26. Kimberly
Vivir con Reese para muchos sería una locura, pues solo tengo diecinueve años y él, además tiene una hija. Sin embargo, a mí me gustaba la idea, me gustaba estar aquí. La escuela para mí no era un problema y sentada en el sofá de mi casa esperando el desayuno como alteza no estuve, yo trabajo además con mi papá. Así que, yo no tendría más responsabilidades. Reese cuida bien a su hija y lo que yo puedo hacer, no me es ninguna carga ni problema.
Mirándolo en la cama, desnudo, sintiendo como la palabra «mío» cobra el más delicioso sentido. Deseando nuevamente correr esta carrera que conduce a un orgasmo.
Sin más, sin pedirlo, sin hablar, me subo encima de él y lo beso mientras me muevo, rozando su piel, tocándolo.
Su mano se aferra a mi nuca y el beso lo domina; volviéndose intenso, salvaje, brutal.
Mientras mas rozo su sexo más necesidad tengo de sentirlo. Cómo una maldita droga que tienes que consumirla constantemente de lo contrario tu cuerpo se altera.
Reese mueve su mano hasta la cómoda y saca un preservativo. No me interesa ya mantener a la chica Ly en secreto, así que, tomo el preservativo yo y como en el antro, se lo coloco. No con la habilidad de él, pero voy tomando la mía.
Me dejo caer sobre su erección y aunque como cada vez que lo hago, la primera intromisión se siente como partirse en dos pedazos.
A pesar de que sus manos me recorren el cuerpo, el movimiento lo dirijo yo y eso me fascina. Solo tenía poder de actuar como Ly, pero aunque me fascine que él muestre su control, quisiera también volverlo loco siendo la chica de los negocios.
Me muevo despacio, dejando que su verga llegue tan lejos que me saque un gemido. Me dejo llevar por sus besos, sus lamidas en mi piel, sus succiones en mis tetas. Me dejo envolver por sus manos, disfrutando de cada toque.
Deseo tanto el sexo cuando lo miro, cuando estoy con él, que una vez lo tengo, el deseo de correrme no tarda nada.
Sigo moviéndome sobre él, maravillada con cada roce, con cada toque, con cada embestida. Su mano baja a mi trasero y vuelve a hacer lo mismo que aquel día. Lo recibo gustosa porque él lo sabe, esta es una sensación de todo, menos mala.
Las corrientes amenazan con llegar a mi pelvis y en instantes antes de dejarme vencer por los temblores.
—Mírame —demando—. Y hazlo conmigo.
Reese me observa con lujuria desmedida en sus ojos. Mantiene la mirada en mí, mientras yo cierro los ojos en reiteradas ocasiones producto al orgasmo. Aunque tenía intenciones de más, hasta que mi orgasmo no dejó de sacudirme y lo sentí estremecerse bajo de mí, no me detuve.
Me quedé encima de él, acostada. Sintiendo como nuestras respiraciones aún eran un caos. Una de sus manos se ubicaban en mis nalgas y la otra, en mi cabeza.
Me sentía bien aquí y a la vez, tenía un jodido miedo de que, volvieran a acabar con esto.
No sé en qué momento me quedo dormida, solo me doy cuenta, cuando Reese me mueve hasta el lado.
— ¿Qué horas es? —indago adormilada.
—Las seis. Iré a hacer ejercicios —susurra en mi oído y me besa.
Quería verlo sudando, pero el sueño me ganaba partida. Así que me acomodé y sentí su beso en mi cabeza antes de quedarme dormida otra vez.
Siento un ruido en la cómoda y doy un brinco bastante icónico sobre la cama.
—Lo siento —comenta Lia dejando una bandeja en la cómoda—. Lo hemos hecho para ti, pero no quería despertarte.
Aún estaba desnuda así que me aferro al cobertor y le sonrío a la peque.
—Gracias peque. Acércate —pido y tras ella hacerlo le doy un sonoro beso—. ¿Has desayunado tú?
Ella niega con su cabecita.
—Lo haré con papá —comenta.
— ¿Puedes decirle a papá que traiga dos bandejas más para la cama? Desayunamos juntos —le digo y ella asiente.
Mientras va en busca de su padre, yo me apresuro en ponerme una camisa de Reese.
Vienen los dos a desayunar y yo, lo primero que hago, antes de probar el desayuno es besar a mi hombre. Luce tan bien, huele tan bien, que me darían ganas de desayunarlo a él.
