde él es el capitán. Se emociona hablando de ello y yo como su novia le atiendo y le sonrío apoyándolo en su emoción.
Tras terminar acordamos en vernos en Pura Club. No sé por qué con todas las intenciones claras me deja ir tan pronto pero aquí vamos otra vez camino a casa con mil inseguridades dentro sobre si estoy bien yo o si algo falla conmigo. Las dudas se multiplican, la mente quiere esclavizarme y yo como imán caigo en un mar de incertidumbre.
Bajo del auto y tras tomar mi mochila con la bolsita entro a casa. Me encuentro a mamá frente a la lapto trabajando.
—Mamá —saludo mientras le doy un sonoro beso—. ¿Aún trabajando?
—Tu padre ha ido con tu hermano a explicarle sobre negocios. Está muy enfocado en las compañías automovilísticas. Así que me he sentado a terminar el trabajo pendiente —explica—. ¿Quieres que prepare café y hablamos un poco?
Asiento de inmediato. Realmente necesito contarle, antes que mi madrina hable sobre Reese.
Mi madre prepara café y tras dos minutos ya estamos caminando hasta el exterior y sentándonos en el cómodo colchón que grita comodidad absoluta. Aquí cuando estábamos pequeños nos acostamos los cuatro.
El aire sopla fuerte removiendo nuestro cabello a su antojo. Le doy un sorbo al café y antes de conversar disfruto del ambiente.
— ¿Crees que estando enamorada de Justin puedo sentir que mi cuerpo internamente es lava volcánica mientras lo mira otro hombre? —pregunto.
—Prince te lo he dicho, el deseo sexual no tiene que ir de la mano del amor. Puedes sentir atracción, deseo, lujuria por esa persona que te observa y no estar enamorada —expone.
— ¿Estando con mi papá alguna vez sentiste deseos por alguien más? —pregunta.
Ella sonríe, mi mamá lo hace mucho.
—No —contesta y le noto la seguridad—. Solo quería ser tocada por Aiden, besada por él. Yo era una chica con tan poco recorrido sexual y una vez me acosté con tu padre solo quería tenerlo dentro.
—Te voy a contar un secreto mamá. ¿Conoces a Reese? El nuevo socio de mi padre...
— ¿Almacenes Collow? —indaga dándole un sorbo al café.
—Estaba en ese cuarto del antro con la emoción volviéndose otra capa más de mi piel. La peluca roja intensa llamaba mi atención y me la puse apresurada. Un antifaz hermoso se situaba sobre la mesita. Me puse ambas prendas de inmediato y al mirarme al espejo no evitar sentirme feliz. Mi cuerpo empezó a fluir solo, sin música y en ropa interior. Estaba en las nubes hasta que mi mirada cae en el espejo y me encuentro con un hombre pegado a la puerta observándome como si quisiese devorarme con la mirada. Era él Reese Collow.
—Me quedé tensa —sigo contando—, y él seguía observándome. Busqué apresuradamente un cuaderno en la mesita y un bolígrafo y le pregunté que hacía ahí. Se había equivocado, dijo. Solo bastó una mirada para revolucionarlo todo dentro. No hay nada más real que esto que digo; «con solo mirarme hace que un calor febril me llene por dentro, pero que además, me ponga nerviosa»
Mi madre no borra su sonrisa y yo sigo esperando alguna frase como «Es mayor que tú» «Está mal sentirte así» «Es una locura»
—Solo bastó una mirada de Aiden Stone para que me temblaran las piernas —apunta—. Y no te digo que debas ir corriendo a lanzarte a sus brazos como mismo hice con Aiden, simplemente aseguro que sé cómo una mirada puede provocarte un sinfín de estados profundos dentro.
—Aún no he acabado mamá —comento—. He trabajado con él hoy y aunque no me reconoce la mirada que me lanza es igual de penetrante. Fui con mi madrina Andrea al centro comercial y me compró un vibrador. Mi renuencia a tomar la caja hizo que cayera al suelo y el hombre Collow estaba justo detrás... con su hija. He pasado la tarde con ellos y si te soy completamente sincera mamá, decir que la pasé bien fue quedarme corta.
Mi madre está seria, demasiado. Esto no le hará gracia como a Aiden tampoco. Reese tiene treinta, yo dieciocho y además, tengo un novio.
—Puede pasar cien años que Andrea sigue siendo Andrea. Me comentó la idea del vibrador y yo le pedí que no te presionara con eso. Me gustaría que tus actos sean por quererlos y no por impulso. —De pronto ríe y yo pienso que le ha salido otra cabeza—. Fuera de eso te digo prince que si creía que yo me metía en momentos icónicos, tú con lo de hoy me superaste. ¿Sientes que te gusta? —pregunta mi mamá nuevamente seria.
—Siento cosas intensas dentro, que no había sentido nunca: mucho calor, nervios y ¿deseo? —contesto siendo muy sincera.
