Capítulo 3
Matthew Reid
Algo más.
Perdimos el caso, y con perder quiero decir que cómo es en base a la guerra no hay nada que resolver, el buro está jodiendo, y ya no sé ni qué hacer.
Llevo seis tazas de café, pero lo que aún no comprendo es como esa chica sobrevivió. Lo único que sé es que se llama B, mandamos a analizar sus huellas, y pronto tendremos un informe completo pero por ahora no sé qué hacer.
Alguien toca mi puerta, y elevo la vista apreciando el cabello rubio de Clary.
—Te esperamos en la sala de juntas...
Trato de hablar pero se va, y se que me lo merezco. Tomo mi taza de café para dirigirme a la oficina, pero todo es distinto cuando sus ojos vuelven a mi mente como una estampa. Tenía los ojos más verdes que he visto, un verde amazona, y sus labios, tenía algo regorde...
No debería pensar en una chica traumatizada, la cuál me confundió con un posible novio u hermano.
Entro a la sala de juntas y están todos al rededor de la mesa, me acomodo, Klein resopla y pone las manos en su cadera, escaneando todo el papeleo de la mesa. La pantalla enfoca lo que encontramos en esa bodega.
—Nada —dice finalmente. Todos nos miramos el uno al otro, excepto Clary que me ignora—. No hay archivos de ella, es como un fantasma, no existe para el mundo. Sólo hay algo y no puedo acceder porque tiene sello aristócrata.
Pone la fotografía de la chica, es más vieja pero está con dos hombres; uno lleva una camisa blanca de mangas, los tatuajes les cubren el cuello y manos, el otro castaño tiene un tatuaje de medusa por el hombro, y se me eriza la piel ya que me hice uno hace tres meses, de tres medusas por la parte alta de mi dorso.
Acerco mi cara a la fotografía y ella está entre los dos, sonriendo, elevando el anillo.
—¿Qué es esto? —inquiero.
—Se casó con ellos —dice. Extiende otro papel, un expediente—. Pero los reconocimos, los análisis arrojaron esto con las cabezas que estaban en el congelador.
Muestra las cabezas con disparos en la frente.
—Esto tiene al menos 5 meses, y el castaño se llama Aaron —me mira, carraspeo—. Eso explica porque te llamó así, el otro es Alex. Ambos miembros de la mafia alemana. Lo que sé es que está chica fue vendida, y lo mínimo que podemos hacer es averiguar si hay familia.
Clary carraspea, Scott silba y yo suspiro.
—¿Ya sabe lo de sus novios? —no sé porque me cuesta hablar.
Klein suspira, y niega.
—Tendré que decírselo —toma su arma—. Tú vienes conmigo, Reid. Scott y Clary se van a buscar pistas, y Bett tratará de escarbar más hondo con la policía de Ámsterdam que se me hace imposible ya que la mafia controla esta ciudad.
Nos ponemos en marcha, subiendo a la camioneta una vez salimos del establecimiento aquí en Ámsterdam. Una vez llegamos al hospital me encamino hacia la habitación asignada de la chica, Klein entra primero, ignorando al enfermero que gira, mostramos nuestras placas y él asiente.
Se aleja y la chica se sienta lentamente en la cama.
—Hola —habla Klein.
Su mirada perdida va de mí a él cuando sale el enfermero.
—Soy el agente Klein, te encontramos en un Almacén de la mafia italiana —explica, ella comienza a respirar mal, muerde sus labios—. Necesitamos saber quién eres. Necesitamos saber porque no hay registros y debemos avisar a tus familiares.
Niega, abraza su cuerpo con una actitud notable de ansiedad y terror.
—No tengo a nadie —mantiene el contacto visual—. Mi nombre es Bella —susurra, su mirada cae a mí.
—B —susurro, y sus ojos brillan—. Dijiste que te llamabas B.
Asiente mordiendo sus uñas.
