Capítulo 2
Punto de vista de Jake.
Como odiaba el primer día de clases y más si era en un lugar nuevo como Brooklyn para mí. Yo no quería estar aquí, ojalá pudiera volver a un año atrás y seguir en Londres, con mis amigos, con mis estudios, mis salidas, con... Ella. Había sido un día agotador, las preguntas de tú eres el nuevo ¿verdad? Me minaban todo el humor para el resto del tiempo que estuve en aquel edificio tratando de sacarme mi carrera, luego estaba la niñita que todo lo tiene, en clase, es el prototipo de chica que siempre he odiado, piensa que los problemas no existen y a todo le ve el lado bueno, a esa le faltan un par de realidades. Aunque lo cierto es que, buenísima está, pero es eso, una cara y cuerpo bonito, nada más.
Llegué al cuchitril donde vivíamos mi padre y yo, a penas teníamos una habitación con litera, cocina, salón y baño. Dejé el casco de mi motocicleta en la Mesilla de la entrada justamente al lado del portón de madera marrón oscuro. Al entrar en la Sala ahí estaba él, cómo no, con una cerveza en la mano.
—¿Qué horas son estas de llegar, Jake? —preguntó desde su posición recostada en el sofá.
—Las de terminar las clases. —respondí cortante.
—No me hables así.
—¿cómo quieres que te hable si eres la persona más miserable de este mundo? —dije dirigiéndole la mayor mirada de odio que a una persona se le pudiera dirigir. Su mano subió hasta mi cuello apretándolo con fuerza causándome dolor, de seguro dejaría marca pero me daba igual, ya estaba acostumbrado.
—A mí me respetas, mocoso malcriado. —dijo mirándome fijamente a los ojos mientras apretaba la mandíbula. Es una pena no poder devolverle todos los golpes que me ha dado a lo largo de mi vida desde que murió mi madre. —Ahora desaparece de mi vista.
Tras decir eso me soltó y como la espuma me esfumé del Salón. Tiré la mochila sobre el suelo y golpeé con fuerza la pared hasta hacerme sangre en el nudillo. Solo el dolor físico era la única forma que tenía de calmar toda la rabia y frustración que llevaba por dentro.
Apoyando mi cabeza sobre la pared golpeada cuando mis ojos se llenaron de lágrimas repletas de odio hacia el ser que estaba en la habitación de al lado, dirigí mi vista hacia la Mesilla de noche que había al lado de la litera.
Kendall Gibson, la mujer más bella y más valiente que he conocido nunca, era la persona que estaba en la foto que había, mi madre. Murió cuando tenía catorce años, por salvarme a mí. Aunque es duro de contar haré el esfuerzo, mi padre estaba borracho como siempre y volvíamos de casa de la abuela que vivía en las afueras de Londres, él comenzó a discutir con mamá y perdió el control del coche, chocamos contra un auto más del que murió una niña de siete años. Mi madre había tapado con su cuerpo el mío para tratar de salvarme del impacto del parabrisas. Mi padre fue a juicio pero le declararon inocente por estar bajo efectos del alcohol, era increíble la justicia de mierda que había en Europa.
Ya era mayor de edad, trabajaba y estudiaba, ¿por qué seguía con este desecho humano entonces?. Volví a mirar la foto, estaba claro, ella aún tenía fé en él, yo debo ayudarle a cambiar a ser una mejor persona porque se lo debo a mi madre.
A veces extraño vivir en Londres, mi antigua casa, a mis amigos, hasta a Dayanara, mi ex novia. No hacía mucho que nos habíamos mudado a Brooklyn, hará cosa de dos meses. Han sido los sesenta días más eternos de mi vida, llegar aquí y no conocer a nadie, que todo el mundo me mire como si fuera radiactivo. Aún no le he partido la cara a nadie porque estoy tratando de controlarme, pero no descarto llegar a hacerlo algún día como las cosas sigan siendo así.
Pasada la tarde navegaba un poco en internet y vi que había una fiesta en el Empire 103 el viernes para universitarios, igual no me vendría mal asistir y perder de vista al desgraciado de mi padre por unas horas. Como si al pronunciarlo hubiera invocado estaba llamando a la puerta de la habitación que compartíamos, mi cara se volvió de enfado y le miré con ojos que escupían fuego.
—Ya pronto, nos iremos de este cuchitril. —dijo, guardando su cartera vacía en el bolsillo de su americana negra. Desapareció por la puerta sin decir nada más y a los dos segundos escuché la puerta de la entrada cerrarse. No sabía que tramaba, pero tampoco quería saberlo, sus decisiones ya no me importaban.
Lástima, que esta me salpicó de lleno y me hizo enamorarme de la única persona que jamás debí de hacerlo.
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