Reese me malcría dándome algunos trozos de fruta y yo malcrío también a Lia con tostadas.
Limpio los platos cuando terminamos, en lo que Reese ayuda a Lia a vestirse.
—Madrina papá me trenzó el cabello —dice la niña con una sonrisa enorme.
—Tu padre es genial peque —comento mirándola.
— ¿Vamos al Centro comercial? Quiero nuevos tacones —pide y yo sonrío. Reese apenas se situaba con nosotras pero ya su cara indicaba que la idea no le gustaba.
—Debes pedirle a tu padre el permiso necesario para más de ello —le sugiero y ella se gira hacia su padre como si estuviera sufriendo demasiado.
—Papá ¿Nos llevarás verdad? —indaga.
— ¿Con los tres pares no es suficiente princesa? —cuestiona Reese.
—Papá para una chica los tacones nunca son suficientes...
—Mientras más tenga, más necesita —concluyo lo que ella empezó y él alterna su mirada de una a otra.
—Iremos —asegura y Lia termina chocando sus palmas conmigo.
Y así, tras vestirme con un vestido que Reese me compró, pues no he traído nada de casa, salimos al centro comercial. Lia tenía ganas de hacer tantas cosas y yo también. Probablemente recorrería toda la ciudad.
Lia va en el medio de los dos mientras caminamos por el centro comercial directo a la tienda de los tacones. La chica que una vez simuló que era mi padre, no sabe ni cómo mirar a Reese ahora que me tiene de la mano. Lia elige unos Gianvito Rossi, con una tira que se enroscaba hasta mitad de pie, en negros. Me encantaban esos zapatos y estaba convencida que buscaría unos para adultos.
Cuando vamos a pagar, no veo a Reese, pero la chica me dice que mi marido lo ha pagado. Sonrío ante la palabra que ha utilizado. Ni siquiera la he mencionado yo.
Salimos de la tienda con la bolsita y dispuesta a caminar con Lia, pero un golpe fortísimo me hace caer y dos hombres se llevan corriendo a Lia. Intenté levantarme, a pesar de que me dolía partes del cuerpo que habían impactado contra el suelo. Salí corriendo y gritando como una loca pero ya era tarde.
Reese corre hacia mí, traía una bolsa en manos y presiento que había comprado los mismos zapatos que a Lia. Es jodidamente observador y que me encantaron, él lo pudo notar.
—Se llevaron a Lia —grito alterada y corremos como unos malditos locos por todo el centro comercial.
Vamos a la policía y tras la denuncia ellos se ponen de inmediato a la orden. Lo de esperar setenta y dos horas déjalo a otros, porque Reese batallaba con toda la puta comisaría si no hacían algo.
Nadie más que Janeth pudo haber hecho esto.
De la mano de Reese, intentando calmarlo, pues no se detenía ni un puto segundo y no estaba pensando con claridad.
— ¿Janeth tenía alguna casa? —cuestiono.
—Janeth no tenía nada. Vivía conmigo —comenta.
— ¿Algún lugar que le pudiera servir de refugio? —pregunto.
—No lo sé nena. No supe nada de Janeth cuando se fue —contesta y se nota exasperado.
La policía investiga, mientras Reese se mueve de un sitio a otro pensando como tener de vuelta a su hija.
Su móvil suena y todos nos ponemos en alerta. Reese toma la llamada y pone el alta voz. Los policías intentan rastrear la llamada.
—Nos iremos lejos Reese, si quieres a tu hija, ven con nosotras —dice.
—Papá no quiero...
Cuelga la llamada de inmediato imposibilitado que la policía descubra la ubicación y dejando a Reese más estresado.
Mi padre, sus amigos también vinieron. Todo el mundo estaba haciendo su contribución para encontrar a Lia. Se desató gran ajetreo pero nadie daba con nada.
Se puso un anuncio por todos los sitios con la foto de Janeth y Victoria indicando una comisión de cinco millones para quién le diera la ubicación.
Las llamadas no cesaban, pero la personas no daban una respuesta válida.
Habían pasado muchas horas desde el secuestro y todos estábamos en el mismo sitio.
Un hombre de probablemente cuarenta y cinco años se presenta en casa de Reese.
—Soy Paul Galey, esposo de Janeth —se presenta y nos quedamos estupefactos.