—Así me dicen... decían —sacude la cabeza, las lágrimas se me brotan—. Lo siento. Me siento mejor. ¿Debo dar una declaración o ya me puedo ir?
Klein me mira, así como yo a él, sabemos que esconde algo pero no podemos tenerla contra su voluntad. No hay nada, no sabemos nada, y el caso no es para darle seguimiento debido a los acontecimientos de guerra.
—¿Cuál es tu apellido? —regreso a ella que se tensa por un segundo pero finalmente niega.
—No lo sé, me vendieron —dice.
—Sabemos que estás casada...
Sus ojos se cierran. Escaneo su manos y acaricia la zona donde debía estar una sortija.
—Ya no —espeta, sus ojos oscuros me hacen dudar.
—¿Hay algo más que podría decirnos? —inquiere Klein—. ¿Algún recuerdo?
—Un Samurai entró a ese lugar y mató a todo lo que vió —se baja de la camilla, acomodando su bata—. No hay más que decir, y si no hay caso les pido que se alejen de mí con sus placas que necesito irme de aquí ya.
Salimos sin obtener nada, sabemos que sabe que sus novios murieron, no quisimos seguir insistiendo. Nos movemos hacia el doctor que nos explica sus traumatismos, pero que no es grave, y es mejor que se vaya a descansar.
Salimos con la misma cara y mismas respuestas. Nada.
Una vez entramos a la camioneta dejo ir el aire de mis pulmones.
—Pregúntale al rey —dice. Giro mi mirada al objetivo de Klein, que escanea a la chica que cojea hacia una esquina—. Debe haber algo u alguien.
Sin muchas palabras envío un mensaje al rey, poniendo la foto de los tres para que me diga si los conoce que es urgente. Emprendemos camino a mi apartamento despues de investigar y me deja allí para irse a la casa provisional del FBI. Yo compré un departamento en Ámsterdam ya que, normalmente estoy aquí.
Entro a mi apartamento de soltero, dejo mis zapatos en la entrada, relajando mis músculos al tronar mi cuello, y me dirijo al sofá de mi sala, encendiendo la televisión. Mi teléfono vibra en mi mano cuando trato de dejarlo en la mesa de centro.
El Rey me envió un audio así que, muteo la televisión.
—Ah, sí —dice con calma—, fue hace unos dos o tres años. La chica estaba en manos de la mafia italiana, unos hombres la salvaron, debían matarla pero ya conoces esto, trabajaban para la mafia alemana pero hace un tiempo dejaron de llamar. Pidieron ayuda para ayudar a su novia. Le envié la advertencia a Love, que fue básicamente algo que la chica le dijo a uno de los hombres, los traicionó, se arrepintió pero Lovely no estaba poniendo atención a los italianos, no respondió pero al parecer envió a un Samurai.
—Queríamos ver si había algún familiar —envío el audio.
Lo escucha y al breve responde:
—Oh, no. Ella no tiene a nadie, de hecho debería estar conmigo, es zona de guerra y pueden matarla, a ella la compraron, literalmente se quedó sin sus protectores —y la piel se me eriza—. Jugó con la mafia así que no tiene nada.
Le llamo porque no puedo seguir así. Me responde al tercer pitido, jadea en un gruñido.
—Estoy cogiendo —suelta—. ¿Qué necesita, agente?
Escucho gemidos y golpeteos del otro lado.
—¿Lleva rastreador? —inquiero—. Realmente lo necesito.
Gruñe, y escucho algo de un gemido femenino.
—¿Te gustó? —inquiere burlón.
Aprieto el puño en mi boca, niego y suspiro.
—Sólo dime.
Gruñe y teclea algo, espero como tonto, y no sé qué diablos hacer.
—Bien... —resopla—. Uno está desactivado y el otro de hecho se mueve. Por eso siempre prefiero dos localizadores. Esta justo... oh... 3 calles de ti. Tienes suerte, agente.
—¿Me tienes localizador? —jadeo, horrorizado.
No responde, sólo cuelga. ¿Cómo lo hizo?