— ¿Has visto a Justin? —pregunta analítica mi mamá.
—Hoy —contesto y cuando miro mi café prácticamente completo aseguro que el café solo fue una excusa. Yo necesitaba contarle.
— ¿Lo seguiste viendo igual? —indaga—. ¿Sentiste tu corazón latir?
—No lo sentí latir. ¿Eso no es una metáfora? ¿Late de verdad?
Mi madre arquea una ceja y analiza mi postura.
—Tú no estás enamorada de ese chico prince —zanja.
—Si lo estoy mamá. Desde que entré a la escuela he querido ser su novia —le recuerdo algo que ella sabe.
—A esa edad cariño puedes creer que el primer chico en el que te fijas es el amor de tu vida, pero no prince, el amor de tu vida llega después. El amor intenso, el amor de verdad. Ese amor que te hace mejorar por la persona que quieres. El que sientes que conquistaste lo mejor del planeta. El que te dice te amo y todo dentro vibra. Con el que estás dispuesto a aguantar procesos porque aseguras que vale la pena. En fin cariño. El primer chico que te gusta en la adolescencia no implica que es el amor de tu vida, a veces ni siquiera se le llama amor. Es un reflejo de la voluntad de tu cuerpo de empezar a experimentar sentimientos por el sexo opuesto. Así lo describiría yo.
Me quedo pensando en las palabras de mi mamá. Tengo tantas dudas aún y necesito saldarlas todas.
Justin era el chico popular de la escuela, el que todas querían. Capitán del equipo de rugby, con status. Era una joya que intentaban acaparar por día. Yo también era una de ellas. Lo quería para mí. Quería que fuese mi novio. Después de tenerlo ¿qué más?
Mis pensamientos, los que no había tenido antes, me hace verme como una caprichosa consentida. La idea me martilla y tal vez sea cierto, pero, ¿qué diablos hago ahora?
—Debo pensar más —le digo y ella asiente—. Eres una mamá increíble ¿sabes? Te amo Buckett —expreso y ella sonríe. Nos fundimos en un abrazo dejando las tazas en el suelo.
— ¿No van a atacar a Pura Club hoy? —pregunto cuando nos soltamos.
—Prince creo que cuando llegue nuestra muerte van a tomar ese club y convertirlo en Panteón para nosotros —bromea mi madre y yo río.
Estamos hablando de hombres de cuarenta y tantos que lucen mejor que chicos de quince. Nos porque los quiera a todos, es que en serio he sido testigo de como logran acaparar miradas. Es sus rasgos en los rostros, la mirada, el porte que grita poder. Han pasado años desde que ellos eran unos jóvenes de treinta años pero realmente la vida, con ellos, no se ha desquitado.
Ellas, por su parte, menores que ellos. Rozando los cuarenta pero aún. Más bellas y radiantes que nunca. Con una seguridad arrolladora al caminar y porte de tener conquistado el mundo. Todas controlan su propio negocio.
Las parejas que aún salen en las revistas, de las que aún conversan y las que, siguen viviendo intensamente y feliz la vida.
Ellos son mis padres, ellos son mis tíos. Ellos son los progenitores de la nueva generación que pondrá a gritar a San Francisco otra vez. De generación en generación. La historia no termina.
Camino por el medio del club. Mis zapatos Bottega Veneta blancos de gran tacón y sin tiras que rodearán mi tobillo repiqueteaban en el gran mármol. Me recogía el pelo en una trenza; algunas hebras salían de tal peinado y es que lo cierto es que no tenía ninguna intención de que luciera perfectamente peinado. Vestía una saya ajustada color crema y una blusa de solo un tirante del mismo color. Metía el gloss en mi clutch blanco y sonreí de pronto cuando miré hacia la mesa que no ha cambiado de dueño por más de dieciocho años...
La música era bastante alta pero, aún así escuchaba el saludo de los demás. No había llegado a la mesa cuando un grupo que ni siquiera reconozco me incita a bailar.
No me negué, no lo hacía nunca, así que los acompañé a bailar. Empieza la idea del centro y quién primero entra y se mueve soy yo, le siguen otras dos chicas y finalmente se acaba la música.
Entonces sigo mi camino hasta la mesa de mi tío Dylan. Sí, después de años ese lugar seguía siendo suyo. Me detengo frente de la gran mesa ocupada por diez personas y sonrío.
—Una entrada como se debe mami —dice en alta voz Andrea—. Un perreo como se debe también —agrega.
Mi padre rodea los ojos mientras los demás sonríen.
—Saliste a tu tío preciosa —comenta está vez tío Dylan—. Llamando la atención siempre en las fiestas.
—Tengo que admitir que te veo creciendo y digo: detente ya —comenta mi tía Eileen y muestra una preciosa sonrisa. Se ha cortado su melena roja natural y le quedaba preciosa.