—Reese Collow —se presenta Reese—. Y mi chica, Kimberly Stone.
El hombre asiente y prosigue a lo que vino.
—Janeth y yo tuvimos una niña. Hace algunos meses, con solo cinco años, la niña murió —comenta y aunque trata de no romperse, se nota como sufre aún por ello. Es entendible y Reese se nota empático con su estado—. Janeth, no lo asimiló de la mejor forma, esa era la justificación que le daba a sus actos. Al pasar las semanas, me di cuenta que no era normal. Era como si hablase con la niña, incluso la viese en cada parte de la casa. Me preocupaba aún más, cuando empezó a nombrarla Lia y no Liz. Se repitió ese acto muchas veces más, hasta que terminé internándola. Iba a visitarla todas las semanas, hasta la última vez, que había escapado. Contraté a un equipo privado para saber su paradero y es hasta hace una semana que descubrieron, que había falsificado la identificación de una mujer del manicomio. Está tenía dinero disponible, el que le permitiría a Janeth vivir como quisiese. Investigué a Victoria Parker, la verdadera y no hay ninguna propiedad de su pertenencia disponible. Lo siento Reese, yo quise ayudar, desde que me enteré de lo ocurrido hoy, porque sé lo que se siente que te arrebaten lo más lindo que podemos tener en la vida, pero Janeth ha planeado esto por muchas semanas y encontrarla ahora es como buscar una aguja en un pajar.
Él hombre se despide y aunque no aportó nada al encuentro, a mí me dio una idea.
— ¿Reese en tus propiedades? ¿Algo que te pertenezca? ¿El almacén nuevo? —pregunto.
—Nena, no iría a un lugar al que tenga acceso con facilidad —responde como si fuese obvio.
—Es exactamente por eso amor. Creo que iría a dónde menos tú la buscarías.
Vuelve a sonar su móvil y tras tomar la llamada.
—En diez minutos salimos —comenta y cuelga.
Reese se vuelve como loco y la policía buscando no sé que pista. Es como un círculo, no hay avances.
—Ve al puto almacén Reese, descarta todo joder —digo exasperada.
Reese sale acelerado a tomar su auto y aunque las voces de mi padre y los amigos de Reese me lo impidan, tomo mi auto.
Si Janeth lleva obsesionada con esto y ha estado observando, la casa de madera a la que Reese me llevó sería otro lugar.
Conduzco con prisa hasta él. Con mil demonios dentro. Estoy desesperada, estresada y loca también.
Desde fuera todo está en calma. Busco las ventanas con la intención de indagar dentro. Observo a Lia sentada en un rincón llorando y cuando voy a dar la vuelta para tomar la puerta un golpe en la cabeza me deja inconsciente.
Siento como el cuerpo me pesa y aunque estoy perdida, empiezo a llamar a Lia. Miro mi cuerpo y estoy repleta de cables.
Miro hacia todo el cuarto es en la propia silla dónde estoy sentada donde observo un aparato que va marcando el tiempo en rojo y me asegura, que en cualquier momento moriré.
Enfrente de mí se situaba una cámara que estoy segura que era la prueba que ella necesitaba para llevarse a Reese.
Intento soltarme, hago lo posible por ello, pero es imposible. Aún así no me rindo, no cedo ante la tormenta. Tengo que salir de aquí.
Faltaban treinta minutos exactamente, en cuenta regresiva para que llegara a cero.
La puerta se abre abruptamente y mi padre aparece detrás de la cámara.
—Túmbala —me dice sin emitir sonido, solo moviendo los labios.
Intento moverme con la silla, pero lo único que logro hacer es ir de apoco dando brincos. Le doy una patada despacio que no le hizo nada a la cámara pero mi padre aprovechó mi movimiento para romperla.
Se acerca con prisa a la silla y busca desesperado en la bomba como desactualizarla.
—Joder —dice exasperado—. Cable rojo; cable blanco último; más de uno azul, el último —comenta como si estuviese repasando su actividad en alta voz.
Finalmente saca de su bolsillo una navaja. El tiempo pasaba veloz.
Corta el último cable azul e increíblemente desactiva la bomba. Me abraza mientras caminamos veloz hacia el auto.
—Reese se irá con Janeth y Lia —me informa mi padre y siento todo dentro romperse—. Es la única forma de deshacerse de Janeth.
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