Me levanto de un salto, tratando de averiguar en qué parte de la nuca o brazo está el localizador pero simplemente lo ignoro, tomando mis cosas, para salir y correr cuatro calles con el arma en alto. En Ámsterdam nunca se sabe qué diablos podría suceder, y teniendo en cuenta quién lo dirige no dudaría en que me lleve un encuentro desagradable.
Llegó a la cuarta calle pero no veo nada, no me dijo exactamente el lugar. Simplemente ignoro eso y busco entre los callejones vacíos y oscuros. El frío hace que el vaho de mi cuerpo se extienda en mi cara. Giro por calles y no encuentro nada. No hay pista...
Un ruido. Levanto el arma, y camino hacia la siguiente calle oscura. Me pongo contra la pared, bajo el arma encendiendo la linterna que lleva portada, entro al callejón y enfoco un bulto que no determino hasta qué parpadeo tres veces.
Dejo ir el aire de mis pulmones al verla en el rincón de la basura con algo en la mano, tiene la cara con sangre, mano y ropa vieja que seguro le dieron en el hospital.
Me preocupa la sangre así que camino con sigilo.
—Hola, B —susurro. Apago la linterna cuando sale de su nube y levanta la botella que tiene en mano—. ¿Qué sucedió?
—Tenía frío y sed —su lengua se arrastra—. Robé la botella.
Me quito la camisa, quedándome con la short de mangas debajo. Me acuclillo ante ella.
—Ven —le pido pasándole mi camisa por los hombros.
La luna la ilumina, y me mira con ojos triste. Juro por mi madre que me estoy muriendo por dentro...
—¿Aaron? —su sollozo me expande los pulmones...
No puedo ni reaccionar cuando se me viene encime, estrellando su boca con sabor a tequila, pero no la detengo, sólo dejo que junte sus labios calientes a los míos.
No debería hacerlo, soy agente del FBI, no debería. Pero me aprieta a ella...
—Te amo —llora con fuerza, niego y me jala para que la bese.
Y... cierro los ojos, probando la sal y el dulce néctar del tequila en su boca, no sé qué fantasma soy, no sé porque pero me abrazo con fuerza y dejo que bese mi rostro.
Finalmente la aparto con calma.
—Te llevaré a casa, B —le aviso.
—Tengo frío —susurra.
La abrazo y tomando mi arma la cargo con facilidad. Estos meses me he entrenado, y ganado masa muscular, mucha más de la que tenía hace meses.
Probablemente estoy loco pero no me importa. La llevo de regreso a mi casa y subo con ella en brazos a mi habitación donde la cubro con mis cobijas, y dejo que descanse mientras analizo la simetría de su rostro.
Su labio inferior es más gordo que el de abajo, sólo un poco porque ambos son delgados y su nariz es como una bolita pequeña en la parte puntiaguda. Tiene el cabello azabache, casi tan negro como el del Rey pero tiene destellos castaños, y quiero que habrá los ojos. Tengo que ver ese color verde selva.
Me siento en el suelo, apreciándola con la cabeza en la cama. Estiro la mano, apartando el cabello de su rostro, mi tacto la hace suspirar, acurrucarse.
—¿Cómo te llamas? —coloco mi mano en su mejilla.
Sus labios se abren y aprecio la dentadura de dientes más largos enfrente y los colmillos.
—Bella —susurra—. Bella Barrow.
—¿Tienes padres?
Su cara se tensa, aprieta los labios.
—Puedes confiar en mí —soy un mentiroso.
—Sólo un padre —susurra.
—¿Cuál es su nombre? ¿Irás a casa con él?
Niega, trata de apartarse pero la acaricio hasta que se calma y vuelve a respirar en paz:
—Will —susurra—. William Barrow.
El nombre se duerme con ella, y no sé qué responder porque jamás había oído un nombre así, lo recordaría por supuesto.
Sin embargo, sigo mirándola hasta que el día me toma.
Nota:
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