— ¿Tienes alguna historia que contar sobrina? Estaba pensando en hacer una serie con la vida de cada uno. Ya tu quedarías en Herederos —comenta mi tía Alessandra.
—No tengo nada interesante que contar aún, espera un poco más —digo y ella ríe.
Mi tía Gabi se levanta de pronto y me da un sonoro beso.
—Lo siento, te puedes quedar sin saludarlos a todos pero no a mí —comenta y yo río.
Mi tía ocupa su sitio nuevamente y siento una mano rodear mi cintura. Giro un poco la cara y me encuentro con Justin.
Sus labios se posan en los míos en un casto beso, muy diferente al que me da siempre. Imagino que la manada le pone un poco nervioso.
—Buenas noches —saluda y recibe respuestas también.
Todos se nos quedan mirando y aunque para mí no es incómodo si es raro, la mirada que muestran. Decido tomar a Justin de las manos y tras decir adiós caminar hasta la parte de la pista que se acerca a los baños.
Empiezo a bailar con Justin al ritmo de la música. Su cuerpo pegado al mío mientras sus labios merodean por mi cuello y una de sus manos rodea mi cintura. Su polla abulta su pantalón haciendo que la sienta a través de la tela. No dejo de moverme sobre su erección.
—Vamos a mi casa —susurra en mi oído.
Y de pronto una proposición y todo se detuvo.
Otra vez.
Maldita sea.
¿Qué diablos no está bien en mí?
¿Debería hacerlo así o debería seguir esperando más?
—Hoy no, tengo que...
—Estoy aburrido de ti y de lo mojigata que eres Kimberly. En serio. Tienes dieciocho putos años y llevamos cinco meses. ¿Qué diablos necesitas? —lo dice todo a mi oído. Estoy seguro que aquí no se pondrá a gritarme.
—¡Qué me aflojes las piernas con solo mirarme mierda! —espeté y me separé, caminando hasta la mesa de mi familia, no sin antes pedir once shot de tequila.
— ¿Ha pasado algo? —interviene mi padre analizándome.
—Nada —contesto de inmediato—. Qué vamos a tomar juntos un shot de tequila. Me siento orgullosa rodeada de quienes crecí y hoy voy a celebrarlo.
Dejan los once tragos en la mesa, dónde mis padres y mis tíos están sentados. Yo seguía de pie.
—Por los muchos —grita Andrea.
—Por los muchos —gritamos todos y bebemos de un trago la bebida. Chupo el limón después.
Mi mamá y mis tías me acompañan a bailar. Lo disfrutamos todas. Y yo, por estos minutos no pienso en nada más que mover el trasero.
Pero la música se acaba y recuerdo la palabra «mojigata»
Por querer esperar a que lo desee con delirio soy una mojigata.
Por no dar el coño antes de los dieciocho soy una mojigata.
¿A los hombres le gustan las putas?
«Pues seré una puta»
Pero que lástima, una puta con el que no me dijo mojigata.
Camino hasta mi padre y le susurro al oido que quiero bailar hoy en el antro. Mi padre me mira serio. Sigue acostumbrándose. Me dice que me llevará pero me niego. No acepta un no. Dice que lo hará y regresará pronto. Mi madre agrega que nos acompañará y de pronto, no tengo nada que hacer, me llevan hasta allá los dos.
El show ya debe haber empezado así que me cuelo por la puerta trasera. Me encuentro casualmente con Angelo y le digo que hoy bailaré. Asegura avisar. Inclusive me felicitó por los resultados del primer baile.
Entro rápido a la habitación que ya tenía la placa Ly y me coloco rápidamente la peluca y el antifaz. Temo que vuelvan a irrumpir aquí y yo esté desprotegida.
A decir verdad ahora mismo no quiero que se entere que Kimberly y Ly son las mismas. Quiero ver quién toma dominio sobre él: yo en la realidad, yo como bailadora de tubo.
Me desprendo de la ropa esperando el vestuario y cuando vuelvo a mirarme en el espejo vuelvo a bailar, pero esta vez son pasos nuevos.
Y como si su presencia pesara muchísimo miro al espejo. Ahí estaba él, de pie contra la puerta. No me detuve, no planeaba hacerlo hasta que se deleitara por algunos segundos más.
Pero me detiene de golpe su cuerpo pegado a mi espalda y sus fuertes manos ancladas a mi cintura. Su aliento chocando con el lóbulo de mi oreja.
—Te conocí hace un maldito día y has logrado volverme loco. ¿Utilizamos la puta cama? Porque de lo contrario tendré que volver a mi jodida casa y masturbarme nuevamente mientras tú bailas despacio en mi cabeza —Susurró despacio, jodidamente sexy.
Y por una maldita vez supe que yo no tenía problemas. Mi sexo palpitaba. Una propuesta, un roce, un susurro, palabras clara; jodidamente suficientes para que el deseo descubriera mi cuerpo y caminara por él.
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